Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XVIII

Sumario. Expulsión de los jesuitas del reino de Nápoles. –Bula de Clemente XIV suprimiendo la Compañía. –Muerte del Papa, atribuida a un envenenamiento hecho por los jesuitas.

I.

Los Borbones de Nápoles imitaron a los de Francia y España expulsando a los jesuitas. La noche del 13 de Noviembre de 1769, el rey Fernando embargó las casas de los jesuitas y cuanto en ellas había, y a ellos los hizo conducir a la playa, tan de prisa, que al amanecer el día siguiente, ya navegaba a la vuelta de Terracina.

El 22 de Abril del año siguiente hacía lo mismo con los Compañeros de Jesús el gobernador de Malta. Fernando de Borbón, duque de Parma, fue el último príncipe católico que expulsó a los jesuitas de sus Estados.

No faltaba ya más a la Compañía de Jesús que el golpe de gracia, y éste se lo dio [231] Clemente XIV, suprimiendo la Compañía, por contraria a la religión, para cuya defensa se había creado.

Entre otras cosas, dice el breve de Su Santidad:

«Cuando las cosas han llegado al extremo de que el pueblo no saque de algunas órdenes religiosas los frutos y ventajas que debían producir, observándose que han degenerado en perniciosas, y más propias a turbar la tranquilidad de los pueblos que a procurársela, la Sede Apostólica no ha vacilado en darles nuevos reglamentos, en restablecer su antigua disciplina, o en disolverlas y destruirlas completamente.

Por eso el Papa Inocencio III prohibió expresamente en el cuarto Concilio general de Letran que se establecieran nuevas órdenes religiosas; y nuestro predecesor Clemente V suprimió en 9 de Mayo de 1312 la orden de los Templarios, Pío V la de los Hermanos humillados, Urbano VIII la de los Hermanos conventuales reformados, y la de San Ambrosio y San Bernabé; Inocencio X la de San Basilio de Azmuzir, y la congregación de Clérigos del Buen Jesús, y Clemente X las de los canónigos de San Juan in Halga, la de los Jerónimos de Písulis, y la de los jesuitas de San Juan Colomban. [232]

»Considerando estos ejemplos, no hemos omitido cuidado ni investigación para conocer todo lo concerniente al origen, progreso y estado actual de la Compañía de Jesús, y hemos descubierto que la estableció su santo fundador para la salvación de las almas, conversión de herejes, y sobre todo de infieles, estableciendo en ella el estrechísimo voto de pobreza evangélica, tanto en común, como en particular.

»Casi en la cuna, la Sociedad vio nacer en su seno gérmenes de discordias y de celos, que desgarraron sus miembros y los condujeron a levantarse contra las otras órdenes religiosas, contra el clero secular, academias, universidades, colegios y escuelas públicas, y hasta contra los soberanos que las admitieron en sus Estados, y que estas turbulencias se producían, por la naturaleza y carácter propio de sus votos, admisión de los novicios a pronunciarlos, y la facultad de despedirlos y de elevarlos a las órdenes sagradas, sin título y sin los votos solemnes, exigidos por las decisiones del Concilio de Trento y de Pío V; otras turbulencias procedían del poder absoluto del General, y de artículos referentes al régimen de la Compañía; otras de los colegios y de sus privilegios, que los ordinarios y otras dignidades [233] eclesiásticas y civiles hallaban contrarios a su jurisdicción y derechos, no habiendo, en fin, acusación grave que no se levantara contra esta Sociedad.

»Todas las precauciones no bastaron a apaciguar las quejas formuladas contra ella. Esparciéronse por todo el universo, y muchos la acusaron de ser opuesta a la fe ortodoxa y a las buenas costumbres. La Sociedad se desgarró a sí propia, y entre otras acusaciones se cuenta la de su extraordinaria avidez, y apresuramiento en apoderarse de los bienes de la tierra... Tal es el motivo de las resoluciones que muchos soberanos han tomado contra la Sociedad.

