Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ IX
Los naturalistas

Alonso de Fuentes. –Gómez Pereira. –El Br. Sabuco. Huarte. –La Paremiología: Juan de Mal-Lara y sus imitadores.

Lo mismo podría colocar a Alonso de Fuentes entre los platónicos que en el grupo naturalista. Enamorado de Platón, al cual reputa no rivalizado y excelso filósofo, no halla en él otra mácula que ser antecristiano y pone su empeño en conciliar la doctrina académica con el [238] cristianismo; pero, concediendo a la percepción de la naturaleza decisivo papel en la investigación, pugna por concertar la sublimidad platónica y la cristiana en el campo neutral de la naturaleza, donde todas las opiniones pueden compadecerse en el seno de la verdad.

Meció Sevilla su cuna el año 1515. Docto y elegante poeta, dio a la estampa el Libro de los quarenta cantos en verso y prosa, dedicado al marqués de Tarifa y dividido en cuatro partes: bíblica, romana, extranjera e hispano-cristiana. Cada canto se compone de diez romances prolijamente comentados. Varios de estos romances han sido incluidos en el Romancero de D. Agustín Durán.

Parece que debió de ser notable orador, puesto que Juan de la Cueva dice de él:

Hará de España eterna la memoria
Y así digno del premio soberano
Que mereció Demóstenes.

También es sevillana la primera edición de la Summa de Philosophia natural, de Alonso de Fuentes, impresa en 1545. Está redactada en forma de diálogo entre dos caballeros, uno italiano, Etrusco, y otro andaluz. Vandalio (1), escrito con tal artificio «que toda la prosa que pregunta y habla Etrusco es verso suelto italiano, y la prosa en que responde y habla Vandalio es verso suelto castellano». Los versos libres que llama italianos tienen distinta medida, propendiendo al octosílabo. Los que llama sueltos españoles ofrecen tal polimetría, que he preferido ponerlos en forma de prosa para su mejor inteligencia. Más feliz en el extranjero que en su patria, muy luego la Philosophia [239] natural se tradujo al italiano con el título Le sei giornate.

{(1) Llama Vandalio al andaluz por el error, antes generalizado, de que la palabra Andalucía procedía de los vándalos, cuando estos bárbaros jamás residieron en Andalucía y sólo pasaron como una tromba, sembrando el estrago y la desolación. Andalucía se deriva del árabe Al-Andalus.}

Conciliar a Platón con El Evangelio dentro de la filosofía de la naturaleza parece haber sido el norte del pensador andaluz. La substancia divina, según Fuentes, es la unidad que, sin ser número, contiene todo número. La creación no es arbitraria, sino conforme a razón, pues el poder es inseparable del saber. Admite la creación de una materia informe donde todo se hallaba cual el árbol en la semilla.

Bueno es advertir que no han sido Huarte y el Bachiller Sabuco los primeros que, adelantándose a la ciencia extranjera, pusieron en el cerebro el órgano material de la inteligencia, y explicaron la diferencia de ingenios por la diversidad de temperamentos. Fuentes lo había escrito mucho antes que ellos, llevándoles de ventaja su más profunda concepción, pues les supera al pensar que no son las potencias anímicas dependientes del organismo, sino su ejercicio, adelantándose al célebre símil de Leibniz, como observa el Sr. Castro, con otro más adecuado.

Y ya que he nombrado a mi inolvidable maestro, en sincero homenaje a su memoria, resumiré lo que a propósito de Fuentes dice con su admirable perspicacia. Declara Fuentes su propósito en la siguiente forma:

La obra esta dividida en cuatro partes. La primera comienza por la noción de substancia, que declara de este modo:

ETRUSCO
Pues que dize que es cosa necessaria
Para hacer aquesta obra que tratamos
El saber que es substancia, me declare
¿Que cosa es substancia? y si este nombre
Quiere decir una o muchas cosas

VANDALIO
Este nombre de substancia quiere decir muchas cosas, porque a [240] veces lo damos a cualquier cuerpo criado, y aquí quiere decir cuerpo, y también lo atribuymos y lo damos al espíritu, &c.

