La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta XII
Embiada por Marco Emperador a Catulo, su muy espeçial amigo, en la qual le cuenta las nuevas de Roma. Es letra de notar.


Marco, çensor nuevo, a ti, Catulo, çensor viejo. Avrán passado diez días que en el templo del dios Iano resçebí tu letra, y a ese dios Iano pongo por testigo quisiera más ver tu persona. Escrívesme te escriva largo, y la mucha penuria de tiempo me hará responderte corto, harto menos de lo que yo deseo. Pides te haga saber si ay acá alguna cosa nueva. A esto te respondo que mejor preguntarías si ha quedado en Roma y en Italia alguna cosa vieja. Ya por nuestros tristes hados todo lo bueno y viejo es acabado, y cosas nuevas e inauditas hemos visto. El Emperador, el cónsul, el tribuno, los senadores, los çensores, los ediles, los flámines, los pretores, los çenturiones: todas estas cosas son nuevas, sino las ruindades que son viejas. Todo se nos passa en hazer offiçiales, ordenar pregmáticas, llegarnos a consejos, despertar cohechos, de manera que más novedades ay agora en quatro años que huvo en los tiempos passados en quatroçientos. Iunctámonos por todos quasi trezientos a consejo en el alto Capitolio, y allí blasonamos, iuramos y prometemos que a unos hemos de sublimar, a otros abatir, favoresçer esto y destruir aquello, castigar a los malos y premiar a los buenos, reparar lo viejo y edificar de nuevo, desraigar los viçios y plantar las virtudes, emendar lo avieso y encaminar lo bueno, reprimir los tyrannos y amparar los pobres, y después de salidos de allí, los que dixeron mejores palabras aquéllos son tomados en peores obras. [286]

¡O, triste de ti, Roma, que oy a tus senadores en dezir «haremos, haremos» se les passa la vida, y después cada uno buscando su utilidad propria olvidan el bien de la república! Muchas vezes me paro a mirar en el Senado a otros como otros me miran a mí, y estoy espantado ver la eloqüençia de sus palabras, el zelo de su iustiçia y la iustificaçión de sus personas; y después, salidos de allí, escandalízome ver sus cohechos secretos, sus entrañas dañadas y sus obras malas tan manifiestas. Pues de otra cosa es más de maravillar, que no ay suffrimiento que la pueda suffrir: que aquellos que tienen las personas más infamadas y las vidas más desonestas, éstos con intençiones dañadas votan que se hagan iustiçias más crudas. Regla es infallible y de la maliçia humana muy usada que el que es mas atrevido en cometer una enorme culpa es más crudo por la mesma culpa en dar contra otro sentençia. Parésçeme a mí que las culpas nuestras miramos con antojos que hazen las cosas menores y las faltas agenas contemplamos en el agua, donde las cosas paresçen mayores. ¡O, quántos y quántos he visto yo en el Senado condemnados a la horca por sola una culpa que cometieron en su vida por manos de aquellos que la mesma culpa cometían cada hora!

Acuérdome aver leído en los tiempos de Alexandro Magno que andava un pyrata famoso por las mares, el qual robava o echava a hondo todas las flotas. Por mandado de aquel venturoso mançebo Alexandro armaron contra él, y como fuese preso y en su presençia presentado, dixo al cossario estas palabras: «Dime, Dionides, ¿por qué tienes escandalizadas todas las mares, que ya ni ay nao que vaya a Oriente ni navegue en Occidente?» Respondió el pirata: «Si yo tengo escandalizada la mar, ¿por qué tú, Alexandre, tienes perdida la mar y la tierra? ¡O, Alexandre!, porque yo salteo con un navío solo por la mar llámanme ladrón, y a ti porque robas con dozientas naos y turbas el mundo con dozientos mill hombres llámante Emperador. Yo te iuro, Alexandre, que si la fortuna se amansase contra mí y los dioses se encruelesciesen contra ti, y a mí diesen tu imperio y a ti diesen mi pobre navío, por ventura yo sería mejor rey que tu, y tú peor ladrón que yo.» Fueron buenas palabras, y de aquel coraçón generoso de Alexandre [287] muy bien resçebidas, y por ver si sus obras corresponderían a sus promesas, sacóle de cossario y hízole capitán del exérçito, y fue tan virtuoso en la tierra quanto avía sido avieso en la mar. Yo te prometo, mi Catulo, que Alexandre tuvo razón en lo que hizo, y muy mayor Dionides en lo que le dixo, porque ya oy en Italia a los que roban en público llaman señores y a los que hurtan en secreto llaman ladrones.

