Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

A «Vosotros»
Nuevos Horizontes, 1912, páginas 49-53

 

No creáis que os felicito por el hecho puro y simple de ser republicanos, aunque...

Quiero deciros que vuestra conducta no me parece meritoria porque profeséis el credo democrático en la forma más racional, la República. La calidad de la opinión como estado puramente intelectual no es meritoria ni demeritoria. Ya lo ha dicho el propio Maura: «el pensamiento no delinque». Y claro es que ni se delinque por pensar A no se practica acción meritoria por pensar Z. Afirmar lo contrario sería fundamentar la legitimidad de las penas inquisitoriales.

Y no creáis –me parece oportuno hacerlo constar– que el «aunque...» anterior va contra esto; significa otra cosa: significa que se hace bien en manifestarse republicanos, siéndolo, y que se hace mal con no manifestarse, siéndolo también, como lo son, a mi juicio, el noventa por ciento de los españoles.

Y de aquí arranca vuestro mérito, o la parte fundamental de vuestro mérito, porque ostentar la idea republicana, sinceramente profesada, en una República, o en una ciudad como Barcelona, Valencia, La Coruña, es acción rectamente moral, mas de escaso mérito, por el poco esfuerzo voluntario que supone; mientras que ostentar esa misma idea en una ciudad sometida a opresor caciquismo, y en donde era pecaminoso, depresivo, casi bochornoso ser republicano, según el modo de ver de la mayoría de las personas colocadas en esa posición social superior, desde la que, aun sin pretenderlo por la sugestión de las alturas, se dirige la vida social, es ya tener valor probado en la hoja de servicios de esta milicia que es la vida entera.

¿Y habré yo contribuido en algo a semejante resultado?

Ya sé que por ahí se me achaca este mérito, o se me cuelga este sambenito, según quien hable; y sobre todo esto he decir:

Que, como vosotros sabéis, no era el sillón de mi escuela tribuna de ningún ideal político; de allí salían únicamente estímulos a la rectitud, a la veracidad –¿recordáis?– al valor moral de expresar libremente, y por encima del parentesco, o la simpatía, y por encima, desde luego del «magister dixit», las opiniones de cada uno, en aquellas votaciones para conceder puestos y en aquellos tribunales escolares, que recordaréis con melancólica dulzura; había allí una exposición constante de los deberes del patriotismo y las obligaciones de la ciudadanía, condenándose desde el pequeño fraude en los impuestos hasta la indiferencia por la marcha de la gobernación del Estado, y se hacía, en las lecciones de Historia, la crítica, breve y de sentido común, de los poderes absolutos y la afirmación del progreso político, cumplido, a través de los siglo, en armonía con el progreso general humano.

¿Que como consecuencia de todo esto, y especialmente de lo primero, pues estas últimas afirmaciones eran de carácter muy general, poco repetidas, y frías, a fuerza de imparciales, que como consecuencia de todo esto habéis «salido republicanos»?

Entonces es magnífica la idea republicana. Quien, sabiendo lo que se hacía en San Francisco, aunque con hacer defectuoso, diga que por ello sois republicanos, hace una tácita, formidable apología del republicanismo.

No; un maestro de primera enseñanza, ni aun de los primeros años de la segunda, no puede –aparte de que tampoco debe– hablar a sus alumnos como si estuviera en una permanente reunión de propaganda política.

He dicho que no debe tampoco. Sería tal proselitismo un acto de coacción moral, un abuso de autoridad respecto a los niños y de confianza respecto a la sociedad. Sería también estrechar el amplio horizonte que la cultura fundamental ofrece y empequeñecer la finalidad de la educación, que es la de formar hombres, antes que republicanos ni carlistas.

Y eso ya lo he indicado, no puede ser tampoco en una escuela. Se oponen a ello mil dificultades que huelga exponer, pues cualquier cerebro equilibrado las percibe en cuanto fije la atención unos momentos. Una de ellas, la de que los niños referirían en sus casas las predicaciones políticas del maestro.

Ahora bien, que el maestro, sin hacer propaganda de bandería, puede servir a la causa del progreso político del país, es indudable, como puede colegirse de las propias indicaciones anteriores.

Y por el retroceso, ¿puede hoy hacer algo el maestro? No, no puede hacerlo, porque la cultura intelectual y moral constituyen una premisa del progreso político; la otra es el medio ambiente social, favorable hoy a dicho progreso en gran parte de nuestras ciudades y aun de nuestros campos.

El hecho indudable de que tales premisas deduzcan algunas conclusiones opuestas, no encontraría la regla general. Por esto, por esto de que la difusión de la cultura favorece ciertos ideales, es por lo que los estacionarios y los reaccionarios de todos los tiempos han sido, son y serán casi todos, enemigos, más o menos encubiertos, de la difusión popular de la cultura.

Ahí en Vélez tenéis un maestro benemérito, distinguido por su cultura, notable por su inteligencia, admirable por su laboriosidad, quien, no obstante esas condiciones y la de ser amante del general progreso, es, por un contrasentido cuya explicación hay que buscarla en el medio ambiente que le rodeara en su niñez y su juventud primera, un tanto apegado a la tradición. Pues bien, yo os aseguro que de la escuela de ese maestro saldrán muchos y buenos republicanos.

Claro es que si a esos discípulos, luego de salir de la escuela, les rodeara el ambiente propicio a la fe del maestro, puede que, si no en todos, en muchos se verificara aquella contradicción. Pero como al buen desarrollo psíquico y a los gérmenes de extensa cultura adquiridos en la escuela, se juntarán luego las ideas que reinan hoy en los espacios espirituales, como en los espacios materiales reina la luz en el estío; como ahí mismo habéis formado vosotros, en colaboración con los viejos republicanos, un gran ambiente favorable al desarrollo de los ideales progresivos.

Y ya acabo. Sabed que me alegraría que no hubiera entre vosotros uno solo indiferente. Sed blancos, o negros, o rojos: lo que cada cual honradamente piense. Es un mérito indiscutible del señor Maura, que hace recordar a los legisladores de la sabia Grecia, la implantación del sufragio obligatorio. Y como el sufragio es la manifestación de la idea política, puede decirse sin exagerar que hoy es obligatorio tener opinión en tal respecto, aunque siempre haya sido un deber.

Y nadie que piense con cordura podrá ver con malos ojos antes de comenzar por obligación el ejercicio de las funciones ciudadanas, se preparen los jóvenes a ejercerlas. ¿No se prepara el soldado en la paz para el combate, y el profesor en el asueto para la cátedra? ¿No aconseja la Iglesia a los menores de veintiún años el ayuno? ¿No hay para todos los oficios un aprendizaje y para todas las carreras previos años de estudio?

Fortaleced vuestra conciencia, para que ella os dicte de continuo con no desobedecido imperio, según aquella máxima austera: «que tu acción pueda elevarse a regla universal de conducta.»

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 188-191