La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Grupos de discusión filosófica
Symploké
Recopilación de cartas
1 a 20
0001 10sep1996 / Symploké / Información
0002 10sep1996 / Symploké / Propuesta inicial
0003 10sep1996 / David Teira Serrano / Presentación
0004 11sep1996 / Santiago Alfaya / Presentación
0005 10sep1996 / Erick Amare Cruz / Este soy yo
0006 10sep1996 / Rafael Agacino / Presentación
0007 12sep1996 / Alberto Luque / ¿Presentación y algo?
0008 12sep1996 / Angel López Díaz / Presentación
0009 13sep1996 / Jorge Juan Manrique / Presentación
0010 18sep1996 / David Teira / El marxismo y la caída de la URSS
0011 18sep1996 / Alberto Luque / Del fracaso del socialismo
0012 18sep1996 / David Teira / Re: El fracaso del socialismo
0013 18sep1996 / Alberto Luque / Apreciaciones (casi) conclusivas
0014 19sep1996 / David Teira / Re: Apreciaciones (casi) conclusivas
0015 19sep1996 / Alberto Luque / De lo emocional y de lo sociológico
0016 20sep1996 / Alberto Luque / De Espinosa, Freud y los bolcheviques
0017 20sep1996 / Santiago Alfaya / El mercado explica
0018 21sep1996 / David Teira / Deseos y mercado
0019 22sep1996 / Rafael Agacino / Comentarios y preguntas
0020 22sep1996 / Claudio Solsona / Materialismo

Symploké 0001
Fecha: Martes, 10 Sep 1996 12:01:07 +0200 (METDST)
De: Proyecto Filosofía en Español
Título: Información

Estimado suscriptor:
Mediante este mensaje le confirmamos que ha quedado suscrito a la lista que había solicitado. Le rogamos conserve la información que sigue, para poder tener presente todo cuanto concierne a la lista de la que ha pasado a formar parte.

Sugerencias para el buen funcionamiento de la lista

1. Cada miembro de la lista debe tener siempre presente que cualquier mensaje que envía a la lista es recibido por todos los abonados a la misma. Se deja a la sindéresis de cada cual el uso prudencial de este potencial difusor.

2. Los usuarios procuraran limitar sus comunicaciones al ámbito de interés de la lista: se invita a resolver las cuestiones meramente personales de forma particular entre los implicados, y se sugiere trasladar a otros foros aquellos asuntos que excedan la temática prevista para cada lista.

3. No se autoriza el envío a las listas de mensajes con ficheros adosados, los mensajes encriptados o en clave, los meramente comerciales y los anónimos.

4. Las reiteradas faltas de urbanidad por parte de algún usuario de la lista podrán ser objeto de un discreta y privada corrección fraterna por parte del administrador de las listas y, en el limite, se podrá llegar a la cancelación de la suscripción.

Para resolver cualquier duda, informar de cualquier anomalía o problema técnico que se pueda detectar, cambios de dirección, &c. se ruega dirigirse particularmente al administrador, cuidando de no enviar este tipo de mensajes a toda la lista.


Symploké 0002
Fecha: Martes, 10 Sep 1996 14:02:01 +0200 (METDST)
De: Proyecto Filosofía en Español
Título: Propuesta inicial

Estimados compañeros de la lista:
Como esta lista acaba de nacer, se nos ocurre que el modo más conveniente de echarla a andar puede consistir en que sus suscriptores se presenten unos a otros, dando a conocer sus intereses y los asuntos que les parezca mas urgente suscitar.


Symploké 0003
Fecha: Martes, 10 Sep 1996 16:07:34 +0200
De: David Teira Serrano / dteira@las.es
Título: Presentación

Estimados compañeros,

De acuerdo con la sugerencia del administrador de la lista,os remito unas palabras acerca de mí. Escribo desde Asturias (España) y ahora mismo voy a comenzar un doctorado en filosofía (UNED) para estudiar las relaciones entre la estadística y las ideas económicas de la Escuela de Chicago. Me interesa entonces especialmente la dimensión filosófica de las doctrinas económicas. A este respecto, últimamente anduve estudiando lo que suponía la caída de la URSS para el marxismo.

En general, estoy abierto a cualquier discusión que se ocupe del materialismo, lo mismo en cuanto a sus aspectos doctrinales que en su ejercicio en los más diversos ámbitos mundanos (el ejercicio de las ciencias, conflictos éticos o morales), &c.

Saludos,
David Teira Serrano


Symploké 0004
Fecha: Miércoles, 11 Sep 1996 06:41:31 +0100
De: alfasan@lix.intercom.es
Título: presentación

Estimados contertulios:

Siguiendo la iniciativa de David y la recomendación de nuestro moderador os saludo desde Madrid. Soy Economista y en la actualidad estudiante de Derecho por la Uned. Lamento pues comunicaros mi escasa formación teórica en la disciplina en la que os supongo bastante más formados que yo. No obstante espero aportaros algún punto de vista diferente desde la perspectiva de mi formación o deformación económica.

Recibo con agrado la iniciativa de David Teira sobre su proyecto.

David, te agradecería ampliaras tu proyecto. Me interesa mucho la vinculación filosófica de la doctrina del liberalismo económico.

Saludos,
Santiago Alfaya


Symploké 0005
Fecha: Martes, 10 Sep 1996 11:28:06 -0600 (CST)
De: Erick Amare Cruz / al171375@mail.mty.itesm.mx
Título: Este soy yo.

Mi nombre (por el momento) es VOUS. Nací en Puerto la Cruz, Venezuela y desde los dos anos he vivido en El Salvador. Actualmente me encuentro estudiando en México. Mi vida siempre se ha basado en resolver el ¿por que? de todo y últimamente ese porque que por lo general era muy manso y muy bien amaestrado, se rebeló con una furia descomunal y ya no lo puedo detener y ahora no quiero hacerlo. Las lecturas me ayudan a apaciguar a este animal pero siento que es el camino que debo seguir, la búsqueda del porque de nuestra existencia. Empecé a devorar libros y ahora el mundo moderno a creado esta gran herramienta que nos permite estar en contacto con gentes de nuestro mismo interés, como es el caso de ustedes (espero). Fue un gran alivio saber que habían grupos de discusión ya que para mi es imprescindible recibir de la comunidad pensante alimento para seguir. Espero que esto sea el inicio no solo de exposiciones de puntos de vistas pero de feroces discusiones y destellos de brillantes.

Espero el próximo contacto.


Symploké 0006
Fecha: Martes, 10 Sep 1996 22:23:31 -0400
De: gmss / gmss@reuna.cl
Título: Presentación

Compañeros sigo la sugerencia de nuestro coordinador.

Mi nombre es Rafael Agacino y nada tengo que ver con la filosofía salvo la osadía de querer disfrutar de vuestra discusiones y avances de investigación. Soy economista chileno. Trabajo en Chile en el Programa de Economía del Trabajo, PET, una ONG fundada en tiempos de la dictadura de Pinochet.

Mi interés más particular se relaciona con un estudio sobre el desarrollo del capitalismo chileno, en sentido amplio, que tengo como proyecto de investigación. Desde el punto de vista de la economía tengo algunos avances, sin embargo en lo que respecta a los campos la estructura de clases, de la política y la cultura, mi ignorancia es de tono mayor. Uno de los puntos cruciales es que dado que el «modelo chileno» es una de las transformaciones más tempranas del capitalismo dependiente (e incluso mostrado como paradigma a países europeos como España, ejemplo: la privatización de la seguridad social), la fase mayor es la creación de un sentido común «de mercado» que penetra todas las esferas de la vida: desde la economía hasta la cultura. Y aquí el neoliberalismo y el pensamiento conservador, reina en las ciencias, en las universidades, en la política, &c. La presencia de von Mises, Hayek, Popper, Novak y de los economistas de Chicago es de una fuerza concretizada en poder, en poder del duro y del sutil.

Me imagino que habrán muchos avances de crítica a estos postulados. Yo quisiera beneficiarme de ellos.

Como podrán ver, dada mi ignorancia en los temas que los reúnen, seré más un espectador mas que un participante. En consecuencia, admitanme sin esperar mucho salvo news de Chile y de la poca actividad filosófica que (conozco) existe por estos lados.

Un abrazo,
RA


Symploké 0007
Fecha: Jueves, 12 Sep 1996 23:31:35 +0000
De: Alberto Luque / aluque@redestb.es
Título: ¿Presentación y algo?

Un saludo a todos los miembros de esta incipiente lista.

Mis ocupaciones son variadas. Soy profesor de matemáticas en un Instituto de Bachillerato y músico diletante -y bueno-, pero mi mayor interés intelectual en estos momentos se centra en mi tesis doctoral, que estoy a punto de acabar, sobre los componentes irracionalistas e irrealistas de la estética contemporánea (principalmente, sobre el problema de la secularización y el reencantamiento de la cultura moderna, y particularmente sobre muchas cuestiones derivadas en los dominios artístico y filosófico, como las modalidades de la abstracción, el cultivo de los sueños, el amor a las sombras, el sobrenaturalismo, el ideal de lo incorpóreo, los ideales aristocráticos, el triunfo del naturalismo romántico en la literatura y el cine, los debates sobre la naturaleza de la consciencia y la Inteligencia Artificial, &c.).

Antes de comenzar esta comunicación, confieso estar algo decepcionado. Algo de malestar me produce el hecho de que esta lista de discusión se dirija a aquellos que adhieren el materialismo filosófico, lo que parece excluir inexplicablemente a quienes lo combaten. No es éste mi caso, pero disminuye el interés y la eficacia intelectual de los posibles debates. Como escribió Gustavo Bueno, la filosofía no es un saber neutro o desinteresado -ni siquiera en el sentido kantiano-, sino un saber que se practica, en sentido genuinamente político, un saber «contra alguien». Si aquellos contra quienes podría dirigirse el nudo de un debate materialista no están presentes, es muy probable que ese «alguien» acabe -o incluso empiece- siendo un fantasma, una ficción confortable, lo cual convertiría todo debate en puro fraude. Como veis, no me anima ningún espíritu de partido, de lo cual no se deduce que preconice todo tipo de tolerancia. Desde luego, no la tolerancia lógica; pero, lo confieso, amo el espíritu de la contradicción, en un sentido no mefistofélico sino afable.

He tenido oportunidad de leer tres o cuatro presentaciones, cuyo denominador común es la autoconfesión de una ignorancia. Es desalentador, porque las señales de modestia deben ser probadas mediante la aportación de lo más valioso y seductor que uno pueda encontrar en sí mismo, sin avergonzarse, o -como decía el escritor católico inglés Clive Staples Lewis en Cartas de un diablo a su sobrino- alegrándose de que sea verdaderamente hermoso o bueno, ni más ni menos que si procediese de otro.

