Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  índice  >>>

Capítulo XVIII
Conclusión

He llegado, como pude, al término de mi propósito. He procurado dar una idea, en rauda pincelada, de cuanto ha producido el pensamiento español. Creo haber expuesto con la posible ecuanimidad, porque la absoluta sólo puede pedirse a las estatuas y nihil humani puto alienum a me, mas no temo haber voluntariamente alterado en mi espejo el fondo de ningún sistema ni la doctrina de ningún filósofo.

Tan rígida imparcialidad me proporciona la consoladora esperanza de quedar disgustado con todos. Las personas individuales o jurídicas, sectas o escuelas, olvidan el mérito que se les reconoce y recuerdan la deficiencia que se les señala; aspiran a la apología y reniegan de la justicia; buscan confesores y no críticos. Disgustar a todos se me antoja el supremo éxito de un historiador.

Tampoco juzgo haber dejado en la sombra hecho substancial, si bien sólo haya indicado casi con el dedo aquellas obras y aquellos autores que en mi opinión no brindaban suficiente originalidad para más pausada mención y habrían estorbado sin utilidad el paso de mi investigación.

¿Estoy satisfecho de mi trabajo?

Por su intrínseco valer, no. Aurum et argentum non est mihi, quod ego habeo tibi do.

Sí lo estoy, porque no contando con afortunados precursores, careciendo de fuentes totales, ya que no de algunas parciales, sin hallar siquiera trazada el área para mi [544] edificación, he tenido que poner los cimientos, acotar el terreno, trazar el plano, buscar los materiales y levantar en pequeño toda la fábrica, desde la base hasta la cúpula. El que siga mis pasos hallará dominado lo más áspero y penoso de la labor. Le bastará, si es más joven, con ampliar el cuadro; si es, y lo será, más docto, no tendrá más que corregir mis yerros.

Sólo con facilitar la obra para otros de mayores alientos y competencia, creo haber prestado un no despreciable servicio a mi país. Y si así no fuera, no me lo digáis, os lo ruego. Dejadme morir con la dulce y senil ilusión de no haber sido enteramente inútil.

E il naufragar m'e dolce in questo mare.

Y puesto que, según el Eclesiastés, «andando alrededor en un cerco por todas partes el espíritu, va y vuelve a sus rodeos», ha sonado el instante de regresar al punto de partida, y preguntamos de nuevo: ¿Ha existido una filosofía española?

Sea cual fuere mi personal opinión que, por mía, nada vale, la buena fe científica me retrae de emitirla ahora, aun cuando no hago de ella misterio y me propongo expresarla con tanta modestia como diafanidad. Ni siquiera intentaré ahora sugerirla, para que hable libre de todo prejuicio el estado de conciencia que la lectura, en combinación con su natural sentir, haya producido al paciente lector.

Mas antes de responder con categórica conclusión a la pregunta, se impone despejar algunas cuestiones previas, de cuyas resoluciones parciales dependerá la definitiva sentencia.

¿Han existido en España filósofos de tal altura que sólo sus nombres basten para constituir una filosofía? Al negarlo rotundamente, dice el Sr. Revilla (Rev. Cont., Agosto 1876): «... como no se nos debe ningún gran descubrimiento, ninguna hipótesis fundamental, ninguna obra de [545] esas que hacen época, todo el cúmulo de nombres propios que pueda citar el Sr. Menéndez, no basta a demostrar nuestra afirmación de que en la historia científica del mundo no suponemos nada. ¿Quiere una prueba de ello el Sr. Menéndez? Pues vea el lugar que nuestros científicos ocupan en los libros que de la historia de la ciencia tratan, y verá que al paso que no se concibe una historia de la literatura en que no se hable de Cervantes, o una historia de la pintura en que no se mencione a Murillo, no peca de incompleta una historia de las ciencias positivas en que, o no se mencionen, o, de hacerlo, sea en lugar secundario, a los científicos españoles».

Frente a tan audaz negativa, presentan Menéndez y Pelayo, Laverde, Castro y demás apologistas, los nombres de Séneca, Ibn Gabirol, Maimónides, Averroes, Tufail, Suárez, Montoya, Fox Morcillo, Pérez y López, Balmes...

