La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Grupos de discusión filosófica
Symploké
Recopilación de cartas
221 a 240
0221 04abr1997 / Felipe Giménez / Errores de apreciación
0222 04abr1997 / Symploké / No a la despedida de M.A.Rodríguez
0223 05abr1997 / Emiliano Fernández / Civilización y barbarie (II)
0224 05abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 8
0225 05abr1997 / Alberto Luque / Los nacionalismos et caetera.
0226 06abr1997 / Alberto Luque / Estado de derecho: realismo y falacia
0227 06abr1997 / Felipe Giménez / Realismo
0228 06abr1997 / Emiliano Fernández / Civilización y barbarie (III)
0229 06abr1997 / David Teira / Clasificación (polémica) de argumentos
0230 06abr1997 / Symploké / Arreglado el conflicto
0231 07abr1997 / Joaquim Camprubí / Nacionalismo y relativismo cultural
0232 06abr1997 / Miguel Ángel Rodríguez / Re: Propuesta
0233 07abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 9
0234 07abr1997 / Javier Pulido Biosca / El Proyecto RAICES
0235 07abr1997 / Symploké / Relación de materiales enviados
0236 08abr1997 / David Alvargonzález / Comentarios al Sr. Camprubí
0237 08abr1997 / Emiliano Fernández Rueda / Etnocidio y genocidio
0238 08abr1997 / Felipe Giménez / Lucha a muerte
0239 08abr1997 / Adrián Faigón / Absolutamente relativista
0240 08abr1997 / Felipe Giménez / Cultura 9 bis

Symploké 0221
Fecha: Viernes, 04 Abr 1997 15:45:26 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Errores de apreciación

Estimados contertulios:

Lo he dicho en otra parte ya. No he querido en modo alguno ni ofender a D. Miguel Angel Rodríguez ni a Argentina. Desde aquí le exhorto a olvidar. No hay que estar invadido por la memoria como dice F. Nietzsche. En fin, que debe volver a la lista a retomar las discusiones y a refutar mis errores si los tengo.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0222
Fecha: Viernes, 04 Abr 1997 16:09:07 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: No a la despedida de Miguel Ángel Rodríguez

Estimados compañeros,

Recibimos esta misma mañana un mensaje de nuestro colaborador Miguel Ángel Rodríguez despidiéndose de la lista a causa de unas palabras encendidas acerca de Argentina contenidas en un mensaje de Felipe Giménez.

Las disputas acerca de motivos, como este de la cultura, en los cuales es imposible no verse comprometido, ocasionan a veces conflictos difíciles de eludir y mucho más de resolver. Dado que Symploké es una lista académica donde no se admite nunca la ofensa en la discusión, sería una enorme daño para ella la baja de Miguel Ángel Rodríguez, multiplicado además por su condición de colaborador asiduo de la misma, sin cuya presencia sería en gran parte inexplicable (como se comprobará en los archivos) el éxito de los primeros meses de Symploké.

Por ello le rogamos públicamente, como coordinadores de la lista, que reconsidere su decisión, pidiéndole además disculpas en cuanto a nosotros nos compete en la previsión de situaciones de este tipo. Esperamos de corazón que lo haga.

Saludos
Pedro Santana Martínez
David Teira Serrano
Coordinadores de Symploké


Symploké 0223
Fecha: Sábado, 05 Abr 1997 22:48:56 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Civilización y barbarie

Queridos colegas:

Respondo a la propuesta de D. Teira exponiendo el criterio en virtud del cual las sociedades humanas deben dividirse en primitivas y civilizadas.

Advierto de entrada que no me pertenecen ni el criterio ni la clasificación subsiguiente y que ni siquiera me corresponde el mérito de la explicación misma, que está diseñada en la introducción de Sahlins, M., Las sociedades tribales, (trad. de F. Payarols, 180 págs., Labor, Barcelona,1972). Las palabras en que esto se expresa son lo único que puedo decir que es mío.

El criterio no es otro que el de las nociones de guerra y paz tal como están expuestas y desarrolladas en los capítulos XIII y XIV del Leviatán. Allí dice Hobbes, como sabeis, que los hombres son iguales en facultades corporales y mentales. En lo primero porque el más débil tiene fuerza suficiente para matar al más fuerte. En lo segundo porque todos creen tener inteligencia en mayor grado que el vulgo. Dice además que esa igualdad es fuente segura de peligro. Que un hombre pueda matar a cualquier otro, el cual puede a su vez asesinarlo a él, y que nadie esté dispuesto a considerarse inferior a otro en inteligencia, debería bastar, si se examina cuidadosamente, para hacer moralmente preferible la desigualdad. Pero aquí no se trata de moralidad, sino de naturaleza humana, que en cuanto tal le es ajena. Y se trata también de que si los hombres son iguales por naturaleza en esas dos cualidades, entonces es preciso que se vean forzados a aspirar a los mismos bienes, lo que hará que se enfrenten unos a otros. No habiendo para todos igual de aquello que ambiciona cada uno, es inevitable que vengan a convertirse en enemigos, de donde se sigue que, por tener que confiar solamente en su fuerza y su inteligencia, los hombres tienen que vivir en estado de guerra de todos contra todos siempre que no exista una autoridad común que los atemorice y mantenga en concordia por la fuerza.

Esto es, según Hobbes, cuanto cabe esperar de la naturaleza, el estado de guerra, que no es batalla efectiva, sino disposición a batallar mientras no haya garantía de paz. Un día puede amanecer cubierto de negros nubarrones sin que la tormenta descargue en ningún momento. Por lo mismo, los seres humanos pueden vivir en estado de permanente agresividad sin que la violencia generalizada y efectiva llegue a ser un hecho.

Así son las llamadas sociedades primitivas: comunidades naturales que, por carecer de un poder centralizado monopolizador de la violencia y por correr ésta a cargo de cada uno de sus miembros sin que nada ni nadie tenga derecho a impedírselo, viven en el estado que Hobbes llamó de guerra. Es lo que las distingue de las civilizadas.

Pero estas nociones, con ser ciertas, ya no pueden llamar a engaño. La guerra es la estructura inconsciente del sistema primitivo, pero la realidad cotidiana suele ser su ausencia. La violencia pertenece, pues, a lo profundo, en tanto que la apariencia de las cosas puede estar lejos de ella.

No ha existido una sola sociedad civilizada tan pacífica como la de los hopi y otras de la antropología. Inversamente, en ninguno de estos pueblos existe la violencia física de nuestras ciudades superpobladas. Es normal que sea así, pues la aglomeración hace aumentar la probabilidad de los motivos de enfrentamiento, lo que no sucede cuando los hombres viven dispersos por el territorio. La resistencia a formar unidades mayores es una parte de la sabiduría de las sociedades primitivas.

En resumen, las sociedades primitivas no tienen Estado, mientras que las civilizadas se definen precisamente por él. Los otros caracteres de que a veces se echa mano para diferenciarlas no son sino simples efectos de la existencia de ese poder separado del resto de la sociedad, que divide a ésta en gobernantes y gobernados. La vida urbana, el arte de la guerra, la existencia de fortificaciones, el progreso técnico..., todo ello es fruto del estado social de paz, es decir, del Estado. La escritura también lo es.

No en vano los primeros documentos escritos son órdenes, leyes, mandatos...

de los dioses o los hombres, que para el caso es lo mismo. Que el fruto posterior de la escritura sea la filosofía, la ciencia o la poesía lírica no cambia sus origen y su fin primero.

Las palabras de Hobbes siguen siendo verdaderas: "En tal condición (de naturaleza, de pueblo primitivo o, por no olvidar los términos de nuestra discusión, de barbarie) no hay lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta" (o. c. cap. XIII)

Se equivoca, sin embargo, en estas últimas apreciaciones, pues sus conocimientos de la vida natural, que en su tiempo se desenvolvía aún por toda la faz del planeta, exceptuando Europa y las tierras por ella conquistadas, sometidas ya a un proceso sistemático de destrucción, eran tan escasos que tenían que ser imaginados en su mayor parte.

Pero esto será objeto de la próxima misiva. Baste por hoy con lo dicho. Y, por favor, no me critiquéis todavía, pues la argumentación no está acabada.

Hasta pronto.
Emiliano.


Symploké 0224
Fecha: Sábado, 05 Abr 1997 22:44:03 +0100
De: Felipe Giménez
Título: Cultura8

Estimados contertulios:

Verdaderamente, el nacionalismo es el tema de nuestra época. Hablar de la Cultura no es tema ni inocente ni baladí. Alberto Luque, hombre razonable, juicioso y docto, ha centrado justamente la cuestión y ha tratado de defender un relativismo frente a mi "imperialismo" o mi "tesis de la superioridad de la cultura occidental".

Sobre Hegel, hombre, Hegel es un filósofo realista, como Aristóteles y como Gustavo Bueno y me siento muchas veces muy identificado con sus tesis sin que ello signifique que me reconcilie con la realidad. Sobre el problema de la inmigración, no es realista sostener la política de las puertas abiertas y Alberto Luque lo sabe perfectamente. También Gustavo Bueno se ha pronunciado sobre tal asunto valientemente para disgusto de los progresistas utópicos. Dice G. Bueno:

"Desde el punto de vista de la aplicación de los principios, por parte, por ejemplo, de las "organizaciones no gubernamentales" consagradas a la defensa y promoción de los derechos humanos promulgados en 1948, los conflictos son inevitables, y se derivan precisamente de la necesidad de "borrar" (o poner entre paréntesis), como si ellos no existieran, o no fueran relevantes o pertinentes, los círculos culturales o los Pueblos en los cuales los individuos están insertos de hecho como condiciones de su misma existencia, a fin de atender a las necesidades derivadas de la aplicación de los derechos humanos fundamentales. De este modo, cuando una organización no gubernamental denuncia el miserable nivel de ayuda que los Estados desarrollados proporcionan a los pueblos menos desarrollados (acaso por debajo del 0,7% de su PNB); o cuando acusa de egoísmo cruel e inhumano a los gobiernos que se guían por políticas de "impermeabilización de fronteras", a fin de protegerse de las avalanchas de inmigrantes que quieren cruzarlas en busca de trabajo, entra en conflicto frontal con el derecho de los Pueblos (en este caso, de los pueblos desarrollados) a defender su identidad, su salud, incluso sus riquezas...o su estado de bienestar. Porque es en nombre de la preservación de esa identidad en el que actúa la "racionalidad económica" de la economía política (que es la economía de cada pueblo). Es evidente que si un Estado generoso destinase no ya el 0,7% de su PNB, sino un 7%, si abriese generosamente de par en par sus fronteras a los inmigrantes de los países menos desarrollados, su actuación debería considerarse irracional y antipatriótica desde el punto de vista de la economía política, por cuanto comprometería la posibilidad misma de su identidad efectiva. Aunque sea inhumano (no ético), desde la perspectiva de la Declaración de 1948 el restringir el porcentaje del presupuesto destinado a la ayuda exterior, o proteger sus fronteras, es humano (moral) desde el punto de vista de la Declaración de 1976 el proceder de forma que la propia "identidad nacional" quede salvaguardada: en esto consiste su "egoísmo". Por eso se desvanece la fuerza de las acusaciones de egoísmo cuando se dirigen contra los Estados (Se dice que cuando los Estados desarrollados ayudan a los pueblos menos desarrollados ayudan a los pueblos menos desarrollados lo hacen en su propio interés, como si pudieran hacerlo por otros motivos). Un Estado desarrollado presta ayuda para el desarrollo de los Pueblos vecinos no ya tanto por filantropía cuanto, por ejemplo, para disminuir la presión que estos vecinos ejercen sobre sus fronteras. Este "egoísmo" es el único modo de proceder racional en el supuesto de que quiera ejercer su derecho a mantenerse como Estado." Gustavo Bueno Martínez, El sentido de la vida, 1996, pp. 374-375.