Un debate no puede comenzar con sólo presentarse, ni tampoco limitándose a declarar un tema, de manera que propondré hoy una cuestión, pero no sin antes indicar algo sobre mi temperamento intelectual. No me jacto de tener lo que podría llamarse una mens naturaliter philosopha, sino que siento más bien que arrastro el peso de una historia intelectual, que es una historia de desilusionamiento en parte inevitable y en parte deliberado, y cuyos hitos no vienen al caso ni tienen mucho de singulares. Resumiéndolos, diré que he pasado, como algunos de mis más queridos amigos, del materialismo histórico al materialismo desolado. Me consta que la filosofía es un saber contra alguien -y también contra algo: contra cosas, contra estados, contra estructuras, y en general contra la abyecta manera en que los hombres se organizan. Pero no albergo la más mínima fe en la posibilidad de mejorar el régimen social ni el estado de alienación de las masas. (Sí, yo todavía sigo hablando de «las masas»; en una entrevista a Playboy de 1971, John Wayne explicaba cómo descubrió que Eddie Dmytryk era rojo porque éste se había referido a su adhesión al comunismo «si las masas del pueblo americano lo quisieran» y, Wayne sabía que «esa palabra no forma parte de la terminología occidental»: al usar la palabra «masas», concluía el genial actor, Dmytryk «se traicionó».) Por decirlo breve y aforísticamente, sólo creo en dos cosas: 1) en la Lógica, y 2) en que la Lógica no sirve para nada. Un personaje de Los comediantes de Graham Greene lo decía de otra manera: un médico comprometido intentaba convencerle de que, perdida la fe religiosa, había otra fe por la que luchar, como el igualitarismo, por ejemplo, a lo que aquél respondió: «Yo ya no tengo fe en la fe.» El destino de este héroe fue trágico: se inmoló por todo aquello en lo que no creía... Etcétera...

En fin, al grano. Por no forzar ningún tema, me parece bien el primero que ha propuesto (?) David Teira: los efectos (sobre el marxismo) de la DESAPARICIÓN del régimen soviético, o quizá sea más interesante tratar de sus efectos sobre el conjunto de la cultura contemporánea. Empezaré recordando la respuesta que Karl Krauss dio en 1917 sobre los efectos de la APARICIóN del régimen soviético. Cuando la revista bolchevique Krassnaia Niva, dirigida por Lunacharsky y Stekloff, se dirigió a Krauss, lo mismo que a otras destacadas personalidades del campo de la cultura, para elaborar una encuesta sobre las repercusiones y consecuencias de la Revolución rusa en la cultura mundial, rogándole que diera su opinión en unas diez o veinte líneas, y que a ser posible acompañase la respuesta de una foto y autógrafo que serían publicados al mismo tiempo, Krauss contestó de la siguiente forma, con un aire irónico de recogido pesimismo que actualmente es más fácil de compartir que en aquellos tiempos:

«Las repercusiones y consecuencias de la revolución rusa en la cultura mundial consisten, a mi entender, en que los más destacados representantes del campo cultural y literario sean invitados por los representantes de la revolución rusa a dar a conocer en una extensión de diez a veinte líneas, y acompañado si fuera posible por su retrato y autógrafo que serían publicados al mismo tiempo, es decir, totalmente en el espíritu del periodismo prerrevolucionario, su parecer sobre las repercusiones y consecuencias de la revolución rusa en la literatura mundial, que de hecho se pueden deducir aquí y allá entre las diez o veinte líneas precedentes.» [El texto está recogido en los Escritos de Krauss editados por Visor.]

«Totalmente en el espíritu del periodismo prerrevolucionario»: Krauss no creyó que la Revolución rusa hubiese cambiado culturalmente nada. Luego sería Freud quien expresaría, algo más templadamente, el mismo escepticismo sobre la posibilidad de un cambio cultural, pero de Freud no quiero hablar por el momento. El caso es que si entonces el escaso entusiasmo de Krauss debió de considerarse como una prueba de indiferentismo burgués o de incomprensión, hoy una respuesta sobre las repercusiones de la desaparición de la URSS podría tomarse de la misma manera. El progresivo deterioro de la vida política y cultural soviética a los pocos años de iniciada la Revolución, y su más o menos incruenta caída, parecen otorgar al indiferente Krauss una sabiduría profunda. Pero esa sabiduría está por encima, o por detrás de los fenómenos sociohistóricos aparentes. Es indudable que la existencia de la URSS ha sido un foco culturalmente definidor de la cultura contemporánea, tanto para los millones de personas que creían en lo que nominalmente representaba, como para quienes lamentaban la degeneración en ella de los principios socialistas, como para quienes la veían como amenaza de la seguridad y la libertad capitalistas. Por mi parte, creo que la definitiva caída de los soviets no fue sino el colofón dramático, teatral, de un proceso de desilusión que ya se había operado en la cultura izquierdista occidental. Esto es lo que significó, claro está, a este lado del telón de acero; ignoro cuál pueda ser la impresión de las masas rusas, y desde luego me es tan indiferente como la de las masas europeas. Con sólo pensar en el aparente reavivamiento del misticismo puede tenerse una idea; por razones de mi tesis, uno de cuyos capítulos está dedicado a la influencia del espiritismo, he sabido que desde 1990 se han reeditado en Rusia textos clásicos de los ocultistas modernos (Allan Kardec, Papus, Blavatsky...) y actuales (Colin Wilson...) y también de filósofos místicos neocatólicos como Lev Shestov (quien también es actualmente idolatrado en China por una nueva corriente espiritualista que no es completamente ajena al marxismo). Esto tiene para mí tanta relevancia como los rebrotes de espiritualismo en la Europa occidental, es decir, ninguna. Porque en lo más íntimo de mi ser no creo que haya evolución en ningún sentido, moral o intelectual, sino sólo en el aspecto tecnológico. Por poner un ejemplo sobre la actitud hacia lo sobrenatural: el régimen soviético tenía tanta simpatía por los fenómenos parapsicológicos como los Estados Unidos: los zahoríes entre los rusos han sido tan populares como la ufología entre los americanos. Esto revela una especie de pragmatismo -compatible tanto con las posturas doctrinarias como con las liberales.

El pensamiento filosófico marxista va a verse tan afectado por la caída de la URSS como Krauss por su surgimiento, es decir, nada. Ciertamente que ese fracaso tendrá que ser explicado, pero ahí está como una asignatura de historia y poco más. No se trata de que yo considere natural ese fin, o que «debía suceder» así, y mucho menos que «se viera venir». Todo lo contrario: opinaba que no había motivo aparente para que un socialismo corrupto, sin durar ab aeterno, no fuese tan estable como un capitalismo corrupto. Y dado que el compromiso de defender a la URSS contra las críticas y ataques capitalistas lo habían (habíamos) asumido incluso muchos de los más conscientes de las aberraciones stalinistas, o dicho de otra manera, puesto que la influencia política de la URSS no derivaba de sus falsos éxitos económicos ni tampoco de su fingida superioridad cultural, sino de un estado de ánimo anticapitalista, no veía por qué no podía seguir disfrutando de esa incierta confianza por más tiempo. En cualquier caso, quiero sugerir que ni el fracaso del comunismo ni el éxito apabullante del capitalismo se explican por motivos de eficacia o falta de eficacia cultural, sino por motivos culturales, antropológicos.

Y ¿qué base filosófica o ética tienen las teorías económicas? Ese es el otro (?) tema que se trasluce en la insinuación inicial de David Teira. Es un asunto más bien complejo para iniciar cualquier debate. Prefiero por el momento insinuar un determinado tipo de enfoque para juzgar el significado y calibrar las tendencias de nuestra propia cultura.

Escribo «a vuelapluma» y evito deliberadamente concretar mis argumentaciones, pues confío en que no faltará ocasión. únicamente pretendo provocar respuestas razonables -o irrazonables. Por si no lo he dicho, aunque es un asunto irrelevante y sin duda inequívoco con el transcurrir del debate, mis orientaciones filosóficas son mucho más ortodoxas de lo que pudiera parecer. En el terreno político, y dado que Schumpeter -cuya autoridad de incierto enemigo del comunismo es aún respetable- llamaba «ortodoxa» a la rama socialdemócrata del movimiento obrero posterior a 1917, soy en esto «heterodoxo», es decir, comunista. Sin embargo, sólo lo soy ya, por decirlo de alguna manera, «platónicamente». Pero respecto a las doctrinas socio-morales de Marx y Engels soy muy ortodoxo, pues considero que eran completamente ciertas y verdaderas, y que en razón precisamente de su verdad son irrealizables, porque lo único que se realiza en la realidad son las falacias (esto es una especie de derivación poético-política de las famosas leyes de Murphy). Por la misma razón soy ortodoxo respecto al freudismo -no sus hipótesis clínicas científicamente incorrectas, sino su penetrante crítica de las debilidades e ilusiones de la cultura moderna. Freud laboró toda su vida por frustrar las ilusiones de todos, porque había luchado por matar las suyas propias; en particular, luchó contra las ilusiones más bonitas, las más sospechosas, las ilusiones religiosas. Creyó que una sociedad mejor sólo sería posible cuando la cultura se hubiese secularizado completamente, cuando los hombres hubiesen renunciado por entero a la realización imaginaria de deseos en un más allá. De esa manera, pese a su pesimismo, auguró ese desencantamiento en El final de una ilusión. Pero es bien palmario que las creencias sobrenaturales tienen aún larga vida, y que el mundo no está desencantado, como temió Weber, sino todo lo contrario. Un inteligente antropólogo norteamericano, Ernest Gellner, ha proporcionado una metáfora muy adecuada: no vivimos en la «jaula de hierro» (i.e., la «coraza de hierro» del Estado burocratizado moderno y del cálculo económico racional, que puede caminar sin el apoyo de la religión), sino, la mayoría de nosotros, en una «jaula de goma». El conocimiento racional del mundo sólo es necesario a una minoría de ingenieros y especialistas que crean las máquinas: el resto usamos esas máquinas, que ya se proyectan para que sean fáciles de usar. Para escribir a máquina, por ejemplo, ya no hace falta verdaderamente escribir a máquina, sino dictarle a un ordenador provisto de software para el reconocimiento de voz; para llevar un coche sólo hay que poner el pie en un pedal y las manos en un volante o una palanca, y no hace falta tener la más remota idea de mecánica, etcétera... Ya no pueden existir problemas filosóficos, ni siquiera casuística, pues todo es compatible con todo: todos los objetos, las ideas, los hombres, las circunstancias, las ilusiones... se reducen a uno o varios comunes denominadores, entre los cuales el dinero es el principal. (...)