En los grandes Annales de Livio leý que, andando muy travadas las guerras del segundo Bello Púnico entre los romanos y carthaginenses, vino un embaxador lusitano embiado por toda España, ver si podría tractar alguna concordia. Venido, pues, a Roma, provó en el Senado que después que avía entrado en Italia, diez vezes le avían robado la ropa. Acontesçió que estando él en Roma, vio que unos de los que a él avían robado ahorcavan a otro de los que a él avían defendido. Pues visto por él tan mala obra, y que a aquél se le hizo tan gran siniustiçia, como hombre desesperado con un carbón escrivió en la horca este escripto que dezía: «¡O!, horca, tú eres nasçida entre ladrones, criada entre ladrones, cortada de ladrones, labrada de ladrones, hecha de ladrones, plantada de ladrones, sustentada de ladrones, situada entre ladrones, y al tiempo del menester te pueblan de innoçentes.» Adonde leý estas cosas era el original de Livio y sus historias, y iúrote por los dioses immortales que toda la Década estava escripta de tinta negra, y estas palabras estavan de bermellón colorado. No sé qué más nuevas, pues las pides, te escriva, sino que es todo tan nuevo, y está todo tan tierno, y véolo todo tan mal çimentado, que he miedo repentinamente se hallane todo por suelo.

Passe entre ti y mí otra cosa que te quiero dezir. Hágote saber que algunos súbitamente han subido a valer mucho en Roma, a los quales asseguraré yo más aýna la caída que la vida, porque todo edifiçio presuroso no puede estar muy seguro. Quanto más el árbol se detiene en criar, tanto más tarda en se envejescer, y de los árboles que comemos presto su fructo en el verano, nos escalentamos a su fuego en el invierno. ¡O!, quántos hemos visto, de los quales iunctamente nos maravillamos de su subir y nos espantamos de su caer! [288] Cresçieron como massa, y deshiziéronse como espuma. Su feliçidad fue como puncto breve, y su infortunio es como línea larga; finalmente armaron molino de la cresçiente y, molido un poco, quedóse hermado por todo el año.

Bien sabes tú, mi Catulo, que a Cneo Fulvio en un año le vimos hecho cónsul, y a sus hijos tribunos, y a su muger matrona de las donzellas, y sobre todo a él hecho guarda del Capitolio; y después, no en un año, sino en un día, vimos a Cneo degollar en la plaça, a sus hijos ahogar en Tíberin, a su muger desterrar de Roma, y a su casa derrocarla por tierra, y todos sus bienes confiscados al erario. Este exemplo tan riguroso no le leímos en los libros para poner en dubda, sino vímosle con los ojos para tenerle en memoria. Como son varias las naçiones de las gentes, assí son diversas las condiçiones de los hombres y los appetitos de los mortales. Paresçe esto ser verdad, porque lo que unos aman, otros aborrescen; tras lo que éstos andan, aquéllos huyen; de lo que unos tienen appetito, otros están empalagados; de manera que ni todos con una cosa se pueden contentar, ni uno con todas las cosas se puede satisfazer. Eliga cada uno lo que quisiere, y abráçase con el mando quanto mandare, que yo más quiero subir este rebentón de espaçio; y si no pudiere encumbrar, quedarme he en el camino, que no pressurosamente subirle sudando y después desçenderle rodando. En este caso, pues se entienden los coraçones, no es de dar más liçençia que escrivan las plumas, y de esta manera no mires lo poco que digo, sino lo mucho que por esto quiero dezir.