Con esta cita de G. Bueno, supongo que mi pasaje citado por Alberto Luque adquiere un significado más claro y distinto.

Sigo insistiendo en que un Estado democrático es incompatible con la existencia en su seno de algunas culturas y algunas valoraciones morales o éticas. La tolerancia es esencial al pluralismo. La tolerancia es ponerse en el lugar de los demás (empatía). La tolerancia válida es la empatía horizontal, no vertical. El que ejerce la empatía vertical no juega a ser otro, sino más bien a mirarse desde el otro. La empatía horizontal sí genera tolerancia. Aquí funciona la simetría, la circularidad.

Un Estado democrático necesita un tipo de hombre especial: el racionalista ilustrado, tolerante, pluralista. Un Estado democrático necesita una sociedad cuyos valores predominantes no entrañen el desprecio o la negación de los valores democráticos. El pluralismo democrático deriva de un rasgo cultural. Es un rasgo cultural.

Una de las consecuencias del relativismo cultural es que individuos originarios de distintas culturas, esto es, de culturas inconmensurables se hallarán trascendentalmente inhabilitados para comprenderse. El que pueda haber varios colectivos culturalmente incompatibles que pueden organizarse en una sociedad multicultural es ridículo y contradictorio.

El relativismo cultural puede desembocar en el multiculturalismo en el sentido de que diversas culturas pueden vivir en un mismo Estado.

Colectivos humanos con cosmovisiones totalmente diferentes pueden llevarse bien en un mismo Estado democrático. La tesis es que es posible una enorme diversidad cultural y una convivencia irenista democrática. No creo yo que tal tesis sea verdadera. Más bien, sostengo lo que sostuve anteriormente, a saber, que el Estado democrático es incompatible con determinadas culturas y que las culturas son todas incompatibles entre sí y que es posible decidir cuál es la mejor.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0225
Fecha: Sábado, 05 Abr 1997 21:38:09 -0200
De: Alberto Luque
Título: Los nacionalismos et caetera

Estimados compañeros:

Estaba pensando ayer en ciertas vías de continuación del debate, al hilo del excerptum de El mito de la cultura ofrecido por David Teira el día 2, cuando vi en el buzón la carta de Miguel Angel Rodríguez, más ofendido que nunca, anunciando su abandono de esta lista. Horas más tarde se produjeron las más razonables intervenciones subsanadoras que cabía esperar, intervenciones que son un serio mentís a las últimas desmesuradas palabras de Miguel Angel sobre el "triunfo del dogmatismo, la ignorancia y el autoritarismo". Aunque como contertulio de esta lista la abrupta despedida de Miguel Angel me inquietaba y me parecía un auténtico despropósito -pues ciertamente, como ha manifestado la Coordinación, Miguel Angel ha animado sus discusiones en numerosas ocasiones- no me incumbía enjuiciar si verdaderamente tenía derecho a sentirse ofendido. Felipe Giménez era quien únicamente debía decidir si Miguel Angel merecía algún tipo de satisfacción. Y puesto que Felipe ha hecho explícito e inequívoco su alejamiento de toda intención ofensiva, el asunto debe ser olvidado.

Esperando que Miguel Angel haya revocado su pasional decisión, me gustaría entonces pronunciarme sobre el contenido ideológico de lo que le ha llevado a sentirse ofendido, pues éste sí es un tema de debate. Más aún, es el tema de debate en torno al que hemos empezado a hablar. Como corro el riesgo de tocar llagas abiertas en la sensibilidad indigenista de Miguel Angel, me adelanto a jurar que nada hay más lejos de mi intención que ofender, como Felipe hizo involuntariamente. Por lo demás, seguiré defendiendo lo esencial del relativismo cultural, que es quizá el único punto en que me alejo tanto de lo que plantea Felipe como de lo que en ciertos momentos sugiere Gustavo Bueno.

A continuación de su texto de desagravio, Felipe decía, abriendo un nuevo flanco en el debate iniciado: "Se me ocurre que el tema de la cultura está relacionado estrechamente con el tema del nacionalismo." Yo diría más: el de la cultura es precisamente el tema del nacionalismo. Y si alguna inquietud política subyacente es indisimulable en el análisis de Gustavo Bueno de la mitificación de la cultura es precisamente el malestar civil provocado por los retoños de nacionalismos, sean fanáticos o moderados. Procedo ahora a una confrontación espinosa cuyo objeto nos lo proporcionan las razones que invocó Miguel Angel para ofenderse. Vuelvo a insistir: como acaloramiento y disgusto moral el asunto debe zanjarse, pero las ideas que lo han motivado no se borran con la cortesía, sino que siguen siendo ideas (ideología) sujetas a examen racional. Apelo, como Felipe Giménez, a "retornar a la serenidad" y examinar críticamente todas nuestras opiniones, aunque las consideremos sagradas -por otro lado, ¿qué puede hacerse en una lista de filosofía si nos topamos con lo sagrado, como Sancho y Don Quijote con una iglesia? Si exagero las precauciones y atenuaciones es a causa de que, por lo que he llegado a comprender, la "sensibilidad intelectual latinoamericana" no se aviene muy bien con el distanciamiento, con la frialdad racional que aquí invocamos algunos. Vaya, pues, a mi propio riesgo, aunque a costa de Miguel Angel, la comparación y el caso de relativismo a que me refiero.

De suyo se comprendía, creo, que objetivamente no existía ofensa personal alguna, pues Felipe no había argumentado ad hominem en ningún momento. Miguel Angel lo comprendió muy bien: no dijo que se le hubiese ofendido a él mismo, sino "a su patria y su continente". Pero si se invocan los fantasmas de los antepasados y esa sutil materia de que se compone la patria y otros honores, entonces entramos en un terreno que es como mínimo sospechoso para la "sensibilidad intelectual europea", por contraponer algo a aquella otra "sensibilidad intelectual iberoamericana" de Miguel Angel... Aquí, en este casi metafísico problema de las "sensibilidades culturales" radica una parte de lo que Gustavo Bueno ha propuesto desenmascarar como mito. Así como a un intelectual de esa lacerada Hispanoamérica le parece natural hablar en términos dramáticos y recordar el "número de compatriotas muertos", a un intelectual europeo, pese a que no carece de muertos en las generaciones más próximas, le repugna en cierta manera y desconfía sistemáticamente de todo rasgarse las vestiduras y de todo patetismo locuaz. Veamos: las dos grandes conflagraciones mundiales sembraron Europa de cadáveres; los genocidios americanos barajan números de seis cifras a lo sumo; los europeos contamos en millones... Es más, Europa está siendo en la actualidad víctima de guerras y masacres feroces que agudizan el fracaso de toda ética, cosa que ya había quedado suficientemente clara desde la Primera Gran Guerra. A pesar de tales tragedias que aún padecemos y que aún tememos que puedan ensangrentar otras tierras de nuestro continente, a pesar de la asechanza latente de la irracionalidad en todos sus confines, entre los intelectuales europeos no se estila hablar en términos dramáticos, míticos o apasionados. Al fin y al cabo, no estamos en la Comédie Française. Huimos del dramatismo como de la peste, renegamos de toda lamentación, hipócrita o sincera, quizá porque conocemos mejor que cualquier otro pueblo oprimido lo que es la carnicería sin sentido alimentada por fantásticos ideales como la patria o el honor de los muertos.

En cambio, Miguel Angel apela a sus antepasados como una especie de prerrogativa moral que tienen los intelectuales sudamericanos. Los antepasados de uno, hayan sido mapuches, incas o godos, poco tienen que hacer en una lista de discusión filosófica, se dirá. Mis antepasados podrían haber sido piratas en tiempos de Barbarroja, y no creo que pudiera yo sentirme ahora avergonzado por sus fechorías -ni, por supuesto, orgulloso. Pero yo no voy a decir que sea absurdo invocar a los antepasados. Al contrario, todo tiene sentido: la cuestión es adivinar qué otro sentido tiene una idea, además del que le da quien cree en ella. Lo que estoy dispuesto a afirmar es que sería absurdo que un europeo se ofendiese por cuenta de sus antepasados. Fácil objeción, deducible de las insinuaciones de Miguel Angel: ¡Es que los europeos son los triunfadores! En absoluto: los europeos no nos ofendemos, no porque seamos unos triunfadores imperialistas, sino porque nuestra cultura, cuando se trata verdaderamente de la parte cultivada de los europeos, ha sido secularizada en alto grado, porque no creemos en el alma de nuestros antepasados como un hálito que nos acompaña pasionalmente, mitológicamente, espiritualmente... La mayoría de los europeos somos tan triunfadores como pueda serlo Miguel Angel Rodríguez. Para cosas como el orgullo patrio tenemos designaciones despectivas y mortificantes: patrioterismo, fanatismo, ignorancia, etcétera... las mismas que Miguel Angel utiliza para las ideas que no comparte. Por todo ello es absurdo que un europeo sienta una ofensa contra su continente, porque el europeo culto es el primero que desprecia lo que su continente y sus antepasados tengan de mítico y de sagrado.

Pero, por supuesto, no es absurdo que se ofenda un latinoamericano, porque en su caso no es tan fácil desvincularse del hecho de haber sido colonizado. (Bueno: ¿Se trataría de una cuestión de distancia histórica, o de persistencia de una visión irracional del mundo? Ningún español lamenta que los romanos trajesen a estas tierras la cultura grecolatina, y de seguro ningún español normal se siente descendiente de ilerdenses, de iberos, ni aun de árabes o godos.) Verdaderamente, no parece tan fácil como supone Felipe, eso de que un argentino prefiera que hubiesen sido los ingleses o los franceses o los alemanes, otros pueblos más refinados que el español (más "europeos", decía Felipe), quienes hubiesen conquistado América. No me parece fácil, pero me consta que es cierto. Hace sólo unos días una mujer argentina decía por la Televisión, en uno de esos programas que se dedican a encontrar personas y reconciliarlas, que "el sueño de todo argentino es vivir en Europa", y ello a pesar de que debe ser inevitablemente decepcionante para alguien que haya vivido en una ciudad tan inmensa como Buenos Aires trasladarse a vivir a una ciudad europea de unas decenas de miles de habitantes, por ejemplo. Supongo que en esto habrá muchos pareceres, y quizá el de Miguel Angel no sea ninguno de estos. Pero lo que quiero recalcar es el hecho de que, mientras que para nosotros los europeos ni nuestra historia ni nuestras tradiciones ni nuestra tierra tienen ni deben tener sobre nosotros el peso de lo sagrado, no parece ser así en el caso de un hispanoamericano, ni siquiera en el caso de un hispanoamericano culto, cuya cultura es occidental, como Miguel Angel. Entre nosotros sólo hablan de Blut und Boden, o de Sang et Soil quienes ya sabemos. En América, en cambio, es notable que las palabras "patria" o "pueblo" sólo adquieren un firme sentido moral entre quienes combaten por ideales igualitaristas, quienes con su cultura occidental defienden a los indígenas (¡parad a meditar qué terrible y nada trivial paradoja!)... Admitida esta diferencia de contextos, ¿no creéis que, sin embargo, es completamente lícito y racional enjuiciar estas ideas por sí mismas, por su propio valor o falta de valor lógico? Al igual que la idea de la superioridad cultural occidental, radicalmente exhibida por Felipe, tiene para Miguel Angel un contenido imperialista y nazi, la invocación del pasado glorioso o heroico de la patria por parte de Miguel Angel no se distingue tampoco del nacionalismo nazifascista y la "unidad de destino en lo universal". (Emiliano Fernández nos recuerda cómo Gustavo Bueno sugiere también la conexión entre la idea de Estado de cultura en Fichte y el nazismo). Más allá de la contextualización de estas ideas, podemos examinar la lógica inherente a las ideas mismas (este enfoque abstracto es el que corresponde, según lo entiendo, al examen de Gustavo Bueno). Yo propongo tener en cuenta ambos niveles, aunque diría que el enjuiciamiento del contexto corresponde a la "sensibilidad", mientras que el enjuiciamiento de las ideas mismas corresponde a la "racionalidad". Lo ilustraré con un ejemplo:

Tomemos el caso del Mayo´68. Muchos tenemos en Europa la indeleble opinión de que aquello fue un auténtico carnaval. La valentía de Pasolini, afirmando que los únicos hijos de obreros de las revueltas eran los policías que las disolvían, y su imponente acusación de "fascismo rojo" para los extremistas izquierdistas de toda laya, no nos parece ni exagerada ni injusta, sino la única postura racional y decente que podía adoptarse. Tampoco hubo drama en los hechos. Al fin y al cabo, las revueltas parisinas registraron un muerto a lo sumo, según tengo entendido. Bien es cierto que en cuestión de vidas humanas no vale la aritmética elemental, sino que habría que utilizar la de los números transfinitos de Cantor, como sugería John Allen Paulos en Más allá de los números: un infinito más otro infinito sigue siendo un infinito, etcétera. Pero a lo que voy es a la siguiente comparación. Según recordaba Octavio Paz, en México el resultado fue objetivamente más dramático, y en la Plaza de las Tres Culturas se amontonaron varios cientos de muertos. Aunque el contenido ideológico de las revueltas estudiantiles hubiese sido el mismo -cosa opinable-, los mexicanos progresistas tendrán motivos para sentirse solemnemente entristecidos y no tomarse a chanza la revuelta. Es difícil que lleguen a la conclusión a que llegamos nosotros: que Mayo del 68 fue un circo.

Quien intente tener en cuenta tales distingos en las condiciones materiales de existencia estará en condiciones de comprender, según una norma moralmente relativista, la diferencia de sensibilidades y de apreciaciones. Esto vale para todos. Al igual que yo comprendo por qué para la "sensibilidad intelectual hispanoamericana" es frívola toda frialdad racionalista, y por qué no puede acercarse a las cosas sino contando siempre en términos de masacrados y de hambrientos, un verdadero intelectual latinoamericano puede percibir con toda claridad por qué el patetismo no le queda bien a un "europeo bien alimentado", por qué nosotros los europeos, si exhibiésemos una sensibilidad como la de Miguel Ángel y hablásemos del honor patrio cualquiera se reiría en nuestra cara de farsantes. No por otro motivo en los países superdesarrollados la intelectualidad crítica reacciona contra el lenguaje de lo políticamente correcto, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en esta y otras listas del PFE. Notamos que las palabras buenas son el distintivo de los tiranos, y a ese exhibicionismo de la bondad oponemos una rudeza lógica como la enarbolada por Felipe.

Ahora bien, no se trata sólo de un intento mutuo de comprender las diferencias "culturales" o de "sensibilidad" -precisamente el ejercicio genuino del relativismo-, sino de llegar al alma de las cosas, aun a costa de dolorosos desprendimientos "culturales". Quizá Miguel Angel no ignore cuán difícil y doloroso es también para los intelectuales europeos sacudirse mitos e ilusiones. La idea de la superioridad de Occidente, aunque debe discutirse y precisarse aún mucho, contiene como mínimo esa carga de dolorosa secularización. Y si nosotros renunciamos, no a ideales morales universales, sino a la ilusión que consiste en objetivarlos, en separarlos de las condiciones reales de nuestra experiencia, en mitificarlos, si renunciamos a esas fantasías tan bonitas, ¿por qué vamos a aprobar que los sudamericanos quieran recuperar las de sus antepasados primitivos? Los argumentos de Felipe no se comprenden de otra manera. Vuelvo a insistir en que no veo en ellos ofensa alguna a nada ni a nadie, sino sólo un desprecio crítico por las fantasías. Por otro lado, no comparto enteramente todo cuanto dice Felipe, y admito, como he dado a entender, que su tono no tiene en cuenta para nada esa otra sensibilidad indigenista, pero de la misma manera la indignación patética -patética en sentido propio, no peyorativo- de Miguel Angel es también casi una ofensa para quienes creen en esa tarea, también algo mítica, de la filosofía como búsqueda de la verdad caiga quien caiga...

Dos cosas más, para acabar por el momento.

Unas palabras muy a propósito, sencillas y certeras, de Sir Charles Percy Snow, extraídas de su famoso primer discurso sobre Las dos culturas y la revolución científica:

"Porque una cosa es indiscutible: la industrialización es la única esperanza de los pobres. Y empleo la palabra "esperanza" en un sentido directo y prosaico. No me interesa la sensibilidad moral de quien se considera demasiado refinado para emplearla de esta manera. Está muy bien que nosotros, confortablemente instalados en nuestros butacones, pensemos que los niveles materiales de vida no importan gran cosa. Está muy bien que se rechace la industrialización por una motivación personal. Os convertís, si queréis, en un Walden moderno, y si sois capaces de vivir subalimentados, de ver que la mayoría de vuestros hijos mueren en plena infancia, de despreciar las ventajas de la cultura, de vivir veinte años menos, si sois capaces de soportar todo esto, yo os respetaré por la fuerza de vuestra revuelta estética. Pero no os respetaré lo más mínimo si queréis, aunque sea pasivamente, imponer la misma decisión a hombres que no son libres para decidir. De hecho, sabemos perfectamente cuál sería su decisión. Porque, con singular unanimidad, en todas partes donde han podido hacerlo, los pobres han abandonado el campo para entrar en las fábricas tan de prisa como lo permitía la capacidad de absorción de éstas."

Snow no tenía ideales de gregarismo o colectivismo para la educación -tema que ha sensibilizado ahora en España a muchos profesores que no comparten la filosofía de la reforma educativa, como el propio Felipe Giménez. Tampoco albergaba un ideal productivista en el terreno socioeconómico. Sus ideales de cultura eran más bien el renacentista, completamente individualista, y el ideal a la vez epicúreo y aristocrático (el "sueño de Aristóteles") que Paul Lafargue defendió en su alegato El derecho a la pereza. Snow quería hombres cultos, es decir, una gran cultura (en sentido subjetivo) para todos, de contenidos esencialmente racionalistas, secularizados, humanistas. El romanticismo empezó a cultivar el amor a los salvajes tanto desde perspectivas racionalistas (tras la estela de Rousseau) como aristocráticas en sentido irracionalista. La antropología heredó ambas tendencias. Por una parte, se persigue descubrir la verdadera naturaleza del hombre, y para ello se cree que no es mala idea ir a buscar al hombre más alejado de nosotros, más cercano a la naturaleza, al primitivo; el objetivo es encontrar la norma que perfeccione nuestro propio mundo. Por otro lado, se va hacia los salvajes por el encanto irracional de su primitivismo, de su misticismo, por el rechazo esteticista y aristocrático del progreso material y del desencanto racional del mundo.

Gustavo Bueno ha apreciado justamente las ideas de Snow, pero ha exagerado el hecho de que Snow se refiriese, al utilizar la palabra "cultura", sólo a la cultura en sentido subjetivo, a la ilustración, a la educación. Esencialmente es así. Aunque Gustavo Bueno destaca en varias ocasiones que Snow maneja (explícitamente) un concepto de cultura similar al de los antropólogos, tiende a atenuar en cierto modo esa significación. Snow dice: "hablamos de dos culturas en un sentido similar a como se habla de cultura de La Tène, o de cultura de los trobriandeses". O también: "la cultura científica es realmente una cultura, no solamente en sentido intelectual sino también en sentido antropológico". Ese uso del concepto de cultura por Snow está muy a salvo de las críticas "antimíticas" de Gustavo Bueno. Sin embargo, se trata parcialmente del manejo de un concepto de cultura objetiva. Por tanto, según lo entiendo hasta el momento, el carácter mítico de la idea de cultura no ha de extenderse a cualquier uso del concepto de cultura objetiva. Si algo hay de mítico en el concepto de cultura no deriva tampoco meramente de su ambigüedad. ¿Qué substrato importante queda en esa idea que justifique la crítica global a que le somete Gustavo Bueno? Creo que gran parte de ese substrato es el contenido ideológico del nacionalismo, de todo nacionalismo, de todos los nacionalismos, por cuanto resulta muy oportuno ese giro político que Felipe Giménez ha dado a nuestro debate con su informe sobre las inquietudes antinacionalistas de ciertos políticos españoles. Ahora bien, es tan irracional el nacionalismo catalanista o vasco como el españolismo. Y lo es tanto como el nacionalsocialismo. Y lo es tanto como los integrismos musulmanes. Y lo es tanto como los americanismos e indigenismos de todo tipo... Una diferencia política sí es necesario tener en cuenta: el nacionalismos de las naciones grandes es "imperialismo", el de las pequeñas "movimiento de liberación". De suyo se comprende la ridícula distancia ideológica que media entre uno y otro.

Hay un párrafo especialmente incierto y obscuro en el discurso de Felipe Giménez. Dice:

"Además, considero que en un Estado democrático no todas las valoraciones son compatibles con la propia existencia del Estado. No todas las culturas son tolerables. No todo es tolerable. El Estado no puede ser multicultural. Un Estado democrático no puede ser islámico por ejemplo. El pluralismo tiene límites. Pluralismo son dos cosas: a) Pluralidad de culturas, b) Pluralismo dentro de una sola cultura. El multiculturalismo se concilia mal con la estructura democrática. Los multiculturalistas, relativistas son partidarios de que los países ricos abran sus puertas irrestrictamente a la inmigración masiva porque todos los seres humanos tienen derecho a acogerse a las ventajas que se les brindan en tales países (ética, derechos humanos) pero ello se opone a los intereses de los ciudadanos de tales países que tienen lógica preferencia en tales ventajas para los gobiernos de tales Estados (derechos ciudadanos, moral). Tales posiciones las compartiría el liberalismo comunitarista (Sandel, Taylor, Mc Intyre) pero también y ¿Por qué no? un comunitarismo de izquierda, porque los gobiernos se deben en primer lugar a sus pueblos respectivos antes que a toda la humanidad distributivamente considerada."

Lo incierto deriva de lo que no dice: si él considera aceptable, política o éticamente, la imposición en la práctica (jurídica) de un criterio discriminador. Posteriormente Felipe ha apelado a uno de los principios hegelianos más descaradamente imperialistas o, por decirlo con un lenguaje históricamente adecuado, más "pro Estado prusiano": el juicio de la historia como juicio de los vencedores, criterio que repugna a Miguel Angel y cuya debilidad de razonamiento circular explicaba Ernest Gellner en el texto que os transmití. El hecho de que Felipe sea o no partidario de que tal o cual Estado imponga su "racionalidad" por cualquier medio coercitivo no modifica el sentido de sus palabras, pero lo completaría. Personalmente me es indiferente que la coerción la imponga un gobierno "civilizado" o uno primitivo. No apoyaré jamás a mi gobierno, como jamás defenderé el atraso objetivo de los primitivos. No admitiré jamás que se cierren las fronteras, ninguna frontera, a ningún individuo ni a ninguna raza. No aprobaré jamás ninguna guerra que no sea la de los miserables contra los ricos por ideales racionales e igualitaristas, cosa que, desgraciadamente, jamás se producirá.