Todo esto muestra que, por el momento, el capitalismo es imbatible. Porque es el único sistema realmente seductor, y poco importa que nos seduzca con engaños. Es el único que no sólo promete sino que realiza nuestros sueños, y poco importa que se trate de una realización ilusoria. Diría, si creyese en esas abstracciones, que es el único que se corresponde perfectamente con «la naturaleza humana». En todo caso, el capitalismo ha reencantado el mundo, que es efectivamente una «jaula de goma», y yo diría que con columpios. Tampoco importa mucho que esa comodidad de tantos se consiga a expensas de la miseria de otros tantos... porque eso es una desgracia para tantos cuantos, no una debilidad del capitalismo, como sería la cuestión.

¿Cómo repercute el fracaso del comunismo en todo esto? Os dejo adivinar mi respuesta, que no tardaré en explicitar pronto, y espero las vuestras ansioso. Es la primera vez que participo en un fórum de Internet, y según mi poco entusiasmo es de temer que sea también la última. Bueno, corto el rollo por el momento, que me estoy cansando...

Un saludo,
Alberto Luque.


Symploké 0008
Fecha: Jueves, 12 Sep 1996 22:48:12 -0100
De: Angel López Díaz / alopez@adenet.es
Título: presentación

Siguiendo la sugerencia del moderador os diré: me llamo Angel López Díaz, soy médico (epidemiólogo) y escribo desde Oviedo (Asturias). Aunque mi interés por el materialismo filosófico es general, el punto de anclaje es la epidemiología (epi) como ciencia y la teoría del cierre categorial como herramienta critica.

Tengo muchas expectativas con la utilidad de esta lista, porque uno de mis mayores problemas es que, aunque devoro todo lo que cae en mis manos, mi formación filosófica general no me permite digerirlo muy bien al no poder contrastarlo con nadie de mi medio. Espero que la lista ayude en este sentido. de momento vale.

Si notáis algún error en el mensaje es por mi poca experiencia con esto del internet.

Un abrazo,
Angel López


Symploké 0009
Fecha: Viernes, 13 Sep 1996 18:40:57 +0200
De: Jorge Juan Manrique
Título: Presentación

Mi nombre es Jorge Juan Manrique, y he estudiado filosofía en la Universidad de Oviedo y en la UNED. Actualmente estoy en el curso de doctorado Filosofía, Cultura e Historia de la Universidad de Oviedo.

Últimamente mi interés se centra en el análisis filosófico de las teorías sobre organizaciones (ciencias de la administración, sociología de las organizaciones), y sus relaciones con la filosofía política.

Saludos al administrador y a los nuevos compañeros de la lista españoles y latinoamericanos, Santiago Alfaya, Rafael Agacino, el misterioso VOUS, y David Teira (de quien he leído con mucho interés la primera parte del artículo «El Marxismo analítico», publicada en El Basilisco nº 19; ¿se ha publicado ya la segunda parte? Me interesa lo que se cuente sobre Elster...).

Provisionalmente estoy en: cjuve@mrbit.es

Jorge Juan Manrique - Gijón (España)


Symploké 0010
Fecha: Miércoles, 18 Sep 1996 02:15:15 +0200
De: David Teira Serrano
Título: El marxismo y la caída de la URSS

Queridos compañeros,

Aunque vayamos recibiendo noticias de los intereses de otros suscriptores, quizá, si os parece, convenga empezar ya las discusión, aprovechando los materiales, interesantísimos, que nos envía A. Luque. De entre las ideas que expone se me ocurre que las de interés más general son las referentes a la caída de la URSS, algo que de un modo u otro, creo, afecta a cualquiera.

Por mi parte, creo que si la caída de la URSS afecta a la doctrina marxista,en sus distintas variantes, es porque la superioridad de ésta sobre las alternativas que se le ofrecían radicaba en la convicción de que cabía organizar racionalmente la economía mediante la planificación. Esta convicción se apoyaba no ya sólo en argumentos más o menos abundantes, sino en la misma existencia de la URSS, que demostraba «empíricamente» que cabía planificar la economía apoyándose en los principios generales que sobre la actividad económica defendía el marxismo.

No es que la URSS fuese algo así que un experimento en el que se confirmase la verdad del marxismo -en este sentido era más bien un imprevisto-. Entiendo más bien que fue precisamente la adopción del marxismo por parte de los revolucionarios rusos y los que luego siguieron, para desarrollarlas en modos muy diversos de acuerdo con claves más o menos invariantes, fue la prueba de que las proclamas marxianas no eran utópicas como retrospectivamente resultan serlo las de muchos de sus coetáneos en la izquierda de Hegel. Los principios de análisis de la actividad económica que ofrecían Marx, Engels y sus continuadores debían ser de algún modo verdaderos, puesto que inspiraban en mayor o menor grado el gobierno de la economía de una potencia mundial. La importancia política del marxismo radica en ello como de otro modo, pero análogamente, la del cristianismo radica en la existencia de la Iglesia católica.

Por ello, disiento de Alberto Luque cuando dice que la doctrina marxiana es ajena a lo acontecido en la URSS y cifra la explicación en otras claves culturales: aunque en algunos aspectos, la doctrina marxiana demostró su impotencia, su inefectividad, como por ejemplo ante los fenómenos religiosos (el espiritualismo) u otros económicos, como la cuestión de la propiedad, en otros aspectos, como es la organización general de la economía se mostró más resistente, aunque al final fracasara. A estos les atribuimos la verdad del marxismo, y en la explicación de su caída no creo razonable despreciarlos como epifenómenos apelando a causas culturales más profundas. En todo caso ¿cuáles?

En fin, vosotros diréis si empezamos por aquí o buscamos otra cosa.

Saludos,
David


Symploké 0011
Fecha: Miércoles, 18 Sep 1996 15:36:25 +0000
De: Alberto Luque
Título: Del fracaso del socialismo

Estimados contertulios:

No me parece mal empezar -o continuar- por ese asunto de la caída de los soviets y su influencia sobre el marxismo. Presiento que una comunicación mediante correo electrónico, aunque no llega a ser tan fluida como la conversación oral, es sin embargo mucho más lábil que el debate mediante artículos de prensa, y permite pasar de un tema a otro sin solución de continuidad...

La caída de los soviets «afecta a cualquiera», dice David Teira, y esto es indudable. Como os decía en mi primera comunicación, convengo en que la existencia de la URSS fue, mientras duró, una referencia ineludible para «cualquiera», ya fuese hostil o partidario, o incluso si, como Krauss, era indiferente. Por ejemplo, para algunos se trataba de un vestigio de tiranía, de una resistencia a la democracia que había que combatir; para otros se trataba de un triunfo práctico de las doctrinas igualitarias que, pese a las deformaciones y corrupciones, demostraba la posibilidad de construir el socialismo y ayudaba en ese mismo sentido; para otros -quizá en la estela de aquella enfermedad pueril del izquierdismo que Lenin combatió, como un Robespierre redivivo- había demostrado efectivamente la posibilidad del socialismo, pero se requería otra revolución política que acabase con el estado degenerado que había legado el stalinismo; para otros, en fin, que amigaban el marxismo y el liberalismo, los países socialistas podían incrementar su influencia cultural si abandonaban las falsas ilusiones de competir «económicamente» con el capitalismo -pues la competencia económica es precisamente el fuerte del capitalismo, y en ello no puede ser igualado por ningún sistema- e invertían todos sus esfuerzos en ganarse el prestigio cultural (i.e., en mostrar que su educación era más eficaz y humanista, que su sistema de sanidad lo era también, que el consumo público balanceaba sobradamente la escasez del consumo privado, &c.; Schumacher fue uno de los más brillantes defensores de este punto de vista, cuando defendía, para los países capitalistas, la empresa pública frente a la privada, sin negar por ello la base capitalista del sistema; y Galbraith puede incluirse en el mismo grupo, sobre todo si se juzga según su lucidez de Perogrullo en su último libro «La Cultura de la Satisfacción»...). Y si su existencia tenía que ser asumida por todos como un problema, como algo que uno debía explicarse de algún modo, equivocado o no, interesado o no, es bien palmario que también su desaparición más o menos súbita obliga a todos a explicárselo, y que, por tanto, «afecta a todos».

Ahora bien, el problema no es reconocer que afecta a todos, sino definir con la mayor precisión posible de qué manera afecta a cada uno, o, entre nosotros, de qué manera afecta al marxismo. Cuando insinué, en un tono que ahora reconozco como algo provocativo, que una indiferencia de estilo «kraussista» podía ser una postura intelectualmente coherente o incluso fecunda, estaba exagerando. Y algo peor, estaba sugiriendo una argumentación «a contrariis», cuyos términos serían si la caída de la URSS es un hecho relevante o irrelevante para la teoría marxista. El término que inicialmente propuse fue que es irrelevante, y quizá de la posible y relativa falsedad de éste podamos extraer algo significativo sobre la manera en que «sí» ha influido. En mi opinión, es errónea la afirmación de David Teira de que «la superioridad de [la doctrina marxista] sobre las alternativas que se le ofrecían radicaba en la convicción de que cabía organizar racionalmente la economía mediante la planificación». No concibo cómo una simple «convicción» puede ser prueba de superioridad teórica. Es posible que David haya querido decir algo más coherente, y yo le malinterprete. Pero presiento que se pone en juego algo más que la lógica de los hechos -y de las ideas- para desatar los argumentos: subliminalmente se introducen lo que los célebres lingüistas Ogden y Richards tuvieron la gracia de llamar «Irritantes» (en «El significado del significado»), esto es, palabras y expresiones de contenido no referencial, sino emocional. Ese sustrato subliminal de las argumentaciones no es otro sino el OPTIMISMO. Es cierto y manifiesto que la construcción de la URSS, a pesar de todas sus deformaciones y avatares ingratos, demostraba «empíricamente» la posibilidad de construir un régimen social sobre principios económicamente igualitaristas, y sobre una doctrina previa de origen racional (o racionalista). Pero entonces la aplastante superioridad económica del imperialismo es una prueba «empírica», no ya de que es «posible» el capitalismo, sino de que «es mejor». Y siguiendo con esa dudosa lógica, la ulterior caída de los soviets sería prueba «empírica» de la inestabilidad o inmadurez histórica, como mínimo, de ese régimen igualitario. Por el momento, y para no hacerme muy pesado, sólo expongo las debilidades de un razonamiento ajeno, y más adelante expondré argumentos en sentido positivo.

