Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 101

Movimiento de transición

Mientras que las antiguas escuelas filosóficas chocaban entre sí, y se propagaban por el imperio romano, y prolongaban sus luchas seculares, y se apagaban los rudos ataques del escepticismo contra las escuelas dogmáticas, y entraban en fermentación los gérmenes del eclecticismo teosófico que brotó con fuerza y comenzaba a desenvolverse en la ciudad de Alejandro, aparecieron en diferentes tiempos y lugares ciertos filósofos, o, mejor dicho, escritores eruditos y más o menos filosóficos, que, sin pertenecer determinadamente a [431] ninguna escuela, seguían varias direcciones y amalgamaban varias tendencias. Seguían unos la dirección positivista; dominaba en otros una especie de escepticismo satírico; algunos hacían alarde de despreocupación religiosa, y en los escritos de otros descúbrese un fondo abigarrado de doctrinas y tendencias sin enlace lógico de ningún género. Son los que pudiéramos apellidar los eruditos y libre-pensadores de la época. Entre éstos pueden citarse como tipos

a) El médico Galeno, natural de Pérgamo, y que floreció en Roma bajo el imperio de Marco Aurelio. Su método es la experiencia, y su dirección el empirismo con tendencia al materialismo. Después de analizar anatómicamente los órganos del hombre y de enlazar su estructura, y de reconocer su finalidad, en lo cual se separa del materialismo y se eleva sobre los positivistas modernos, concluye por negar la espiritualidad y subsistencia del alma humana, la cual, para el médico de Pérgamo, no es más que la materia refinada y una substacia perecedera y ligada a las vicisitudes y destino final del cuerpo. Con respecto a otros puntos y a ciertas cuestiones de física, de psicología, y sobre todo de lógica, Galeno sigue con bastante frecuencia las ideas y soluciones de Aristóteles, como queda indicado arriba.

b) Hacia mediados del siglo primero de nuestra era, vio la luz en Queronea de Beocia Plutarco. Enseñó públicamente en Roma bajo el imperio de Trajano, y se retiró en los últimos años de su vida a Queronea, su patria. Sus Vidas paralelas de los grandes hombres de la Grecia y de la Italia han hecho su nombre popular entre los eruditos; pero para conocer sus ideas filosóficas [432] es preciso acudir a los pequeños tratados que escribió, más o menos relacionados con la Filosofía. Plutarco manifiéstase enemigo de las supersticiones populares; quiere depurar el politeísmo de las ficciones poéticas, refundiéndolas y amalgamándolas en lo que tienen de esencial. En moral, es en parte epicúreo, en parte estoico, en parte platónico y en parte aristotélico, mezclando todas estas ideas morales con especulaciones demonológicas, con la creencia en oráculos, y con las interpretaciones de sueños y augurios, recayendo por un camino en las mismas supersticiones que había combatido por otro. En suma: Plutarco, más bien que un filósofo, es un erudito, un amante de los estudios históricos, un escritor con aficiones crítico-teosóficas.

c) Poco después del escritor de Queronea, apareció en escena Luciano de Samosata, el cual se encargó de generalizar y de dar vigor a los ataques parciales que Plutarco había dirigido contra algunas manifestaciones del politeísmo. El autor de los Diálogos de los muertos y de la Asamblea de los dioses, persigue con sus sarcasmos todos los cultos, y esfuérzase en extender sobre todas las religiones el soplo desecante de su irónica sonrisa. Luciano es el Voltaire del politeísmo greco-romano.

Excusado parece añadir que el escritor de Samosata confunde el Cristianismo con las demás religiones; porque su espíritu, tan frívolo como corrompido, no estaba en disposición de reconocer y apreciar la sublime grandeza y los caracteres extraordinarios y divinos de la nueva religión. La distinción entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, son palabras sin sentido [433] para Luciano, cuya crítica ligera y mordaz, cuya sátira amarga y alguna vez cínica, tienden a aniquilar toda moral y toda religión.

d) Contemporáneo de Luciano, y no muy desemejante en cuanto a doctrinas y tendencias filosóficas, fue el famoso Apuleyo, natural de Madaura, en África. Frecuentó las escuelas de Cartago, de Roma y de Atenas, y después de recorrer varios países, regresó a su patria, en la cual abrió escuela pública. La parte filosófica de su doctrina es una amalgama informe de ciertas teorías de Platón y Aristóteles. Aparte de esto, lo que caracteriza su doctrina es la predilección que manifiesta por la demonología, predilección que lleva hasta negar la providencia divina, para confiar el gobierno del mundo en general, y de los hombres en particular, a los demonios o genios que habitan la región media de la atmósfera. El autor del Asno de oro, que escribió también un tratado especial para discutir el origen y naturaleza del genio o Dios de Sócrates, aconseja y recomienda que se dé culto y honor al genio o demonio encargado de nuestra persona, nuestra vida y nuestras acciones. Haciéndolo así, cada hombre podrá alcanzar que su demonio o genio familiar le prepare bienes y evite las desgracias que pudieran sobrevenirle, por medio de sueños, de signos y hasta por medio de apariciones visibles en caso de necesidad. Es muy posible que en la teoría demonológica de Apuleyo hayan influido ideas y reminiscencias cristianas más o menos confusas y desfiguradas, recogidas en sus viajes por la Grecia y el Asia, sin contar su comercio con los cristianos africanos. La fuerza poderosa e incontrastable de la palabra divina que llevaba en su seno el [434] Cristianismo, déjase sentir en todos los sistemas y escritos de la época, aun a despecho y contra la voluntad de sus mismos autores.

En las materias propiamente filosóficas, Apuleyo sigue generalmente a Platón y Aristóteles, según queda indicado. En su tratado De habitudine doctrinarum et nativitate Platonis, dedica un libro a exponer los dogmas (De dogmate Platonis) o doctrina de Platón: emplea otro libro en exponer la lógica y la teoría del silogismo de Aristóteles, cuyo tratado De mundo vertió además del griego al latín.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 430-434