Gustavo Bueno insinúa que la incorporación del término "género humano" en el himno La Internacional obedece también a un principio de mitificación. No lo creo. Opino que el comunismo no cayó desde el principio en la trampa del mito de la cultura, precisamente porque inventó una cultura mítica, de contenido mítico, no mítica ella misma. Más exactamente, la cultura comunista tuvo contenidos heroicos y de epopeya. "¡Proletarios del mundo, uníos!" es un grito poéticamente grandioso, exagerado, romántico. Entre los bolcheviques surgió ciertamente la tentación mitificante de crear una "cultura proletaria", y ya Lenin y Trotski mostraron fácilmente la puerilidad de tal pretensión: los proletarios no tenían cultura alguna (cultura subjetiva, id est: instrucción, educación, literatura...), sólo las clases ricas tenían cultura, ahora había que trasmitirla a los obreros y desvincularla de adherencias ideológicas clasistas. Un gran alegato de desmitificación distinguió el comunismo desde sus comienzos: "Los proletarios no tienen nación", la más franca herencia del racionalismo ilustrado.

Un saludo.
Alberto Luque.


Symploké 0226
Fecha: Domingo, 06 Abr 1997 01:56:48 -0200
De: Alberto Luque
Título: Estado de derecho: realismo y falacia

Estimados compañeros:

Respondo todo lo breve y apresuradamente que puedo a la última intervención de Felipe. Meditaré en los próximos días las consecuencias lógicas de lo que ahora me atrevo a decir.

El párrafo que Felipe Giménez extrae de El sentido de la vida de Gustavo Bueno merece un comentario. En mi opinión, aclara y no aclara el sentido de lo que antes había expresado en el párrafo que yo comentaba. Según la interpretación que voy a exponer, uno de los dos ha malinterpretado a Gustavo Bueno. Es muy posible que sea yo. Pero eso sería completamente secundario, por cuanto no se trata tanto de dilucidar lo que literalmente dice Bueno -que no es ni más ni menos que lo que literalmente dice, y por tanto no requiere interpretación alguna-, sino de comprender por qué, contra quién y con qué objeto lo dice, o mejor aún, con qué otro objeto podría decirse lo mismo, dado el caso.

En mi opinión, todo ese párrafo tiene un significado irónico-crítico. Irónico no en sentido propio, como expresión contrariada de lo que se defiende, sino en sentido intencional, como expresión verdadera y literal de unos aspectos que se soslayan hipócritamente, como crítica del idealismo político.

En la pág. 367 de El sentido de la vida, Bueno alude a la prudencia de las Naciones Unidas al evitar toda dialéctica sobre los "principios" (como por ejemplo la definición de hombre). Destaca el carácter positivo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre al partir de la mera constatación de que ya existen unos derechos del hombre (universales, se pretende), cuya ignorancia sería únicamente la causante de los actos de barbarie perpretrados contra la humanidad. Y entonces señala Bueno que "ni siquiera se describe a los acusados; acaso la referencia común de los firmantes de la Declaración fueron los nazis recién vencidos; pero esta referencia común no era la única: como referencias variables, para unos eran sin duda los países del comunismo estalinista, y para otros el capitalismo explotador; para unos terceros ciertos regímenes de los países "subdesarrollados"". La ambigüedad abierta es la clave de la eficacia pragmática de esa Declaración, de su sentido de corroboración de un estado general común de hecho y de derecho que caracteriza la estructura jurídica de las naciones desarrolladas. Advierte Bueno también la diferencia lógica y pragmática que existe entre el hecho de que la Declaración tenga sentido verdadero para los sujetos que designa (todos los hombres), de manera que su primer artículo significase que efectivamente todos los hombres nacen libres e iguales -en contradicción con la experiencia de cualquiera-, y el hecho de que sólo tenga sentido verdadero como ley vinculante para sus propios intérpretes, "como si dijera: "a partir de esta proclamación, todos aquellos que la suscriban deberán considerar como libres e iguales a los hombres desde el momento de su nacimiento"." (pág. 370).

Gustavo Bueno recurre a la oposición entre lo ético y lo moral, según yo lo entiendo, como facies político-práctica de la oposición entre el idealismo y el realismo. Y según declara continuamente en este y en otros pasajes de su obra, una oposición como esa -y como en general, dialécticamente, cualquier oposición- no debe ser entendida como una relación de géneros ni absolutamente heterogéneos ni absolutamente coordinables, sino como caso de symploké. Concretamente, los dos géneros de los "derechos del hombre" (éticos) y los "derechos de los pueblos" (morales) serían, según Bueno, "en parte incompatibles y sólo en parte coincidentes". En cambio, Felipe los presenta como enteramente incompatibles, lo cual, claramente, es una simplificación respecto al planteamiento de Gustavo Bueno -aunque puede corresponder a otro planteamiento, propiamente el de Felipe, sostenible por otra vía distinta a la de las citas de Bueno.

Me parecen sobre todo son importantes las apreciaciones que Gustavo Bueno hace al hilo de su discurso, para ilustrar esa oposición compleja entre el plano maquiavélico del realismo político y el plano ético del idealismo. Por ejemplo, la incompatibilidad entre los "derechos de los Pueblos" y el "ideal de un comunismo universal" (pág. 374). Lo que Gustavo Bueno pone de manifiesto es la incoherencia lógica del idealismo político, pero esto vale tanto para la ideología que profesan los miembros de organizaciones humanitarias no gubernamentales como para aquellos otros, más hipócritas, que también apelan a lo "ético" para defender lo "moral", que se amparan en los derechos del hombre para defender los derechos del Estado (o los de su clase, o los de su gobierno...). Aunque Bueno no aluda a los segundos, su criterio no puede tomarse como una defensa de la coherencia lógica de los Estados, sino en todo caso como expresión de la fricción entre una situación de hecho y unos ciertos ideales jurídicos más o menos internacionalistas. La frase clave en el párrafo que Felipe nos citaba es la última, sobre el carácter necesariamente "egoísta" de la política real y coherente de los Estados capitalistas, frase de la que me permito destacar sus premisas: "Este "egoísmo" es el único modo de proceder racional EN EL SUPUESTO DE QUE QUIERA EJERCER SU DERECHO A MANTENERSE COMO ESTADO." Bien claro está. El problema ahora es si uno piensa, como Hegel, que el Estado moderno debe defenderse como encarnación de un "proceder racional" en sentido absoluto, esto es, de una racionalidad independiente de la mera voluntad de perpetuarse como tal Estado. Por mi parte, estoy persuadido de que la racionalidad no se agota, ni mucho menos, en la defensa del Estado de derecho. Pero añadiré unas palabras más, sólo para confesar una incoherencia personal que aún no he manifestado en este debate, pero que arrastro y tolero: a veces asumo posiciones netamente stalinistas, como son innegablemente las de Felipe, otras veces soy completamente liberal, muchas veces jacobino, y a fin de cuentas no sé qué es posible asegurar en política apodícticamente sin caer en el ridículo de los neófitos y de los idealistas. Y puesto que quienes menos se engañan en lo que respecta a la ausencia de valores ni éticos ni morales de la política son los propios gobernantes, no sé por qué cualquier otro ciudadano razonable ha de llegar a la conclusión de que debe una adhesión firme al Estado. No asumo jamás posiciones anarquistas. Me repugna también toda acción liberal en el sentido disgregador del régimen jurídico que asegura la paz civil y hasta cierto punto el bienestar. Pero de ahí a idealizar el Estado de derecho y la necesidad in abstracto de la violencia coercitiva va un paso muy grande.

Un saludo.
Alberto Luque.


Symploké 0227
Fecha: Domingo, 06 Abr 1997 09:24:04 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Realismo

Estimados contertulios:

Alberto Luque ha tratado de refutar mis errores sacando a colación citas de G. Bueno del mismo libro que yo he citado. Creo que Gustavo Bueno es un filósofo que es mucho más claro políticamente de lo que afirman sus detractores. Es que Gustavo Bueno es realista políticamente. Si hay un conflicto entre las normas éticas y las normas morales se debe optar por las normas morales. Eso es lo que yo extraigo de Bueno. El decir que un Estado se debe a su propio pueblo, a la nación, no es ninguna tontería y no es ningún error. De hecho es así y además debe ser así. Lo demás es idealismo utópico.

En cuanto a estalinismo, hombre, creo que no soy estalinista, soy realista, eso es todo. Lo cual no quiere decir que acepte todo y me reconcilie con la realidad. Entre Kant (idealismo) y Hegel (empirismo, realismo) hay una vía intermedia (Marx) y ello lo dice alguien que no es marxista. Prefiero que se me llame materialista político.

Por cierto, hay contradicciones efectivas entre las normas éticas (derechos humanos) y las normas morales (derechos del ciudadano). Puede pensarse que tal contradicción es una contradicción entre idealismo y materialismo, una symploké, porque no son superponibles plenamente ambos conjuntos de normas. Yo diría que el planteamiento moral es el planteamiento realista, político y que el otro planteamiento es el planteamiento privado, subjetivo, individualista.

Atentamente, Felipe.


Symploké 0228
Fecha: Domingo, 06 Abr 1997 11:06:18 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda
Título: Civilización y barbarie.

Queridos contertulios:

Decía que Hobbes se equivoca profundamente cuando aplica a la vida de los hombres en estado natural aquellos famosos cinco adjetivos, cuya enumeración provoca en el ánimo de quien los lee una sensación irreprimible de rechazo, sensación que es mayor seguramente cuando se ven los originales: la vida del hombre sin Estado, dice en inglés, es "solitary, poor, nasty, brutish, and short". Obsérvese el sonido silbante de los tres últimos. Al rechazo se añade el asco.

Hoy sabemos que esto es falso. La antropología y la arqueología lo han probado definitivamente y se deben achacar, por tanto, las afirmaciones de Hobbes al desconocimiento que su época tuvo de estos saberes. Como tampoco es cierto que la vida del primitivo discurra en la escasez, sumida en una economía de subsistencia, tesis que todavía se encuentra presente en algunos manuales de bachillerato, herederos aún de las ideas del siglo XIX e ignorantes por ello de la situación real. Las sociedades llamadas primitivas no viven para producir, sino que producen para vivir. Esa es la diferencia esencial por la que a nuestros ojos de civilizados europeos -o americanos, japoneses..., que es lo mismo-, así como a los de Hobbes, ha podido parecer que viven en la pobreza. No trataré por ahora de este tema, que habría que desarrollar explicando primero qué se entiende por pobreza y por necesidad.

Lo que sí sigue siendo válido en la teoría política de Hobbes es, aparte de la partición en dos de las sociedades humanas según el eje de la guerra y la paz, las leyes primera y segunda de la naturaleza tal como él las enuncia.

Una es la seguida por los primitivos, otra por lo civilizados. La primera, recordadlo, dice que "todo hombre debiera esforzarse por la paz, en la medida en que espere obtenerla, y que cuando no puede obtenerla, puede entonces buscar y usar toda la ayuda y las ventajas de la guerra, de cuya regla la primera rama contiene la primera y fundamental ley de naturaleza, que es buscar la paz, y seguirla, la segunda, la suma del derecho natural, que es defendernos por todos los medios que podamos" (Hobbes, o. c. cap.

XIII). Bajo el designio de esta norma se ha desarrollado la vida humana durante la mayor parte de su existencia, que cabe cifrar, como mínimo, en varios centenares de miles de años. Buscar la paz cuando es posible alcanzarla y seguirla, o defenderse por todos los medios posibles, no es una disyunción excluyente. Su realización ha sido posible bajo las condiciones de la vida del salvaje, que una larga serie de pensadores, desde Hobbes hasta Harris, pasando por Rousseau, han hecho lo posible por entender.

La segunda ley de naturaleza dicta que "un hombre esté dispuesto, cuando otros también lo están tanto como él, a renunciar a su derecho a toda cosa en pro de la paz y defensa propia que considere necesaria, y se contente con tanta libertad contra otros como consentiría a otros contra él mismo" (Hobbes, ibid.). Ya se sabe que esto es el surgimiento del Leviatán, del Estado, una institución que se adueña del "derecho del hombre a hacer toda cosa que quiera", que hasta entonces había sido privativo de cada individuo natural.