Otra idea chocante de David Teira es que la adopción del marxismo por los revolucionarios rusos fuese la «prueba de que las proclamas marxianas no eran utópicas». ¿Reitero mi última objeción (el hundimiento del régimen socialista sería prueba ulterior de que las proclamas marxistas «sí» eran utópicas)? Coincido en que la «importancia política» del marxismo radicaba en que «inspiraba» al gobierno de una potencia mundial, y vuelvo a insistir: entonces la «mayor importancia política» del capitalismo está en que inspira a la mayoría de las potencias mundiales... En mi opinión, una gran parte de la filosofía que ha generado la inspiración marxista sigue y seguirá siendo «culturalmente importante», aunque haya fracasado «políticamente». Lo seguirá siendo en la misma medida en que es importante la crítica kantiana, la filosofía de Platón, o la literatura de Thomas Mann: es un logro irrenunciable del pensamiento humano, o como decía Jacobi de la dudosa «utilidad» de las matemáticas, están ahí «para mayor gloria de la humanidad». Esto, ni que decir tiene, es «políticamente» idealista y tibio...

Entre las aportaciones culturales, científicas, artísticas y filosóficas, que la inspiración marxista ha vehiculado, se encuentra, innegablemente, mucha cultura soviética, y ahí podríamos admitir la influencia positiva de las condiciones materiales, de los resultados «empíricos», &c. Pero dado que en los países capitalistas se ha desarrollado una cultura marxista tan sólida como aquella, el apoyo de las «infraestructuras» parece más bien secundario. Por cierto, en la revista católica «Truth Journal», que está disponible en Internet, aparece un artículo de Nikolaus Lobkowicz («Marxism as the Ideology of Our Age») en el que, reiterando conocidos y tópicos reproches espiritualistas al materialismo, destaca sin embargo el hecho de que, verdaderamente el marxismo ha sido una «ideología de nuestra época», es decir, que representa nuestra era capitalista (o postcapitalista, incluso) tan bien como el liberalismo. Y creo que tiene razón. Aunque ahora hay que ser o muy dogmático y refractario a la realidad cultural, o intelectualmente muy firme para seguir afirmando que se es marxista, en los años 60 y 70 era raro encontrar a algún intelectual o estudiante universitario que no dijese compartir la doctrina marxista de una u otra forma. Incluso Levi-Strauss -hombre cuya penetración y sabiduría está muy por encima de la producción verdaderamente marxista- iba diciendo en la Sorbona que era marxista. Eso sí es un hecho sorprendente, y sólo muy levemente relacionado con el hundimiento del socialismo real. A veces ha caído en mis manos algún libro sobre las vanguardias artísticas escrito en los años 70 por profesores -y profesoras- universitarios que yo he conocido más tarde y a quienes ni por asomo se les hubiese adscrito al marxismo ni a nada intelectualmente y políticamente comprometido; y esos libros estaban escritos en una especie de «tono marxista», llenos de terminología políticamente izquierdista, simplemente porque era una moda; tales autores ni entienden hoy el marxismo, ni lo entendían entonces, pues cualquier lector enterado detecta enseguida que no sabían de lo que hablaban ni habían leído nunca nada de Marx. Sin embargo, tales «intelectuales» representaban la influencia sociocultural del marxismo; es más, representaban la influencia del Partido Comunista, es decir, representaban la «eficacia política», «empírica», del marxismo. Ya sabemos cuán duradera iba a ser esa euforia. (...Más adelante abundaré en el significado sociológico de este asunto...)

En fin, yo no afirmé que la «doctrina marxiana» fuese «ajena a lo acontecido en la URSS». Pero si lo di a entender, pido disculpas por haber utilizado un estilo que se prestaba a equívocos. Sin embargo, estoy convencido de que no se me malinterpretaría si no se incluyeran en la lectura de lo que dije esos «Irritantes» emocionales a que antes me referí, es decir, si no se dieran por implícitas cosas que yo no afirmo literalmente. No obstante, es necesario tener en cuenta las intenciones emocionales de los que hablan o escriben, e intuirlas si no se conocen con mayor certeza. Dije, si no recuerdo mal, que para el marxismo la caída de la URSS era una especie de lección de historia o de sociología, esto es, un fenómeno que los marxistas están obligados a «explicar» dentro de sus esquemas marxistas, como los capitalistas dentro de sus esquemas capitalistas... De ello no se deduce que la explicación que den los marxistas (o mejor, las «explicaciones» diversas que den los diferentes marxistas) no sean importantes o incluso verdaderas en algún sentido. Pero no voy a convenir en que tales explicaciones sean en general más acertadas o más verdaderas que las explicaciones lógicamente absurdas que dan los liberales burgueses, por ejemplo. Por mi parte, como marxista ortodoxo -pues soy marxista ortodoxo, aunque mi entendimiento del mundo no se circunscribe a postulados marxistas, sino que también soy, heterodoxa y parcialmente, hegeliano, liberal, freudiano, pesimista, positivista, racionalista, burgués...- creo que lo más fecundo para una teoría que quiere seguir siendo culturalmente eficaz es, no tanto contradecir las visiones burguesas como explicar lo que de verdad se esconde tras ellas. Pondré un ejemplo, una anécdota que me contó hace años un profesor de la universidad:

Poco antes de la muerte de Franco, hubo en París una reunión de intelectuales que militaban en el Partido Comunista o adherían sus tesis, para reflexionar sobre el futuro político inmediato de España. Tras profundísimas discusiones semifilosóficas, donde entraban en juego «herramientas científicas» de «crítica», como el «materialismo dialéctico», el «materialismo histórico» y toda una serie de potentes argumentaciones lúcidas y racionales, llegaron a la conclusión de que, dado el auge del movimiento de resistencia a la dictadura, con la muerte del tirano se llegaría a una huelga general política que impondría un gobierno de coalición provisional de la oposición, el cual se encargaría de preparar elecciones libres, y que a continuación España se convertiría en una república constitucional, &c. Pues bien, por la misma época en que se celebraba esa importante reunión, un aristócrata español de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme hizo unas declaraciones a la prensa sobre el mismo tema. Este hombre, que ni disponía de «herramientas científicas» como el materialismo histórico ni otras, ni tenía de ellas la más puñetera idea, ni maldita la falta que le hacían, llegó a la siguiente «conclusión» (¿vaya Dios a saber por qué medios irracionales llegó a ella!): que tras la muerte de Franco no habría ninguna ruptura del régimen, sino una transición pacífica y controlada hacia un régimen constitucional, exactamente hacia una monarquía parlamentaria, en la que se estudiaría la medida en que los partidos revolucionarios podrían participar, &c. ¿Qué os parece? Los intelectuales marxistas pertrechados de todos sus instrumentos de crítica verdadera no dieron ni una, y aquel ignaro monárquico, simplemente por el bonito «método» de expresar sus deseos, lo acertó todo.

Acabo por el momento. Seguiré exponiendo esas «otras claves culturales» por las que hay que explicar la inexistente evolución social. No sin antes indicar que David Teira contrapone a tales «claves» (el espiritualismo y la cuestión de la propiedad, dice él, no yo), «otros aspectos, como es la organización general de la economía», donde el socialismo «se mostró más resistente, aunque al final fracasara». Estamos en lo mismo. Yo no desdeño esos «otros aspectos», pero ese «aunque al final fracasara» sí que me suena como un verdadero desdén -al principio de realidad que tanto amaba Freud, una resistencia a la verdad. Además, las «causas culturales más profundas» a que alude Teira, existen verdaderamente, y no son del orden de la economía, y por supuesto no son «epifenómenos» (¿Ha querido decir subproductos ideológicos de los mecanismos económicos, quizá?). «En todo caso, ¿cuáles?», pregunta David Teira. Meditaré la forma de exponer algunos, porque la lentitud de este medio tiene una cierta ventaja sobre la espontaneidad verbal.

Hasta pronto, un caluroso saludo.
Alberto Luque.


Symploké 0012
Fecha: Miércoles, 18 Sep 1996 21:38:45 +0200
De: David Teira Serrano
Título: Re: El fracaso del socialismo

Queridos compañeros,

La cosa empieza estupendamente, creo, o al menos así veo yo la contribución de Alberto Luque. Pero vamos con la réplica. Decía yo ayer que la superioridad de la doctrina de Marx y sus continuadores radicaba en la su «convicción» de que cabía organizar racionalmente la economía, planificándola. Alberto interpretaba que al decir yo «convicción» apelaba a los componentes emocionales, no sé si de Marx o míos, en los que se asentaba la argumentación. Pero no, mi intención era otra: entiendo que las distintas ciencias nos ofrecen construcciones experimentales, argumentales, ... a las cuales no nos es obligado asentir unívocamente. Es decir, no nos vemos obligados a aceptar argumentación de un sociólogo como aceptamos la demostración de un geómetra: ante ésta, si es correcta, sólo cabe asentir una vez recorridos sus pasos, pero ante aquélla se dan otras opciones, más cercanas a la argumentación filosófica -la réplica, la refutación, la ignorancia ...-. Utilizando una vieja distinción escolástica, se diría que el matemático nos procura cognitio y el sociólogo convictio: saberes de diferente grado, como diferente -que no superior o inferior en absoluto- es la racionalidad de las construcciones matemáticas y sociológicas -aquéllas más cercanas al papel y el lápiz, éstas otras a la política-.

Si me admitís la distinción, diría que el marxismo, que muchas veces se quiso una ciencia, nos procuraba más convictio que cognitio, sin que esa convictio sea resoluble en sus componentes psicológicos: era aquello de Espinosa: analicemos los «vicios y sinrazones humanas» al modo de la geometría. Esto es importante, creo, para la interpretación de la doctrina marxista: en ella -en las obras de marx, Engels, Lenin...´-, el componente que ahora ya sólo cabe calificar de utópico (una sociedad sin clases ni Estado, con una economía íntegramente regulada, &c.), adquiría la forma de una pronóstico en cuanto que iba ligada a numerosos análisis bien argumentados sobre la actualidad política, económica, &c. «Bien argumentados» al menos por incluir la refutación de sus alternativas, no eludir las dificultades a la vista, &c. Si a ello le sumamos que estos análisis fueron incorporados a la rección de un Estado de las dimensiones del soviético, el componente emocional de la convictio marxista queda suficientemente modulado, y no creo que nadie pueda calificarlo de irracional (lo de irracional lo digo, porque Alberto apela a Odgen y Richards, pero leyéndolo es imposible no apreciar la vertiente psicoanalítica de sus apelaciones a la cultura, ¿de su pesimismo?, &c.)

Cabe analizar desde estas coordenadas esa anécdota que nos cuenta del aristócrata que acertó a predecir el curso de la «Transición» (!que no ruptura ni continuidad¿) española, si incorporamos una distinción adicional. Con lo dicho, cabe ya comprender la falibilidad de los argumentos de los sesudos analistas del PCE, sin darle un valor nulo a su racionalidad -sus argumentos no podían ser en ningún caso concluyentes-, pero se entiende mejor, creo, si consideramos que la argumentación en política no parte deductivamente de unos primeros principios, sino que estos se desarrollan apoyándose en evidencias más o menos conocidas por cada uno de los actores implicados (el IPC, los «estados de opinión»,...)

