Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XVII
El siglo de las luces

§ III
Escolásticos rígidos

El P. Alvarado. –El P. Mendive. –El P. Zeferino González. –Fernández Cuevas. –Orti y Lara. –Alonso Martínez. –López y Sánchez. –El P. González Sánchez. –Casanova. –Palacín. –Pidal. –Polo y Peyrolón. –Torre Insunza. –España y Lledó.

Nadie con tanto ingenio y donosura combatió a los novadores cual el dominico Fray Francisco Alvarado (1756-814), natural de Marchena, con el seudónimo «El Filósofo Rancio». Sus famosas polémicas enlazan la escolástica del siglo XVIII con la del XIX.

La agudeza crítica de Alvarado resalta a cada momento en la sagacidad con que descubre el flaco del contrario y la destreza con que lo expone a la compasión o a la burla del público. Véase cómo retrata y se mofa de esa superficialidad llamada filosofía ecléctica:

«¿Consiste el eclecticismo en tomar cuatro o cinco autores, o los que se pudiere, y sacar de uno una cosita, de otro otra, mas que no ate, y de otro otra, mas que contradiga, y así formar una filosofía remendada? [418] Respóndanme, nadie nos oye; yo guardaré el secreto y no saldrá de mi boca para alma de este mundo. Si consiste en esto, me retracto, aunque no tengo cara para ello, de lo dicho. Pero, en primer lugar, ¿cómo tienen ustedes cara para arrogarse lo que es común a tantos hombres de bien? Desde que hay literatos ha habido remendones de literatura, como desde que hay zapatos ha habido zapateros remendones». La conclusión que extrae de sus cartas polémicas consiste en negar que el eclecticismo pueda llamarse escuela Filosófica «porque no contiene ninguna filosofía». Como casi todos los españoles es rectilíneo.

Epigramático siempre, supone que las Cartas aristotélicas (1825) las escribe Aristóteles desde los mismos infiernos. Para Alvarado la filosofía moderna y la impiedad son una misma cosa, y así lo declara con su habitual energía: «Esa Filosofía, empeñada en explicar mecánicamente la naturaleza y empeñada en negar nuestras entelechias, es prima hermana del materialismo. Esa Metafísica tan nueva como brillante en que se abren nuevos rumbos a nuestras primeras ideas, marcha a toda prisa contra el Supremo Ser, contra la inmaterialidad del alma y contra todas las verdades que son base de la Religión.»

Zahiere sin piedad a persona tan respetable como el Dr. D. Manuel Custodio a causa de rivalidades entre dominicos y jesuítas. Parece que los primeros habían escrito algo contra la devoción al Corazón de Jesús, y los segundos azuzaron a Custodio para que acusara a los tomistas de apologizadores del tiranicidio. Publicó el Dr. Custodio La Devoción del Sagrado Corazón de Jesu-Christo explicada y defendida contra los Autores de la carta refractaria por el Licenciado Farfán (Cádiz, 1790). Con tal motivo la emprende Alvarado contra el firmante, descubriendo el seudónimo y satirizando hasta su figura. «Bajo este presupuesto voy a presentar a V. M. delante de los ojos a don Manuel Custodio, si es que encuentro cómo dibujarlo; porque mi pincel no sabe dibujar miniaturas: lo es en la estatura y en el volumen, y tanto que si fuese tan pobre de [419] caudal como le ha tocado serlo de persona ya hace muchos años que se hubiese muerto de hambre. Sus papeles, comparados con él, le darán a usted alguna idea de sus dimensiones. Lo exceden infinitamente en lo largo. Son excedidos por él incomparablemente en lo ancho que (por ser autor de ellos) se pone. Pero lo igualan exactisimamente en la profundidad, en que tanto ellos como él gozan el privilegio de punto, línea y superficie». (Copia de una carta escrita por un tomista de Sevilla a un amigo suyo de la corte.)

No creo que ningún escritor tomista haya sido tan fiel ni tan diáfano expositor de la doctrina del Maestro cual el dominico de Marchena en puntos de tal importancia como el fundamento filosófico del poder civil y los conceptos de ley, derecho y potestad social.