Si se estima que los pensadores hispanos poseen valor suficiente, propondré la segunda tesis, a saber: ¿Es tan relevante el mérito de ellos, que no se pueda escribir la Historia de la Filosofía prescindiendo de sus nombres? ¿Han iniciado alguna nueva dirección filosófica? Cuando los apologistas nos hablan de senequismo, lulismo, vivismo (vivesismo diría yo, no por enmendar la plana a D. Marcelino, a quien respeté vivo y venero muerto, sino porque si a los secuaces de Molinos se apellida molinosistas, no molinistas; si los prosélitos de Martínez se denominaron martinecistas y no martinistas, los discípulos de Vives deberán llamarse vivesistas), pereirismo, suarismo... ¿nos hablan de realidades históricas? A lo que responde Revilla:

«¿Conoce el Sr. Menéndez vivistas o pereiristas fuera de España, como conoce hegelianos y kantianos en todos los países cultos?... No puede decir que hay una verdadera filosofía española, ni siquiera que hay un filósofo español que pueda colocarse a la altura de los grandes filósofos que hacen época en la historia y habrá que reconocer que, en filosofía como en ciencias, sólo tenemos algunos estimables ingenios de segundo orden, muy dignos de consideración [546] y respeto, pero que no nos autorizan a hablar pomposamente de ciencia o de filosofía española.»

«No existe una creación filosófica española que haya formado una verdadera escuela original de influencia en el pensamiento europeo, comparable con las producidas en otros países» (Rev. Cont., Agosto 1876). A lo que agregó, deponiendo todo eufemismo, desde la Revista Europea: «La filosofía española es un mito.»

A tal explosión del crítico español, replica un escritor francés, Mr. Chevalier, desempolvando los argumentos ya esgrimidos por los autores citados y añadiendo por su cuenta: «Bien plus, on pourrait prouver, je crois, que l'Espagne a été, en philosophie, une iniciatrice, et qu'elle a suggéré, peut-être même inspiré, la pensée la plus intime de quelques uns des grands systémes dont l'Europe mo-derne s'enorgueillit... Nous avons, nous autres philosophes, plus à apprendre aujourd'huí que jamáis de l'Espagne.»

No puedo menos de expresar la gratitud que tan clara reivindicación merece.

En lo que no puedo coincidir es en el concepto de la filosofía. Para Chevalier la filosofía no parece ser una ciencia, sino algo vago, procedente del concepto ético de las escuelas decadentes helénicas, «la sagesse, l'art d régler sa conduite sur des principes, d'orienter sa vie vers le vraie, de penser purement et profondément ce qu'on fait et de faire aussi ce qu'on pense et qu'on veut aprés l'avoir pensé...» Todo esto es muy filosófico, pero no es la filosofía.

Si el concepto científico de esta rama del saber coincidiera con el de Mr. Chevalier, los estoicos y los spencerianos, el fondo de la controversia equivaldría a discutir si los españoles tenían o no tanta capacidad mental como los demás ejemplares de la raza blanca. Planteado así el tema, no cabría por nuestra parte más discusión que el desprecio.

Porque, en verdad, la filosofía es a las otras ciencias lo que el disco de Newton a los siete colores del espectro, [547] alma y savia de todos los conocimientos, sanción y corona de todo aprendizaje, única garantía del carácter científico de toda disciplina, mas no menos, y precisamente por la elevada misión reconocida, una ciencia especial con sello propio, objeto privativo, facultades peculiares y genuinos procedimientos que la individualizan en el esquema de la ciencia.

La filosofía en cuanto ciencia de los principios racionales inaccesibles a la observación, no se resigna a conocer escuetamente el fenómeno y se esfuerza por saciar la sed del espíritu siempre afanoso del noúmeno. Es, por tanto, el sistema de los conocimientos apriorísticos. No estudia hechos, sino leyes. Prescinde de la mudanza, indaga lo que es.