Después de la substancia creadora pasa nuestro filósofo a interrogar acerca de la creada.

ETRUSCO
Paréceme que a bien acabado
La confesión y fe de lo que cree
Quanto a la substancia creadora,
De la que es criada, diga ahora.

Explica en la segunda parte la creación primitiva de la materia, donde el cielo y la tierra y los diversos elementos estaban confundidos, explanando esta idea con todo el saber astronómico, cosmográfico y físico del tiempo, y preocupándose también de si los malos espíritus pueden hacer milagros, a propósito de lo cual cita el caso de lo ocurrido a Magdalena de la Cruz la Cordobesa.

Véanse los más esenciales párrafos o estrofas:

ETRUSCO
Acuerdo que ayer me prometió
Que mostraría cómo fueron
Creados estos nuestros elementos,
Por Dios, lo cual le ruego que me diga.

VANDALIO
Esto es ya gran pesadumbre y quererme molestar, porque os tengo, señor, dicho que Dios los hizo de nada y con sólo su palabra, como dice el Génesis de aquello que en el principio crió Dios, el délo y tierra, y la tierra era invisible y incompuesta, assi mismo aquella materia era sin forma; la cual Dios hizo de nada: lo que llamamos primero el cielo y la tierra y por aquesto se dice en el principio, crió y hizo dios cielo y tierra, no que aquesto ya allí fuesse así como la simiente de un árbor considerada podemos decir en ella ser las raíses y fuerza de ramas y hojas y fructo, y aquesto no que ya sea más, porque dél han de ser, y desta forma lo dize: en el principio crió nuestro dios el cielo y tierra [241] siendo aún inconfusa esta materia del cielo y tierra: más porque an de ser de aquella muy cierto el cielo y la tierra hechos y los otros elementos, según los sacros doctores.

Explicado el movimiento, el ruego y la tierra, combate en la tercera parte el arbitrarismo en la creación.

VANDALIO
Lo que dices, señor, es fuera de lo que tratamos; porque hecho lo que dios hizo y vemos que hordenó, fue muy conforme a razón, y si aquello que dis el Criador ordenara, fuera muy contra la orden de nuestra naturaleza.

Y en la cuarta desenvuelve la relación de los sentidos con el alma, de la de ésta con el cuerpo y del entendimiento con la razón, manteniendo estas notables afirmaciones: «Estos sentidos, señor, son del ánima, porque de derecho debe ella ser salva o condenada por ellos; pero decimos que son corporales porque obran en el cuerpo.» Respecto de la relación del cuerpo con el alma:

VANDALIO
El alma, como dizes, no está sobre el cuerpo puesta, ni menos está mezclada, ni con el cuerpo compuesta; mas está pinta con él, pero porque preguntáis que quién lo hace ayuntar y le hace amar al cuerpo, podría dezir que dios, mas porque me demandáis razón natural, en esto abive el entendimiento, dios ha puesto tanto amor y concordia en cualquier alma, que cualquier son de vihuela o de cualquier instrumento por todo extremo le agradan y los ama, y esto es lo que nos quiso mostrar aquel divino platón cuando dixo que dios hizo ánima de acordamientos de música.

Y respecto de la del entendimiento con la razón, dice:

ETRUSCO
Ya sé que la opinión nasce del seso
Y que desta opinión la razón nasce;
Mas que el entendimiento, como dixo,
De la razón nasca, no lo sé. [242]

VANDALIO
El entendimiento nasce de la razón; mas aquesta razón no es entendimiento; mas tiene cuidado dél, porque como los primeros hombres conosciesen éstos lo que podían hacer nuestros cuerpos, conoscieron alguna cosa hazerlo, que no era cuerpo, y a esta cosa llamaron spíritu; y pusieron tanto en esto su ingenio y su pensamiento, que tuvieron de primero unas opiniones falsas y otras también verdaderas; y las falsas, cuando ouvieron hallado que no eran buenas, con gran trabajo y fatiga dexáronlas, y las buenas que hallaron verdaderas, confirmaron con razones en todo muy verdaderas, y assi con la razón halla el hombre el entendimiento, porque entendimiento es juizio muy verdadero de las cosas que no tienen cuerpo, y este entendimiento sube hasta el criador, porque los primeros hombres philosophos naturales, como viesen estas cosas, que la natura ni hombre ni ángel podía hazer, conoscieron que una cosa ynuisible lo hazía, y después desto pensaron largamente disputando; dixeron que era dios, hallando sus propiedades, y, si no todas, al menos muchas dellas que escriuieron; porque sant augustín prueua que en los libros de platón halló todo lo que está escrito en el evangelio, que comiença: «In principio erat verbum», hasta aquel lugar donde dize el assi: «fuit homo missus a deo», que dize el euangelista sant juan en el euangelio, que comienza desta forma:

«Los principios constantes de la Escuela Bética tienen, añade Castro, en la Filosofía natural nuevas, aunque naturales deducciones. La substancia divina, como en Severo, no tiene cantidad, no es ancha, ni larga, ni espesa; pero la carencia de cantidad no se refiere a no tener cantidad determinada porque es muy grande; no es parte, porque es todo; es la unidad que, sin ser número, contiene todo número. Alonso de Fuentes da a Dios cualidades; es sabio y mioso; es piadoso, y muy justo; es omnipotente, y, sin cambiar de lugar, está en todo lugar; pero en esto no se aparta tampoco de Liciniano, que al negar a Dios cualidad, lo que le niega es cualidades específicas: el límite en la cualidad. Alonso de Fuentes contradice el arbitrarismo en la creación, porque todo lo que Dios hizo fue muy conforme a la razón, arbitrarismo sostenido hasta el presente por muchos teólogos que, por exagerar la omnipotencia, olvidan que en Dios, por la unidad de sus atributos, el poder [243] no puede estar separado de la inteligencia. Admite Fuentes, como ya hoy aceptan algunos escolásticos, obligados por los progresos científicos, la creación primitiva de una materia informe, explicando el texto in principio creavit Deus coelum et terram, no que aquesto ya alli fuere, sino como la semilla del árbol; mas, porque de ella han de ser; señala una distinción bastante exacta entre razón y entendimiento, y afirma que por éste los hombres suben hasta Dios, hallando sus propiedades, al menos muchas de ellas; porque San Agustín prueba que en los libros de Platón encontró todo lo que está escrito en el Evangelio, que comienza: in principio erat verbum, hasta el lugar donde dice fuit homo misus a Deo, y piensa también que el alma no está puesta sobre el cuerpo, ni mezclada ni compuesta con él, sino junta, y junta por el amor. ¡Cuán distinta esta filosofía natural española de la italiana, donde por este tiempo se publicaban las Sumulas del judío Sambelio Tabonino, según Aristóteles y Averroes, traducidas por otro hebreo español, el eximio doctor en Artes y Medicina, Jacobo Man, y donde este mismo dedicaba al papa León X su paráfrasis de Averroes, De partibus et de generatione animalium, trasladándola del hebreo al latín!»

Gómez Pereira, cuya población natal se ignora, nació en 1500. Mediano humanista, médico adocenado y filósofo nominalista, siguió la pendiente lógica hasta llegar al sensualismo. Tituló su obra filosófica Antoniana Margarita (1554) por el piadoso cuanto pueril capricho de encabezarla con los nombres de sus padres. «Hablaré, dice con arrogancia, de cosas que nadie ha dicho ni escrito antes que yo. En no tratándose de cosas de religión, no me rendiré al parecer y sentencia de ningún filósofo, si no está fundado en razón».

¿Cómo se realizan tales protestas de originalidad? Lanzándose en el piélago del nominalismo. Todo conocimiento principia por la mera sensación, pues entre la facultad sensitiva y la intelectiva no existe diferencia de [244] cualidad, sino meramente de grado. Por la sensación percibimos los seres exteriores a nosotros, de esta noción, suministrada por el sensorio, nos elevamos a la de los seres individuales y, por ministerio de la abstracción, formamos las ideas de causa y substancia. Niega Pereira la intuición mental y, por ende, las ideas innatas. Con sus correligionarios de nominalismo relega los universales a la razón negándoles toda realidad objetiva. Ni ¿qué facultad admite Pereira capaz de percibirlos como seres reales? Ya la sensación es una modificación anímica, no procede del objeto, afirmación que excluye las especies sensibles y presupone el conocimiento directo de la objetividad.