Con el Estado nace la tendencia al centro de todas las fuerzas de la sociedad, mientras que, por el contrario, en la edad salvaje las fuerzas tendían a la dispersión. En suma, la edad civilizada se define por la tendencia centrípeta de la violencia y la salvaje por la tendencia centrífuga, de donde se sigue una cualidad propia de las agrupaciones del primer estadio, la diversidad, y otra de las del segundo, la igualación.

La diversidad es el objeto formal de la antropología social, la ciencia que se ha tomado en serio al salvaje y que ha procurado, mediante el estudio de dicha diferencia, aportar un punto de vista que se ha revelado indispensable en la comprensión de lo humano. Que el antropólogo haya sido parte de la sociedad civilizada, una más en principio en el concurso de todas las existentes, y que, por un imperativo científico, haya tratado de comprender a las demás prescindiendo de la suya y de las valoraciones sobre la superioridad moral o de cualquier otra índole que la suya conlleva, no puede sin más llamarse relativismo. Obedece a algo que ha mencionado breve y magníficamente un contertulio nuestro, Juan Carlos, cuando argumentó que "el relativismo no sólo no es enemigo de la racionalidad, sino que la propia razón no puede pensar más que en términos relativos, pensar que pensamos de otra manera es simplemente olvidar que existe siempre un sistema de referencia desde el que estamos hablando. Cuando a ese sistema de referencia se le atribuyen características absolutas, es decir, que valen para cualquier sistema de referencia, se entra en contradicción inevitable con un imaginable sistema de referencia desde el que se pueda aseverar todo lo contrario la razón".

Por otro lado, el relativismo podrá no se deseable, pero lo cierto es que no queda conjurado simplemente con decirlo, por muy rotundas que sean las palabras con que se diga.

La diferencia es lo característico de las sociedades humanas. Esto no es metodología, punto de vista o abstracción, sino la realidad de las cosas. En el interior de cada una de ellas, sus componentes se conciben a sí mismos como humanos, como los únicos humanos. En esto no se distinguen. No hay sociedad que no trace una barrera entre ella misma y las demás. No hay sociedad que no conciba a las demás como bárbaras. La simple denominación que a sí mismas se dan lo revela muchas veces: los Guaraníes se dan el nombre de Ava (las "Personas"), los Guayaki de Aché (las "Personas") los Waika de Yanomami (la "Gente"), los esquimales de Innuit (los "Hombres")..., y la lista podría alargarse hasta el tedio (V. Clastres, P., Investigaciones en antropología política, Gedisa, 1987, página 58).

¿Se deduce de aquí que las sociedades están permanentemente enfrentadas unas con otras? Ya he dicho, siguiendo a Hobbes, que la guerra de todos contra todos es el estado natural, el que caracteriza a las sociedades primitivas, pero también que es solamente la estructura profunda del sistema, que no suele aflorar a la superficie, el orden político que hay que esperar que sea real cuando todos tienen derecho a hacer lo que se les antoje y no hay un poder central que se lo impida. En la realidad estas sociedades viven y dejan vivir, algo que no puede decirse de las civilizadas, y menos aún de la nuestra, la occidental.

Al contrario de lo que sucede entre los salvajes, que reproducen por todas partes la misma estructura de igualdad política interior a cada sociedad, pues carecen de un poder soberano que los divida en gobernantes y gobernados, y de diversidad en las costumbres y creencias, los civilizados tienden inexorablemente a la uniformización de todas las costumbres, de todas las lenguas, religiones, conocimientos, técnicas..., acompañada de la desigualdad en el seno de la sociedad. Quiero decir que mientras unos son iguales hacia dentro y desiguales hacia afuera, otros son justamente al revés: desiguales políticamente en el interior y dotados de una tendencia irresistible a las destrucción de las propias barreras de su sociedad para hacer iguales a sí a todas las demás, lo que es un proceso de digestión y asimilación que nació con el nacimiento del Estado.

Claro está que todo esto no niega las varias clases de salvajes que han existido, como no niega las varias clases de Estados que también han existido. De ello hablaré en la próxima entrega, que será bien pronto.

Hasta entonces, un saludo.
Emiliano


Symploké 0229
Fecha: Domingo, 06 Abr 1997 22:22:03 -0100
De: David Teira
Título: Clasificación ( polémica ) de argumentos

Estimados compañeros,

Felipe Giménez y Alberto Luque acaban de introducir un nuevo giro en la discusión, anticipado ya, a su modo, por Emiliano y Miguel Ángel al referirse a la cuestión del nacionalismo. Este es un asunto discutido antes muchas veces en Symploké, y no puede ser más pertinente volver a él en el contexto de una discusión sobre el nacionalismo. Por cierto, que las observaciones de Alberto acerca de la obra de Bueno (el comentario de Snow y la distinción ética/moral) no pueden ser, creo, más acertadas, y las suscribo por completo.

Pero me gustaría destacar otro aspecto de sus comunicaciones de igual importancia, creo, en la discusión que ahora desarrollamos. Lo planteaba con enorme perspicacia Alberto Luque desarrollando un motivo expuesto por Miguel Ángel: el que llamaríamos argumento del genocidio a favor del relativismo.

I.e., al defender la superioridad de unos contenidos culturales contra otros, nos arriesgaríamos a asumir, como consecuencia, el uso de estos argumentos como explicación de un genocidio, la extinción por las armas (en la conquista) de un colectivo y su cultura. Este argumento se desarrolla canónicamente en la comunicación de Miguel Ángel depositada en la página del Seminario en el PFE: "La idea de cultura y el descubrimiento de América"

(Está en http://www.filosofia.org/gru/sym/syms001.htm#04).

Obviamente, esto suscita muchas disputas clásicas, como es la de la evaluación ética de la Historia, &c.. Y a esto apunta Pero la polémica desarrollada entre Alberto y Felipe, si el juicio de la Historia es el juicio de los vencedores, o por plantearlo de otro modo más concreto, si la racionalidad que atribuimos a los contenidos de aquella cultura que en la Historia coincidimos algunos en calificar de superior (la Occidental) es o no disociable de su condición de vencedora de las restantes culturas, principalmente en el campo de las armas, que es donde se da el genocidio.

Emiliano Fernández ya se anticipaba a esta cuestión en su mensaje del 4 de abril concluyendo que debían desligarse, alegando que la victoria de unos contenidos u otros es producto del "azar". Creo que de ello se desprende un relativismo más fuerte que aquél otro, metódico, al que Miguel Ángel se refería en otro mensaje. Miguel Ángel, por su parte, no entraba en esta cuestión de fundamento, pero implícitamente disociaba contenidos culturales y acción militar de conquista al presentar esta acción precisamente como contraria a los mismos valores que dice defender. Concluye el ensayo antes citado de este modo:

"Pensar la cultura en Occidente es, ante todo, una constatación de contradicciones: las que se generan entre su humanismo y las condiciones materiales para la reproducción de la vida de los hombres."

Si Emiliano consideraba disociada la racionalidad de los contenidos culturales de su expansión en el mundo, por ser ésta azarosa, y niega así su fundamento a la evaluación ética de la Historia, Miguel Ángel sí que afirma alguna conexión entre la expansión de Occidente y los contenidos de su cultura, aunque sea oponiendo éstos a aquél. El valor de la vida del sujeto al que Miguel Ángel apela es un valor no por universal menos occidental de origen:

"El auténtico problema consiste en tomar conciencia de que las vidas que se perdieron eran de personas como nosotros y que las civilizaciones que se destruyeron tenían tanta importancia como la nuestra." (Ibid.)

Miguel Ángel es relativista, pero menos que Emiliano, pues a su relativismo subyace no un pronunciamiento ontológico sobre el azar sino una evaluación ética nada relativista. Quizá pudiera enunciarse como: "Precisamente porque en la expansión universal de Occidente aparecen unos contenidos culturales de alcance igualmente universal (los valores éticos), y dicha expansión atenta contra ellos, es obligado restringir su alcance para salvaguardarlos". La conexión entre contenidos culturales y expansión militar es, en el caso occidental, una relación de contrarios.

Alberto va un paso más allá: crítico con el uso ideológico de una superioridad cultural que le reconoce a Occidente, admite un relativismo racionalista, en el cual la superioridad de la cultura occidental no se reconoce ingénita, inherente a sus contenidos: dimanaría precisamente de la comparación que nos depara nuestro conocimiento de otras culturas. Pero esta superioridad la cifra Alberto en contenidos característicamente culturales (en el sentido que recibiría el adjetivo, por ejemplo, en un Ministerio de cultura) desligándolos, en cierto modo, de su universalización efectiva manu militari, al menos en cuanto a su compromiso personal con ella. Dice:

"No apoyaré jamás a mi gobierno, como jamás defenderé el atraso objetivo de los primitivos. No admitiré jamás que se cierren las fronteras, ninguna frontera, a ningún individuo ni a ninguna raza. No aprobaré jamás ninguna guerra que no sea la de los miserables contra los ricos por ideales racionales e igualitaristas, cosa que, desgraciadamente jamás se producirá."

Alberto reconoce, con Bueno, que los valores éticos universales aquí en cuestión sólo son parcialmente coincidentes con los valores morales parciales ejercitados por cada colectividad o Estado, y otras muchas veces están en conflicto. Implícitamente reconoce con ello la vía para superar la aporía del planteamiento de Miguel Ángel (los valores universales sólo serán defendibles desde un Estado), pero no la recorre precisamente por no dar el paso de la adhesión a los programas estatales, aun cuando se reconozca que no es absoluta sino en inevitable conflicto.

En cualquier caso, sus motivos son distintos que Miguel Ángel: Alberto, al menos por su formación, parece operar desde la perspectiva de la clase universal marxiana, es decir, desde su adhesión a un proyecto entre cuyos objetivos contaba la resolución de los conflictos entre partes (clases, Estados) al imponerse, por la fuerza de las cosas, una moral universal in via, la del proletariado. Derrotada la URSS, no parece, como él mismo apunta que vaya a resurgir un proyecto de estas características. Y acaso por fidelidad con estas ideas, se resiste a revisarlas, aceptando como inevitable la opción por un Estado que se consideró enemigo.

Pero, por paradójico que parezca, Miguel Ángel y Alberto no andan lejos el uno del otro, pues si las razones de aquél son exclusivamente éticas (la pérdida de vidas), las de Alberto no son, al cabo de otro género, ya que una vez disuelta la parte a la que él se sumaba (el proletariado), se queda en el dominio de la universalidad característicamente ético, donde aparecen con mayor escándalo acontecimientos como la pérdida de vidas, la represión del emigrante, &c.

Pero, ¿no es éste el viejo problema de mancharse las manos (que la Iglesia supo resolver con la entrega por parte de la Inquisición de sus sentencias a las fuerzas del Estado)? Me gustaría conocer la opinión de Miguel Ángel, Alberto y otros participantes al respecto.

Del pronunciamiento ontológico de Emiliano (a quien agradezco el desarrollo de sus conceptos que nos envía en "Civilización y barbarie") diría que me recuerda mucho a los argumentos del Cándido de Voltaire contra Leibniz.

Pero, claro -y esto es una maldad mía- así uno sólo puede acabar como aquél, cultivando el jardín.

Saludos
David


Symploké 0230
Fecha: Domingo, 06 Abr 1997 22:23:27 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Arreglado el conflicto

Estimados compañeros,

En comunicación personal Miguel Ángel Rodríguez acepta nuestras disculpas, excusándose él mismo, amablemente, si acaso por un exceso de susceptibilidad y notifica su propósito de volver pronto a colaborar en la lista. Le agradecemos su deferencia, como al propio Felipe Giménez su caballerosa actitud en sus ulteriores comunicaciones, pues éste es el espíritu que quisiéramos para Symploké.

