La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XII
Que los oficiales y Privados de los Príncipes deben ser en expedir los negocios solícitos y en corregir a sus criados cuidadosos.


Gran trabajo es en las Cortes de los Príncipes vivir, y residir, mas muy mayor es ir a negociar a las Cortes, y sobre todo es muy mayor trabajo el no poder en breve despachar; porque consideradas a menudo las condiciones de la Corte, débese tener por bien despachado, aunque vaya mal despachado el que con brevedad fue respondido. No inmérito decimos, que se tenga por bien despachado el que con brevedad fue despachado, dado caso que hubo algún revés en su negocio; porque menor mal sería a los negociantes negarles luego lo que piden que no dilatarles mucho lo negocian. Aun si los negociantes que van a la Corte fuesen ciertos, que la dilación que hay en sus negocios no es por más de porque vayan bien despachados, aunque no fuese razonable, sería tolerable el mal: mas ay de los tristes, que si en el tiempo que negocian andan aborrecidos, a la hora que les dan la respuesta se tornan desesperados. El que va a las Cortes de los Príncipes a negociar, debe consigo pensar, que ninguna cosa se ha de hacer a su voluntad, y querer; porque si se ceba de algunos inciertos prometimientos, y de vanos pensamientos, el mucho esperar, le traerá después a desesperar. Es la Corte un piélago tan profundo, y una navegación tan incierta, que no vemos otra cosa en ella cada día, sino nadar a su salvo los corderos, y a negarse en poca agua los elefantes. Ir, y negociar, y servir, y trabajar, y solicitar en las Cortes de los Príncipes, es como que los echan fuertes de ricas preseas en las plazas, en las cuales acontece muchas veces, que el que echó cien fuertes sale en blanco, y el que echó no más de una sale rico. [167] ¿Por ventura no diremos que le salió su suerte en blanco, al que salieron en Palacio las barbas, y aun le nacieron las canas, y que nunca el triste ha tenido honestamente con que se mantener, y menos con que a su casa se retraer? Para ser uno bueno, y virtuoso abástase tener cordura, mas para tener, y valer, necesario le es tener ventura, pues vemos en las Cortes de los Príncipes, que en cuatro meses crecen unos como melones, y otros no dan fruto aun en cuarenta años, como para más. El fin de decir esto es para avisar a los que van a negociar a las Cortes de los Príncipes, que por ninguna manera osen ir allá sin que lleven la bolsa poblada de moneda, y el corazón aforrado de paciencia. Compasión es de ver a un negociante en la Corte, al cual si dan algo, primero lo compra con lágrimas a Dios, con petición al Rey, con promesas a los santuarios, con dádivas a los Porteros, y con servicios a los Privados; por manera, que es más el rescate que le piden, que no las mercedes que le hacen. Si decimos lo que hacen, qué diremos de lo que piensan los tristes negociantes, los cuales toda la noche están desvelados e imaginando, no en que Iglesia o Monasterio han de oír otro día Misa, sino cómo y dónde dirán al Privado una palabra. El negociante que es bisoño en la Corte, piensa que por haber dado al Presidente un memorial, y dicho una palabra al Privado, que luego a la hora es despachado, y no hay más que hacer en el negocio, lo cual no es por cierto así; porque a la hora que le aparta de ellos, el uno olvida lo que le dijeron, y el otro rompe el memorial que le dieron.

