Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 98

La escuela académica entre los romanos. Cicerón

La doctrina de Platón no fue la que mayor número de partidarios alcanzó entre los romanos. Bruto y Varrón son los que presentan cierta predilección por la doctrina del maestro de Aristóteles, o sea por la primitiva Academia. En cambio, la Academia nueva hállase brillantemente representada entre los romanos por Cicerón; pues si bien es cierto que su Filosofía es una especie de sincretismo en que tienen participación los principales sistemas de la Filosofía griega, no lo [410] es menos que en el fondo de sus escritos filosóficos palpita el pensamiento, a la vez escéptico y ecéctico, de la Academia media y nueva.

Nació este célebre orador filósofo en Arpino, 106 años antes de Jesucristo, y murió a los sesenta y cuatro años de edad, víctima de las discordias civiles y de las venganzas del segundo triunvirato. Había tomado parte activa en el gobierno de la república en calidad de cuestor, pretor y cónsul, y más todavía acaso había influido en sus vicisitudes durante los azarosos tiempos que alcanzó, con su elocuencia y magníficas arengas.

Cicerón siguió en su juventud las lecciones del epicúreo Fedro, del peripatético Filón de Larisa, de los estoicos Diodoto y Posidonio, y del académico Antíoco. Su Filosofía es el reflejo de su educación literaria. Todos los grandes filósofos y todos los sistemas más notables hallan gracia en su presencia y atraen sus miradas. Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Zenón el estoico, todos merecen sus elogios: sólo Epicuro y su escuela le inspiran repugnancia.

Los trabajos filosóficos de Cicerón se hallan en relación y como en consonancia con la marcha y vicisitudes de su vida política. Su acción como filósofo es la expresión, a la vez que complemento, de su actividad como hombre público, y llena, por decirlo así, el vacío o los intervalos de ésta. Así es que en Cicerón, considerado como filósofo, es fácil observar las mismas cualidades y defectos que se le atribuyen y le convienen realmente, considerado como hombre político. Las vacilaciones, la debilidad y las contradicciones que afean la vida pública de Cicerón, al lado de la impetuosidad, [411] el patriotismo y la energía del gran adversario del Catilina, reaparecen igualmente en Cicerón como filósofo, al lado de sus brillantes cualidades.

En armonía con estas indicaciones, Ritter observa con razón que «si se quiere ser equitativo y justo con respecto a los servicios hechos por Cicerón a la Filosofía, es preciso no olvidar que toda su educación tenía un fin político, y, por consiguiente, también lo tenía en Filosofía... Sus obras filosóficas se resienten de su posición relativamente a los negocios públicos: conócese fácilmente que eran como un especie de entreactos que llenaban sus forzados descansos, y observase que vieron la luz pública en los intervalos entre los más grandes peligros y el goce del honor y del poder. Sin contar los trabajos filosóficos de su juventud, que sólo presentan traducciones del griego o escritos oratorios sobre la Filosofía, los cuales pueden ser mirados como preliminares a su carrera oratoria, no compuso obras filosóficas más que en dos épocas, la primera de las cuales fue cuando el primer triunvirato mantuvo al Estado en una agitación tan febril, que Cicerón desesperó de su vida; la segunda se refiere o abraza la dictadura de César y el consulado de Antonio, época en la que no veía plaza honrosa para sí en los negocios públicos. Sus obras sobre la república y sus leyes pertenecen a la primera época; el resto de sus escritos filosóficos, que corresponden a edad más madura, pertenecen a la segunda. Durante estas dos épocas, ni la necesidad, ni la ambición, llevaban a Cicerón a tomar parte activa en la política, por el contrario, desde el momento en que entrevió la posibilidad de ejercer de nuevo su talento en los negocios [412] públicos, y luego que Pompeyo se puso a la cabeza de los grandes, durante la guerra civil y después de la muerte de César, o desde que ya no temió demasiado por sí mismo y por su familia, cesó de ocuparse en la Filosofía. De manera que consideraba a ésta como un refugio en las agitaciones de la vida, como una distracción, como un medio de llenar sus vacíos y descansos. Cuando ve o considera que el bajel del Estado está en peligro, participa a su amigo Ático la resolución adoptada de aplicarse de una manera fundamental al estudio de la Filosofía en medio de las vanidades de este mundo; pero al propio tiempo procúrase informes detallados de la situación de estas mismas vanidades.»

Obsérvase, en efecto, que la intensidad de sus aficiones filosóficas y de sus ocupaciones científicas decrecen a medida que renacen sus esperanzas de poder tomar parte de nuevo en la gobernación del Estado y en los negocios públicos. Las alternativas, las vacilaciones y la situación expectante e indecisa de su ánimo y de su vida en el terreno político, engendran en su espíritu una situación análoga en el terreno filosófico. De aquí sus afirmaciones e ideas contradictorias acerca de la importancia y utilidad de la Filosofía, puesto que unas veces proclama la perfecta ineficacia de la Filosofía y de sus consuelos en las desgracias de la vida, concendiéndole apenas eficacia suficiente para producir un pequeño olvido (exiguam doloris oblivionem) o adormecimiento del dolor, al paso que otras veces la considera como el verdadero bien y el mayor de la vida presente, apellidándola también madre o principio de todos los bienes representados por la palabra y la obra [413] del hombre: Matrem omnium bene factorum beneque dictorum.