El desenvolvimiento orgánico del contenido de la metafísica, va engendrando ciencias particulares, de donde se infiere que la filosofía es una ciencia enciclopédica, teniendo por finalidad el estudio de lo absoluto, por órgano la reflexión y la ordenación por método. Así, mientras el sabio erudito observa los hechos, los aprende y los describe, el sabio pensador los enlaza y los explica. La necesidad, hondamente sentida, de explicar el fenómeno, nos confirma la deficiencia del conocimiento experimental y patentiza la realidad e individualidad de la filosofía como ciencia especial.

Con toda claridad dibuja esta condición el cardenal Mercier: «Las ciencias particulares, aun en la hipótesis de que ellas fueran coextensivas a todas las cosas, no puede pensarse que absorbieran en sí el universal contenido del pensamiento. La ciencia está constituida y diversificada por su objeto formal. Es así que la Filosofía tiene un objeto formal distinto del de las otras ciencias particulares, luego ella tiene un lugar particular, el principal entre las ciencias que puede cultivar el hombre. Adviértese al punto la objeción que contra esto cabe. ¡La metafísica no es una ciencia!, puede decirse. ¡Error grande! La metafísica es una ciencia particularísima. [548] Sin ella es imposible la verdad de las otras ciencias.» (Lógica, Intr., I.) Y porque es una ciencia, se opone a los conocimientos populares, a las creencias al conocimiento histórico y a los conocimientos inciertos y conjeturales.» (Lógica, Intr. I.) Y añade el sabio prelado: «La filosofía tiene su existencia propia como ciencia. No debe a la Revelación ni a la Teología sus principios de investigar y demostrar, ni sus métodos» (II).

El mismo detractor de la metafísica, el autor del Cours de Philosophie positive, se ve constreñido a admitir una ciencia especial de «généralités scientifiques».

Si se admite la realidad de las escuelas filosóficas españolas y se resuelve que sin su estudio no puede escribirse la historia general del pensamiento humano, queda otra proposición para esclarecer: ¿Presentan los escritores de filosofía en nuestra península un sello o carácter común que los distinga entre los demás y delate su origen y naturaleza?

Negaba D. Alejandro Pidal la realidad de un pensamiento nacional con estas palabras: «La existencia de filósofos en un país, ¿autoriza para bautizar con su nombre a un organismo científico, cuando no se considera el aspecto histórico de la ciencia?... En este sentido no se puede decir que hay filosofía española, pues la única nota característica de gran importancia que une a casi todos nuestros filósofos y sistemas es la del catolicismo; pero esta nota, considerada sólo, por decirlo así, negativamente, es muy vaga y no basta para dar carácter a una filosofía.»

Alejandro Pidal, más fogoso que profundo tomista, confunde la religión con la filosofía. Además, olvida que el catolicismo, por su nota de universalidad, no admite sello nacional alguno.

Aunque el catolicismo fuera una filosofía y no una religión, habría transmitido comunidad de carácter, no sólo a la filosofía española, sino a toda la europea durante la Edad Media y, producida la Reforma, a la de todas las [549] naciones latinas. El catolicismo no cabe en las fronteras de una nación.

Seguramente van mejor encaminados los que buscan la unidad en el sello realista característico del carácter español. El poema castellano, desprovisto de máquina épica; la novela picaresca sin elevados ideales; los cuadros históricos de Velázquez; los ángeles rosados de Murillo; la escasez de metafísicos y la prodigalidad de moralistas, ascéticos y políticos, sin que se oponga el fenómeno de un misticismo esporádico y pasajero de origen exótico, todo revela propensión realista, entendiendo esta palabra, no en el sentido filosófico, en el que le atribuyeron los antinominalistas medioevales, en el que llamaba Krause realismo racional, sino en el de inclinación a lo práctico, a lo útil y de inmediata aplicación.

Pero me asalta el temor de que el argumento se vuelva en contra, porque si la verdadera filosofía es la que ataca el problema ontológico y el lógico, el Ser y el Conocer, la Metafísica y la Lógica, esta modesta posición de atenerse a lo práctico, ¿no podría revelar ineptitud para elevarse a más altas esferas de la especulación?

