Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XV
Aetas argentea

§ V
Degeneración de la Mística

Juan de Palafox. –Sor María de Agreda. –Doña Constanza Ossorio. –Sor Gregoria Parra. –Miguel de Molinos. –Persecución inquisitorial.

El siglo XVII, como etapa de decadencia, nada crea ni apenas sostiene los sistemas de la edad de oro, limitándose a extraer las últimas consecuencias de ellos, y así como la Escolástica decadente halla su postrera expresión en las extravagancias del «Ente dilucidado», así la mística decae desde las cumbres de los místicos áureos hasta la peligrosa doctrina del quietismo, renovación del nirvana y clara manifestación del origen oriental de las doctrinas de los iluminados.

El venerable Juan de Palafox (1600-59), perseguido por los jesuitas, en sus Discursos espirituales (1641) y su Varón de deseos (Madrid, 1653), donde declara las tres vías [322] de la vida espiritual; Sor María de Agreda (1602-65) con la Mística ciudad de Dios, aunque su carácter la inclinaba más al ascetismo que a la iluminación; Doña Constanza Ossorio (1565-637), tan superior a ambos, como reconoce respecto a la última el Sr. Serrano Sanz, con su Huerto del celestial Esposo (Sevilla, 1686), y sobre todo Sor Gregoria Parra, en el claustro Gregoria Francisca de Santa Teresa, la primera poetisa mística de España, que en sus Memorias y elegantes ritmos reverdece los grandes tiempos de la mística, nos muestran la senectud del movimiento neoplatónico cristiano que llenó de gloria el siglo XVI.

Pero todos estos místicos se desenvolvieron dentro de la ortodoxia y sólo el primero mereció excomunión, no por la doctrina, sino por el odio de los Jesuitas. No así Miguel de Molinos (1627-97), clérigo aragonés que publicó entre aplausos de muchos y censuras de los jesuitas, su Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce al interior camino para alcanzar la perfecta contemplación (1675).

En este peligroso libro, se empieza por definir la mística «ciencia del sentimiento», la cual no se adquiere por el estudio, sino por la infusión del espíritu de Dios. Puede llegarse a Dios por la meditación, que es la oración de la inteligencia, o por la contemplación, o sea la oración del amor y de la fe. La primera nos comunica algunas verdades, pero la contemplación nos muestra la verdad universal. Para lograr esta visión hay que prescindir de todo, cual si nada existiera más que Él y el alma. La meditación activa requiere los auxilios de la gracia, los cuales se manifiestan por la incapacidad para razonar, el amor a la soledad, el disgusto de los libros devotos, el afán de orar y la vergüenza de sí mismo. No así la gracia pasiva, que es perfecta: porque desciende de lo alto y Dios la concede a quien mejor le parece.

Cuando el alma permanece quieta, obra en ella el Espíritu Santo. Hay que someterse a la voluntad divina aniquilando la nuestra, no hacer nada de propio impulso, [323] despreciar la devoción práctica, no pensar, no ser. «Abismaos en la nada y Dios será vuestro todo».

La doctrina de Molinos se puede compendiar en estas dos máximas: «Oportet hominem suas potentias annihilare, et haec est via interna». «Velle operari active, est Deum offendere, qui vult esse ipse solus agens; et ideo opus est se in Deo totum et totaliter derelinquere, et postea permanere velut corpus exanime».

El molinosismo, o mejor el quietismo, se vio combatido por Alfonso de Ligorio en su Disertación XIV, 68 proposiciones sufrieron el anatema de Inocencio XI y su autor fue condenado a reclusión perpetua con grandes penitencias, debiendo la salvación de la vida a su abjuración y humildes protestas de sumisión a la Iglesia, mientras sus textos ardían en públicos autos de fe. No obstante, la doctrina hizo su camino y de numerosos adeptos dieron cuenta las hogueras de la Inquisición.

Así, el misticismo degenera en quietismo, doctrina cuyo abolengo ascendería a los contemplativos orientales y, dentro de la concepción cristiana, hasta el origenismo, pasando después por las máximas de Evagrio, escritas en la soledad del desierto; por los hesicastas, y aun por los begardos o perfectos, nacidos de la más austera interpretación de la regla de S. Francisco.


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Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 321-323