Pues lo he començado, y estás en tierras estrañas, quiérote escrevir de acá todas las nuevas. Hágote saber que en este año que estamos, a veinte y çinco de mayo, vino un embaxador de Asia que dezía ser insulano de la isla de Scethin, varón elegante en el cuerpo, ruffo en el aspecto y assaz osado en el ánimo. Acontesçió que, como en los prolixos días del verano huviese estado en Roma, viniendo que venía el tiempo erizado del invierno contrario para navegar a su isla no le despachando sus negoçios, un día, estando a la puerta del Senado, vio entrar a todos los senadores en el Colliseo, y que cada uno dellos era despojado de las armas que llevava. Pues él [289] como varón de buen ánimo y zelador de su patria, en presençia de todos díxonos estas palabras:

¡O, Padres Conscriptos! ¡O, Pueblo venturoso! Yo vine de tierras estrañas a Roma sólo por ver a Roma, y hallo a Roma sin Roma. No me truxeron a mí los muros que la çercavan, sino la fama de los que la regían; no vine yo por ver el erario donde entran los thesoros de todos los reynos, sino por ver el Senado Sacro de do salía el consejo para todos los hombres. No hos venía yo a ver porque vençíades a todos, sino pensando que érades más virtuosos que todos. Oso dezir una cosa: que si los dioses no me tienen çiego y mi juizio no está turbado, o vosotros no sois los romanos de Roma o ésta no es Roma la de los romanos. De vuestros passados oýmos en mi isla que muchos reynos se ganavan con esfuerço de uno y se conservavan con cordura de todos; y agora todos sois a destruir y ninguno a ganar. Vuestros primeros padres todo su exerçiçio era en hazañas y a vosotros, sus hijos, todo el tiempo se hos passa en çerimonias. Esto digo, romanos, porque me avéis muerto de risa veros poner tanta diligençia en dexar las armas a la puerta del Senado, quanto la ponían vuestros passados en tomarlas para defender el Imperio.

¿Qué aprovecha dexéis las armas por seguridad de vuestras personas y metáis las con que matáis a todas las gentes? ¿Qué aprovecha al triste negoçiante que el senador entre desarmado de espadas y coraças y su coraçón entre en el Senado armado de maliçias? ¡O, romanos!, hágohos saber que en mi isla no tememos capitanes armados, sino a senadores maliçiosos. A las espadas amoladas y a los puñales agudos no tememos; de los coraçones duros y de las lenguas enconadas nos espantamos. Que en el Senado metáis armas y con ellas hos quitéis las vidas poco se puede perder, pero que no amparéis a los innoçentes y no despachéis a los negoçiantes no se puede suffrir.

Yo no sé en qué possessión hos tienen en Roma, que a los locos quitan las armas allá en la mi isla. O a vosotros hos quitan las armas por locos, o por apassionados. Si por [290] ambiçiosos o apassionados, no es de romanos sino de tyrannos, que los bulliçiosos sean iuezes de los pacíficos, los ambiçiosos de los humildes y los maliçiosos de los simples. Si hos las quitan por locos, no cabe en ley de los dioses que trezientos locos rijan y goviernen a trezientos mill cuerdos. Yo ha tanto tiempo que estoy esperando el despacho y por vuestras passiones no tengo negoçiado más que el día primero. Traéis azeite, miel, açafrán, madera, sal, plata y oro de mi isla a Roma, y ¿queréis que vayamos a otra parte a pedir iustiçia? ¿Queréis tener una ley para coger vuestras rentas y otra para determinar nuestras iustiçias? ¿Queréis que en un día hos paguemos el tributo, y no queréis en un año despacharnos un negoçio? Yo hos requiero, romanos, que determinéis o de quitarnos las vidas, y assí acabaremos, o de oýr nuestras querellas para que hos sirvamos, que de otra manera podrá ser oyréis con los oýdos lo que no querríades ver con los ojos. Y si hos paresçe que en las palabras me he desmesurado, con tal que remediéis a mi patria poco va me quitéis acá la vida. Y assí acabo mi plática.

Por çierto, mi Catulo, éstas fueron las palabras que dixo en el Senado, porque después yo se las pedí por escripto. Dígote de verdad que la osadía que solían tener los romanos en otra tierra ya la tienen los estraños en Roma. No faltó quien dixo que este embaxador fuese castigado, pero no lo quieran los dioses, que por dezir verdad en mi presençia ninguno sea punido. Basta y mucho basta nos suffran las maldades sin que matemos y persiguamos a los que nos avisen dellas. No está del lobo seguro el ganado si el pastor no tiene consigo el perro. Lo que en este caso siento es que no han de dexar de ladrar los perros por que quiten el sueño a los pastores, ni se han de dexar de dezir las verdades porque se enojen los senadores. No ay dioses que lo manden, ley que lo consienta, república que lo permitta, los que están para castigar las mentiras se tornen verdugos de los que dizen verdades. Pues los senadores se muestran ser hombres en el comer, hombres en el dormir, hombres en el vestir, hombres en el bivir y a las [291] vezes son más humanos que los otros humanos, siendo esclavos del viçio quien los libertó del castigo.