Por ejemplo, en España cuando el gobierno apela a la «razón de Estado» para no entregar a los jueces documentos sobre los comandos ilegales que atentaban contra supuestos terroristas no se refiere a la doctrina de Hobbes, sino que la «ejercita» -groseramente- apoyándose en consideraciones sobre la actitud de los jueces de la Audiencia nacional, los reproches que ello merecería en los servicios secretos aliados, &c.; sus críticos, desde otros principios -los del «Estado de derecho»- reinterpretan estas consideraciones obteniendo diferentes conclusiones). A estas evidencias más o menos compartidas por los actores de la res publica podemos referirnos, como algunos escolásticos, como principia media.

Pues bien, diríamos que nuestro aristócrata conocía perfectamente los principia media de la España de entonces, que al parecer sabía interpretar además según la doctrina profesada por nuestros «padres de la patria» (Teoría grosera de las élites: el monarca como «piloto», las cúpulas de los partidos como actores, &c.) En cambio, lo que uno no se explica leyendo a los analistas del PCE es de dónde extraían sus evidencias sobre el Estado del país para enunciar esos pronósticos.

Así pues, el carácter utópico de un proyecto político es algo que cabe diagnosticar apoyándose en argumentos muy distintos, pero en la medida en que este proyecto político no es meramente especulativo, i.e, «está en marcha», sólo cabe apreciar el valor de los argumentos empleados en el diagnóstico retrospectivamente. Así ocurrió con la URSS, y algo parecido ocurre ahora, a otra escala, con el proyecto de una moneda única para la Unión Europea. No veo otro modo más concluyente de argumentar (¿cuántos economistas acertaron a predecir con fechas la caída de la URSS?), ni creo que se pueda renunciar a la argumentación en este punto. «A sensu contrario», la supervivencia del capitalismo es indicio de su superioridad, aunque para evaluarlo la escala cronológica es secular, y el capitalismo que ahora conocemos apenas ronda el siglo.

Por lo demás, asumo completamente lo que dice Alberto Luque sobre el marxismo -como Platón, Euclides o Bach- como logro irrenunciable de nuestra especie.

Saludos,
David.


Symploké 0013
Fecha: Miércoles, 18 Sep 1996 23:42:29 +0000
De: Alberto Luque
Título: Apreciaciones (casi) conclusivas...

Hola de nuevo, amigos:

También yo celebro que el debate haya arrancado, aunque espero intervenciones en más sentidos. Presiento que el tema inicial está agotándose en su vertiente politológica, que está llegando a un punto muerto de coincidencias elementales -para personas de izquierdas.

David Teira, que al menos coincide conmigo en conceptuar el marxismo como logro cultural irrenunciable, yo no diría «de la especie», sino de la parte de la humanidad que le ha visto surgir y desarrollarse, nuestra tan equívoca «civilización occidental»... David Teira ha interpretado muy racionalmente mi anécdota del monárquico visionario y los comunistas «sesudos». Si no le he entendido mal, puede comprenderse el acierto de aquel aristócrata como un caso de inteligencia o intuición indeliberada, de reflexión inconscientemente guiada por unas «evidencias» del funcionar político, unas «consideraciones» colectivas, i.e. compartidas por los «actores de la res publica» que se llaman «principia media» (en el caso del aristócrata, se trata de una res publica monárquica...). No tengo nada que reprochar a una interpretación tan coherente y racionalista, y marxista, por añadidura. Los actores políticos actúan, tanto si lo saben como si no, según una inteligencia social que es un «saber estar» o un «saber dónde se está», intuitivamente infalible. Siguiendo con el razonamiento, los «sesudos» intelectuales comunistas habrían fallado, no por no poseer a su vez ese penetrante grado de inteligencia social -que en ellos sería, además, CONSCIENTE-, sino por haber carecido de una fuente fiable de donde extraer conclusiones fiables. Ya sé que no es esto lo que afirmó Teira, pero no importa, porque no trato de contradecirle en un asunto tan aparentemente trivial. Lo que quiero es más bien pediros que contempléis el asunto desde este otro ángulo: ¿No estaba aquel idealista reaccionario expresando sus «deseos» (sin que por ello niegue yo que tales deseos coincidan eficazmente no sólo con un conjunto preciso de «principia media», sino con un dominio político efectivo)? Y por otro lado, ¿no hacían otro tanto los intelectuales comunistas de París? En cuanto a éstos, no creo que sus razonamientos fallasen por falta de conocimiento preciso de las condiciones reales de la política en España. Su conocimiento era probablemente más preciso y más verdadero que el de aquel aristócrata. El aristócrata acertó justamente por su falta de perspicacia -un poco como las películas de Hitchcok nos seducen por su equívoca trivialidad-, y David también lo dice («su teoría grosera de las élites», &c.). Y, sigo insistiendo, los comunistas fallaron por su exceso de optimismo, por su creencia en que la vida -aunque sea la racionalizada vida política- se rige según principios racionales o absolutamente inteligibles...

Y luego viene la extraña manera en que puede juzgarse, según Teira, sobre el carácter utópico de un proyecto político: sólo «retrospectivamente». No es que me importe mucho el asunto de si puede construirse una sociología científica, esto es, con capacidad de predicción, o de si toda disquisición socio-política, ya sea marxista o idealista, deba zanjarse siempre según un pragmático «el tiempo lo dirá». No me importa mucho, pero es evidente que si Teira «no ve otro modo más concluyente de argumentar», todo esto es hablar por hablar y sería bueno cambiar de tema. Y si la estabilidad del capitalismo es un asunto «secular» y nada puede decirse hasta ver lo que pasa en los próximos siglos, pues...

Creo que sobre el carácter utópico de cualquier doctrina actual puede decirse poco más de lo que ya dijeron Plejánov y Lenin. En síntesis, que existen dos clases de «utopías»: las utopías reaccionarias y las utopías revolucionarias. (Por mi parte, soy capaz de sugerir un tercer grado, inconmensurable, de utopía: la utopía utópica, que vendría a ser el correlato político de la demencia senil...).

Coincido completamente con Teira en lo tocante a los rasgos racionales, coherentes y verdaderos en las argumentaciones de Marx, Engels y Lenin. Sobre todo, me parece muy indicado, y completamente primordial, el hecho señalado por Teira de que tales argumentaciones incluían la crítica demoledora de las argumentaciones contrarias. Añadiría, como estuvo de moda en cierta época, los enfoques profundísimos de Gramsci. Todo lo cual no deshace, verdaderamente, el componente idealista, voluntarista, utópico, optimista que anima toda la política y la filosofía marxista. Pero lo que sigo sin admitir es el hecho de que la incorporación de los principios socialistas a un gobierno real quite a tales principios, automáticamente, el carácter de utópicos, toda vez que ese gobierno no ha durado ni la mitad de lo que lleva el capitalismo moderno -cosa que me sorprende que pueda ser soslayada tan a la ligera, dado que, como dice Teira, los propios fundadores del marxismo se caracterizaron ellos mismos por «no eludir las contradicciones a la vista». Encuentro que tanto las fragmentarias reflexiones de Marx y Engels sobre las causas contingentes de antiguos fracasos revolucionarios (1848, la Commune), como los de Lenin (sobre todo el inacabado proyecto «El Estado y la revolución») son pruebas magistrales de sabiduría política, pero también una manera muy «dialéctica» -en el peor sentido de la palabra, en el sentido de especulativa e idealista- de mantener una fe inquebrantable en el progreso humano mediante una mezcla legítima de pragmáticos argumentos ad hoc y argumentos filosóficos. Yo comparto los ideales comunistas porque... no sé por qué verdaderamente, pero me consta que el comunismo es un sueño milenario de la humanidad sufriente. También adhiero la opinión de Althusser sobre el carácter no humanista del marxismo: no que Marx fuera refractario a los ideales humanitarios, sino que se propuso que los factores emotivos no entraran en juego a la hora de construir una sociología verdaderamente científica y políticamente revolucionaria. En este aspecto, Marx se parece mucho a Freud por haber atacado inmisericordemente todas las ilusiones, incluso las más hermosas y románticas ilusiones de relaciones a la cultura, ¿de [mi] pesimismo?». Lógicamente, propongo un tema despersonalizado: en qué medida el escepticismo radical es compatible con una visión materialista del mundo, y en qué medida los penetrantes juicios de Freud sobre la dificultosa secularización de nuestra cultura deben ser asumidos por el pensamiento filosófico materialista, por la sociología y por la antropología, a pesar de su evidente «error» predictivo (del mismo estilo que el error del marxismo). El problema de la secularización lo introdujo Max Weber, y sus análisis me parece hoy en día más interesantes que en su época, porque también sufren de esa rara virtud de ser a la vez verdaderos y falsos. (Por cierto, reconozco adherir muchos pensamientos y sentimientos de Freud; soy, pues, si se quiere, «freudiano», pero mi pensamiento no es en ningún sentido «psicoanalítico»).

Un cariñoso saludo,
Alberto Luque.


Symploké 0014
Fecha: Jueves, 19 Sep 1996 17:25:00 +0200
De: David Teira Serrano
Título: Re: Apreciaciones (casi) conclusivas...

Queridos compañeros,

En efecto, la discusión va avanzando y sería estupendo oír alguna opinión más de otros suscriptores (¿cómo ven, por ejemplo, nuestros amigos economistas esta discusión?), o bien sugerencias de otras discusiones que quisierais abrir. Mientras van llegando, algún apunte más sobre la utopía y la URSS.

El componente utópico del marxismo lo situaría, como decía ayer, en sus expectativas (diría que quiliásticas) de una organización social sin conflictos, desaparecidas las clases y el Estado. Entiendo, ciertamente, que esta expectativa nos ofrecía un grado de racionalidad superior a la de, por ejemplo, los Testigos de Jehová, -quienes, por beber en las mismas fuentes cristianas, creen en algo en muchos aspectos análogo al comunismo de muchos marxistas-, y ello porque la doctrina marxista ofrecía un nexo entre el capitalismo y el comunismo futuro como era _la expansión del proletariado_ que se convertiría de una más entre las clases en la _clase universal_: la comunidad de intereses del proletariado cimentaría su convivencia armoniosa y sin mediaciones (el Estado, el mercado). El mecanismo de expansión del proletariado es conocido: el desarrollo industrial, la fábrica, era ya a ojos de Marx la clave de la economía y la expansión de las fábricas iría creando a ese obrero, su demiurgo, apto para adueñarse de la producción y organizarla.

