Marcelino Menéndez Pelayo | Principales ediciones 1 2 3 4 5 |
Los 23 volúmenes del Epistolario
La edición completa del epistolario estaba ya prevista por Pedro Sáinz Rodríguez, cuando decretó la Edición Nacional en 1938. Sin embargo, quizá porque, a pesar de la fiebre menéndez pelayista orquestada en 1956 con ocasión del centenario de su nacimiento, el aprovechamiento político del santanderino estaba ya agotado y eran otros los vientos desarrollistas que comenzaban a soplar, no se llegó a publicar el epistolario dentro de la edición nacional patrocinada por el Estado. El asunto quedaba para la iniciativa privada. Y fue precisamente el propio Pedro Sáinz Rodríguez quien, más de cuarenta años después, restaurada por fin la monarquía borbónica, ahora en su calidad de Patrono-Director de la Fundación Universitaria Española, impulsó la definitiva edición integral del epistolario, que fue encargada a Manuel Revuelta Sañudo, director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Sáinz Rodríguez escribió en la «Advertencia preliminar» al tomo primero: «Con esta publicación del Epistolario de D. Marcelino por la Fundación Universitaria Española pretendo completar una obra, cuya publicación inició el Instituto de España y que, por motivos políticos, pasó a formar parte del programa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, quedando en el olvido la procedencia de esta iniciativa.» (págs. vii-viii) Entre 1982 y 1990 se publicaron los 22 volúmenes que completan el Epistolario (todos por la Fundación Universitaria Española, de Madrid, en tomos de 13'5x20'5), y en 1991 apareció un volumen 23 que contiene los Indices. Los 22 volúmenes contienen un total de 15.299 cartas a y de Menéndez Pelayo (incorporando, por supuesto, el contenido de todos los epistolarios parciales publicados con anterioridad). El volumen 23, incluye un índice de correspondientes, un índice temático y un índice temático de Menéndez Pelayo.
Es una lástima que, sobre todo en los últimos tomos, se abuse más de la cuenta de los extractos, y no se ofrezcan las epístolas en su literalidad. También dejan bastante que desear los índices onomásticos y de asuntos que acompañan cada tomo, pues si bien representan una gran ayuda, al no ser exhaustivos, pueden confundir a un usuario apresurado que no se tome la molestia de cotillear cada una de las páginas de los 22 volúmenes [por suerte la edición digital permite desde 1999 ignorar esos índices mediocres]. Se sabe de la existencia de cartas cuyos propietarios no han querido colaborar en la edición (para que no se remuevan en sus tumbas algunos antepasados que podrían quedar mal parados), y se sabe de ciertas cartas que fueron discretamente eliminadas por editores que gustaron ejercer de censores o de custodios de cándidas privacidades, cuyo contenido se perderá para siempre cuando se rompan los mecanismos de la transmisión oral.
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