»Con el mayor dolor hemos observado, que nuestros predecesores Urbano VIII, los Clemente IX, X, XI y XII, Alejandro VII y VIII, los Inocencios X, XI, XII y XIII, y Benedicto XIV, se esforzaron en vano en devolver a la Iglesia la tranquilidad, en lo relativo a los asuntos seculares, de que la Compañía no debía ocuparse, como de las graves querellas suscitadas entre sus miembros, con pérdida de almas y escándalo de los pueblos, como sobre la interpretación y práctica de ceremonias paganas, por los jesuitas toleradas y admitidas, con omisión de las aprobadas por la Iglesia, como también sobre el [234] uso e interpretación de máximas prohibidas por la Santa Sede, por ser escandalosas y contrarias a las buenas costumbres, cuanto sobre otros objetos importantes y necesarios para conservar al dogma su pureza e integridad... y que han dado lugar a males y abusos, turbulencias, sediciones y persecuciones contra la Iglesia, en Asia y en Europa, afligiendo a nuestros predecesores, entre otros a los Inocencios XI y XIII, y a Benedicto XIV; pero la Santa Sede no recibió ningún consuelo, ni la cristiandad ventaja alguna de las letras apostólicas de Clemente XIII, de quien fueron obtenidas con violencia, y en las cuales elogia infinitamente, aprobando de nuevo, el Instituto de la Compañía de Jesús.

»Aumentaron los clamores y quejas contra la Compañía, produjéronse disensiones, sediciones peligrosísimas y escandalosas, destruyendo el lazo de la caridad cristiana, y encendiendo en el corazón de los fieles el espíritu de partido, odios y enemistades. El peligro llegó a punto de que los mismos bienhechores de la Compañía, nuestros carísimos hijos en Jesucristo, los reyes de Francia, España, Portugal y de las Dos Sicilias, se vieron forzados a expulsar de sus reinos a los jesuitas, convencidos de que esta medida era el único remedio a tantos males. [235]

»Deseando abrazar el partido más seguro, hemos creído necesario, no solo consagrar mucho tiempo a las más exactas investigaciones y serio examen, para deliberar después con la prudencia requerida, sino también con el fin de obtener del Padre de las luces sus socorros y asistencia particular, después de hacernos secundar cerca de él por nuestras plegarias y las de los fieles, lo mismo que por sus buenas obras...

»Después de usar de estos necesarios medios, ayudados por la inspiración del Espíritu Santo, obligado además por el deber de sustentar con todo nuestro poder el reposo y tranquilidad de los pueblos cristianos... Reconociendo que la Compañía de Jesús no podía producir los frutos abundantes, y considerables ventajas para que fue creada, y que era poco menos que imposible que la Iglesia gozara de paz verdadera y sólida, en tanto que esta Orden subsistiera... Marchando sobre las huellas de nuestros predecesores, y particularmente sobre las de Gregorio X, puesto que se trata de una Sociedad mendicante; después de maduro examen, a ciencia cierta y en la plenitud de nuestro poder apostólico, suprimimos y abolimos la Compañía de Jesús; destruimos y abrogamos todos y cada uno de sus oficios, funciones y [236] administraciones, casas, escuelas, colegios, retiros, hospicios y cualesquiera otros lugares que les pertenezcan, de cualquier manera que sean, y en cualquier provincia, reino y Estado en que estén situados, todos sus estatutos, costumbres, usos, constituciones &c., &c.»

II.

Esta bula pontificia no bastó a destruir la Compañía de Jesús, porque, como más adelante veremos, los jesuitas no hicieron caso de ella.

En los Estados pontificios, al ser suprimida la Compañía, contaba 31 casas y 888 miembros. El emperador de Austria obedeció al Papa, y suprimió la Compañía en sus Estados, en los que había 64 casas y 1.772 jesuitas, cuyos bienes fueron confiscados, y pasaban de 200 millones de reales.

La misma suerte sufrieron en Polonia las 61 casas y los 1.050 jesuitas que en aquel católico reino existían.

El padre Rizzi murió, poco después que el Papa, en Noviembre de 1775, preso en el castillo de San Angelo.

Clemente XIV murió envenenado a poco de suprimir la Compañía de Jesús, y no sólo [237] la opinión pública en Roma, sino los embajadores y otros personajes acusaron a los jesuitas de la muerte del Papa. Este había pronosticado que la supresión de la Compañía le costaría la vida.

Después de haber publicado la bula, decía: «No me arrepiento, la firmaría de nuevo si fuera necesario; pero sé que firmando esta supresión, firmo mi sentencia de muerte.»

Al saber su muerte, Roma entera gritó: «Clemente XIV ha bebido el aqua tofana del feruggio.»

El 26 de Octubre de 1774, un mes después de la muerte del Papa, el cardenal Bernuis escribía al gobierno francés:

«Cuando se sepa lo que yo sé por documentos auténticos, que el difunto Papa me comunicó, se encontrará justa y necesaria la supresión de la Compañía de Jesús.

»Las circunstancias que han precedido, acompañado y seguido a la muerte del último Papa, excitan tanto horror como compasión.»


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 230-237