Pues bien, si la expectativa del comunismo, aunque en sí misma resultase criticable atendiendo a sus fuentes, a los resultados de otras ciencias -la etología, por ejemplo-, &c., no cabía despreciarla como la de los Testigos de Jehová, pues a mediados de este siglo el porcentaje de la población mundial que vivía el socialismo alcanzaba ya cifras significativas, y en ese sentido el proletariado -supuesto que no era inadmisible su identificación con la población de los países comunistas- se acercaba realmente a la universalidad. Sólo ante la caída de la URSS cabía diagnosticar concluyentemente que no lo era, que la URSS no iba camino del comunismo ni su población un proletariado en expansión, y evaluar los argumentos que cada cual ofrecía previamente defendiendo o criticando al Estado soviético. Estos argumentos eran, desde luego, imprescindibles ya antes de la caída, pero la convictio que nos procuraban no es, obviamente, la misma que la que nos procuran ante de la caída de la Unión soviética.

La caída de la URSS nos ofrece los _principia media_ desde los que replantear la discusión del marxismo, y aunque las alternativas que se nos ofrezcan para interpretarla sean distintas, cabra ya despreciar concluyentemente como utópicas aquéllas que la ignoren, pretendiendo, por ejemplo, que cabe defender aún el ideal comunista (sociedad sin clases, &c.), desentendiéndonos de lo ocurrido con lo que fue su mayor aproximación en la Historia.

Si nos acompaña algún lector de latinoamérica que conozca cómo funciona allí la Teología de la liberación podría quizá darnos ejemplos -o defenderla- en este sentido.

Saludos,
David

P.D.: Los deseos a los que se refería Alberto Luque, sólo los admito en el sentido de Espinosa, nunca en el de Freud.


Symploké 0015
Fecha: Jueves, 19 Sep 1996 20:44:16 +0000
De: Alberto Luque
Título: De lo emocional y de lo sociológico

Queridos contertulios:

En mi anterior comunicación os decía que no encontraba un serio motivo de controversia entre lo que yo afirmaba y lo que David Teira parecía discutir. Sin embargo, obvié referirme a algo que él dijo y que entonces no me pareció nada relevante, pero sí lo es. David dijo que yo le malinterpretaba en lo tocante a la «convictio» que, según él, proporciona la sociología y en particular el marxismo.

Bueno, lo que David había escrito en su anterior comunicación es que una «prueba» de la «superioridad» del marxismo era su «convicción de que cabía organizar racionalmente la economía mediante la planificación». Eso es literalmente lo que dijo. Nos dijo luego que el marxismo -o la sociología, más en general- proporciona «convicción» de su verdad -sustituto del «conocimiento» que nos proporcionan las ciencias: «a falta de pan...». Y la «convicción» de que es posible organizar la economía según principios socialistas convertía al marxismo en una teoría «superior» a las demás. Bueno, pues eso es exactamente lo que yo entendí, de manera que no le había malinterpretado -a pesar de que yo mismo advertía de la posibilidad de estar malinterpretándole. Ahora bien, ¿qué relación tiene la inteligencia de ese hecho con los componentes emocionales del optimismo marxista? Sugerí que cuando Teira argüía lo de la «convicción» estaba introduciendo subliminalmente unos supuestos emocionales, del estilo de los célebres Irritantes, y está claro que tales supuestos se encuentran en Teira, no en Marx. Y puesto que yo no he malinterpretado lo que quiso decir, como temía, entonces él no ha contestado realmente a mis dudas.

No se trata ya de que, como he explicado en mi anterior respuesta, existan razones más sentimentales que racionales para adherir el marxismo -yo no niego la superioridad intelectual de los puntos de vista materialistas y dialécticos, pero tampoco dudo de su limitación, de su incompletitud, y de su carácter simplificativo y trivializador muchas veces. Se trata más bien de que se arguya de otra manera, negando que en los análisis «more marxista» pueda haber subjetividad y hasta pura y simple racionalización de deseos.

Además, no existe un pensamiento marxista, sino muchos pensamientos marxistas. No seré yo quien entre a dilucidar cuál de ellos es el verdadero, y no le negaré a nadie el derecho a declararse discípulo de otro, tanto si lo ha comprendido como si lo ha tergiversado. Hay entonces marxismos, y no marxismo. Muchos de esos marxismos son racionalizaciones burguesas, y muchos otros son racionalizaciones estériles (cuando digo «racionalización» quiero decir «una mentira»). Hasta el punto de que no haya sido nada chocante la siguiente paradoja: que haya comunistas que no son marxistas, y marxistas que no son comunistas. El marxismo ha llegado a ser, muchas veces, una asignatura filosófica o sociológica más, entre otras, para temario de un curso universitario. La célebre crítica de Marx a la undécima tesis de Feuerbach (que la filosofía debe dejar de interpretar el mundo y dedicarse a transformarlo) suena a literatura barata en boca de muchos profesores. Todo lo cual hace que algunos hombres de sentimiento y mentalidad verdaderamente comunistas se vuelquen hacia lo realmente poético, incluso romántico en Marx (su lema de «asaltar el cielo») o en otros (el «changer la vie!» de Rimbaud). Con tal actitud, esos comunistas caen en el idealismo, es cierto, pero representan mejor el ímpetu utópico-revolucionario, frente a la infecunda tarea académica de tantos marxólogos. Gustavo Bueno se ha referido en alguna ocasión muy hostilmente hacia la «filosofía analítica» y el wittgensteinismo, como un cuerpo intelectual cerrado, autorreferencial, cuya única misión es reproducir un grupo profesional. Lo mismo pudo decirse hace años de la llamada «Geografía cuantitativa». Y lo mismo, se quiera o no, puede decirse de una gran parte de la producción marxista.

Siguiendo a Gramsci, acepto que la superioridad de una filosofía puede demostrarse por su triunfo práctico, pero no en un sentido estrecho. El socialismo no ha demostrado aún ser una alternativa eficaz al capitalismo, pero tampoco ha demostrado, salvo para los pragmáticos de vía estrecha, que no lo pueda ser. Las clarividentes ideas de Marx y Engels han cuajado, sin embargo, en nuestra propia cultura burguesa, y sin duda eso revela que deben de tener un cierto contenido de verdad. Pero creo que mantener sistemáticamente un punto de vista marxista sobre cualquier hecho, y en particular practicar ese tipo tan corriente de reduccionismo sociológico que se jacta de encontrar causas socio-económicas en todo, no es sino volver a esa actitud dogmática que ya Marx y Feuerbach advirtieron en quienes sacrificaban un método a un sistema. Además, ese sociologismo no es lo característico del marxismo, ya que el propio Marx advirtió que la visión materialista de la historia era de origen burgués: lo propio de Marx, según él mismo, era insistir en que el sentido de la historia se dirigía hacia el comunismo. Lenin aportó un antídoto bastante eficaz para esa enfermedad del sistematismo: el «análisis concreto de la situación concreta». En Lenin, ese análisis es estrictamente un análisis político, pero nada nos impide actuar según la misma lógica en cualquier asunto cultural. «Cualquier asunto cultural» incluye también la política, pero lo que quiero decir es que hay un «punto de vista» más general y más penetrante que cualquier sociología, marxista o no: la antropología. Me hago cargo de que también existen muchas «antropologías» y no una sola, pero esto es secundario: me estoy refiriendo a que la clave, si la hay, para entender la naturaleza de una cultura y el sentido de su posible evolución, es tratarla antropológicamente, y no «sociológicamente». Y no tendría yo ningún inconveniente en llamar a esto «sociología», si no fuese porque los sociólogos, tanto los marxistas como los no marxistas, van poco más allá de la superficie de los fenómenos sociales. Estoy defendiendo, claro está, las sugerencias de Levi-Strauss en su célebre polémica con Sartre (en particular de su crítica del historicismo) y también en su introducción a «Mitológicas». Decir esto así, con etiquetas en vez de contenidos, es poco serio, pues no se zanja un debate pronunciando nombres. Pero yo no estoy zanjando, sino todo lo contrario, abriendo, anunciando un debate, y esto sí requiere de nombres, aunque sólo sea por el decente prurito de avisar.

Ya está. Un fuerte saludo a todos,
Alberto.


Symploké 0016
Fecha: Viernes, 20 Sep 1996 09:41:49 +0000
De: Alberto Luque
Título: De Espinosa, Freud y los bolcheviques

Un fuerte saludo a todos (aunque empieza a inquietarme no oír más voces que la de David ni más eco que el mío propio).

Viene bien traer a colación a Espinosa, no por el sentido que en su ética adquirían los deseos, sino por haber asumido la definitiva secularización de Dios. La pretensión de dilucidar lo ético «more geométrico» puede parecer más o menos peregrina, pero el panteísmo espinosista es innegablemente una de las fuentes más fecundas de inspiración filosófica. No veo cómo puede contraponerse la noción de «deseo» en Freud y en Espinosa. Quizá el pensamiento de Espinosa no comparta con el de Freud la suspicacia frente al valor real y la verdadera fuente de los deseos, pero ello se debe a que Espinosa intentó construir una «ética» que representaría isomórficamente el mundo real y cuyos axiomas, teoremas y reglas de derivación podrían concebirse completamente en el dominio de lo racional y de lo consciente. Para Freud, la misma «moral» -toda moral- es sospechosa. Como Jonathan Swift, Freud detestaba a los hombres, y la humanidad no era para él más que un saco inmundo de hipócritas. Pero en sus cartas más íntimas, Freud confesaba a sus allegados que su rechazo de la ética como una racionalización sospechosa no quería decir que él mismo no se considerase una persona profundamente moral, férreamente moralizada, una «buena persona». Es una actitud que me conmueve por su sinceridad y por su valiente y paradójicamente emotiva frialdad; de una persona que espontáneamente hace declaraciones sobre sus buenos sentimientos, o que expresa sus buenas intenciones en lugar de callarse, sólo podemos sospechar que es un tunante o un idiota. Nos repugna ese exhibicionismo de la bondad que hemos aprendido a asociar a los curas, a los protectores de animales, a los políticos, a los pacifistas, a los psicólogos... Como Swift, digo, Freud despreciaba al género humano, y sin embargo, también como Swift, Freud tuvo la pasión de ayudar a los hombres. En algún lugar de su ética -creo que en el capítulo sobre los afectos- Espinosa se refirió a un particular modo del deseo: la «emulación». Decía, si no recuerdo mal, que la emulación es un deseo de algo que se engendra en nosotros porque imaginamos que los demás tienen ese mismo deseo. En esa clase de deseos conscientes y altamente moralizados podría fundarse, quizá, una sociedad comunista, y nos consta a todos que en algo así se fundó la ética bolchevique. Pero para Freud los deseos íntimos de los hombres poco tienen que ver con el humanitarismo, y mucho menos con la ética. (No hace falta distinguir aquí entre deseo y pulsión, porque la distinción sería más técnica que necesaria, y porque no es difícil encontrar zonas donde se confunden; además, el lenguaje de Freud tiene la indudable ventaja de ser literariamente común, y muy elegante.) Los deseos están para Freud más cercanos a la política maquiavélica que a la moral y de ellos no puede esperarse ninguna acción civilizatoria. Al contrario, toda civilización será el resultado del poder que una minoría ejercerá sobre una mayoría, y que se corresponderá con la instrumentación de formas de coerción tanto materiales como ideológicas (morales, religiosas, legales...). A Ortega le gustaba el freudismo, porque podía hacer una lectura aristocratizante de sus ideas, compatible con las suyas netamente fascistas. Pero es notorio que Freud anhelaba la sustitución de esa coerción material, que se vale de la religión, por un autodominio de los individuos, por una autorrepresión consciente de los instintos regresivos y homicidas. En suma, también Freud abogaba por la secularización completa de la cultura, por una sociedad donde verdaderamente pudiese construirse una «etica more geométrico demonstrata», esto es, una sociedad donde los tabúes, la consciencia, no de lo que se debe hacer, sino de lo que no se debe hacer, fuesen asunciones racionales y conscientes, y no el resultado de un adiestramiento religioso con promesas de felicidad en un más allá.

