Nuestra Bandera, revista teórica y política del partido comunista de españa
Madrid, enero 1965
número 40
páginas 28-31

Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín,
acompañado de las «notas críticas» de la redacción de «Nuestra bandera»

Una crisis política y social

Lo que está en crisis hoy, repito, es la forma fascista, franquista, de dominación política del capital monopolista; no está en crisis el régimen capitalista ni su expresión principal: el sistema de capitalismo monopolista de Estado. El capitalismo español está en crisis desde un punto de vista histórico, de la etapa histórica que vivimos, pero no en la etapa actual, la que se está abriendo con la liquidación del franquismo. A mí me parece que toda confusión de la crisis [29] del franquismo con la crisis del capitalismo, del sistema de capitalismo monopolista de Estado, sería, me parece, un grave error que dificultaría al Partido y a la clase obrera jugar su papel dirigente de las fuerzas antimonopolistas, que facilitaría las maniobras de aislamiento del Partido y de la clase obrera, que facilitaría al capital monopolista y a su fuerza política la atracción de las clases y capas sociales intermedias.

Los problemas pendientes de la revolución democrática antifeudal agudizan la crisis política del franquismo, pero no ponen en crisis el sistema de capitalismo monopolista de Estado; las contradicciones que implica tienen una salida en esta etapa capitalista, que no es eterna, que llegará a su límite infranqueable en el futuro, pero que durante toda una etapa cuya duración es hoy imposible prever, es una salida real. (Más adelante me referiré a ello).

Cuando se habla de la salida de la oligarquía hay que diferenciar dos aspectos: el contenido esencial de esa salida, o si se quiere, el objetivo esencial de la oligarquía, que es asegurar el desarrollo capitalista del país, salvaguardar el sistema actual de capitalismo monopolista de Estado que es, dicho entre paréntesis, la única forma posible de existencia del capitalismo español hoy. Este objetivo es plenamente realizable en la etapa actual, y no hay condiciones objetivas ni subjetivas para que las fuerzas antimonopolistas puedan impedirlo en esta etapa próxima. Las formas políticas en que la oligarquía trata de lograr ese objetivo, en el marco de la liberalización actual, es muy distinto del que es hoy con la menor participación del pueblo, con un régimen de libertades políticas recortadas, &c. Este es el aspecto completamente problemático, y en el que todo depende del nivel que alcance la lucha de las fuerzas democráticas, y en primer término la clase obrera. Aquí sí que es completamente real la lucha por un régimen político, democrático, cuyas instituciones sean elegidas por el pueblo mediante elecciones libres, con sufragio universal, &c.

La actual correlación de fuerzas sociales y políticas en el país hace que todo eso sea compatible con la pervivencia del régimen capitalista, del sistema del capitalismo monopolista de Estado, con la conservación del poder político por el capital monopolista.

 
Nota crítica

F. C. hace aquí una distinción sutil entre la crisis del régimen político y la crisis del régimen social. En otro momento de su discurso –al oponerse a la fórmula de que «vamos hacia una crisis revolucionaria en que las clases dominantes no pueden seguir gobernando con los mismos métodos que hasta ahora», &c., &c.– F. C. especifica que «no pueden seguir gobernando con los mismos métodos políticos». Su empeño es mostrar que la crisis del fascismo es sólo una crisis política y que esta crisis no afecta para nada a la «rozagante» y «próspera» salud del sistema del capitalismo monopolista, que se siente al contrario tan «fuerte» que ya el franquismo no le sirve y necesita «democracia».

En esta dirección afirma que «los problemas pendientes de la Revolución democrática antifeudal agudizan la crisis política –solamente política– del franquismo, pero no ponen en crisis el sistema» social.

Habría que plantearse en primer término el problema: ¿existe algún tipo de crisis política, incluso la más vulgar crisis de gobierno bajo un régimen parlamentario, que en la inmensa mayoría de los casos no sea reflejo de una crisis social, más o menos grave?

En segundo término: los problemas de la revolución democrática antifeudal, ¿son problemas exclusivamente políticos o son, sobre todo, y en primer termino, problemas sociales, problemas que afectan al régimen social?