La intelección, de origen sensible, necesita el esfuerzo de la atención, pues ella no es obra de la inteligencia, sino la inteligencia misma. Tampoco la inteligencia se distingue del alma, así que las tres palabras intelección, inteligencia y alma expresan una misma idea. Tal concepto justifica la inutilidad de imágenes intermedias entre el sujeto y el objeto del conocer. Y como la sensación es el alma misma en una modificación y la facultad de discernir las percepciones tampoco es diferente del alma, no puede admitirse un sentido común a la especie humana. Juega importante papel en el funcionamiento de la inteligencia la facultad de rememorar, que es orgánica y reside en la parte posterior de la cabeza, y no menor la imaginación, pero esta facultad no se halla localizada ni puede considerarse orgánica cual la memoria.

La psicología reconoce por base y único criterio el trabajo experimental interno, idea de que ha partido el célebre aforismo precartesiano.

«De las operaciones del alma no puede aducirse otro testimonio que la experiencia interna. Ella nos dice que el alma no se conoce a sí misma, si antes no la impresiona algún objeto extrínseco... Por eso, en nosotros ha de preceder siempre alguna noción de causa extrínseca al conocimiento del alma que se conoce a sí misma. Esta consecuencia es evidente. Y de aquí se seguirá también que esa [245] noción sólo puede servir de antecedente para que el alma saque después el consiguiente, procediendo así: «Conozco que yo conozco algo. Todo lo que conoce es; luego yo soy».

Lo expuesto ha servido de fundamento para ver en Gómez Pereira nada menos que un precursor de Descartes, afirmación que indignaba al Sr. Perojo. «Gómez Pereira, escribe, no puede considerarse precursor de Descartes, porque su cogito no es base del sistema cartesiano ni pretendió su fundador haber sido él quien primero hizo el argumento (San Agustín y otros padres de la Iglesia lo habían dicho muchos siglos antes)». (Perojo: Rev. Cont. 1887.) A lo que, arrostrando las iras de Laverde y Menéndez y Pelayo, agregaba Salmerón: «Pereira... no pasa de enunciar en forma silogística un razonamiento análogo al que constituye el principio del método cartesiano, pero sin el carácter de criterio de indagación ni la intención sistemática que determina su valor científico». (Prólogo a Draper.)

Confunde la facultad sensitiva con la intelectiva, sin aceptar más que una diferencia de grado. El conocimiento es directo, sin perjuicio de admitir para los brutos las especies intermediarias, y combate la doctrina de la materia única, prefiriendo la tradicional y rudimentaria teoría de los cuatro elementos.

Funda Pereira la inmortalidad del alma en argumento de tan exigua solidez como el siguiente: «El alma puede ejercitar sin el cuerpo las principales operaciones (el entender), luego puede vivir sin él». Si no tuviera más firme fundamento el dualismo, seguramente no podría ya sostenerse con seriedad.

En lo que sí coincide con Descartes es en la absurda teoría de los animales máquinas, a la que Descartes se vio arrastrado por la concepción mecánica de los cuerpos, y que descubre el punto acaso más débil y vulnerable de su concepción filosófica. Pereira defiende el automatismo de los irracionales afirmando que el animal no puede sentir; porque si siente, juzga; si juzga, raciocina, en cuyo caso no [246] habría diferencia entre el animal y el hombre, lo que es absurdo. Las obras admirables de los animales no se explican tampoco por mero instinto, porque o éste es parte de la razón o es inexplicable. Hay, pues, que suponer que esos seres no pasan de máquinas muy bien montadas.

A la creencia contraria llama Pereira «delirio y obcecación», sin escasear denuestos contra aquellos que la profesan. Siempre acompaña la procacidad a la sinrazón, y al lado de tan ruin doctrina, pregonada por novedad en el siglo XVI, parece sublime la idea milenaria de los indios: El alma duerme en la piedra, sueña en la planta, se mueve en el animal y despierta en el hombre.

