Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Consideraciones sobre la Sociología
X, 13 febrero 1900

 

Al inteligentísimo cultivador e infatigable propagandista de ideas progresivas, Salvador Velázquez de Castro. {1}

Inventada la palabra sociología por Comte y aceptada por H. Spencer, ha venido a designar el conjunto de investigaciones y teorías referentes a la vida de las sociedades, a la vida humana tomando el concepto vida humana, no en el sentido abstracto, sino en el de fuerza concreta, que pasa de unos a otros estados, evolucionando sin cesar, aunque no siempre en sentido progresivo.

Estas evoluciones, estos cambios, estas posiciones vanas de la vida humana, obedecen a leyes, como todo movimiento y toda vida. Y el estudio de estas leyes y su aplicación concreta en sociedades determinadas constituyen el objeto de la Sociología.

Viene a ser, por tanto, la ciencia paralela de la Biología, una prolongación de ésta por el enmarañado campo de la vida humana.

Y puesto que la vida humana es el material de la historia, también puede decirse, de acuerdo con el doctísimo catedrático de la Universidad de Sevilla, señor Sales y Ferré, que la Sociología es «la filosofía de la historia despojada de un sentido metafísico y tomada en sentido experimental y práctico».

Claro es que la economía política, como parte de la economía social, las costumbres que caracterizan los grupos humanos, los cambios en la constitución de la familia, el plan, la patria, la tribu, la ciudad, el pueblo y la nación, todo cuanto se refiera a la vida humana, como fuerza concreta que evoluciona y cambia sin cesar, pertenece a la Sociología.

Nada de esto, como es de suponer, lo invento yo; ni nada de esto tengo que enseñar a los lectores de X. Sin embargo, como es probable que sigan a este artículo otros varios sobre el mismo tema, de tal modo que constituyan una especie de compendio de Sociología, con las observaciones y conclusiones que mi pobre espíritu me sugiera, he creído conveniente proceder con algún orden científico.

¡Cuántos errores –y esta es la primera observación que se me ocurre– desvanece esta ciencia! Como la Geología instruye sobre la antigüedad y formación de nuestro globo, y la Prehistoria sobre la índole de los primeros hombres y la manera de constituirse en sociedades, como la Psicología Fisiológica nos da a conocer la fenomenología de la superior actividad de nuestro organismo, aclarando si no el qué de nada –cosa que jamás ha logrado ni logrará ciencia alguna– muchos cómos que antes eran misteriosos, precisamente porque se trabajaba en el imposible de conocer las cosas en sí mismas, en penetrar la esencia, según decían los escolásticos, despreciando el accidente, la función, el fenómeno, la fuerza activa y concreta, que es lo que nos importa y lo que podemos someter a nuestro estudio, así la Sociología, ciencia práctica, sistematización de las manifestaciones de la vida humana en las colectividades sociales, análisis y síntesis de lo que hay dado en la historia de los pueblos, descubrimiento por inducción y analogía de lo que ha debido suceder en un pasado remotísimo y previsión de lo que puede ocurrir en lo futuro, se ofrece al amante de la ciencia y al amigo de la humanidad, como auxiliar poderosísimo de su pensamiento, como guía de sus métodos, como amplificador de sus ideas, como esclarecedor de sus dudas, como fuente inagotable de su propio pensar; ni siquiera no se ofrezca todavía ese conjunto de conocimientos con las condiciones de una ciencia precisa y cierta.

¿Se quiere hacer la crítica de la sociedad presente, poniendo a la evidencia sus defectos, sus errores, sus vicios, sus contradicciones?

La razón, la sola razón haría mucho en este campo. Pero ¿qué no hará la razón apoyada en la experiencia histórica?

¿Se quiere trazar un plan de reformación social, y se duda sobre la posibilidad de que ciertas costumbres varíen, de que ciertas formas cambien o desaparezcan, de que ciertos sentimientos e ideas puedan ser sustituidos por otras ideas y otros sentimientos? Se quiere saber qué es lo fijo y qué lo variable en el corazón humano? La Sociología ilustra sobre todo esto; con sus datos indica soluciones, si no de inmediata aplicación práctica, de indudable realidad teórica.

Antes de hacer afirmaciones concretas o, al menos suposiciones positivas sobre el porvenir, quiero enunciar una idea que se me ha ocurrido muchas veces y que constituye la base de mi fe en el mañana... cuando tengo esa fe; que muchas veces, combatida por la contemplación de las humanas miserias, huye... para volver luego con el ramo de oliva, símbolo de que hay una tierra que florece y fructifica.

Indudablemente, el hombre tiene un estado natural, un género de vida o una manera de vivir que es propia de su naturaleza.

No diré con J.J. Rousseau que ese estado es el salvajismo; porque si lo fuera la humanidad no hubiera salido del salvajismo, ni saldría nunca. El progreso es un hecho natural.

Ahora bien ¿es natural, o mejor dicho, plenamente natural el estado presente de la humanidad civilizada, y los estados por que pasó antes de llegar al actual? ¿Estaban constituidas con arreglo a la naturaleza las sociedades de las antiguas civilizaciones oriental, griega y romana? ¿Se movía el hombre en ellas, ni luego durante la Edad Media y el Renacimiento y la Revolución, se movía el hombre libremente, ni se mueve hoy tampoco en las sociedades contemporáneos con arreglo a su naturaleza?