Si el Partido habla de una revolución democrática antifeudal y antimonopolista no es ningún capricho, ni ningún anacronismo. Es que en España el régimen fascista representa la dominación del capital monopolista y de la aristocracia terrateniente, aunque el papel de ésta sea hoy más secundario. [30]

Es que el régimen social español se compone de esta extraordinaria mezcla que no se da en ningún país desarrollado: el más articulado capitalismo monopolista de Estado y el más anacrónico sistema de propiedad latifundista.

Y no se puede golpear a la aristocracia latifundista si no se está dispuesto a golpear a los monopolios; no se puede tocar en definitiva a la una, sin tocar a los otros.

Así sucedió durante la segunda República: no se pudo tocar a la propiedad terrateniente sin que la oligarquía financiera se sintiese herida.

Y así sucedió, en 1939, cuando la primera medida de la dictadura fascista fue la contrarreforma agraria.

Y así está sucediendo hoy, en que pese a que todos los economistas más serios reconozcan y proclamen que las estructuras agrarias son un grillete atado al pie del desarrollo económico, la dictadura del capital monopolista no se decide a atacar a la gran propiedad latifundista.

¿Qué es lo determinante en esa crisis que F. C. quiere reducir a la crisis de las formas políticas?

Lo determinante no es que los españoles quieran votar, tener partidos políticos y Parlamento, aunque éste sea un factor político e ideológico de gran importancia.

Lo determinante es la crisis de las estructuras agrarias, la crisis de las formas latifundistas de propiedad; lo determinante es la crisis de las actuales estructuras monopolistas frente a las exigencias del desarrollo económico.

Es esa crisis de fondo social la que determina la crisis política, la crisis de las formas de régimen actuales. No hay forma racional de poner ese muro que eleva F. C. entre la crisis social y la crisis política.

Cierto que todo cambio social comienza por cambios en las formas de gobierno, en las formas políticas. Si un estado de crisis político social no encuentra a las clases y fuerzas que deben resolverla, en condiciones de asumir su misión y de llevarla hasta el fin, entonces puede limitarse a ciertos cambios formales políticos. Pero en tal caso eso no se debería a que la crisis sea exclusivamente política, sino a que las clases que deben resolverla no tienen conciencia de sus intereses.

Esto es lo que F. C. asegura cuando se refiere a la impreparación de la clase obrera y de las fuerzas antimonopolistas. Pero en cualquier caso se trata de dos cosas distintas. De todas maneras parece como si F. C., no muy seguro de que sea verdad que la clase obrera y las fuerzas antimonopolistas no estén preparadas, llegado el momento, quisiera echar un doble candado de seguridad al poder político del capital monopolista, con esta advertencia a aquéllas: «¡Eh! ¡cuidado, no os equivoquéis! Esta es sólo una crisis política y está prohibido tocar a todo lo que no sean las formas políticas.»

El Partido no puede aceptar tales posiciones sin dejar de ser un partido marxista-leninista. El Partido valora hoy la conciencia de las fuerzas antimonopolistas, y particularmente de la clase obrera, de manera más positiva que F. C. Sobre todo, el Partido ve esta toma de conciencia como un proceso que va acelerándose y que puede acelerarse más a medida que se realicen nuevos movimientos de masas, y puede transformarse incluso en un proceso arrollador, en horas o en días, en cuanto haya las más mínimas libertades democráticas. [31]

Los obreros españoles, los campesinos, la gran mayoría del país, saben lo que quieren. Muchos no sabrán todavía cómo hacer para lograrlo; no verán todavía claro el camino, pero la experiencia de la lucha y la labor del Partido terminarán abriéndoles los ojos. Lo indudable es que cuando además de abrir los ojos puedan abrir la boca hasta los sordos van a enterarse de que los obreros y campesinos españoles saben lo que quieren; no son tan «ignorantes» y tan «atrasados» como piensan los «liberales» y los oportunistas. Y esa fuerza enorme terminará imponiendo su voluntad en la actual etapa histórica. Entonces toda la magnífica seguridad de F. C. y de quienes piensen como él sobre la «ausencia de condiciones objetivas y subjetivas para impedir que el capital monopolista conserve el poder político en sus manos», se vendrá a tierra estrepitosamente.

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