Georges Santayana explicó en cierta ocasión que él era ateo como Espinosa, es decir, que había rechazado a los dioses antrópicos con el propósito de servir a los hombres, y consideraba que esa filosofía era una verdadera «piedad frente al universo». Y en su último libro Rudolf Arnheim se refirió al contenido espiritualista del «Dios de Espinosa» como algo más que ateísmo. Freud, sin embargo, no estimó en lo más mínimo el valor ni ético ni espiritual de las religiones. A su amigo Romain Rolland le expresó sinceramente su indiferencia hacia aquel «sentimiento oceánico» de que le hablaba. Creer en el «Dios de Espinosa» no era para Freud más que una forma tergiversada de ser ateo, y valdría más llamar a las cosas por su nombre. Lo que define una religión no es el «sentimiento oceánico», el misticismo o los arranques emocionales de amor humanitario o de piedad hacia el universo, sino la creencia en la inmortalidad del alma.

Y ¿de qué tipo sería la sociedad secularizada completamente? De tipo socialista, indudablemente. Pero esta es una conclusión que admitirían incluso muchos liberales.

Como se sabe, Bertrand Russell apoyó al régimen soviético tras su visita a Rusia, pero no dejó de advertir que los bolcheviques eran «hombres malos». En cambio, Freud fue razonablemente escéptico respecto a las expectativas generadas por la Revolución de Octubre, pero se abstuvo de hacer juicios morales. Aunque veía a los bolcheviques como tiranos homicidas, poco distinguibles de los fascistas, vio claro que la revolución socialista ponía los pilares de una nueva civilización, limpia de las injusticias y las abyecciones del capitalismo. A los hombres que habían manchado sus manos de sangre para conseguir eso no les dirigió ningún reproche; confesaba que él mismo habría sido incapaz de una audacia semejante, y no veía mayor virtud en su propia debilidad pacífica que en el valor de quienes, asumiendo para sí los reproches de crudeza, salvaban a la humanidad de seguir padeciendo más iniquidades. Con todo, Freud no se contagió de entusiasmo, y creía que aún era pronto para saber si el experimento daría resultado (ya se ha visto que no). Freud dudaba de que el estado actual de la «especie» fuese lo suficientemente maduro para edificar una sociedad sobre la base de la solidaridad y el desinterés, ni aun poniendo una nueva educación realista y racional al servicio de tal fin.

Bueno, acabo, no sin antes pediros disculpas por no atender más a la cuestión de la racionalidad del marxismo en relación a la existencia o no de la URSS, y de la «convictio» puñetera de que habla David y que es diferente antes que después de esa efímera existencia... No creo, como David, que desentenderse de lo ocurrido en la URSS sea una actitud más «utópica» que la de creer en que los ideales comunistas ya no sean defendibles. El comunismo es tan defendible ahora como cuando existía la URSS, y aun me atrevería a decir que lo es más ahora que entonces, dado que el régimen soviético no era un buen modelo para convencer a nadie. Sigue siendo, claro está, una UTOPíA. Pero utopía lo era, aún más, cuando vivía Stalin y había purgas. Por otro lado, no sé por qué debe de ser tan interesante enfocar el asunto desde el punto de vista de la economía, dado que en la economía es en lo que la URSS fue más desastrosa. En cambio, sí es interesante que, desde un punto de vista pericial, algún economista nos explicase por qué la economía no lo puede explicar todo, esto es, qué elementos sociales se escapan a lo económico. Eso daría pie a buscar otros enfoques. La teología de la liberación sí sería un buen tema, por cuanto es notorio que existen al menos dos humanismos en disputa como alternativa a lo injusto: el humanismo cristiano, que supone un «aggiornamento» pero que también renueva las ilusiones trascendentalistas, y el «reale Humanismus» de Karl Marx.

Hasta pronto. Un saludo a todos (Esto me va gustando más de lo que pensé, porque la vida, como dijo el querido José María Valverde, es «ir hablando»).

Alberto.


Symploké 0017
Fecha: Viernes, 20 Sep 1996 21:48:33 +0100
De: alfasan@lix.intercom.es
Título: El mercado explica

Queridos contertulios:

Quiero comenzar dando las gracias a David y a Alberto que tanto nos están haciendo disfrutar con sus reflexiones.

Como indicasteis al principio somos muchos los que estamos agazapados como simples oyentes pero es seguro que irán apareciendo otras aportaciones. Entremos pues en materia pidiendo disculpas desde el inicio por mi escaso nivel académico y las posibles incoherencias que podais apreciar pero creo que lo más interesante es ejercer el «volapluma albertino» y esperar la réplica. Creo que podemos introducir al Dios más técnico inventado hasta ahora: El Mercado con mayúsculas, el mercado de los fisiócratas, de los mercantilistas, de los ultraliberales. El mercado que se muestra en las universidades como el gran hacedor, la mano invisible de Smith, el inspirador de los «Chicago's Boys».

Podemos seguir hasta la saciedad con diferentes terminologías pero si analizamos todas aquellas que van apareciendo nos ofrecen acepciones diferentes que en absoluto tienen un denominador común salvo el de su supuesta generalidad.

Creo sinceramente que en un foro como el nuestro donde se supone o presupone cierta inclinación por la búsqueda de respuestas a determinadas cuestiones sociales y personales no podemos siquiera pensar que semejante poder pueda ser analizado como una variable exógena.

El marxismo puede ser visto desde una perspectiva filosófica, sociológica, política y psicológica pero nos olvidamos que es principalmente un modelo económico con implicaciones en las demás áreas. Desde el análisis de la plusvalía hasta el concepto de alienación todo el esquema se encuentra «naturalmente lubricado» por las leyes del mercado: El mercado laboral.

Las leyes del mercado es un concepto tan sutil como difícil de ensamblar en cualquier análisis social sin caer en el panteísmo lógico de intentar explicar todo a través de los simples y no tan simples análisis económicos. La mano invisible de Smith no dirige a los hombres en todo su esplendor pero si debemos admitir que en un mundo como el nuestro si dirige todo aquello que nos es externo. Nuestras relaciones incluso las más íntimas y personales se encuentran a menudo influenciadas por factores externos con un claro contenido mercantil pero tras casi tres siglos de adoración y aceptación, ¿Quién es el inmaculado e inocente miembro de la raza humana occidental liberado de semejante fierro?

Estoy seguro que si realizamos una encuesta tipo test psicológico de asociación de ideas en cuanto aparecen términos económicos y aún más cuando esos términos están relacionados con el mercado sus valoraciones serían siempre negativas frente a términos relacionados con lo interior, lo espiritual, lo psíquico. No quiero hacer aquí apología en absoluto de las buenaventuras de los mecanismos de un mercado pero si me permitís quiero incluir la definición que se suele dar de la Economía: Ciencia encargada de el estudio de la asignación de unos recursos escasos a los fines más eficientes. Podemos llegar al final de los tiempos discutiendo tan pobre definición pero ¿A que no suena tan mal? Podemos hacer un verdadero alarde de imaginación e imaginar el mercado de las ideas o el mercado del poder o el mercado de los sentimientos morales y no caer en el error de reconocer estos análisis como aberraciones propias de la deformación intelectual de un economista ultraliberal fascistoide y algo trasnochado. Lo que ciertamente intento trasmitir es que para un humilde economista la noción de mercado es algo tan natural e inofensivo que creo que se nos pasa un poco por alto la noción que de el puede tener un intelectual al uso. Ojalá nos ayudéis a los de nuestra raza a enriquecernos algo con vuestra aportación. De verdad que os espero con impaciencia ya que he de reconocer que nunca había participado en cuestiones como esta pero parafraseando a Alberto: «Esto me está gustando más de lo que pensé.»

Cordiales saludos,
Santiago Alfaya


Symploké 0018
Fecha: Sábado, 21 Sep 1996 21:01:07 +0200
De: David Teira Serrano
Título: Deseos y mercado

Queridos compañeros,

La sugerencia de Santiago Alfaya sobre las distintas vertientes de la idea de mercado resulta muy interesante, y liga además estupendamente con las últimas contribuciones de Alberto Luque sobre Freud y la cuestión de los deseos: los deseos, expresados, por ejemplo, en una función de utilidad, son el punto de partida del economista que emplea la definición que nos propone Alfaya; para un lector de Freud esos mismos deseos son el resultado de múltiples fenómenos psíquicos -a veces, por cierto, descritos mediante expresiones como «economía libidinal»-. De ahí que un economista encuentre sorprendente la diferencia de apreciación entre su concepción del mercado y lo que en este concepto pueda ver, por ejemplo, un filósofo. Aun así, no son aspectos extrínsecos: el economista no deja de ejercitar algunas ideas sobre el Hombre y de ahí, muchas veces, su compromiso político -frecuentemente con el liberalismo, por seguir con la definición de economía de Santiago-; recíprocamente, quien asuma la obra de Freud no dejará de retrotraer el análisis de los fenómenos económicos a coordenadas «más profundas» y probará con ello la potencia de sus ideas psicológicas -que, de algún modo, absorben a las de la economía-.

Ya que aquí, además de Alfaya y Luque, nos acompañan otros economistas (que sepamos, al menos Rafael Agacino) y filósofos (J.J. Manrique) sería interesante oír sus opiniones y las de otros suscriptores, si lo ven oportuno, acerca del mercado, los deseos, y las ideas subyacentes en estos conceptos sobre el Hombre. Puede se muy provechoso.