¡O, Roma sin Roma, que ya no tienes sino el nombre de Roma! Mira en qué ha parado la cumbre de tus triumphos, la gloria de tus hijos, la rectitud de tu iustiçia y la honra de tus templos, que más castigan oy al que murmura de un senador solo que a los que blasfemaron de todos los dioses iunctos. Por rezio caso lo tengo ver a un senador o çensor ser peor que muchos, y tengo de dezir, aunque me pese, que es mejor que todos. De verdad te digo, mi Catulo, que ya no avemos de ir a buscar dioses a los templos, porque los senadores se nos han hecho dioses entre manos. Esta differençia ay entre aquellos que son immortales a estos que son mortales: los dioses nunca hazen cosa mala y los senadores iamás hazen cosa buena; los dioses nunca dizen mentira, éstos iamás dizen verdad; los dioses perdonan mucho y éstos no perdonan nada; los dioses son contentos ser honrados çinco vezes en el año y los senadores se quieren adorar diez vezes cada día. ¿Qué más quieres que te diga, sino que los dioses por todo lo que hazen meresçen ser loados y los senadores por todas sus obras meresçen ser vituperados? Finalmente concluyo que los dioses en todo açiertan y en ninguna cosa yerran, y los senadores en ninguna cosa açiertan y en todo yerran. Sólo por una cosa tienen razón los senadores no resçebir castigo, y es que, como no entienden emendarse de las culpas, no quieren que los oradores gasten tiempo en dezirles las verdades. Sea lo que fuere, que yo tengo por averiguado hombre o muger que aparta las orejas de oýr verdades, de coraçón applique su coraçón a amar las virtudes. Sea çensor que iuzga, sea senador que ordena, sea emperador que manda, sea cónsul que executa, sea orador que ora, no ay hombre de los mortales que sea tan recatado en sus obras, ni tan corregido en sus deseos, que no merezca castigo por lo hecho, y aviso para lo que ha de hazer.

Pues te he escripto de los otros, quiérote dezir algo de mí, porque de las palabras de tu carta collegí deseavas saber de mi persona. Sabe, si no lo sabes, que en las calendas de Henero me hizieron çensor en el Senado. Offiçio es que ni mi [292] deseo le deseava, ni en mi meresçimiento cabía. No es possible menos, y en esta opinión están todos los sabios, que o le falta iuyzio o le sobra locura al hombre que por su voluntad toma carga de los cargos agenos. Rezio caso es a un hombre vergonçoso tomar officio, en el qual para complir con todos ha de mostrar el rostro de fuera contrario a lo que siente de dentro. Dirásme tú, mi Catulo, que para eso son los buenos, para que se encarguen de los officios. ¡O, malaventurada de Roma, quando a mí que soy tal tienen por el mejor della! Grave pestilençia deve aver venido por los buenos quando yo escapé por bueno entre los malos. Yo accepté este offiçio no porque le avía gana de acceptar, sino por satisfazer a los deseos de mi esposa Faustina y por complir los mandamientos de Antonino, mi suegro. No te maravilles de cosa que haga, sino de lo que dexo de hazer, porque hombre que se desposó con Faustina, ya no ay ruindad que no haga. Yo te iuro que desde el día que estoy desposado, me paresçe que no tengo seso ninguno.

Dexo agora el desposorio, y torno a hablar del offiçio. Por çierto, todo hombre paçífico deve en los offiçios estar muy penado, porque quan seguros andan los offiçios entre los virtuosos, tan peligrosos andan los virtuosos entre los offiçios. Y que esto sea verdad, cuenta tú lo que ganan y por ello verás lo que pierden. Los bienes dilos tú, si los sabes; los males óyelos, si los deseas saber: el que toma cargo de regir a otros busca cuydado para sí, embidia para sus vezinos, espuelas para sus enemigos, pobreza para sus riquezas, despertador para los ladrones, peligro para sus cuerpos, fin para sus días, tormento para su fama y finalmente busca oxeo para perder amigos y reclamo para cobrar enemigos. ¡O!, hombre malaventurado aquel que de hijos de muchas madres tiene cargo, porque siempre le cargan cuidados cómo con todos ha de complir, sospiros por lo que le han de dar, reçelo si le han de quitar, lágrimas si se ha de perder, y sospecha si le han de infamar. El que esto conosçe sin más esperar garrocha se deve acoger a la barrera.