Todas las obras de Alvarado están incluidas en el Catálogo de autoridades de la Real Academia Española. Algunos críticos censuran la excesiva violencia de su lenguaje en la controversia, olvidando que el texto original ha sufrido graves alteraciones en la impresión, circunstancia que mortificó profundamente al autor, pues, en ocasiones, se llega hasta cambiar esencialmente el sentido.

Ahogada por el tradicionalismo y el eclecticismo, renace la tomística en el último tercio de la centuria.

Dentro del escolasticismo rígido, no sin clara inclinación suarista, según característica de, su religión, el ignaciano P. José Mendive (1836-906) escribió Institutiones philosophiae scholasticae ad mentem Divi Thomae ac Suarezii, que estuvo muy en boga en los seminarios y algunas universidades, así como su voluminosa Institutiones theologiae dogmatico-scholasticae (1895, en 6 tomos). De la primera se había tirado una edición española en 1882, a que algunos otorgan preferencia. Es uno de los mejores libros que ha producido su escuela en los últimos tiempos.

También sumó su nombre a los muchos escritores católicos obstinados en impugnar los famosos Conflictos entre la Ciencia y la Religión, del profesor Draper, [420] prologados por D. Nicolás Salmerón en la edición española. La vindicación de Mendive (1897), de que se han tirado varias ediciones, se halla animada del nervosismo polémico. Llama al profesor americano «solemnemente ridículo y digno de lástima por su ignorancia» (c. IV), establece la realidad histórica de los milagros, defiende los misterios y, siguiendo el orden de los conflictos planteados por Draper, sostiene la imposibilidad de colisiones entre la religión y la ciencia, proclamando la infalibilidad pontificia.

Ni éste, ni el P. Zeferino González y Díaz-Tuñón (1831-94), de la Orden de Santo Domingo, pueden llamarse filósofos, sino profesores de Filosofía. Fray Zeferino, sucesivamente Obispo de Córdoba, Arzobispo de Sevilla y de Toledo, archidiócesis que renunció para volver a la Sede isidoriana, publicó en Manila Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás (1864), excelente trabajo expositivo que acredita su penetración. Trazó en él un cuadro sintético del pensamiento del Ángel de las Escuelas, consecuente con su opinión de que el tomismo es una concepción del eclecticismo superior y transcendental que abraza y compendia todos los elementos racionales diseminados en los varios sistemas filosóficos, y aun los que no compartimos su creencia ni aceptamos que la razón humana alcanzara la cumbre de su esfuerzo en el siglo XIII, concesión que supondría la inutilidad y falta de razón de ser de los siglos posteriores, no podemos menos de admirar la profunda labor del Arzobispo de Sevilla.

No tan feliz en su Historia de la Filosofía (1878-9), donde se nota cierta superficialidad, apenas concebible en quien profundizó con insólito acierto las reconditeces de la tomística, al exponer y juzgar los sistemas contrarios y el apasionamiento propio de historiadores y críticos cuando laboran ofuscados por un prejuicio superior a su inteligencia y a su voluntad. Sin darse cuenta, confiesa su natural parcialidad al descubrir un dogmatismo real, palpitante en el seno de la filosofía y de su historia, a pesar [421] de su aparente escepticismo y al arrancar del apotegma Religio possidet veritatem, formulado en los gloriosos soles del Renacimiento.

Al verle acudir a la fe, desconfiando del valor histórico de su filosofía, produce una impresión pesimista y escéptica confesada por él mismo. «Es difícil, escribe, eximirse de cierta impresión escéptica al terminar la lectura de la Historia de la Filosofía, y ahora debemos añadir que esta impresión de escepticismo tiene que ser más vehemente e inevitable cuando se estudia o se escribe una Historia de la Filosofía en el siglo XIX». «Difícil es predecir en la hora presente el destino futuro y la victoria definitiva entre el teísmo cristiano y el monismo materialista» (Prólogo).

Al grupo suarista perteneció el jesuíta P. José Fernández Cuevas (1816-64), autor de una Historia Philosophiae (1858), que publicó su Philosophiae rudimenta (1856-9), en tres volúmenes, dedicados, el primero a la Lógica, Ontología y Cosmología; el segundo a la Psicología y Teodicea, y el último a la Ética. Tal distribución se presumía, dado el concepto general expresado en los Prolegómena. «Philosophiam definimus scientiam praecipuarum veritatum de Ente in genere, Deo, Mundo et Homine, ex principiis deductam solius rationis lumine cognitis.» Las obras citadas no contienen nada nuevo ni notable, si bien merece estima la primera por dedicar tres disertaciones a reseñar la evolución de la ciencia hispana, aunque con datos asaz incompletos.