Saludos,
David Teira Serrano
Pedro Santana Martínez
Coordinadores de Symploké


Symploké 0231
Fecha: Lunes, 07 Abril 1997 00:26:57 +0200
De: Joaquim Camprubí / niembro@net.disbumad.es
Título: Nacionalismo y relativismo cultural

Creo que debo presentarme: Soy Joaquim Camprubí, médico, trabajo en Sevilla para una Compañía Farmacéutica y lector silencioso de esta lista desde hace meses.

La verdad es que ganas de intervenir he tenido en numerosas ocasiones, pero las alusiones al nacionalismo y al relativismo cultural me han animado más que otras. Supongo que por desviación profesional creía que la peste del final del sXX era el SIDA, pero dicen algunos contertulios que son los nacionalismos y los confunden con el relativismo cultural, advirtiendo del exterminio de los no oriundos del territorio de que se trata.

En España los nacionalistas lo son porque proponen que su territorio tenga carácter de nación (sin importarles definir ese concepto), proponen una estructura federal para España (también algunos partidos políticos de izquierda no nacionalistas) y es posible que aspiren a la independencia tarde o temprano.

Para ser una nación hacen falta dos requisitos: 1. Interno: una clase dirigente con voluntad de autogobierno y capacidad para reunir el suficiente consenso entorno a ese objetivo 2. Externo: la aceptación de este hecho por algunos paises, ni siquiera muchos siempre que sean pesos pesados de la política internacional.

Lo acabamos de ver en los Balcanes o en la antigua Checoeslovaquia o en la antigua URSS (en paz descanse), en Palestina, &c.

Ni las estructuras políticas -gobierno, parlamento, partidos políticos, &c.-, ni las económicas -bancos nacionales, bolsa, &c.- ni siquiera el ejército son requisitos claves en la actualidad.

Hay regiones autónomas en toda Europa -por mantenerme en las culturas superiores- con capacidad legislativa propia (parlamentos y partidos políticos) y ejecutivo propio, que no son ni quieren ser naciones y están confortablemente instaladas en el seno de Estados más importantes.

En la economía globalizada en la que nos movemos, la soberanía de las decisiones nacionales está muy disminuida para todos los paises excepto para siete.

Desde la guerra de las Malvinas (lo siento, sé que es de mal gusto recordarlo) el papel de los ejércitos de los paises no soberanos -todos menos siete- tiene más función de policía interior y de fronteras que de ejército clásico al estilo de los que hemos conocido hasta Vietnam.

Asi el mundo, no es descabellado que haya partidos políticos que pretendan liderar en sus territorios procesos de autodeterminación e independencia y que argumenten que en la Europa del sXXI es viable una nación industrializada con unos 6 millones de habitantes (el caso de Cataluña).

Bastaría con que un número suficiente de habitantes así lo determine y que sea aceptada por otras naciones.

La clase dirigente que quiera liderar este proceso deberá demostrar que es más rentable ir a Bruselas solos que con España. El nacionalismo catalán del sXIX nace cuando España pierde sus colonias, desaparece el mercado americano (incluida la trata de esclavos), el mercado español está exhausto y es un lastre para operar en los mercados europeos más atractivos por tener un gran número de consumidores con poder adquisitivo suficiente. Esta fue la misma hipótesis de trabajo nacionalista en los años 70 y 80 hasta que el desarrollo económico que impone el tratado de Mastrique asegura operar en Europa sin dejar de pertenecer a España.

Ya sé que he simplificado mucho, pero lo que he querido decir es que la política nacionalista es una apuesta estratégica elaborada por una clase dirigente a la cual se suman otras clases o sectores de izquierda y de derecha, si me permiten este anacronismo. Hasta aquí ni una palabra sobre hecho diferencial ni relativismo cultural.

Esto viene después. Esa voluntad de líder y de generar consenso entorno a la idea de autodeterminación o independencia lleva a inventar mitos capaces de aglutinar masas (el victimismo, el Barça, Montserrat, la Caixa, el idioma, &c.) llegando a la deformación de la historia. Es el nacionalismo el que se inventa el hecho diferencial y no al revés. Es el PNV el que se inventa el Rh- y no una comunidad de individuos Rh- que organizan el PNV. Los que quieren combatir el nacionalismo (en esta lista hay dos o tres) no deben empezar por las referencias a supuestas diferencias culturales, que son cortinas de humo, sino que deben encarar el problema de las condiciones en las que es viable una España sin Cataluña o sin el País Vasco y viceversa.

Miente el que dice que existe una cultura catalana o vasca diferente de la española y es un ingenuo el que se lo cree, aunque sea para poner el grito en el cielo. No es más que una operación de marketing social más o menos bien hecha (los catalanes ya estamos un poco hartos de tanta búsqueda de identidad) a la que han colaborado numerosos historiadores, antropólogos, maestros y sacerdotes sin escrúpulos capaces de reinterpretar la historia a gusto de un patrón que maneja alegremente el dinero público. (Por cierto, que las estructuras académicas, profesionales o gremiales, -difícilmente acusables de nacionalistas hasta hace pocos años- poco han hecho para desenmascarar a estos profesionales, sino más bien acomodarse a la subvención fácil y a la oferta de puestos de trabajo local).

Los mitos acompañan a cualquier oferta política que quiera ser mayoritariamente seguida por las masas, con independencia de si el proceso es democrático o no. Pero el hecho de que el mito sea un mito, no disminuye el valor de la propuesta política que lo sustenta. Es decir, que España no pierde entidad por que no sepamos exactamente cuántos moros mató Santiago ni de qué color era su caballo.

Salud. Joaquim Camprubi


Symploké 0232
Fecha: Domingo, 06 Abril 1997 18:49:52 -0700
De: Miguel Ángel Rodríguez margiee@entelchile.net
Título: Re: Propuesta

Estimados Coordinadores:

Pueden Uds. incluir en la sección Comunicaciones del PFE mi artículo «Nosotros somos los bárbaros».

Cordiales saludos.

Miguel Ángel Rodríguez


Symploké 0233
Fecha: Lunes, 07 Abril 1997 14:55:32 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Cultura 9

Estimados contertulios:

La Idea de cultura está estrechamente con el tema del nacionalismo. España es una nación que está sufriendo un intenso proceso de descuartizamiento por parte de los nacionalistas y contando con la presencia de tontos útiles y de compañeros de viaje y ello ante la pasividad del resto de los españoles.

El relativismo cultural equivale a un relativismo moral, a un relativismo gnoseológico y a un relativismo político. Si existe la verdad, el relativismo no tiene cabida.

Igual que en la filosofía, la elección entre culturas se hace de forma apagógica, se elige la menos mala. Creo que no hará falta ya seguir argumentando que las culturas no son iguales y que unas son mejores que otras.

Si no gusta Hegel, bueno, qué le vamos a hacer. Los hechos son muy tercos. No es que porque una cultura vence por lo que es superior, sino que porque es superior vence históricamente.

Esto no significa apoyar ningún genocidio, pero sí precaverse ante el cultivo de "hechos diferenciales" e "identidades culturales". No hay que empeñarse en conservar una cultura que esté en trance de extinción. Tal vez por razones folklóricas o museísticas o ecológicas, igual que se conservan especies animales como el lince o el tigre.

Inmigraciones masivas. Hombre, espero que Alberto Luque no apoye la política de puertas abiertas. Eso no sería racional ni político. Esto lo dice un individuo de izquierda roja. Sobre tal particular dice G. Bueno en otro lugar además de en "El sentido de la vida" algo muy enjundioso y clarificador:

"¿Qué tiene que ver la Izquierda con los nacionalistas, con las etnias, con las razas? De las características generales de la función Izquierda puede obtenerse fácilmente una conclusión antirracista, puesto que la razón materialista no puede fundarse en la raza, sino en la naturaleza operatoria de los sujetos corpóreos, ligados al medio y a las condiciones históricas y culturales más que a la raza....En el contexto de esta misma línea se plantea la opción política ante la cuestión de los inmigrantes extranjeros que solicitan el permiso de estancia por motivos laborales o por asilo político. La defensa de la política de fronteras abiertas, sobre todo en el caso de la inmigración laboral, suele estar ordinariamente a cargo de los partidos de izquierda, mientras que los partidos de derecha suelen inclinarse hacia una política restrictiva y, en el límite, hacia el cierre de fronteras. Lo que importa aquí subrayar es que la argumentación izquierdista suele apoyarse, sobre todo, en argumentos éticos, más que políticos (los derechos humanos de todo individuo racional a buscar trabajo o refugio sin discriminación de raza, sexo, &c.); la argumentación contraria, que no es tampoco monopolio de la derecha, se apoya en fundamentos morales (referidos a la comunidad nacional) declarando fuera de lugar a los argumentos de la izquierda (¿no es irracional defender el derecho incondicional de inmigración a grupos de personas en cantidades tales que lleguen a comprometer la posibilidad misma de la vida de los ciudadanos del interior?; dicho de otro modo: ¿no es pura retórica de "izquierda progresista de oposición irresponsable" la defensa de la apertura incondicional de fronteras, puesto que ningún partido de izquierdas, en el poder, podría defender tal política?"

G. Bueno, "La ética desde la izquierda", Basilisco, 2ª época, nº 17.

Atentamente, Felipe Giménez Pérez


Symploké 0234
Fecha: Lunes, 07 Abril 1997 23:47:31 -0100
De: Javier Pulido Biosca fjpulido@dns.moomsa.com.mx
Título: El Proyecto RAICES

[Estimados compañeros, Hemos solicitado a Javier Pulido Biosca, miembro del Proyecto cultural RAICES, una colaboración donde se expusiese la actividad que allí desarrollan con objeto de iluminar desde otro ángulo nuestra actual discusión sobre la idea de cultura. Esta es la comunicación que nos envía y que aprovechamos para agradecerle públicamente. David Teira Serrano, Coordinador de Symploké]

El Proyecto RAICES surgió como respuesta a una necesidad detectada en los habitantes del sur de Veracruz: el arraigo. Una población urbana compuesta principalmente por migrantes de varios países: Italia, Francia, Inglaterra, China, Corea, Líbano y España; así como por migrantes de varios otros estados y ciudades de México: Tabasco, Oaxaca, Chiapas, Nuevo León y Distrito Federal, dio por resultado un importante desarraigo, una negativa a reconocer lo valioso de la región donde viven, su historia y sus producciones artesanales, musicales, &c.

Así surgió inicialmente la revista, después una agencia operadora de turismo receptivo y un área de investigación.

Raíces es un proyecto que tiene tres aspectos: 1.- Un medio de comunicación impreso, la revista RAICES, que tiene un sitio en el WEB y que se encamina a difundir información de análisis fundamentalmente sobre la región sur de Veracruz. Tomando la definición de "Cultura" en el sentido amplio: toda producción humana. Así, se difunden cuestiones industriales, ambientalistas, históricas, sociales, arqueológicas, &c. Lo único que no nos preocupa son los resultados de los torneos deportivos, las actividades de los escaparates de "sociedad" y la llamada "página roja". Pero sí el análisis de estos temas.

Inicialmente la revista publicó muchas colaboraciones de autores locales.

Actualmente ha buscado ampliar más su gama de colaboradores y hemos dedicado espacios a temas como el anarquismo de Noam Chomski y cosas semejantes que parecen lejos del Sur de Veracruz, pero que tienen respuesta en sus habitantes.

2. Una agencia operadora de turismo cultural que responde a la necesidad de promover el turismo en la región. Se busca vencer varias inercias derivadas de una falsa concepción de esta región como meramente industrial. Esto nos ha llevado a difundir la importancia de la cultura olmeca, ubicada íntegramente en el sur de Veracruz (excepto un sitio: La Venta, que está en Tabasco, casi en colindancia con Veracruz). Nos ha llevado también a promover la riqueza étnica de la región, donde coinciden seis grupos: náhuatl, popoluca, chontal, zapoteco, mixe y zoque.