No lo creo. Me consuela pensar que ese sentido práctico no es español, sino meramente de alguna región. Contra la incapacidad de idealizar, protesta la levantina con el Doctor Iluminado y algo con Balmes; protesta Aragón con el idealismo de Servet; protesta Andalucía con sus grandes idealistas Tufail y Gabirol, no por su raza semítica menos españoles que los de estirpe germánica, y con Fox Morcillo, que vivió fuera de la órbita intelectual realista de Castilla.

Todos ellos se preocuparon del tradicional verso escolástico

Quis? quid? ubi? quibus auxillis? cur? quomodo? quando?

Se ha argüido que tampoco Séneca, español y andaluz, ascendió a los nimbos de la idealidad, mas se olvida que [550] Séneca formaba en la milicia estoica, escuela decadente y antimetafísica, como la epicúrea, pues partiendo ambas de la unificación de los conceptos materia y forma, se distinguen en que la primera otorga preferencia al elemento inteligible, por lo cual formula una moral rígida, en tanto que la segunda erige en doctrina el egoísmo. No se trata, pues, del sentido práctico de un español; se trata del de toda una filosofía que donde menos florecía era en España.

En igual caso se hallan otros eminentes filósofos béticos, como Suárez y Ruiz de Montoya, a quienes la reja de la cárcel escolástica no permite desplegar las alas de su genio.

D. Federico de Castro cree hallar un carácter unitario, más pronunciado dentro de la escuela o tradición andaluza, en la tendencia a indagar el principio superior que ha de resolver las antinomias particulares, sin fusión ni supresión de términos, antes bien, confirmándolos y justificándolos en la suprema unidad.

De todas suertes, la cuestión se presenta muy compleja para permitirme arriesgar soluciones sin previa y detenida meditación. Así como no hay teorema que no se eleve, si ahondamos, a la cumbre metafísica, no existe dificultad resoluble fuera de su todo. La filosofía es la actividad mental asestada al conocimiento de lo permanente, de la razón última de las cosas; es decir, un modo de la actuación intelectual, algo abstracto en nosotros, pero en realidad manifestación de entidad orgánica superior.

El mismo recelo que me obligó a reducir las proporciones de este ensayo, emprendido en el ocaso de mi existencia, temeroso de no verlo concluido, me constriñe ahora a confiarlo a las prensas antes de componer lo que podría constituir una segunda parle, y será, si el tiempo y la salud lo permiten, obra substantiva e independiente.

Me propongo decir cosas tan graves, tan originales, o si este adjetivo parece presuntuoso para mi pequeñez, tan extravagantes, tan lejanas del común pensar, de la [551] gravitación de lo convencional, que no me atrevería a expresarlas sin el acompañamiento de robustísima prueba, sin ampliar el paronama sobre que han de converger las miradas, sin penetrar hasta la entraña del problema vital de la nación,

Circunstancias de la vida favorecen la publicación de libros, más hijos de la ocasión que de nosotros. Sin embargo, todos los hombres llevan un libro, que rara vez escriben, en las profundidades de su espíritu. La diferencia entre los genios y los autores de talento consiste en que los primeros escriben su libro; los segundos escriben muchos libros, pero no el propio.

Más me deleita el Tasso que el Dante. Sin embargo, venero más al Dante que al Tasso, porque éste trazó el poema de las Cruzadas y aquél quemó las páginas de su poema con las llamas del infierno que ardía en su corazón.

Si Cervantes no hubiese compuesto más que las piezas teatrales, La Galatea, Las Ejemplares o El Persiles, siendo quien era, yacería obscurecido entre la turba de medianos o apreciables escritores; pero compuso el Quijote, su libro, el que inconscientemente latía en el claustro de su alma y ya había apuntado, sin hallar aún su forma propia, en El licenciado Vidriera, y el adocenado escritor escaló de un salto el trono de una literatura y se codeó con los príncipes de todas. Si cada hombre redactara su obra, la suya, la humanidad poseería una literatura de dioses. Yo también en mi humildad he escrito libros, pero mi libro está por escribir. ¿Lo escribiré? ¿Quién puede responder del mañana, y más en las postrimerías de la vida? ¡Quién sabe si ya no debiera estudiar sino, como los gladiadores romanos, la manera de caer!... [552]


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
www.filosofia.org

© 2000 España
Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 543-551