La Filosofía de Cicerón, considerada en conjunto, es como el reflejo de la situación vacilante, indecisa, desigual, de su espíritu y de su vida, tanto en el orden político como en el orden científico, y es, a la vez, el reflejo de su educación literaria, que fue educación esencialmente ecléctica, según arriba hemos apuntado. Así no es de extrañar, sino que es bastante lógico, que el pensamiento fundamental, la idea madre del orador romano en el terreno filosófico, su sistema general como filósofo, o, digamos acaso mejor, como escritor de Filosofía, se halle representado por la Academia nueva combinada con el eclecticismo probabilista. El hombre no puede conocer la verdad con certeza y evidencia; tiene que contentarse con juicios más o menos probables {143}, más o menos verosímiles, y a ellos debe atenerse el hombre prudente en todo, pero especialmente en las cosas prácticas de la vida. Esto explica la discordancia y perpetuas contradicciones que se observan en sus escritos. Parecen algunas veces que abraza el dogmatismo teológico de Platón y la teoría ética de Aristóteles; escribe magníficos pasajes para [414] demostrar la existencia de Dios; discurre con profundidad acerca de su naturaleza y atributos; aduce sólidos argumentos en favor de la inmortalidad del alma; pero en la página siguiente echa por tierra todo este edificio dogmático, llamando a las puertas del escepticismo y afirmando la acatalepsia de la Academia nueva.

Al lado de la idea escéptico-académica, domina en Cicerón la idea ecléctica, dando la preferencia en determinadas materias a determinadas escuelas, y adoptando la opinión de éste o de aquel filósofo, como más probable, según el objeto de que se trata. La Academia nueva y el Pórtico sírvenle de guía generalmente en las cuestiones dialécticas y físicas: en psicología manifiesta predilección por las teorías de Platón; Aristóteles y Zenón le suministran la mayor parte de sus máximas morales, y en política puede ser considerado como discípulo del primero.

Son ciertamente notables las demostraciones y pruebas alegadas por Cicerón en favor de la espiritualidad e inmortalidad del alma humana y a favor de la existencia de Dios {144}, demostraciones y pruebas que [415] parecen propias de un dogmático propiamente dicho, más bien que de un sectario de la Academia media. Fundándose en esto, en los grandes y repetidos elogios que tributa a Platón, a quien apellida y considera como una especie de dios de los filósofos, –quasi quendam deum philosophorum,– y también en la preferencia que da al discípulo de Sócrates en muchas cuestiones, y principalmente en casi todas las que se refieren a la psicología, sospecharon algunos que en realidad de verdad, Cicerón era partidario de la Filosofía de Platón, y que sus dudas o manifestaciones escépticas tienen más de aparente que de real. Hasta pudiera sospechar alguien que aquellas manifestaciones escépticas deben considerarse como ardides literarios, cuyo objeto no es otro más que ocultar su convicción personal para confutar y rebatir con mayor libertad las opiniones de otros.

La verdad es, sin embargo, que semejantes sospechas, apuntadas por algunos historiadores, no parecen [416] muy fundadas, si se tiene presente la insistencia con que muchos lugares de sus obras afirma y advierte que la verdad se encuentra casi siempre mezclada con el error, sin que sea fácil discernirlos; que aunque admite muchas cosas como probables, no se atreve a afirmarlas ni seguirlas como absolutamente ciertas (nos probabilia multa habemus, quae sequi facile, affirmare vix possumus), reivindicando a la vez su libertad e independencia completa para sus juicios (liberiores et solutiores sumus), y acerca de las opiniones y doctrinas de todas las escuelas. En armonía con esto, Cicerón reprueba enérgicamente la conducta de los que abrazan sistemas determinados sin haber podido siquiera juzgar de su verdad, y de los que, guiados por el acaso y las circunstancias, más bien que por el estudio y juicio de las doctrinas, se adhieren fuertemente a alguna de éstas como a una roca: Ante tenetur adstricti, quam quid esset optimum, judicare potuerunt... Ad quamcumque sunt disciplinam quasi tempestate delati, ad eam, tanquam ad saxum adhaerescunt.

Es justo advertir aquí que esta tendencia o dirección escéptica se acentúa principalmente en las cuestiones de cosmología y de física, lo cual no le impide, sin embargo, rechazar enérgicamente las teorías físico-cosmológicas y psicológicas de Epicuro y sus discípulos. Así es que, después de mencionar alguna de estas teorías, dice con cierto desdén: Puderet me dicere non intelligere, si vos ipsi intelligeretis, quia ista dicitis.

Cicerón, que contribuyó eficazmente al movimiento filosófico entre los romanos con sus numerosos escritos, tiene también el mérito de haber popularizado entre ellos la historia de la Filosofía, exponiendo con [417] mayor o menor exactitud las diferentes teorías de las escuelas filosóficas, e indicando a la vez los primeros pasos y el origen de la Filosofía entre los romanos, siendo de notar que parece atribuir este honor a Pitágoras {145} y su escuela.

