Nuestra Bandera, revista teórica y política del partido comunista de españa
Madrid, enero 1965
número 40
páginas 123-125

Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín,
acompañado de las «notas críticas» de la redacción de «Nuestra bandera»

Revolución democrática y revolución socialista

Con fecha 5 de septiembre F. C. envió una carta al Comité Ejecutivo de la que transcribimos un párrafo que contribuye a esclarecer sus divergencias políticas e ideológicas: «Las profundas divergencias que han aparecido entre nosotros sobre la apreciación de la situación económico-social y política del país, sobre la naturaleza de la perspectiva revolucionaria –que no puede ser otra, a mi juicio, que la revolución socialista, dado que el desarrollo capitalista monopolista del país, bajo la dictadura franquista, ha liquidado toda posibilidad de una revolución previa de tipo democrático burgués, dirigida por la clase obrera, como la concibe la mayoría del C. E. y del C. C.– sobre la vía española hacia esa revolución socialista», &c., &c.

Desde el discurso de marzo, que acabamos de reproducir, hasta la carta de septiembre parece haberse producido una profunda modificación en el pensamiento de F. C.

En todo su discurso F. C. parecía aceptar la revolución democrática, como una etapa lejana, desde luego, pero previa a la revolución socialista. Ahora niega la posibilidad de la revolución democrática, y considera que, dado el desarrollo del capital monopolista bajo el franquismo, en España ya no hay más revolución posible que la socialista.

Así F. C. viene a coincidir con ciertos grupitos extremistas que condenan el programa de nuestro Partido y que no ven por delante más que la revolución socialista, sin ninguna etapa previa.

¿Puede descartarse en esta nueva postura de F. C. una especie de maniobra para intentar amalgamar a todos los oponentes al Partido, de derecha y de «izquierda»? ¿Qué pensar de esta aparente pirueta?

Desde el punto de vista teórico F. C. se coloca una vez más en el terreno del más cerrado dogmatismo. Ha leído que el capital monopolista de Estado es la antesala del socialismo y deduce que puesto que en España hay capital monopolista no es posible una revolución que no sea, desde el principio, socialista.

F. C. olvida todos los fenómenos surgidos desde que esa idea fue expuesta, y las aportaciones que diversos Partidos comunistas y el movimiento obrero y comunista internacional han hecho en este período al acervo teórico del marxismo.

Olvida, por ejemplo, que en los países capitalistas de occidente, donde mayor desarrollo ha alcanzado el capital monopolista de Estado, los Partidos Comunistas –ejemplo, el Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés– se plantean hoy como objetivo la renovación del contenido de la democracia, precisamente en un [124] sentido antimonopolista, no considerando esa renovación todavía como el socialismo, aunque sea, sí, la antesala del socialismo.

Olvida que en toda la perspectiva marxista actual la lucha por la democracia –que no es todavía directamente la lucha por el socialismo, aunque lo aproxime– está ligada a la lucha por limitar primero, y por liquidar después, las estructuras monopolistas. Y el carácter democrático de esa etapa, no es ninguna maniobra táctica; viene determinada por la doble tendencia del capital monopolista: en el terreno económico a la máxima concentración de la propiedad expoliando a la media y pequeña burguesía urbana y rural y utilizando a fondo el aparato del Estado; en lo político, a la reducción y eliminación de las libertades, a la reacción y a la violencia, a la dictadura. Esa doble tendencia del capital monopolista crea condiciones objetivas para que se enfrenten con su poder no sólo el proletariado y las masas explotadas del campo, sino amplias fuerzas antimonopolistas de carácter burgués.

De esta suerte, en esos países, que han hecho en su tiempo la revolución burguesa y han logrado un eran desarrollo económico, que se han desembarazado hace años del fascismo, la lucha por el socialismo pasa por una etapa cuyo objetivo es lograr un nuevo desarrollo, dar un nuevo contenido antimonopolista, a la democracia.

En España tenemos una situación original, más compleja y más explosiva, que lleva hacia una situación revolucionaria cuando en otros países de occidente no se percibe aún en qué momentos y en qué formas puede surgir la situación revolucionaria.

En España, no obstante el desarrollo monopolista, la etapa democrática contiene elementos de la anterior revolución democrática prevista por Lenin en 1905, puesto que existen los latifundios y otras supervivencias feudales que no han sido todavía eliminadas y que por la vía actual tardarían en eliminarse muchos años.

Y nuestra etapa democrática contiene a la vez elementos propios a la de los países desarrollados, precisamente a causa del papel del capital monopolista de Estado.

Este doble aspecto compone y determina el carácter democrático de la etapa actual de la revolución española, cuya realización plena será la antesala del socialismo, pero no todavía la revolución socialista.

Pero en definitiva, el punto de vista dogmático sobre las etapas de la Revolución que ahora se saca de la manga F. C. no es más que un cambio aparente, un camuflaje de su oportunismo.

Si para F. C. la revolución democrática era en marzo una etapa lejana, la revolución socialista lo es todavía más. Lo esencial para él es alejar, distanciar aún más, colocar en un futuro remoto toda perspectiva revolucionaria en España, para reafirmar su conclusión principal: que no hay más poder en esta «larga etapa» histórica que el del capital monopolista, y que hay que plegarse, adaptarse, resignarse a esa «realidad».

¡Pues bien!, que F. C. defienda esa línea de claudicación, que se hunda en la charca oportunista si ése es su deseo. El Partido Comunista de España seguirá luchando por una salida democrática, por liquidar en esta primera fase el fascismo e instaurar las libertades, y por realizar en las fases posteriores de esta etapa la revolución democrática antifeudal y antimonopolista.

Sabemos que nos enfrentamos con las posiciones del capital monopolista; [125] pero justamente ese es nuestro papel, el papel del partido marxista leninista. Sabemos que el triunfo de una u otra solución va a decidirse en una lucha ardua y compleja; que ese triunfo no está decidido de antemano, fatal, inevitablemente. Por eso nos preparamos y preparamos al Partido y a las masas para esa lucha, sin olvidar que el primer paso es acabar con Franco y el fascismo, conquistar las libertades políticas; y que en ese camino estamos dispuestos a marchar con todos, y a apoyar todo lo que represente un avance. Pero no limitando las perspectivas revolucionarias a ese momento sino mostrando las posibilidades de que está preñada la nueva y exaltante situación que se abrirá en España con la democracia.

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