Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Idealismo y Realidad
El Heraldo Granadino, 26 junio 1899

 

Todas las revoluciones que han transformado la vida de los pueblos, han surgido por impulsos económico-colectivos, como si quisieran los hechos recordarnos, con su abrumadora elocuencia, la identidad fatalísima existente entre lo ideal y lo real.

Esta identidad tiene tres momentos en el tiempo correlativos a tres posiciones en el espacio, a tres modos en la existencia, a tres aspectos en la razón.

Es el primero una correspondencia armoniosa entre la realidad y la idea; momento que el ansia constante de lo mejor reduce a cantidad limitadísima, casi tan inextensa e indefinida como la del presente puro.

En el segundo, la idea más dinámica, se adelanta al presente, busca el porvenir y a él se une merced a la intuición; y es el tercero, la fusión de lo ideal con lo real, cuando el ideal toma cuerpo y encarna en lo real.

No creemos oportuno indicar, ni lo haríamos con la brevedad y competencia exigibles, hasta qué punto el espejismo de lo bueno se mezcla a esa visión anticipada del futuro, ni qué consecuencias prácticas resultan de la eterna evolución del vivir.

Sea de ello lo que fuere, al aproximarse ese último momento de que hablábamos, surge una magna cuestión, y es que no hay posibilidad alguna de crear, sin destruir. Chocan dos fuerzas opuestas: la voluntad de vivir de lo llamado a nacer, la voluntad de seguir viviendo de lo que nació y vive.

Esta supervivencia de lo caduco, es la causa ocasional de que las revoluciones no sean pacíficas.

Y existe, entre otros muchos aspectos, uno importantísimo que considerar en este acto complejo y final de un proceso evolutivo que se llama revolución; y es que, mientras el pueblo en que se vaya gestando el ideal que ha de informar el porvenir sea más estático, bien por escasez de cultura, bien por exceso de represión autoritaria, se acumula la mayor cantidad de ideas y de necesidades; y cuando la revolución estalla, tiene que ser forzosamente más honda y formidable, si una contrarrevolución apoyada en elementos atávicos y sirviendo de escudo a los intereses acabados de suprimir legalmente, pero aún vivos, no se vale de las fuerzas engendradas por el trabajo revolucionario para producir un retroceso.

Relacionando lo antes dicho con el actual estado de España, considerando el retraso de su cultura, en relación a lo que exigen sus necesidades, la completa corrupción de sus costumbres públicas, incompatibles con el buen gobierno; la reacción religiosa que intenta extenderse aquí con amplitud después de haber pasado por el resto de Europa como una ligera ráfaga de misticismo literario, la indefensión de nuestro territorio, el estado de nuestra agricultura, todavía en el período romano, lo raquítico de la industria, la poca extensión del comercio, todo lo cual tiene ahora en la obra económica del señor Villaverde cumplida representación y acabada síntesis –pues, en último término, la Hacienda de un país es el país mismo representado en cifras– y viendo, de otro lado, los anhelos de cultura científica y práctica experimentados, el ansia de libertad sin coacciones ni trabas, por las conciencias ilustradas y las plumas no venales sentida; los deseos de que se ponga la patria, no en condiciones de guerrera defensa –que esto es completamente imposible y absolutamente inútil cuanto en esa dirección se hiciera, dados los costosísimos armamentos requeridos hoy por la ciencia militar– en condiciones de independencia moral y de material riqueza, que suple ventajosísimamente tales artefactos, ya que con pueblos viriles y ricos nadie se atreve; finalmente, la necesidad de que se de grande impulso al desarrollo de la riqueza y al empleo de la actividad al trabajo útil, no será osado preveer que, pese a la indiferencia general por otros ideales y no obstante la debilitación del sentimiento patrio, una revolución honda y trascendental se avecina, traída, no al mágico conjuro de una palabra, símbolo de un ideal y verbo de un sentir; impuesta por la necesidad ineludible de las cosas, trabajada por el interés y provocada por el hambre.

* * *

Los mantenedores de la idea deben sembrar en ese campo, valerse de esas fuerzas que la fatalidad les trae, empujar esas masas, hambrientas del pan del estómago, hasta el altar donde se comulga con la hostia del ideal.

Así se logrará la unión de intereses e ideas; las necesidades del espíritu pactarán alianza con las necesidades de la materia.

El ideal se habrá acercado a la realidad nueva, y fortalecida con la doble unión –la unión mística con el cercano porvenir y la unión práctica con el presente insurreccionados– podrá presentar batalla a lo caduco, a lo inmoral, a lo reaccionario, a lo débil, lo ruinoso y lo podrido.

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 78-79