Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Carta de un viejo a una niña
La Tierra de Segovia, 27 junio 1919

 

He aquí, gentil lectora, una carta que hallé en la vía pública, al retirarme a casa esta mañana, desesperado por no haber podido encontrar un asunto, ni una palabra siquiera, que estampar en este extraordinario, que lo será más que en nada, en la honra de ser entregado a la curiosidad del público por las blancas manos olorosas de bellísimas compañeras vuestras. Y no cuento la honra que recibe nuestro periódico al ser leído por vosotras, porque esa ya la otorgais generosamente todos los días; es una honra extraordinaria, menos en el tiempo, puesto que es constante.

¿Quién perdería la carta? ¡Vaya usted a saber! Algún pobre hombre, cargado de años y de experiencia y ayuno de literatura, pero sobrado de buena intención. Algún viejo honesto, que, si de joven quizá no lo fuera, habrá tenido siempre –en la carta se ve eso bien claro– la frente alta y bien puesto el corazón.

Perdone el buen viejo la libertad que me tomo con su extraviada epístola, y atended vosotras, niñas adorables, no a las bellezas de la misiva, que –con perdón de su autor– tiene bien pocas, sino al profundo sentido moral que entrañan sus palabras.

Vedla aquí:

Querida nena: Huyendo del sopor, que acecha las tristes horas de los hombres de mucha edad, me he puesto a escribirte; ya estoy despierto, tan despierto como si me hubiesen quitado de sobre mi corazón y mi cabeza un cuarto de siglo.

Decía... ¡ah! sí, que tu última carta viene perfumada de la primavera de tu vida, que es como si la primavera de todas las vidas y de la vida toda hubiesen vertido en ella el pomo inagotable de su inmortal esencia.

¿Quién es él? Mas ¿qué importa su nombre, qué importa, tampoco, su carrera?

¿Qué importa (aunque ahí tengan estas cosas arcaicas un prestigio poético) qué importa la sangre conocida? Quizá importe en absoluto; pero ¿quién garantiza la ausencia de la degeneración, o de otras causas, que pueden reducir ese valor a cero? Bien sabes, también, que así como hay adulteraciones en lo nominalmente conocido, circulan ricas sangres antiguas, de nombre olvidado, bajo pieles renegridas por el sol, o en las venas de cualquier pobrete ciudadano, bien así como en tosca vasija, sin dorada etiqueta, hay, a veces, excelente vino viejo, hecho en rancias bodegas aldeanas.

No me digas, pues, el nombre, ni la familia, ni la profesión de tu novio. Dime, sí, cómo es.

Averigua sus ideas..., No, tampoco sus ideas.

Ausculta su corazón. Ve cómo siente sobre las cosas humanas. Háblale de todo lo que sepas, de todo lo que oigas, de todo lo que leas.

Háblale mal de tu mejor amiga y de su amigo más bueno; ensálzale un novelón imbécil, a una mujer casquivana y a un necio viejo verde, es decir, a un viejo verde cualquiera; aplaude una venganza; ten rasgos de soberbia con el débil, trata con desprecio a los humildes y hazte de mieles con alguna señora rica, tonta de remate; manifiéstate conforme con las inmoralidades sobre intereses; ocultaciones de riqueza, contrabando, captaciones de herencias, compra de destinos, o de votos; ostenta menosprecio ante el saber y frialdad ante las obras de arte...

Y si no se indigna con tus palabras y contigo, si no hace esfuerzos intensos y sentido porque te desposes, antes que con él, con la razón, la justicia y la belleza, despídelo, déjalo definitivamente.

Porque será un hombre sin consistencia moral y un cerebro vacío.. Habría él de sentir como tus palabras indicaban que sentías, y su inteligencia le habría de dictar claramente que no era bueno que lo acompañaras en sus bajas pasiones, que él, se las sabría, desde luego, de tener talento.

Y tendrá más talento y será más bueno, si, al oírte hablar así, te deja plantada. Es que sabe lo imposible de transformar un carácter, de cambiar, a fuerza de sermones, un corazón; y es, también, que el suyo no puede convivir con uno tan pequeño.

Si ese caso felicísimo llegara, muéstrale esta carta y pídele perdón.

Tú querrías unirte de por vida a un hombre. Pues bien, eso –proceder así– eso es ser un hombre.

No te olvides, con tales precedentes –si no, no– de invitar a la boda a tu viejo amigo, que está un tanto fatigado de la vida, pero un nada pesaroso de haberla vivido a su manera, y que no se cansaría nunca, ni podría arrepentirse jamás, de quererte, de aconsejarte y, sobre todo, de ver que eras feliz.

Por la copia:
B. J. Zambrano

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 287-289