Los negocios de la guerra negócianse por necesidad, y los negocios de los amigos por voluntad, mas los de los pobres no se negocian sino por importunidad: de lo cual se sigue, que ningún negocio se acaba por la justicia que uno tiene, sino por la buena solicitud que en él pone. Parte uno de su casa para la Corte, con pensamiento de despachar en dos meses, y después no se despacha el triste de seis meses, y no es nada esto, sino que después de tanto tiempo que torna en sí y hace cuenta con la bolsa, halla que todo el dinero que trajo es ya gastado, y aun el negocio a que vino no es comenzado. Poco fije en decir, que todo su mal está en habérsele acabado el dinero; porque mejor dijera, que junto con esto, ha vendido también la haca, empeñada la espada, trocado el sayo, cambiado la toca, y aun de dos camisas ha vendido la una; por manera, que el triste negociante no tiene ya qué gastar, ni menos qué tocar. Aun me parece todavía que dije poco, en [168] decir, que el dinero todo ha comido, y lo que traía ha vendido, sino que junto con esto queda también en el mesón empeñado; por manera, que se vuelve a su casa cansado, afrentado, gastado y empeñado. El que va a la Corte a negociar, hace cuenta en su casa de lo ordinario que puede gastar cada día, y no hace cuenta de lo que le han de hacer gastar aunque no quiera, y por esto es saludable consejo, que si echare en la bolsa diez ducados para el gasto ordinario, eche otros diez para trasordinario, porque en tan gran desorden, es imposible pensar ninguno poder tener orden. Acaece que convida alguna vez a sus huéspedes, o entran en su casa juglares, o músicos o le vienen a ver parientes, o amigos, o se encarecen más de lo que estaban los bastimentos, o le es forzado enviar fuera de la Corte mensajeros, o se le van con dineros algunos mozos, o le es necesario sacar de nuevo algunos vestidos: las cuales cosas todas, o las ha el buen Cortesano de cumplir, o de la Corte se desterrar. Sabe un pobre negociante, que a lo que va a la Corte es negociar, y no sabe qué es lo que ha de gastar; porque si tiene allá favor, sóbrale de lo que lleva para la despensa, y sino tiene favor, envía aun por lo que dejó en su casa. ¡Oh cuántos he visto yo en las Cortes de los Príncipes, los cuales gastaron lo que llevaron y no negociaron cosa de las a que iban, sino que a trueque de sus dineros barataron en la Corte muy grandes enojos! Es también de advertir, que si es pena hablar al Rey, y negociar con el Presidente, y Oidores, Contadores, Aposentadores, Alcaldes, y Privados, muy mayor es tener que despachar con sus oficiales, y criados; porque les hago saber, que es más fácil cosa alcanzar la merced del amo, que no sacar la provisión del criado. Conténtanse los Príncipes, con que los obedezcamos, conténtanse los Privados, con que los sirvamos, y no se contentan los criados, sino que los adoremos.

En los tiempos que cursé en las Cortes de los Príncipes, miento sino me aconteció muchas, y muchas veces, osar a los amos importunar, y no a los criados rogar. Si por malos de sus pecados, les es el negociante en negociar importuno, o se atreve a decir alguna palabra con enojo, téngase por dicho que tomarán la venganza, no con arrojarle la lanza, mas tomándola han con tener en su negocio queda la pluma.

Un procurador de la Provincia de Lepusquia me encomendó una vez en el Palacio, que le dijese doce Misas por un [169] oficial de Contadores, y conjuróme mucho que no las dijese a fin que Dios al oficial salvase, sino para que le pusiese en el corazón que le despachase: Como decimos lo uno, es también razón que digamos lo otro, y es, que hay oficiales de Contadores, de Alcaldes, y de Secretarios, y de Aposentadores, que son tan buenos, y tan cuerdos, y tan bien criados, que los desabrimientos que sus amos nos hacen, ellos nos los quitan. Hay algunos tan atrevidos, desvergonzados, chocarreros, deslenguados, y aun desalmados, que es gloria ver cómo escriben, y es infamia ver cómo sirven. Entra un mancebo en casa de un Oficial del Rey, y al cabo de tres, o cuatro años tiene una mula de precio, una guarnición dorada, arcas ensayaladas, cama de campo, antepuerta, y sobremesa, aforros para Invierno, damascos para Verano, y aun quiera Dios no mantenga alguna dama pared, y medio: lo cual todo no es de creer que lo gane escribiendo, sino cohechando. En