Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo VII
Los muzárabes

Muzárabes y mudejares. –Condición de los primeros. –Tolerancia musulmana. –Decadencia de la lengua y tradición. –Hostegesis y el antropomorfismo. –El abad Sansón. –Concilio de Córdoba. –Controversia entre Hostegesis y Leovigildo. –Misión de los muzárabes en la historia de la civilización. –Reacción latino-cristiana. Speraindeo. –Eulogio y Álvaro. –Polémica entre Álvaro y Juan de Sevilla.

Aparte de los españoles que se refugiaron en las montañas del Norte, el resto de la población quedó sometida a los invasores; mas a pesar de los ímpetus de un pueblo joven y belicoso, puede afirmarse que la condición de los españoles sometidos, no fue tan desdichada como pudiera suponerse. En este período hay que distinguir los muzárabes o cristianos que vivían en estados musulmanes y los mudejares, o musulmanes que vivían en tierra de cristianos.

A los muzárabes se les permitió permanecer en sus hogares y cultivar sus tierras, pagando a los musulmanes la quinta y a veces la décima parte de la renta de los bienes inmuebles. Sólo se confiscaron las haciendas a los cristianos que las abandonaron. Se les consintió el culto privado de sus creencias y se respetaron sus templos, aunque con la prohibición de construir otros nuevos. Concedióseles gobernarse por sus jueces y leyes propias, si [66] bien con la intervención del cadí para la aplicación de la sentencia en caso de pena capital y en otros graves.

Los siervos de la gleba fueron lentamente adquiriendo la libertad. La emigración de judíos y algunas revueltas de cristianos en terrenos fronterizos, dieron por resultado el enriquecimiento de muchos de los conquistadores, los cuales, faltos de mujeres, establecieron pronto cruzamientos con los cristianos, dando origen a una raza mestiza. La progresiva fusión de ambos pueblos provocó normas consuetudinarias de convivencia, engendradoras de saludable tolerancia, que levantaron el nivel moral de la conciencia en cristianos y musulmanes, tanto más hombres, cuanto menos exclusivos.

No dejó de haber, según los tiempos, obstinada lucha de creencias, puestos en contacto dos pueblos tan diferentes, señalándose principalmente los reinados de Abd-al-Rah'man II (822-52), en que los faquíes exacerbaron la intransigencia de la fe musulmana, mientras los monjes cristianos exhortaban al martirio por la creencia en Cristo; y el de Muhammad I (852-86), en que siguieron los martirios; pero desde el de Abd-al-Rah'man III, que comienza en 912, hasta la llegada de los intransigentes almuravides en 1086, los muzárabes gozaron de tranquilidad en el territorio ocupado por los conquistadores, viendo respetados sus templos, sus escuelas y bibliotecas.

Semejante espíritu de tolerancia por parte de los agarenos nace del mismo Korán: «La paz debe reinar entre tos creyentes, porque son hermanos». «Todo menos la violencia en materias religiosas». (Korán, IX-72. II-257. XLIX - 9 y 10.) «Devuelve bien por mal, perdona a tus enemigos... y Dios te recompensará.»

Consecuentes con tales máximas sagradas, los muslimes sancionaron el culto, reconociendo los jalifas la personalidad de los obispos. Sonaban las campanas de los templos, existían conventos de frailes y monjas, se permitió predicar en las plazas y se celebraron concilios.

No siempre desposeyeron los musulmanes a los [67] cristianos de sus templos, como los castellanos habían de hacer con ellos en pos de la victoria, antes bien, en Córdoba se conformaron con habilitar para su culto una parte de la basílica de San Vicente, y, más adelante, compró Abd-al Rahman I por fuerte suma el resto, dándose el edificante ejemplo de que un mismo techo cobijase a las dos religiones y confundiese las plegarias de los que la naturaleza creó hermanos y la opinión convirtió en enemigos.

No decayó entre los muzárabes, por lo pronto, ni el estudio de la lengua, ni el recuerdo de los escritores del segundo período de la monarquía visigótica, antes bien, volvieron los ojos a las grandes y próximas tradiciones de sus creencias, representadas por San Isidoro.

Compruébase la existencia del latín entre los muzárabes, por las actas de los concilios y de los mártires, escritas en latín, por los códices latinos y por las inscripciones sepulcrales. El emperador de Constantinopla envió a Abd-al Rah'mán III una obra latina y otra griega. El jalifa, que no sabía griego ni latín, solicitó del emperador un intérprete griego, pues en cuanto al latín había en su reino muchos que lo sabían. Jaime de Vitri, historiador francés del siglo XIII, afirma que los muzárabes hablaban en latín, y un escritor árabe llama al latín la aljamía de España.

Claro está que el latín de los muzárabes no era el puro de la aetas aurea, ni siquiera el de los tiempos visigóticos. Más corrompido que éste, sufre las influencias regionales, y los escritores arábigos hablan de la aljamia de Murcia, de Valencia, &c.

Frente al atavismo de los elementos vivos intelectuales, hay que colocar la parte del pueblo muzárabe que iba desvirtuando su fe, su lengua, sus tradiciones, y tanto por la asistencia a las escuelas árabes, como por sentir el influjo de las artes y las ciencias, que se desarrollaron con el poderío del jalifato, se confundió del todo con la civilización musulmana en nuestra Península, contribuyendo con su ingenio al mismo progreso mental del pueblo dominador. [68]

En estos cristianos la cultura árabe, más que por influencias, procedió por absorción, y los resultados se notaron claramente, mostrando la literatura medioeval cristiana los elementos semíticos que había lentamente recibido.