Los brutos, si hemos de dar crédito a las obcecaciones de Pereira, se determinan en virtud de unos fantasmas o cuerpecillos que emanan de todos los cuerpos orgánicos e inorgánicos, los cuales actúan sobre su sensorio o cerebro. Estos, dice, tienen en la parte posterior de la cabeza una celdilla, triclinium, en la cual se depositan las imágenes de los objetos que entraron por los sentidos, y se conservan como desecados durante la ausencia de los objetos. También tienen otra celdilla en la parte anterior del cerebro, scrinium, a la cual vienen a residir los fantasmas o cuerpecillos que estaban conservados en el triclinium, cuando los objetos se presentan. Una vez depositados y conservados los fantasmas en la celdilla occipital, si el objeto que los produjo primitivamente se ofrece ante el bruto, entonces salen de la celdilla posterior los fantasmas y depositándose en el scrinium se representan la imagen del objeto ausente, y los miembros del bruto se ven obligados a moverse del mismo modo que como se produjeron por primera vez los fantasmas a la presencia del objeto (V. Chinchilla, Hist. de la Med. esp.)

Con todas sus protestas de originalidad, recoge aquí Gómez Pereira, para aplicarla a los irracionales, la doctrina de las especies sensibles, el elemento más materialista del aristotelismo escolástico, que bulle, quiérase o no, como virus latente en las entrañas del empirismo. [247]

Contra las opiniones paradójicas de Pereira disparó un libelo, impreso en Medina el 1555, el Ldo. Miguel Palacios, profesor de teología en Salamanca, y al siguiente año, en la misma ciudad, vio la luz el Endecálogo contra Antoniana Margarita, diálogo satírico de ignorado autor, donde se presentan los animales nombrando procurador y promoviendo querella criminal contra Gómez Pereira por haberlos despojado de sentidos, causa resuelta por sentencia a favor de los animales.

El misticismo, en su dirección naturalista, exagerando la unidad, o mejor, la simplicidad, hasta considerarla incompatible con su propio contenido, se ve obligado a establecer en la materia el principio de la diversidad. Mas si la materia es la fuente de la variedad, lo será para todo, las almas mismas deberán recibir de ella el principio de distinción, y de este modo quedan las almas, por lo menos en esa relación, sujetas a la materia. Por aquí el misticismo se precipita en el cauce materialista, enlazándose ambas tendencias en el Br. Sabuco, que localiza las facultades intelectuales en el cerebro, señalando a cada una su lugar y forma, contando con influencias estelares e iniciando una especie de determinismo, y en Juan de Dios Huarte, médico navarro que en su Examen de Ingenios exagera la doctrina hasta dar ciertos consejos a los padres para que los hijos salgan varones y nazcan ingeniosos.

En 1587 publicó el Br. Miguel Sabuco y Álvarez su Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos, la cual mejora la vida y salud humana, poniendo por autor en la portada el nombre de su hija Dª Oliva Sabuco de Nantes, que nada tenía de docta. Esta superchería, llevada a cabo por motivos familiares, ha tenido tres siglos y medio engañados a los tratadistas. Ignoro si Feyjóo, Castro, Morejón y cuantos, impulsados por inconsciente galantería, han ensalzado los méritos de la obra, recogerán algo de sus hipérboles al verlas caer sobre las sienes de un varón. El libro, a guisa platónica, adopta la forma de coloquio [248] entre tres pastores filósofos en vida solitaria, nombrados Antonio, Velonio y Rodonio. Cree modestamente el autor que «este libro faltaba en el mundo, así como otros muchos sobran. Todo este libro faltó a Galeno, a Platón y a Hipócrates en sus tratados De natura humana y a Aristóteles cuando trató De anima y de vita et morte. Faltó también a los naturales, como Plinio, Eliano y los demás, cuando trataron De homine. Esta era la filosofía necesaria, y la mejor y de más fruto para el hombre, y ésta se dejaron intacta los grandes filósofos antiguos». Leído lo que precede, horroriza y aterra pensar lo que hubiera sido de la humanidad, de no haberse impreso la obra de Sabuco. Procuraré resumir la doctrina.