Pero como digo lo uno, diré lo otro, que yo iuraré y tú no me contradirás que más hallemos oy que quieran ser [293] capeados en el cosso que estar seguros en la talanquera. Muchas vezes oyo dezir «vamos a los theatros», «a correr los toros», «vamos a montería», «a correr las fieras»; y, llegados al hecho, no los animales dellos, sino ellos de los animales huyen, de manera que, donde van a correr, vienen corridos. Quiero dezir que los ambiçiosos procuran governar y son governados, mandar y son mandados, regir y son regidos, y finalmente, pensando debaxo de sus manos tener a muchos, pónense los míseros so los pies de todos. Para remedio de estos peligros con una cosa se consuelan mis pensamientos, y es ésta: que sin yo lo procurar, ni yo a ello me offresçer, el Senado de su voluntad me lo ha querido mandar. En la octava tabla de nuestras antiguas leyes están estas palabras: «Mandamos que en nuestro Sacro Senado iamás se dé cargo de iustiçia al que de su voluntad se vino a offresçer, sino al que ellos con maduro acuerdo quisieren elegir.» Era por çierto iusta la ley, porque no son ya los hombres tan virtuosos, ni tan amigos de su república, que olvidada su quietud y reposo, haziendo a sí daño, procuren a los otros provecho. Ninguno es tan loco que, dexado su muger y hijos y su dulçe patria, se quiera ir a tierra agena, sino que viéndose entre gentes estrañas piensa so color de la iustiçia buscar su utilidad propria. No sin lágrimas lo digo, que los prínçipes con su descuido, los iuezes con su cobdiçia han minado y derrocado los altos muros de la poliçía de Roma.

¡O!, mi Catulo, ¿qué quieres que te diga, sino que está tan descreído nuestro crédito, tan acobdiçiada nuestra cobdiçia, tan atrevido nuestro atrevimiento, tan desvergonçada nuestra vergüença, que assí se proveen oy iuezes para ir a robar nuestros vezinos como capitanes contra nuestros enemigos? Hágote saber que donde Roma era amada por castigar a los malos, oy es aborreçida por despojar a los innoçentes. Acuérdome aver leído que en los tiempos que vastava a toda Tinacria Dionisio Siracusano vino un embaxador de los rhodos a Roma. Él era ançiano en días, docto en letras, esforçado en armas y muy curioso en mirar todas las cosas. Andando, pues, por Roma, viendo la maiestad del Sacro Senado, la alteza del alto Capitolio, el concurso del Colliseo, la gloria de los [294] triumphos, el castigo de los malos, la paz de los vezinos, la diversidad de las naçiones, la abundançia de los mantenimientos, el orden de los offiçios; y finalmente, viendo que Roma era Roma, preguntado qué le parescía, respondió: «¡O, Roma!, este tu siglo es todo de cuerdos; otro verná todo de locos.» ¡O, altas y muy altas palabras, y por mis tristes hados en mi tiempo complidas! Trezientos años estuvo Roma sin tener casa de orates; seisçientos años ha que no ay una de cuerdos. Mira qué te digo (y no de burla, sino de veras lo digo): que si los dioses oy resusçitasen a nuestros passados, o nos desconosçerían por sus hijos, o nos atarían por locos. Éstas son las cosas que passan en Roma, y no dizes de lo que passa allá en Agrippina.

De acá no podré escrevirte cosas sino con que te den pena; escríveme tú alguna cosa con que tome alegría. Drusilla, tu muger, está buena. De la flota que vino de Scethin, de sal, azeite y miel, yo hize fuese bien proveída. Ya sabrás cómo Flobio, nuestro tío, le arrastró su cavallo y murió súbito. Laerçia y Colodro ya son amigos por occasión de unos casamientos. Aý te embío unas ropas, ruega a los dioses no veas mal gozo dellas. Mi Faustina te saluda, y tú a Iamiro, tu hijo, me saluda y encomienda. Los dioses sean en tu guarda, y de mí aparten la siniestra fortuna. Marco, el todo tuyo, a ti, Catulo, el todo mío. [295]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Carta 11 / Carta 13 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org ~ pfe@filosofia.org