Proyecto Filosofía en español
Compendio moral salmaticense Tratado cuarto. De las virtudes
Capítulo tercero. De los Dones, y Frutos del Espíritu Santo, y de las Bienaventuranzas

Punto primero <<<>>>
De los Dones del Espíritu Santo en común, y en particular

Los Dones del Espíritu Santo pueden tomarse en tres maneras. Primera, por cualquier beneficio recibido de [129] Dios; porque procediendo todas sus gracias de su amor, el cual se atribuye al Espíritu Santo, todas ellas pueden decirse dones suyos. La segunda, y más propia, por los bienes sobrenaturales. La tercera, y propísima, por ciertas perfecciones sobrenaturales, por las cuales el hombre se dispone a la moción de Dios; y de estos hablamos al presente con S. Tom. 1. 2. q. 68. Esto supuesto.

P. ¿Qué es don? R. Que es: Habitus supernaturalis disponens hominem, ut sit pronte mobilis a Spiritu Sancto. Es de fe se dan en la Iglesia siete dones del Espíritu Santo, como consta del cap. 11. de Isaías, donde se numeran todos por estas palabras en que hablando de Cristo dice: Et requiescet super eum spiritus Domini: spiritus sapientiae, et intelectus, spiritus consilii, et fortitudinis, spiritus scientiae, et pietatis, et replebit eum spiritus timoris Domini. Son pues siete los dones del Espíritu Santo; es a saber don de sabiduría, don de entendimiento, don de consejo, don de fortaleza, don de ciencia, don de piedad, y don de temor de Dios. De estos, los cuatro primeros pertenecen a la parte intelectiva, y la perfeccionan, y los otros tres a la voluntad, perfeccionando sus fuerzas apetitivas. Son estos dones necesarios, para que el hombre consiga su salvación eterna; porque sin seguir la mocion de Dios, nadie puede salvarse, y para ello se dispone el hombre por medio de dichos dones, como dice S. Tom. ya citado ad 2.

P. ¿Cuál es el efecto de cada uno de los dones del Espíritu Santo? R. Que cada uno tiene su peculiar munero. El de la sabiduría, que es el más excelente de todos, y por eso corresponde a la caridad, se da para juzgar de las cosas divinas por su altísima causa que es Dios. El de entendimiento sirve para la perfecta penetración de lo que es creíble por la fe, y por eso corresponde a esta virtud. El de consejo ilustra para mandar y aconsejar en aquellas cosas que se han de obrar sobre las reglas y modos de la razón; y por eso este don corresponde a la prudencia. El de fortaleza nos hace tener en poco los peligros por más graves que sean, animándonos en ellos con la confianza y seguridad en el favor [130] de Dios. Corresponde por lo mismo a la virtud de la fortaleza. El de piedad que corresponde a la religión se da para ofrecer a Dios toda reverencia y veneración de un modo superior a aquel con que lo hace la religión, siguiendo más que las reglas de la prudencia, la inflamación del espíritu divino. Se extiende a venerar después de Dios a todos los hombres en cuanto son hechuras suyas, especialmente a los justos y santos. El de ciencia separa lo creíble de lo que no lo es, juzgando de ello por las causas criadas en cuanto por su medio venimos en conocimiento de las invisibles, y así corresponde también este don a la fe. Sirve el de temor, ya para moderar la voluntad, y que no degenere en presunción, ya para que separe de los deleites por un motivo superior al que dicta la templanza, esto es, por temor de Dios; y por eso este don corresponde primero a la esperanza, y segundo a la templanza.


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Moralistas Compendio moral salmaticense
Pamplona 1805, tomo 1, páginas 128-130