Cuando el primer Gabinete de la restauración borbónica dejó sin cátedra a los profesores tildados de librepensadores, el Gobierno proveyó la vacante de D. Nicolás Salmerón, trayendo a la cátedra de Metafísica a D. Juan Manuel Orti y Lara (1826-90), que ya había explicado esa materia, excelente persona, muy conocida por sus ideas ultramontanas y como redactor de periódicos derechistas. Sus escritos filosóficos son tres trataditos de Psicología, de Lógica y de Ética, unas Lecciones sumarísimas de Metafísica y Filosofía natural, según la mente del [422] Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino (1887), Introducción a la Filosofía, Principios del Derecho natural, El racionalismo y la humildad (1862), Krause y sus discípulos, convictos de panteísmo (1864) y otros de menor importancia o variantes de los mismos temas. Todos sus libros se inspiran en Santo Tomás con estrechísimo criterio, ninguna novedad ni nota original aportan y repiten lo que Liberatore y el P. Prisco, traducido por D. Gabino Tejado, apuntan contra las doctrinas racionalistas. Esto no obstante, su patria, la villa de Marmolejo, le dedicó un centenario el 29 de Octubre de 1926. Hizo bien, pues si no la altura filosófica, la austeridad de su vida, la sincera devoción y consecuente apego a sus ideales, su aplicación y laboriosidad, merecían ese piadoso y solenme recuerdo.

En la empresa de refutar a Krause, le secundaron el ex ministro D. Manuel Alonso Martínez (1827-91), con un superficialísimo discurso leído en el acto de su ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y D. Pedro López Sánchez, también castellano viejo, catedrático de Disciplina eclesiástica en la Universidad de Sevilla, y también en su discurso, no menos superficial y más pesado, de ingreso en la Real Academia sevillana de Buenas Letras.

Al Obispo de Jaén, D. Manuel González Sánchez (1825-96), natural de Sevilla, elocuente, famoso por sus elogiadas pastorales, se debe La filosofía católica comparada con la racionalista (Sevilla, 1874).

Conocidas las aficiones filosóficas del magistral de Huesca, D. Valero Palacín y Campo (1827-95), por su Testamento de un demócrata cristiano (1869), escrito de circunstancias, a nadie sorprendió con la publicación de otros libros entre ellos, Armonía y dependencia entre la razón y el catolicismo (1870), Conferencias casuales con un eminente ateo y La Grande Empresa malograda, entendiendo por la gran empresa la civilización de la Humanidad. «La civilización, escribe, consiste en que en cada nación vea conseguido todo su fin la sociedad: entre la [423] Iglesia y el Estado se ha de poner cima a la empresa.» Palacín es un escolástico batallador, y en su otra obra La Verdad, la Bondad y la Belleza, afrenta del panteísmo actual (1884), la emprende con Kant, Hegel y Krause, procurando aniquilar con su dialéctica todas las encarnaciones del moderno racionalismo.

Aunque ninguna novedad ofrecen sus obras, puede completarse esta enumeración citando a Gabriel Casanova y su Cursus philosophicus ad mentem D. Buenaventurae et Scoti (1894).

D. Alejandro Pidal y Mon (1846-913), que en su libro Santo Tomás de Aquino (1875) se muestra elocuente apologista y sostuvo reñida controversia con Menéndez y Pelayo, defendiendo el tomismo, y D. Manuel Polo y Peyrolón (1846-918), también apologista en su Elogio de Santo Tomás de Aquino (1880) y formidable polemista e impugnador del darwinismo, cierran el cuadro de los más conspicuos escolásticos.

Tampoco añadieron nada al escolasticismo de fin de siglo la Filosofía cristiana (1897) de D. Ramón Torre Insunza, con encomiástico prólogo de Orti y Lara, ni la Filosofía subjetiva (Granada, 1888), dividido en tres partes: Dialéctica, Crítica y Metodología, obra del catedrático granadino D. José España y Lledó, hombre de claro talento y nada vulgar ilustración, pero el temperamento menos filosófico que he conocido. [424]


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Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 417-423