Amalgamando el sensualismo con la idea religiosa, considera Miguel Sabuco al hombre como un árbol invertido, cuya raíz es el cerebro, la espina dorsal el tronco y los nervios las ramas. «Como el origen y nacimiento del ánima del hombre fue del cielo, quedóse así como colgado de él, y tomó su principal asiento y silla en la cabeza y celebro del hombre, como la raíz de las plantas quedó asida en la tierra». Comprende el encéfalo tres celdas. En la parte frontal reside el sentir y el conocer, en la parte media y superior la imaginación, el raciocinio, el juicio, el amor y el odio y en la parte posterior las facultades relativas a la conservación de la especie». Clara se ve la tendencia a reducir la psicología a mera fisiología. No obstante el misticismo latente originario, retoña el calor del sentimiento religioso de la época y le hace decir con evidente inconsecuencia: «y así como las cosas naturales no pasan ni están quedas hasta haber llegado a su centro, la piedra a bajar, el humo a subir; así el alma nunca para ni tiene asiento, contento y sosiego, hasta que llega a ver a Dios y allí hinche su capacidad». El análisis de las pasiones hecho por Miguel Sabuco ofrece no poca semejanza con ciertos capítulos del citado libro De anima et vita de Vives. Despréndese del examen de las pasiones y elementos que intervienen en la vida una moral semiaristotélica, [249] semiepicúrea (in medio virtus), considerando que la felicidad «consiste en la sapiencia... y en la elección de la prudencia, sabiendo tomar el medio en todas las cosas; el cual medio hace felice y dichoso al hombre, obrando las virtudes (que es el medio entre dos vicios) con alegría de buena conciencia, y en los deleites tomando el medio necesario de todo bien para el sustento de la vida, y no más».

Sin ánimo de rebajar al autor ni a la obra, honradamente declaro no haber hallado en el Examen de Ingenios (Baeza, 1575), del médico Juan Huarte de San Juan, natural de Pie del Puerto y avecindado en Andalucía, tantos méritos como le atribuyen ciertos críticos. Más fácil parece que sea yo el equivocado que no ellos; pero me creo autorizado para dudar de críticos tan miopes que, sin reparar en el fondo crudamente naturalista del libro, declaran que «su doctrina toda es católica y sana, sin cosa que sea contraria a la fe de nuestra madre la Santa Iglesia de Roma y sacada de la mejor filosofía que puede enseñarse». (Fray Lorenzo de Villavicencio.) Algo me acompaña en este sentir Menéndez y Pelayo al decir que el libro de Sabuco y el de Huarte son discretos y amenos, mas «por ningún concepto pertenecen a la alta filosofía». (La ciencia española, t. I, p. 113-4.)

En pos de dos proemios, extensísimo y dividido en dos partes el segundo, desarrolla su doctrina en diez y ocho capítulos (quince en la primera edición) y cinco artículos más, empedrando el texto con inagotable copia de sentencias latinas.

Comienza por estudiar qué es ingenio y cuántas diferencias se hallan de él en la especie humana, así como de hombres inhábiles para la ciencia; pondera el influjo del temperamento; establece las condiciones del cerebro «para que el ánima racional pueda hacer con él sus razones y silogismos»; añade que las tres almas (vegetativa, sensitiva y racional) son sabias per se y que las diferencias de ingenio dependen de tres solas calidades, calor, sequedad y humedad, sin que por eso se infiera la mortalidad del [250] alma; explica la ciencia correspondiente a cada ingenio y a cada facultad anímica; y la manera de engendrar hijos sabios.

En el epígrafe de este capítulo añade el autor estas palabras: «Es capítulo notable». En los cinco artículos declara las señales para conocer el grado de calor y sequedad de cada hombre, «qué mujer con qué hombre se ha de casar para que pueda concebir, las diligencias que se han de hacer para que salgan varones y no hembras», y para que salgan ingeniosos y sabios, así como para conservarles el ingenio, terminando con ardiente protesta de ortodoxia católica.