Muchas tradiciones, paisajes selváticos e importantes atractivos naturales se han difundido en esta labor de promoción turística. Los principales clientes hasta ahora han sido los propios habitantes de la región.

3. Un área de investigación, que alimenta a la revista y a la operación turística, pero que va más allá formulando hipótesis sobre cuestiones culturales en la región. Toda la búsqueda de relatos, evidencias, rituales, tradiciones y costumbres que permitan entender lo actual y conectarlo con lo que pudo haber sido lo olmeca es uno de los objetivos.

Esta actividad nos hace estar en un frecuente contacto con grupos indígenas, arqueólogos, historiadores, promotores culturales bilingües, &c.

También en esta área de acción es que montamos conferencias regionales sobre los temas que se investigan, sesiones de diapositivas, exposiciones fotográficas y acopio de colecciones con la finalidad de integrar un museo etnográfico.

Creo que este en un resumen, muy abreviado de lo que hacemos en el proyecto RAICES. Si desean más detalles no duden en pedirlos, así como si desean hacer la publicación de algún escrito en RAICES, lo que nos agradaría hacer.

Javier Pulido Biosca
Proyecto Raíces
Coatzacoalcos, Ver. Mx


Symploké 0235
Fecha: Lunes, 07 Abril 1997 23:47:51 -0100
De: Coordinación de Symploké
Título: Relación de materiales enviados

Estimados compañeros

Aprovechamos la confusión en la dirección de un mensaje de Miguel Ángel, donde respondía a una propuesta nuestra para incluir su ensayo "Nosotros somos los bárbaros" en la página del seminario en el PFE.

Índice, creemos, de la riqueza de la discusión es precisamente la calidad de los fragmentos enviados a la discusión por los participantes de Symploké. Vaya esta primera relación junto con la invitación a quien lo desee para que nos envíe ensayos propios o ajenos:

- Miguel Ángel Rodríguez: "Nosotros somos los bárbaros" (22/3/97)

- C. Lévi-Strauss: Pasajes de Tristes Trópicos (enviados por Alberto Luque el 2/4 )

- Ernst Gellner: Pasajes de Cultura, Identidad y Política (enviados por Alberto Luque el 2/4)

- G. Bueno: Pasajes de El mito de la cultura (enviados por David Teira el 2/4 )

- Ch.P.Snow: Pasajes de Las dos culturas y la revolución científica (enviados por Alberto Luque el 5/4)

- G. Bueno: Pasajes de "La ética desde la izquierda" (enviados por Felipe Giménez el 7/4)

Saludos
Pedro Santana Martínez, David Teira Serrano
Coordinadores de Symploké


Symploké 0236
Fecha: Martes, 08 Abril 1997 10:37:31 +0200 (METDST)
De: David Alvargonzález / dalvar@pinon.ccu.uniovi.es
Título: Comentarios al Sr. Camprubí

En primer lugar mi presentación: esto lo escribe David Alvargonzález, profesor de filosofía en la Universidad de Oviedo.

La doctrina que expone D. Joaquim Camprubí acerca del nacionalismo, en su mensaje del pasado siete de abril, resulta muy sugerente, y muy oportuna para que las discusiones acerca de las ideas de cultura y nación que están teniendo lugar en esta lista no degeneren hacia el idealismo histórico.

Además, es curioso comprobar que la polémica sobre el genocidio ligado al Descubrimiento de América y esta otra sobre los nacionalismos del estado español de las autonomías tienen en común, al menos, lo siguiente: se discute si la invasión aquella o estas independencias que se reclaman son resultado sólo de una voluntad y un poder militar (el que hoy asegurarían los siete grandes, en la versión de Camprubí), o si hace falta tomar en consideración algo más. Dentro de este 'algo más' estarían otros contenidos de las culturas y naciones enfrentadas: la lengua, la religión, la ciencia, el derecho, la moral, las situaciones históricas y geoestratégicas, &c.

La posición de Camprubí es, en este extremo, clara: cultura y nación son ideas míticas que acompañan a la voluntad de autogobierno de un grupo cuando esta voluntad está (o puede llegar a estar) sancionada por los siete grandes. Es decir, allí donde la voluntad de autogobierno de un grupo (con cierto entorno de consenso) coincida con los intereses geoestratégicos de los siete puede surgir una nueva nación. Esta es la clave. Es interesante notar que Camprubí no se refiere a los cinco miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ni a las potencias nucleares, ni a los paises con más de trescientos millones de habitantes: no, él se refiere al club de los siete. Del mismo modo, cuando habla del interés que pueda tener la autodeterminación para Cataluña, no se refiere a un posible proyecto político de Cataluña como país en ascenso en el horizonte del año 2100 (el de sus futuros nietos o biznietos), sino que considera oportuna la secesión catalana si se demuestra que es más rentable ir a Bruselas solos que con España. En estos detalles quizá al señor Camprubí le traicione cierto reduccionismo economicista (para nada insinuamos que ello tenga que ver con el hecho de que él sea catalán).

En la doctrina de Camprubí la cultura y la nación son superestructuras míticas que acompañan a las propuestas políticas de independencia. Habría que discutir el valor de esas propuestas (en los términos citados de conveniencia económica y de viabilidad para ser aceptadas por los siete) y no dejarse enredar en discusiones acerca de los mitos que las acompañan pues éstos sólo son parte del marketing social. La voluntad es el motor de la independencia, pero esta voluntad, al menos en el caso catalán, significa 'que salgan mejor las cuentas si se va a Bruselas solo que si se va con España'. Hasta aquí economicismo, como hemos dicho. Pero, además, hay que convencer a los siete. ¿utilizan ellos el mismo criterio de que salgan bien las cuentas, o utilizan otros? Yo dudo que utilicen sólo ese criterio, pero de esto nada nos dice Camprubí.

El sentido general de nuestros comentarios sería que, al utilizar, en el análisis de estos asuntos, los criterios de productividad económica que pueden aplicarse a ciertas empresas capitalistas, se está, inevitablemente, trivializando la cuestión. En primer lugar, porque se ponen en pie de igualdad estados que ya existen y tienen una larga historia y una cultura objetiva muy importante (en términos de la Historia Universal), como España, con estados que no existen y con grupos que no tienen todavía una cultura objetiva diferenciada suficiente. Y, sobre todo, se ponen en pie de igualdad culturas y lenguas con cuatrocientos millones de hablantes con culturas como la catalana o la vasca: como si fuera factible pensar, en un horizonte no utópico, que el catalán o el vasco llegaran a tener cuatrocientos millones de hablantes. Estas cuestiones no están contempladas en las cuentas de Bruselas o Mastrique, pero forman parte del mundo. Como también forma parte del mundo la situación geoestratégica de Italia, Francia y España, que se vería sensiblemente modificada si los catalanes y los vascos hicieran la guerra por su cuenta.

Pongámonos en la hipótesis de que a los catalanes les conviniera, por razones económicas, formar una nación aparte. Pongámonos en el caso de que, por razones ideológicas (míticas, 'superestructurales' para Camprubí) de fomentar esa unidad nacional recién creada, se llevara la política lingüística hasta el extremo del idioma único catalán. Esa decisión, que en el curso de un par de generaciones podría convertirse en una realidad, no dejaría de ser desafortunada desde el punto de vista de una historia secular: y no sería desafortunada para el idioma español, que perdería seis millones de hablantes frente a los millones que está ganando por otros lados, sino, sobre todo, para los propios habitantes de esa Cataluña independiente. Ahora bien, ¿tendría algún sentido emic para los catalanes secesionistas mantener la República Independiente de Cataluña (¿o sería una monarquía?) sin segregar el idioma español? Parece que la consolidación de un futuro estado catalán (que hoy no existe) va pareja con la segregación de ciertos contenidos de la cultura española, y que este proceso es clave para que tal estado pueda llegar a constituirse: luego los mitos y las culturas no son tan superestructurales como pretende hacernos ver el señor Camprubí.

Los mitos acompañan cualquier oferta política -dice Camprubí-. Pero la cultura española no es un mito sino una realidad, realidad que, en lo referente al idioma, tiene más de mil años. Por eso, para los propósitos de nuestra discusión, no parece inútil distinguir las culturas reales (históricamente hablando) de las culturas pintadas o figuradas, de las culturas intencionales que sólo existen en forma de proyecto. Porque una cultura realmente existente tiene su propia dinámica que no se puede parar, pero, cuando hablamos de proyectos, lo primero que habría que evaluar es si esos proyectos de culturas y naciones tienen algún sentido históricamente hablando. Y no habría solamente que contemplar la posibilidad de que sean un contrasentido (por ejemplo, que sean inviables económicamente o que vayan contra la política geoestratégica de los siete), sino que también cabe el riesgo de que sean un 'sinsentido' desde el punto de vista histórico. Serían un 'sinsentido' si por ausencia de masa crítica (económica, demográfica, de coiné lingüística, de cultura objetiva, &c.) esos estados fueran a quedar al margen de las corrientes principales de la historia universal. En el límite, un estado como el Principado de Mónaco es un 'sinsentido' histórico-político, aunque sus habitantes vivan una vida holgada y su balanza de pagos esté equilibrada. Un estado que es la décima potencia económica mundial, cuya lengua es hablada por cuatrocientos millones de personas del primer y segundo mundo en paises vertebrados política y culturalmente, con la posición geoestratégica que tiene España y las relaciones objetivas que mantiene debidas a su historia centenaria, &c., no es, desde luego, ningún 'sinsentido' histórico ni ningún mito: es un estado y una cultura 'en marcha' (aunque sólo sea por su inercia). Eso sí, como todo en historia y en política, es una entidad contingente.

Un saludo muy cordial,

David Alvargonzalez
Departamento de Filosofía. Universidad de Oviedo.


Symploké 0237
Fecha: Martes, 08 Abril 1997 17:12:56 +0200 (MET DST)
De: Emiliano Fernández Rueda / efrueda@arrakis.es
Título: Etnocidio y genocidio

Estimados contertulios:

Espero haber dado argumentos medianamente aceptables a favor de la división de las sociedades en dos clases, una de las cuales no arrebata a los individuos el derecho a ejercer la violencia y la otra procura evitar los peligros ciertos que se seguirían de su uso haciéndola ilegal, lo que es atribuir al Estado su uso exclusivo. Es el medio con que cuenta el Leviatán para lograrlo. Los atentados etarras, por ejemplo, son bien reales, pero ilegales. No basta, claro está, con promulgar la ley en un territorio dado para que ésta se cumpla. Si los Estados tienen éxito en el fin que persiguen es cosa que está a la vista de cualquiera. Por el contrario, las sociedades primitivas logran un objetivo que escapa a los Estados utilizando otros medios diferentes al de la promulgación de leyes que prohiban el uso de la fuerza a los particulares. Esta es la distinción definitiva, a mi juicio, de la que derivan todas las demás.

Una simple advertencia: esto no es tomar partido. Yo tampoco creo que haya existido una sociedad perfecta, como Lévi-Strauss y Alberto Luque. No pretendo en modo alguno abrir aquí las puertas a la utopía, por más que algunas de mis palabras pudieran parecerlo.