Saludos,
David


Symploké 0019
Fecha: Domingo, 22 Sep 1996 05:27:44 -0400
De: gmss
Título: Comentarios y preguntas (corregido)

Compañeros:

Me ha costado más de la cuenta seguir la polémica, particularmente cuando se evocan tradiciones en filosofía y otras disciplinas que desconozco y por la particular forma en que este, al menos hasta ahora, se ha llevado. Al respecto dos preguntas de forma: primero, ¿son necesarias las abundantes -a veces hasta floridas- referencias a discusiones e incluso detalles que si bien hacen más elegante la discusión, no siempre, creo, son lo suficientemente pertinentes para elaborar el argumento? Segundo, ¿es posible sistematizar el ya agotado debate sobre los impactos de la desaparición de la URSS sobre el marxismo?

No quisiera referirme a la primera, pues, tal vez sea una cuestión de estilos o yo simplemente no logré percibir que ningún comentario fue accesorio. Esto lo dejo hasta aquí.

Sobre el segundo aspecto, me gustaría que los contertulios principales (David y Alberto) pudieran antes de clausurar el debate, sintetizar brevemente las principales líneas de la concordia o discordia entre ambos y el alcance de aquellas para la interrogante inicial.

Particularmente esperaba que la discusión girase en torno a los problemas de la cultura, la política, la estructura de clases y segmentos de clases, la economía, &c. ¿Que hay en esos campos, en la experiencia histórica de la construcción y disolución de la URSS, que entregue pistas para evaluar las corrientes del análisis marxista y que contribuyan a su actualización?

Por ejemplo, sin pretender ser exhaustivo ni exacto, las preguntas a partir de las cuales intentaba ordenar mi reflexión eran ¿En que quedó el proyecto de una conciencia socialista que supuestamente se plasmaría no sólo en el derecho sino también en las prácticas cotidianas de las generaciones que construyeron, defendieron y vivieron ese país? ¿Que tipo de Estado se construyó allí? ¿Cuáles fueron sus fases y sus vínculos con las otras formas de organización de la sociedad soviética? ¿Cual es la composición de clases y sus mutaciones en la larga trayectoria iniciada el 17? ¿Cual es el carácter de la planificación como forma de organización no solo económica sino también social y política? ¿Cuales sus aciertos y fallos tanto interna como en relación al proyecto de integración económica internacional socialista?

No estoy pidiendo respuestas sobre cada uno de estos aspectos -que por lo demás no calzan con exactitud en el debate que se está clausurando- sino sólo las menciono pues, creo, son pertinentes al menos en un sentido: como background sobre el cual elaborar las preguntas, por decirlo de algún modo, «más dialécticamente». ¿Que quiero decir con esto? Simplemente que el punto es si es posible, precisamente utilizando el marxismo, distinguir las contradicciones claves que dan cuenta de la experiencia histórica de la URSS y su desenlace. No se trata, en consecuencia, de intentar respuestas aisladamente en las esferas de la cultura, la política, la «sociedad» o la economía, sino más bien de reunirlas buscando esclarecer el tipo de vínculos entre tales esferas que por lo demás, esa propia experiencia nos presentó reunidas en un espacio y tiempo específicos.

Con ello no digo que sean irrelevantes las preguntas disciplinariamente especializadas (políticas, sociológicas, económicas, &c.) sino suponía que -y corríjanme si como imagino es un error- el campo de la discusión filosófica, al menos en un sentido marxista, buscaba tomar las primeras (las especializadas) como el material empírico necesario sobre el cual elaborar y responder las preguntas centrales que no son sino la reconstrucción «racional» de las contradicciones claves que globalmente esa sociedad enfrentó.

Se que mis comentarios podrán parecer un poco extraños y extemporáneos, particularmente cuando ningún avance tengo sobre el tipo de interrogantes que estoy relevando. Sin embargo, hay una razón práctica que urge: si antes nuestro problema era la «toma del poder», hoy es, como mínimo un problema doble, pues se trata además, de avizorar con más exactitud lo que se hará con él, o lo que es lo mismo: ¿Que tipo de sociedad alternativa se quiere (y es posible) construir?

Esta última pregunta es la sombra que persigue cualquier iniciativa práctica y teórica del marxismo, y se vincula directamente con el tema de discusión que los compañeros David y Alberto iniciaron. Se vincula pues si la experiencia de la URSS nos lleva a concluir que el marxismo llevado a sus límites máximos no es capaz de explicar dicha experiencia (por ejemplo, si consideramos que su derrumbe fue el momento culmine de un complejo proceso de descomposición social y política cuya principal característica es la ausencia de sujetos, es decir, en cuanto clases que operan en la esfera de la política en función de sus intereses permanentes, y no el resultado de una lucha aguda), entonces lo más probable es que tampoco lo sea para dar cuenta de los problemas de construcción de alternativas que hoy enfrentamos. Desde ese punto de vista poco importa si el marxismo es o no un logro de alguna parte de la humanidad y que sea a esta altura (al igual que otras célebres construcciones humanas) patrimonio cultural incorporado a la ciencia, la ideología y el sentido común.

Finalmente, quisiera aprovecharme y preguntarles sobre la pertinencia de reconocer al interior del marxismo dos esferas. La primera, el método, una posición epistemológica; segundo, sus teorías más especializadas tales como una economía política, una sociología, &c. Si esto fuera correcto, tal vez serviría para resumir mis comentarios anteriores respecto a la discusión. En breve: la experiencia de la URSS ¿Que pone en juego? Por ejemplo, por decir algo, ¿sólo la inaplicabilidad de la teoría del valor o algo más profundo como la propia incapacidad epistémica del marxismo para comprender su derrumbe?

Un Abrazo.
Rafael Agacino.


Symploké 0020
Fecha: Domingo, 22 Sep 1996 17:38:19 +0100 (GMT+0100)
De: Claudio Solsona
Título: Materialismo

Estimados amigos:

En mi caso la ignorancia no es modestia; es un método.

El ritmo y tono del debate me ha dejado sin aliento. Supongo que no tiene demasiada importancia que asome la nariz de vez en cuando para expresar mi asombro, mis dudas, mi perplejidad... Mi metabolismo intelectual es parecido al del oso panda; como este, soy inofensivo y espero que me toleréis con paciencia. Básicamente, me interese por la Lista porque necesito ayuda intelectual. Imagino que, poco a poco, irán surgiendo oportunidades de concretar los temas que me preocupan; por ahora, me limitaré a señalar como afectan a lo que vaya surgiendo en el debate.

En primer lugar, señalar que centrar el debate a los limites del «materialismo filosófico» no es imponer ni una limitación teórica, ni una forma de exclusión.

Las posiciones del materialismo filosófico no son obvias. El bagaje intelectual de que somos portadores y el medio en el que nos desenvolvemos teóricamente, es, por principio, hostil y refractario a la fundamentación y elaboración consecuente de posiciones materialistas.

La contradicción teórica para el materialismo filosófico esta dada. La que se expresa como tal, con ser digna de consideración, no aporta nada substantivo al debate; salvo que la orientación básica sea apologética y autogratificante.

Creo recordar que fue Nietzsche quien, asqueado de la propensión del pensamiento a surgir de la autocomplacencia, resaltaba la necesidad de «pensar contra uno mismo». Que necesidad tenemos de contradictores superficiales al núcleo de nuestras posiciones teóricas, si realmente estamos comprometidos en la elaboración de posiciones que por su fundamentación dinámica nos obligan permanentemente a autocontradecirnos.

Pensar «contra uno mismo» es pensar al servicio del conocimiento.

Indico esto por que, siendo obvio el carácter en contra de algo de todo pensamiento, no lo es tanto, que también todo pensamiento esta favor de algo. A menudo, esta a favor de mas cosas de las que es consciente. Pues bueno, esto es lo que me preocupa fundamentalmente: lo que ignoramos, los silencios, lo que opera formalmente, lo presupuesto, lo que se calla, las ausencias, la negatividad, lo que actúa por pasiva...

No se si el compromiso teórico con el marxismo es en este debate de tipo apologético. Yo soy marxista, como dijo que lo era el propio Marx, no siéndolo en absoluto. Estamos hablando de una filosofía surgida en el siglo XIX, tan conmovedora en sus aciertos como intrínsecamente decimonónica en sus errores. No se trata de abrir inventario de unos y otros; solo señalar que la veta histórica mas acuciante en los últimos es la del voluntarismo político.

Para las posibilidades de desarrollo teórico del marxismo fue y es una tremenda desgracia el triunfo leninista en la URSS. Lo es ahora, en mayor grado, la lastimosa debacle de ese engendro sociopolítico que no fue nunca mas allá de ser «un capitalismo sin burguesía». Marxistas de la época ya indicaron los peligros del voluntarismo leninista: Rosa Luxemburgo, Anton Pannekoeck, &c...

¿A quien inspira hoy políticamente el marxismo leninista? A Sendero Luminoso, a Eta, &c., a la Teología de la Liberación...

La sensación de orfandad que se aprecia solapada en muchos intelectuales marxistas, sedicentes de palabra contra el régimen soviético, pero incapaces de generar una critica fundamentada contra el mismo, es digna de ser propuesta a los escarceos freudianos de nuestro amigo Alberto. Los síntomas son los de una perdida de fe donde nunca la fe debía haber estado.

Con el siglo XXI a las puertas no puede pensarse seriamente que la esencia de la racionalidad del marxismo sea 'hacerse cargo desde un punto de vista racional' de la historia precedente. Puede expresarse esta tesis en la forma de 'racionalizar el mercado','planificar la economía', o cualquier otra memez. La esencia del 'reale humanismo' es dar un contenido humano, unos fines humanos y unos medios humanos al desarrollo y expresión de la existencia del ser humano. Nada mas contrario a ello que el actual modo de producción y su escenario, el mercado. El compromiso del conocimiento no puede pasar por el estudio de las formas en que la situación actual pueda prolongarse por nuevas vías políticas y sociales. Creo que era Luckacs quien indico que es posible deseen volver practicas correctas, desde el punto de vista funcional, desde teorías erróneas.

Ponía el ejemplo de los marinos griegos que, con su cosmología tolemaica, se las arreglaban para trazar bien su rumbo de navegación desde el Pireo a Alejandría. Pues bien, si sabemos donde queremos ir y la teoría no ayuda mucho, por lo menos que no estorbe.

Si los marxistas no son/somos capaces de hacer una critica positiva del marxismo, mejor será que lo arrumbemos y tomemos lo que necesitemos cuando lo necesitemos y lo demás para los gusanos.

Un abrazo a todos:
Claudio Solsona.


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