Exponiendo la doctrina, decía D. Federico de Castro que preocupaba al autor la dificultad no tocada por ningún filósofo «que siendo todos los hombres de una misma especie indivisible, y las potencias del ánima racional (memoria, entendimiento y voluntad) de igual perfección en todos: y lo que más aumenta la dificultad, que siendo el entendimiento potencia espiritual y apartada de los órganos del cuerpo, con todo eso vemos por experiencia que, si mil hombres se juntan para juzgar y dar su parecer sobre una misma dificultad, cada uno hace juicio diferente y particular sin concertarse con los demás, por donde se dijo: «Mille hominum species et rerum discolor usus, velle suum cuique est, nec voto vivitur uno.»

Esto proviene, en su sentir, de no hallarse los cuerpos en una perfecta temperatura.

La variedad de ingenios «no nace, pues, del ánima racional, porque en todas las edades es la misma, sin haber recibido en sus fuerzas y substancia ninguna alteración, sino que en cada edad tiene el hombre vario temperamento y contraria disposición, por razón de la cual hace el ánima unas obras en la puericia, otras en la juventud y otras en la vejez, de donde tomamos argumento evidente, que, pues una misma ánima hace contrarias obras en un mismo cuerpo, por tener en cada edad distinto temperamento, que cuando de muchachos, el uno es hábil y el otro necio, que [251] han de tener cada uno temperamento diferente del otro, al cual por ser principio de todas las obras del ánima racional, llamaron los Médicos y Filósofos naturaleza, de la cual significación se verifica propiamente aquella sentencia: «Natura facit habilem». No exigua porción de las observaciones de Huarte sobre la variedad de ingenios y estudios que a cada uno convienen, están cimentadas en la conocida obra De Disciplinis, de Vives.

No sólo profesa Huarte con los naturalistas la inferioridad intelectual de la mujer, sino que, al par de los católicos, insiste en la tesis; «porque las hembras por razón de la frialdad y humedad de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo, y, como dice Salomón (Ecles., cap. 51), melior est iniquitas viri quam mulier bene faciens». «Y que según la diferencia de ingenio que cada uno tiene, se infunda una ciencia y no otra, o más o menos de cada cual, es cosa que se deja entender en el mismo ejemplo de nuestros primeros padres; porque llenando Dios a ambos de sabiduría, es conclusión averiguada que le cupo menos a Eva. Por la cual razón, dicen los Teólogos que se atrevió el Demonio a engañarla; y no osó tentar al varón temiendo su mucha sabiduría. La razón de esto es (como adelante probaremos) que la compostura natural que la mujer tiene en el cerebro no es capaz de muchos ingenios, ni de mucha sabiduría.»

Este libro, del cual aumentó los lectores la censura de la Inquisición, está inspirado en De Placitis Hippocratis et Platonis, debido al inmortal Claudio Galeno, de cuyas obras se había hecho ediciones en Venecia desde 1490 y numerosas versiones latinas en París, Leyden, Londres, Venecia y Basilea antes de la publicación del Examen de Ingenios.

Huarte se presenta como complementador y perfeccionador del médico y filósofo de Pérgamo que hasta en la Ética hizo depender las cualidades morales del temperamento y condiciones fisiológicas.

Sumo a este grupo, por cuanto ofrece nueva [252] manifestación de la filosofía empírica, y no por otro concepto, al eminentísimo humanista Juan de Mal-Lara (1527-71), de tan distinta y superior mentalidad.

Nadie puede dudar de la importancia de los refranes, que Cervantes llamó «sentencias breves sacadas de la lengua y discreta experiencia», porque constituyen la esencia de eso que hoy se llama Folk-lore, y que siempre se ha llamado sabiduría popular. Ninguna de las colecciones de proverbios tuvo la importancia de la obra titulada Filosofía vulgar (1566), porque no se reduce a mera recopilación como la de Fernán Pérez y otros, exenta de todo valor literario y científico, sino que las acompaña de comentos y explicaciones.

Jual de Mal-Lara escogió para ella los refranes de mayor trascendencia por su doctrina, desechando las mil trivialidades difundidas a beneficio de la ignorancia. Los comentarios que acompañan a cada sentencia revelan una inmensa sabiduría, sin que el estilo, correcto, castizo y de una decorosa naturalidad, suponga el menor alarde de jactancia.