Resumiendo: la dirección general de Cicerón en Filosofía coincide con la Academia nueva, pero modificando y atenuando el escepticismo rígido de la misma, o sea moderando sus principios, aunque sin rechazarlos (quam (academiam) quidem ego placare cupio, submovere non audeo), según él mismo nos dice.

En las cuestiones cosmológicas y físicas, es más académico, o, si se quiere, más escéptico que en las demás; sin perdonar por eso la teoría atomista de Epicuro {146}, a la cual declara guerra a muerte.

En materia de metafísica, de política y de moral, se inspira alternativa y parcialmente en Platón, Aristóteles y la escuela estoica, dando la preferencia a la [418] moral y a la práctica de los deberes sociales sobre la ciencia (agere considerate, pluris est quam cogitare prudenter) y la especulación {147}.


{143} En el libro segundo de su tratado De officiis, expone y resume su pensamiento escéptico-académico en los siguientes términos: «Non enim sumus ii, quibus nihil veri esse videatur, sed hi, qui omnibus veris falsa quaedam adjuncta esse dicamus, tanta similitudine, ut in iis nulla insit certa judicandi et assentiendi nota. Ex quo existit et illud, multa esse probabilia, quae quamquam non perciperentur, tamen quia visum haberent quemdam insignem et illustrem, his sapientis vita regeretur.» No hay para qué añadir que esta idea se halla a cada paso en sus obras. «Omnibus fere in rebus, escribe en e libro primero De Natura Deorum, et maxime in physicis, quid non sit, citius, quam quid sit, dixerim.»

{144} En la imposibilidad de aducir ni citar todas esas pruebas, dadas las condiciones de este libro, transcribiremos aquí por vía de muestra y de ejemplo, una de las que se encuentran en las Cuestiones Tusculanas, no porque sea la más completa, sino porque abarca al mismo tiempo la espiritualidad e inmortalidad del alma y la existencia de Dios: «Animorum nulla in terris origo inveniri potest. Nihil enim est in animis mixtum atque concretum, aut quod ex terra natum atque fictum esse videatur: nihil ne aut humidum quidem, aut flabile aut igneum. His enim in naturis nihil inest quod vim memoriae, mentis, cogitationis habeat, quod et praeterita teneat, et futura provideat, et complecti possit praesentia; quae sola divina sunt. Nec invenietur unquam, unde ad hominem venire possint, nisi a Deo. Ita quidquid est illud quod sentit, quod sapit, quod vult, quod [415] viget, coeleste et divinum est, ob eamque rem aeternum sit necesse est. Nec vero Deus ipse, qui intelligitur a nobis, alio modo intelligi potest, nisi mens soluta quaedam et libera segregata ab omni concretione mortali, omnia sentiens et movens, ipsaque praedita motu sempiterno...
»Haec igitur et alia innumerabilia cum cernimus, possumus ne dubitare, quia his praesit aliquis vel effector, si haec nata sunt, ut Platoni videtur; vel, si semper fuerint, ut Aristoteli placet, moderator tanti operis et muneris? Sic mentem hominis, quamvis eam non videas, ut Deum non vides, tamen ut Deum agnoscis ex operibus ejus, sic ex memoria rerum, et inventione, et celeritate motus, omnisque pulchritudine virtutis, vim divinam mentis agnoscito… Nihil sit animus admixtum, nihil concretum, nihil copulatum, nihil coagmentatum, nihil duplex. Quod cum ita sit, certe nec secerni, nec dividi, nec discerpi, nec distrahi potest: nec interire igitur.» Tusculan., lib. I, cap. XXVII, XXVIII, XXIX.

{145} Así se desprende de varios pasajes de sus obras, y entre otros, del siguiente: «Pythagorae autem doctrina cum longe lateque flueret, permanavisse mihi videtur in hanc civitatem; idque cum conjectura probabile est, tum quibusdam etiam vestigiis indicatur. Quis est enim, qui putet, cum floreret in Italia Grecia potentissimis et maximis urbibus in ea quae Magna dicta est, in hisque primum ipsius Pythagorae, deinde postea pythagoreorum tantum nomen esset, nostrorum hominum ad eorum doctissimas voces aures clausas fuisse?» Tuscul. QQ., lib. IV.

{146} Hablando en son de burla, y con el objeto de poner de relieve lo absurdo de semejante teoría para explicar el origen y formación del mundo por medio del encuentro fortuito de los átomos, dice, entre otras cosas: «Hoc qui existimat fueri potuisse, non intelligo, cur non idem putet, si innumerabiles unius et viginti formae litterarum, vel aureae, vel quales libet aliquo conjiciantur, posse, ex his in terram excussis, anuales Ennii, ut deinceps legi possint, effici.» De Natur. Deor., lib. II, cap. XXXVII.

{147} «Omne officium, quod ad conjunctionem hominum et ad societatem tuendam valet, anteponendum est illi officio, quod cognitione et scientia continetur.» De offic., lib. I, cap. XLIV.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 409-418