Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Impresiones de un lector
Nuevos Horizontes, 1925, páginas 113-117

 

Un nuevo libro de versos –de versos poéticos– es una aurora. De todo libro puede decirse otro tanto; pero puede decirse mejor de los libros de poesía; y en calidades humanas lo más lleva anejo el derecho de primogenitura. Llamar el Justo a un ciudadano, no es suponer que los demás carezcan de esa virtud; decir que un libro de Química o de Derecho hipotecario, no es un libro de poesías, no implica en negarles toda posible sugerencia poética.

La luz de la poesía es luz solar, es luz caliente. El alma de la poesía –?no, lectores?– se llama sentimiento; se llama más propiamente, emoción, sentimiento actuante y vibrante, y es su cuerpo de intuiciones y fantasmas. La poesía es arracional, sin ser irracional, o es, si se quiere, la razón de lo sin razón ¿Una razón superior?...

Dejando estas ideas en simple sugestión –pues me apremia el tiempo y el espacio es corto –diré, como primer lector de este libro– primero en orden al tiempo– que en él se suplen, en el grado eminente que se requiere para merecer tales calificativos, las calidades a que hemos hecho referencia: hay emoción, hay fantasías, hay visiones personales, claras y precisas de las cosas. Este libro de versos es un libro de poesía.

Y es cuanto sustancialmente puede decirse de un libro de versos, porque el verso es, y no siempre, el lenguaje de la poesía... si hay poesía; lo que atañe a la moralidad del escritor. Escribir versos que no sean poéticos, es no ser honrado.

Y Mariano Gómez {1} es no sólo honrado, sino muy honrado, lo que equivale a decir que es muy poeta.

Las composiciones que forman este pequeño volumen son intensamente poéticas, y el verso, por consiguiente, plenamente honrado; es el lenguaje sincero de las emociones y fantasías del autor.

Y es muy honrado también por su desdén de la forma más externa, de la envoltura, o sea de la métrica. La otra forma, el conjunto de palabras de que el escritor tiene que servirse para expresar los estados de su alma, no es apenas arbitraria, no es forma, en el sentido vulgar de la palabra, que separa demasiado, como si nada tuviera que ver, ambas realidades inseparables de una existencia.

Un pensamiento, una imagen, una emoción –un pensamiento, en definitiva, porque lo demás ha de intelectualizarse para ser expresado –un pensamiento clara y netamente construido, no tiene sino determinadas palabras para exteriorizarse. Si yo veo en el sol un disco de oro líquido, palpitante, ¿cómo he de decirlo sino así?

Recordad esta expresión poética del libro que acabáis de leer:

«Una luz en las tinieblas –brilló con fulgor inmenso– y al conjuro de la estrella –se hizo holgado mi sendero...– y desde entonces, mi vida tuvo un objeto».

Copio esta estrofa, porque la creo fundamental en la formación poética del autor, y porque el fundamento real que ahí se encubre es el más adecuado. Una estrella, no un fuego fatuo, no una luz fría; una llama ardiente que fulgura a lo lejos –los objetos poéticos, en cuanto tales son siempre lejanos– un objeto luminoso y cálido que se erija en objeto de la vida, no puede ser otro que el que habrás adivinado, lector. El amor es el alma del alma de la poesía. Bellísima y sugeridora estrofa, esta estrofa clara, valiente y delicada del joven poeta. Y esta fusión, no muy fácil, de la delicadeza y la claridad, es una grandísima virtud en un escritor, más estimable todavía, si el escritor es poeta.

No he decirte, compañero lector, que los versos de Mariano Gómez son modernos, «de vanguardia», que dicen, porque eso está bien claro. Sí he de hacer constar que no supongo en el autor filiación voluntaria a escuela o secta poética, lo que, a mi juicio, van en desdoro de sinceridad.

Escriba el poeta lo que sienta y como mejor le cuadre, sin pensar, siquiera si va a resultar con un -ista determinado. Y así creo yo que ha escrito sus versos este joven poeta. El corta los versos donde mejor le parece, y la rima se establece sola, como sea, y el ritmo brota de la misma emoción poética y del buen gusto y el oído del autor.

Hay muy bellas composiciones en este primer libro «Primera salida» del autor al campo de Montiel de la poesía, que es el mismo campo de todo lo noble, si exceptuamos a la alta señora Razón perenne en su trono de reina constitucional.

En «Descubrimiento» hace profesión de subjetivista, otra prueba más de que el autor del libro es verdadero poeta.

«Madre», es una breve jaculatoria plena de amor filial, tierno, respetuoso, acendrado.

Hay también dardos de ironía en este breve y sustancioso volumen, panal melífico del enjambre de ideas que, saliendo del alma del poeta, han libado la emoción en variedad de flores. Estas abejas poseen su fino aguijón hiriente.

«Canónico», es una de estas heridas, en la que el aguijón lleva tanta miel como veneno, condición propia de la ironía culta y noble. Otro ejemplo de amable ironía: «Y las beatas de mi pueblo, –con su razón, me han excomulgado»–.

El «Nocturno de la Inquietud», es, a mi juicio, lo mejor del libro. Poema vibrante de emoción, anhelo inquieto de lo ideal-real, de la verdad última.

Sí: es un poeta Mariano Gómez Fernández, lo que no quiere decir –sino todo lo contrario– que ha de superar en otros libros este bello libro.

M. Gómez Fernández, Primera salida, Imp. Carlos Martín, 1925. Impresiones de un lector, Blas Zambrano, páginas 91-94


{1} Mariano Gómez Fernández (El Espinar 1903-Madrid 1984). Fue abogado y colaborador de la revista Manantial, publicando los libros Fiesta, El sol por otros cielos y este que lleva el eepílogo de Blas Zambrano. Luis Mínguez, o.c., página 349. (N. del E.)

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 284-286