Constituyó su Filosofía vulgar una especie de filosofía épica nacional de enorme interés y quiero recordar las reflexiones sugeridas de su lectura al autor de La Ciencia española y con ellas algunas áureas frases del prólogo de la obra:

«Llamo la atención de los apasionados a lo que se llama Folk-lore sobre las siguientes ideas del Preámbulo, en que con tanta claridad se discierne el carácter espontáneo y precientífico del saber del vulgo, y se da por infalible su certeza, y se marcan las principales condiciones de esta primera y rápida intuición del espíritu humano: «En los primeros hombres..., al fresco se pintan las imágenes de aquella divina sabiduría heredada de aquel retrato de Dios en el hombre, no sin gran merced dibuxado... Se puede llamar esta ciencia, no libro esculpido, ni traslado, sino natural y estampado en memorias y en ingenios humanos; y, según dice Aristóteles, parecen los Proverbios o [253] Refranes ciertas Reliquias de la antigua Philosophia, que se perdió por las diversas suertes de los hombres, y quedaron aquellas como antiguallas... No hay refrán que no sea verdadero, porque lo que dice todo el pueblo, no es de burla, como dice Hesiodo...» Libro natural llama en otra parte a los refranes, que él pretende emparentar nada menos que con la antigua sabiduría de los turdetanos: «Antes que hubiese filósofos en Grecia, tenía España fundada la antigüedad de sus refranes... ¿Qué más probable razón habrá que la que todos dizen y aprueban? ¿Qué más verisímil argumento que el que por tan largos años han aprobado tantas naciones, tantos pueblos, tantas ciudades y villas, y lo que todos en común, hasta los que en los campos apacientan ovejas, saben y dan por bueno?... Es grande maravilla que se acaban los superbos edificios, las populosas ciudades, las bárbaras Pyrámides, los más poderosos reynos, y que la Philosophia Vulgar siempre tenga su reyno, dividido en todas las provincias del mundo... En fin, el refrán corre por todo el mundo de boca en boca, según moneda que va de mano en mano gran distancia de leguas, y de ella vuelve con la misma ligereza por la circunferencia del mundo, dejando impresa la señal de su doctrina... Son como piedras preciosas salteadas por ropas de gran precio, que arrebatan los ojos con sus lumbres.»

Dábase entonces gran importancia a refranes y proverbios. Hállanse en gran número en casi todos nuestros escritores. El marqués de Santillana hizo una colección de los que «se decían por las viejas tras el huego»; el riojano Juan de Espinosa trabajó una colección de seis mil proverbios vulgares, que no dio a la imprenta; Blasco de Garay publicó en el siglo XVI una extensa carta en refranes; Pedro de Vallés, una colección de 4.400, otra Hernán Núñez de Guzmán, otra de 6.000 Jerónimo Martín Caro y Sejudo y, aunque no pertenece por la cronología a este siglo, aunque sí espiritualmente, debemos mencionar, como una de las más interesantes, la publicada en 1616 por Don Juan Sorapan de Rieros, médico de Granada. Los [254] refranes que colecciona Sorapan se refieren a la higiene y están explicados con ingenio en agradable forma literaria. También merece recordarse la colección del maestro correas, su Vocabulario de refranes y frases proverbiales, impreso en 1606. Menos vale la colección de sentencias en octosílabos dadas por Alonso de Barrios, con el título de Filosofía cortesana moralizadora, e infinitamente menos la de Cristóbal Pérez de Herrera, titulada Proverbios morales y consejos cristianos, muy provechosos para concierto y espejo de la vida, adornados de lugares y textos de las divinas y humanas letras. Este libro es una mala imitación del anterior, y los versos son tan malos que, como dice Ticknor, «no merecen ser conocidos».

Modernamente han visto la luz varios Refraneros regionales o de ciertas materias. Como obra de carácter general, no conozco más que dos verdaderamente serias: el Refranero general español (1874-8) y el póstumo Diccionario de refranes, adagios, proverbios, modismos, &c; ambos compuestos por el sabio sacerdote andaluz D. José María Sbarbi.


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Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 237-254