No. Esto lo creemos indiscutible. Una sola prueba se nos ocurre resumen de todas las que pudieran darse. Si en alguno de esos períodos los hombres hubieran hallado el medio de su vida adecuado a las tendencias de su naturaleza, si lo inminente humano se hubiera convertido en emanente, si en suma, aquellas sociedades hubieran sido perfectas (dentro de la imperfección humana esto es, con perfección finita) aquellas sociedades, hubieran perdurado, aunque aquellas civilizaciones serían las mismas de hoy; sin que pueda decirse que fuerza exterior las destruyera; pues antes que del exterior viene la muerte a las naciones por interiores enemigos, por propia debilidad y descomposición. Además el continuo desasosiego y las múltiples luchas intestinas prueban del mismo modo, cómo aquellos hombres no estaban a gusto, no se sentían bien, no eran felices, ni aún con la felicidad relativa que es asequible y que conseguida hace pacíficos a todos y cada uno de los que en tan dicho caso se encuentran.

La humanidad no halla, pues, la forma natural de su vida en el salvajismo; y naturalmente ha progresado a partir de él, sin haber encontrado todavía su estado natural.

Pues bien: yo creo que, o se predica que el hombre no puede ser feliz nunca y se reniega de la humanidad pasada, presente y futura, o hay que creer en el advenimiento de ese estado natural.

Pero aún no es eso lo que quiero decir. Lo diré enseguida. Yo creo que el progreso consiste en ir cediendo la humanidad a la atracción que ejerce el ideal –más o menos confuso, vago e incompleto de perfección– estimulada también por el sufrimiento que implica la no satisfacción de las diversas tendencias individuales y colectivas; y esto a trueque de despojarse de realidades naturales, de destruir formas concretas de la libertad, de disipar elementos positivos de ese estado total y pleno de naturaleza.

Pero como a conseguirlo se va, como en la realización de ese estado consiste la felicidad, el alejamiento de aquellos puntos más cercanos a la naturaleza no es rectilineo, sino curvilineo. Esto es, el progreso es un círculo.

Después de mil vueltas por camino tortuoso, irregular, con múltiples bifurcaciones –considerado en el detalle y en cada una de las etapas progresivas de su inmenso trazado– después de mil pequeñas rectificaciones sobre cada una de las etapas progresivas que parecen justificar el dicho de que la historia es un plagio, después de subir a Tabores luminosísimos y a Calvarios fortificantes, y de bajar a lugares cenagosos, y encerrarse en estrechas hondanadas, después de horribles caídas y de trágicos levantamientos la humanidad volverá a su punto de partida en las formas, aunque perfeccionada en el fondo. La civilización no traza una línea indefinida,sino un inmenso círculo cuyo recorrido es el progreso, el cual puede compararse a un inmenso alfabeto cuyas letras hayan sido cada vez más grandes y mejor trazadas.

No quiere esto decir que, llegada la humanidad a ese perfecto estado de naturaleza, quede en él petrificada, con perfección de edificio arquitectónico concluído e inconmovible, no. La vida humana es movimiento, y donde hay movimiento hay cambio. El hombre es imperfecto y jamás dejará de serlo. Lo que quiero decir es que la forma social, la manera de relacionarse entre sí los hombres quedará, al llegar a ese supuesto estado de naturaleza racionalizada, definitivamente establecida. Variarán las relaciones particulares. Cada acto humano seguirá siendo distinto de los demás; pero habrá desaparecido ya todo lo artificioso que provisionalmente ha ido sirviendo, al instaurarse, y estorbando, cuando su misión ha estado cumplida. No habrá huido el dolor de la tierra; pero se habrán cegado multitud de fuentes, de las que hoy manan raudales de hiel amarguísima.

Señalar estas fuentes e indicar cómo y por qué medios han de cegarse, será materia de otros artículos, en los que procuraremos, también, ir aclarando y robusteciendo la teoría que dejamos expuesta; la cual no queremos hacer pasar por original, aunque lo fuera al ser concebida en la ignorancia de casi todo lo pensado sobre estas cuestiones; porque es muy antiguo y cada vez más exacto, aquello de nihil novo sub solem.

De todos modos, me propuse ser un discreto recopilador y voy resultando, por deficiencias de voluntad, no del deseo y quizá por escasez de conocimientos un pródigo desembuchador de todas las ocurrencias que tenía guardadas en la pobre mollera. Aquí encaja, como anillo al dedo, la vulgar frase: lo siento; pero no puedo remediarlo.

También siento, y pudiera remediarlo, aunque no quiero, que tan pésima obra vaya dedicada a tan excelente escritor como el que honra con su nombre la cabeza de este trabajo. Y digo que no quiero remediar este desaguisado, porque no tengo ¡ay! la seguridad, ni aun el más leve barrunto, de poder hacer nada que sea mejor, o aunque quizá tampoco pueda hacerlo peor, porque no quepa.

Blas J. Zambrano

{1} Probablemente se refiere a D. Salvador de Castro y Pérez, quien fuera catedrático de Terapeutica en la Universidad de Granada y Académico de la Real de Medicina, autor de una amplia bibliografía. (N. del E.)

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 66-70