Cuando Felipe dice que las culturas humanas están empeñadas en una lucha a muerte no sé muy bien a qué puede referirse. No hay cosa más equivocada. Si fuera cierto, hace tiempo que debería haber acabado la contienda. En un período que se debe contar por decenas o centenas de milenios ya deberían haberse cumplido todas las posibilidades de una lucha como la que él dice. Y las posibilidades son solamente dos: o exterminio de los contendientes o triunfo de uno de ellos sobre todos los demás. Pero ninguna de estas cosas ha sucedido durante muchos miles de años. Luego Felipe está profundamente equivocado. Afirmar lo que él afirma es ignorar la historia. La historia de Occidente, quiero decir, porque en ella y sólo en ella es posible encontrar la fecha a partir de la cual ha empezado el predominio de una a costa de la destrucción de las demás.

La destrucción puede ser también de dos clases; o bien mediante la eliminación física de los otros, que ha recibido el nombre jurídico de genocidio desde el proceso de Nuremberg, o bien mediante la destrucción "espiritual" de los otros, que no es otra cosa que la eliminación de sus ideas, costumbres, lengua, religión...

Esto encaja en lo que siempre ha sucedido. España, por ejemplo, llevó a América a un soldado y a un misionero, es decir, a un genocida potencial y a un potencial etnocida. El segundo, cierto, practica una destrucción más suave, pero no por ello deja de ser destrucción. El primero es más eficaz.

Uno rompe la resistencia física, el otro la resistencia "anímica". ¿No dejó dicho Platón que el dominio se ejerce por medio de la fuerza y la persuasión?

Creo que es lo normal en la historia del dominio, que es en gran medida la historia de Occidente. El Imperio Romano extendía el derecho de ciudadanía, la lengua latina, la religión (¡cristiana!)... al mismo paso marcial de las legiones, todo lo cual había estado confinado a la ciudad de Roma mientras ésta había sido republicana. Entonces no se sintió la necesidad de ampliar la ciudadanía a los no romanos, ni de hacer que hablaran latín.. Ahora lo hablamos todos, todos somos religiosos -el ateísmo es un producto especial del cristianismo-, nuestra fundamentación jurídica es, o ha sido hasta hace poco, hasta el dominio napoleónico, otro imperio, el derecho romano. Fue la manera en que Roma contribuyó tan poderosamente a la eliminación de las diferencias, asimilando a sí a todos los pueblos de la tierra. El mismo procedimiento siguieron los españoles en América, de donde salieron las naciones actuales, pero no las de los aztecas o los mayas. Por último, ahora no se extiende el latín, el derecho romano... sino la democracia parlamentaria, los Derechos Humanos -¿alguien ha dicho aquí que son un hallazgo?, ¿no son un acuerdo, lo que es muy distinto?-.

En esta perspectiva no queda bien parado tampoco el Obispo Las Casas. Ni Felipe, cuando dice que es superior la cultura occidental. Si no me equivoco, esas razones son tan viejas como el poder de unos pueblos sobre otros. Las utilizó, por ejemplo, Aristóteles, justificando el dominio que los griegos deberían tener sobre los persas. Alejandro Magno no debió echar la lección en saco roto.

Una última cuestión: acepto el relativismo ético que me adjudica David Teira. No hay malicia, ni siquiera amigablemente irónica, en ello. La razón es que me parece correcta la visión hegeliana de la historia, pero la de antes de hacer intervenir la metáfora del altar en el que se han ofrecido tantos sacrificios con vistas a un fin supremo, la realización del Espíritu.

¿Por qué no, en lugar de un altar que justifique el devenir, un tajo de carnicero? Me parece que, si bien se mira, hay más maldad en querer justificar el sufrimiento que en dejarlo tal como está, sin sentido alguno.

Si tampoco lo tiene la felicidad, ¿por qué sí el dolor?

Hasta pronto, Emiliano.


Symploké 0238
Fecha: Martes, 08 Abril 1997 20:54:44 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Lucha a muerte

Estimados contertulios:

Las culturas humanas están empeñadas en una lucha a muerte entre sí pues son incompatibles entre sí. No se puede ser a la vez católico y budista o musulmán de vez en cuando y partidario también de Quetzalcoatl. No se puede producir la pederastia y a la vez ser civilizado o moral. Tampoco es compatible vivir en sociedad y abrirle a uno el pecho para sacarle el corazón.

El día que tomemos dialécticamente lo que ha ocurrido y nos dejemos de moralina judeocristiana daremos un paso adelante. Los españoles eran muy malos y mataron a muchos buenos indios, que no tenían ni escritura, ni ciencia, ni rueda, pero eran buenos salvajes. Esa leyenda se inventó en el siglo XVI para desprestigiar a España. España mató a muchos, bueno, pero mira cuantos quedan todavía. Eso es que no mataría a tantos. Los norteamericanos sí que hicieron una buena, pero nadie habla de ellos. Ya está bien de renegar de una realidad: la lengua española y la civilización.

Gracias a España América entró en la Historia universal, mal que les pese a los anglosajones que ahora bien que se dedican a pagar a unos voceros para difamarnos. Esta argumentación ad hominem corresponde a la teoría del etnocidio. Etnocidio, sí, pero no de las dimensiones que han sido predicadas por los propagandistas. Tal vez sería interesante ver el etnocidio cometido por los criollos una vez llegada la independencia de las colonias, una vez perdidas las restricciones impuestas por España a los criollos. De eso nadie ha hablado jamás o por lo menos yo nunca he oído hablar de tal asunto. Miren qué bien lo hacen las oligarquías hispanoamericanas echándole la culpa a un país que está a más de 5000 kms de distancia.

Ya he hablado en otras intervenciones mías 1º de que las culturas son incompatibles entre sí y 2º que la misma existencia de un Estado democrático es incompatible con el multiculturalismo o con determinadas culturas.

Yo no tengo ningún relativismo de ningún tipo y creo que soy coherente.

No hagamos moralismo histórico tratando de evaluar moralmente las acciones del pasado para buscar no se sabe que redención. Lo hecho hecho está y es un dato real, presente con el que hay que contar. El dolor es una realidad insuperable. No hay Dios ni consuelo final, lo siento, qué le vamos a hacer, a quien le falten fuerzas, nadie se las dará.

Atentamente, Felipe Giménez Pérez


Symploké 0239
Fecha: Martes, 08 Abril 1997 16:41:02 -0300
De: Adrián Faigón / afaigon@aleph.fi.uba.ar
Título: Absolutamente relativista

Estimados

Acepto con la fuerza que expresa Felipe Giménez que "hay que elegir forzosamente ... elegir unos valores y rechazar otros", que

> Cultura muchas veces equivale a concepción del mundo, ideología, moral. Es algo partidista que se opone a otras alternativas que son incompatibles con ella. Se trata de determinar qué valores de una cultura son rechazables o aceptables o qué culturas son mejores que otras. No hay relativismo moral que valga. Las culturas no son todas iguales.» <

Y adopto aquellos valores que permiten conocer sin prejuicio, enriquecerse con lo diverso, tolerar lo desagradable -que aplicado a la cultura se llama relativismo- y que permiten también reconocer las posturas de los que no admiten ser mirados de otro modo que aquel con el que se mira al mejor o al mas fuerte y por tanto nos detestan. De ese absolutismo, cultural o en cualquier otro ámbito, hay que defenderse.

Adrián Faigon.


Symploké 0240
Fecha: Martes, 08 Abril 1997 21:58:56 +0200
De: Felipe Giménez
Título: Cultura 9bis

Estimados Contertulios:

Que prosiga el seminario sobre la Idea de Cultura. Yo por mi parte, prosigo con "El mito de la cultura" de G. Bueno, que me ha esclarecido notablemente en esto de la cultura y temas adyacentes a ella.

Según Gustavo Bueno, la Idea de Cultura hoy es un mito ideológico. Ejerce una función de fetichismo ideológico igual que lo pudo ser la religión hace siglos: "Una idea abstracta cuyo prestigio semeja ligado esencialmente a su oscuridad y confusión, como parece serlo el de la Idea de Cultura, ¿no debe ser de inmediato considerada como un mito oscurantista y confusionario?" P. 19.

A continuación habla Gustavo Bueno de algo de lo que me estoy dando cuenta últimamente con mayor intensidad que antes si cabe: la verdad no tiene poder para convencer por sí misma pues hay mecanismos de defensa del error o de los ideologías. No hay que esperar por el momento que los planteamientos de Gustavo Bueno sean aceptados masivamente por la Academia: "Pero sería imprudente, por parte de ese racionalista, esperar que de la mera denuncia (aun en el supuesto de que estuviese fundada) de una estructura mítica o ilusoria, oculta en una Idea dotada de supremo prestigio, hubiera de seguirse una "desactivación" de esa Idea." pp. 19-20.

La Cultura es uno de los temas de nuestro tiempo. Es una Idea-fuerza, es el mito del siglo XX igual que la nación:

"Al clasificar la Idea de cultura como mito oscurantista queremos decir también que sus funciones pragmáticas, como Idea-fuerza, han de ser tanto más eficaces cuanto mayor potencia reconozcamos a la fuerza, de esa idea. Estas funciones son, por lo demás, múltiples, y se concatenan entre sí "con la misma necesidad con la que se concatenan las ideas adecuadas"; pero acaso la función más importante de la Idea de cultura sea la de servir al objeto, no tanto, o no sólo, de unir a unos hombres con otros en el ámbito de un grupo social dado (tribu, naciones, etnia) sino, sobre todo y correlativamente, la de separar a unos grupos dados a cierta escala (naciones, etnias, clases sociales) respecto de otros de su misma escala o de otra superior. De este modo, el funcionamiento ideológico-político de la Idea de cultura (una vez retirada, al menos oficialmente, la idea de raza, tras la segunda guerra mundial) mediante la identificación de cada grupo social (nación, etnia, clase) con una postulada cultura propia (con su "identidad cultural"), podría compararse al funcionalismo que, según algunos filósofos y antropólogos ya clásicos (Bergson o Boas), corresponde entre los salvajes al totemismo como institución destinada a la discriminación mutua de los grupos sociales, sobre todo, los de razas colindantes, mediante su identificación con especies animales de estirpe diferente e irreductibles entre sí. De este modo, gracias a la institución del totemismo, la común condición de primates bipedestados, compartida desde luego por los diferentes grupos humanos, podría quedar encubierta por esa ilusoria identificación de cada grupo con una especie animal diferente. Mediante el mito de la identidad cultural, distinta e irreductible, postulada para cada pueblo, nación o etnia, la común condición de los hombres que forman parte de esas etnias, naciones o pueblos, no ya en cuanto son hombres, sino en cuanto son copartícipes o herederos de tradiciones culturales comunes, quedará encubierta o eclipsada por el postulado de la irreductible identidad con sus culturas. Cada cultura, como sustancia en la cual se identifica un pueblo, o una nación o una etnia, pasará de este modo a desempeñar el papel que el tótem desempeñaba entre los pueblos salvajes. Desde este punto de vista, el mito de la cultura revelaría, y paradójicamente, entre otras cosas, el salvajismo sui generis, refluyente, de la humanidad contemporánea.

No es de extrañar, según esto, que la reivindicación de la dignidad cultural del salvajismo (por ejemplo, la recuperación de las etnias amazónicas) constituya uno de los objetivos fundamentales de la Antropología cultural del presente cuando se guía por el siguiente lema de Lévi-Strauss: "Salvaje es el que llama a otro salvaje".

pp. 27-28.

En esta posición me muevo yo: 1º El relativismo cultural es un error gnoseológico y político, 2º Las culturas son incompatibles entre sí y los conflictos humanos son conflictos culturales. 3º No todos los valores son compatibles con un Estado democrático. 4º Hay culturas mejores que otras en el sentido de que son más fuertes que otras. Por ser mejores son más fuertes y eso se decide en el decurso histórico universal. Die Weltgeschichte ist das Weltgericht. 5º La única civilización que ha pensado a la persona humana como sujeto de derechos y deberes y ha pensado la igualdad de la especie ha sido la occidental.

Atentamente, Felipe Giménez Pérez


Symploké / Cartas
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