Mayor trascendencia que las demás herejías de la época revistió la del malagueño hostegesis. No es fácil trazar una biografía imparcial de este obispo, porque los datos actuales se deben a su enemigo Sansón. Parece lo cierto que incidió en el antropomorfismo, o sea creer que Dios posee figura humana. Dios está en todas partes: no por esencia, sino por sutileza. A la doctrina general añadía extravagancias, como afirmar que la encarnación de Jesús se efectuó en el corazón de su madre y no in utero Virginis. El talento y la actividad de Hostegesis, hábilmente secundado por Servando, su pariente, gobernador de Córdoba, produjeron graves disturbios en la iglesia muzárabe. El abad Sansón presentó a los obispos reunidos en Córdoba (862) para consagrar un prelado, una profesión de fe dirigida contra Hostegesis. Aprobaron los obispos la fórmula; pero Hostegesis se dio traza a conseguir, no sabemos si por habilidad o por amenazas, que se retractaran de su acuerdo y condenasen a Sansón. El decreto se expidió a todas las iglesias de Andalucía y Portugal. Declararon la inocencia de Sansón algunos prelados que no asistieron al concinábulo y otros que concurrieron, y Valencio, obispo de Córdoba, le nombró para la abadía de San Zoilo. Entonces, irritados los enemigos del abad, según dice éste, llevaron a Córdoba al arzobispo de Sevilla y a otros prelados inferiores, obligándoles por la fuerza a deponer a Valencio y sustituirlo con Stéfano. Hostegesis y Servando lograron que el Jalifa persiguiera a Sansón, el cual lanzó en 864 los dos libros de su Apologético contra Hostegesis. El mismo año se encendió la controversia entre el presbítero Leovigildo y Hostegesis acerca del antropomorfismo. En esta discusión, Hostegesis modificó sus conclusiones, afirmando que, en efecto, Dios estaba por esencia en todas [69] partes, menos en algunas que le parecían indignas. Al fin, como los católicos se negasen a comunicar con el obispo de Málaga, éste y Servando hicieron pública retractación.

Ni árabes ni muzárabes sintieron en España la influencia directa de la literatura griega: pero en cambio pasaron a ellos las tradiciones científicas de la Escuela de Alejandría, por cuya tradición la enciclopedia aristotélica cobra nueva forma y sobrevive en toda la Edad Media. Esta ciencia es recogida en sus postrimerías por extranjeros que en los siglos XII y XIII vinieron a España, tales como Gerardo de Cremona, Miguel Scoto, el alemán Herrmann y otros y conservada en parte por los colegios de traductores.

Una de las causas que más importancia dan al pueblo muzárabe es que, al emanciparse de sus dominadores, dilató la influencia del espíritu árabe por Europa.

Los muzárabes habían olvidado casi por completo su filiación cristiana, halagados por la política de los jalifas. Para provocar la reacción escribió el abad Speraindeo su Apologético contra Mahoma, del cual sólo se conoce un fragmento conservado por San Eulogio. Apóstol de los muzárabes y gloria de Andalucía, señaló el punto de partida de la literatura apologética entre los cristianos sometidos. Amamantados en su escuela los cordobeses Eulogio y Álvaro, combatieron la teología musulmana, con sus martirologios el primero: con su Indiculus luminosus, de carácter polémico, y con su Liber Scintillarum, recopilación de sentencias de los Santos Padres, el segundo.

Educado Eulogio en el cultivo de las letras latinas, emprendió un viaje, en el que logró la adquisición de numerosos códices, entre ellos los que contenían las obras de Virgilio, Horacio, Juvenal, San Agustín, los himnos de la Iglesia visigótica, las poesías sagradas de Adhelelmo, y con tan rico tesoro emprendió a su vuelta a España la restauración de los estudios literarios de la cultura clásica, si bien subordinando éstos al prestigio de la religión cristiana. Este fin puede reconocerse en las obras de Eulogio Memoriale sanctorum. Documentum martyriale, Epistola [70] a Wiliesindo y Apologeticum Sanctorum Martyrum, escritas desde 851 a 857, las más de ellas en la cárcel, durante la época de la persecución, ya para contrarrestar falsas afirmaciones, como la de la inutilidad de los martirios, ya para despertar la fe o fortalecerla.

Idénticos fines persiguió Álvaro. El Indículo luminoso impugna el Corán y defiende al cristianismo y a sus confesores, con pasmosa erudición sacra y profana, y, aunque escrito con menos jugo de alma que el Memorial de los santos de Eulogio, aventaja a éste en apasionada y briosa exposición y en fuerza de raciocinio. Aunque Álvaro parece despreciar la cultura clásica, había dado muestra de cuánto la conocía introduciendo la mitología pagana en la poesía religiosa.

Entre los mismos cristianos ortodoxos se suscitó alguna interesante controversia de matiz puramente filosófico o literario, tal cual la polémica que entre sí sostuvieron Álvaro y Juan de Sevilla. El cordobés sostenía que sólo debía mirarse el fondo de las obras, pues jamás los Santos se cuidaron de las galas del estilo; el sevillano contesta citando los Padres que han sido modelos de elegancia en el decir. Álvaro temía que la cultura pagana desvirtuase el cristianismo; Juan creía necesario valerse de las letras clásicas para vencer a las literaturas heréticas de Oriente. Este Juan de Sevilla, retórico, no era el arzobispo de Sevilla, Juan, de quien decía D. Alfonso que «era muy sabio en la lengua Aráviga... e transladó las sanctas escrituras en Arávigo; e hizo las exposiciones dellas según convenio a la sancta escriptura» ni tampoco el que fue gala del Colegio de traductores. [71]


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Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 65-70