mi presencia vi una vez, que dio un negociante de Córdoba a un oficial de contadores ocho reales, por cierto despacho, los cuales no quiso recibir, y como jurase, y perjurase, que no le quedaban sino cuatro reales para el camino, y a mí rogó que se rogase, respondiónos él: Miradle señores, mi cara no es cara de plata, sino cara de oro, que juro por nuestra Señora de Guadalupe, ha más de dos años que no he tomado real de plata, sino pieza de oro en las manos. El criado que se alaba de tener la cara de oro, no es menos sino que algún día porná a su amo del lodo. Que los oficiales de los Oficiales del Rey, tengan buenas mulas, y ropas, y ricas alhajas, y aun veinte doblas sobradas, no nos habemos de maravillar, de lo que nos escandalizamos es, que a las veces es mucho más lo que juegan, que no lo que otros gastan. El oficial que no tiene de salario cien ducados, y juega en una noche doscientos, ¿qué se ha de pensar de este, sino que en el oficio los defrauda, o a su amo los hurta, o a los negociantes los cohecha? Si son largos en el jugar, no son por cierto cortos en el comer, sino que si hacen un banquete a sus amigos en una sala o a sus amigas en una huerta cosa cierta es que no les han de faltar manjares preciosos, y vinos olorosos, y esto en mucha más abundancia que no a sus amos. Todas estas cosas son de tolerar, aunque dignas por cierto de asear, si junto con esto fuesen cuidadosos en el expedir, y fáciles en el negociar: mas ¡ay dolor! que ni por lástimas que les digan, ni por persuasiones que les hagan, jamás verán a que echen [170] mano a lo penoso, hasta que el pobre negociante abra la bolsa. Esto habemos querido decir, para avisar, amonestar, y rogar a los Privados de los Príncipes, para que ni ellos ni sus criados sean largos en los negocios: porque si consideramos las calidades de las personas, a muchos negociantes sería menos dañoso y más provechoso despedirlos luego, que proveerlos tarde. Gran secreto es este, que hay en las Cortes de los Príncipes: es a saber, que los que negocian, y con quien negocian todos son mortales, y los negocios que negocian son inmortales: por manera, que vemos cada día morir a los que negocian, y nunca vemos acabarse lo que negocian. Sutil manera de negociar es, la que suelen tener los que son aceptos a los Príncipes, es a saber, desbaratar los negocios, y dar larga en ellos, para que después estuvieren los otros desahuciados, y aun desconfiados, ellos despachen sin contradicción, y a su voluntad los negocios. Bien es que los Príncipes consideren lo que dan, y como lo dan; mas también deben mirar cuándo, y en qué tiempo lo dan: porque en el recibir de las mercedes, a las veces se tiene en más liberalidad con que se da, que no lo que se da. Conviene, y mucho conviene a los que están cabe los Príncipes, ser fáciles de hablar, pacientes en el oír, cautos en el responder, limpios en el vivir, prontos en el despachar: porque de otra manera, téngase por dicho, que descubrirá banco donde sus enemigos tiren, y darán materia de que los negociantes se quejen. En lo que les rogaren no sean inexorables, en lo que les pidieren no sean desabridos, en lo que les dieren no sean ingratos, con los que conversaren no sean descuidados: porque de otra manera crea, y no dude, que si él cierra las puertas al tiempo de negociar, nunca en la República le abrirán las entrañas para le servir, y mucho menos para le amar. De tal manera han de vivir los criados de los Príncipes, en que si hubiere algunos que blasfemen de ellos, por lo mucho que pueden haya también otros que los alaben por los bienes que hacen. El hombre que de todos es envidiado, aborrido, mumurado y mal quisto, menos mal sería honestamente morir, que en desgracia de todos vivir porque para mí, ninguno vive vida tan amarga, como el que vive en desgracia de toda la República. Bien es que los hombres procuren de tener, mas muy mejor es que trabajen por se hacer amar: porque no hay cosa que dé al corazón, tan gran contentamiento como es pensar que es de todos bien quisto. Cosa es [171] muy cierta, que los enemigos de los Privados nunca buscan, ni se juntan, sino con hombres quejosos, y bulliciosos, los cuales si por caso yendo a negociar con el Privado, no le pudieron ver, ni hablar, no dicen que le hallaron muy ocupado, sino que no les quiso oír de presuntuoso. Somos tan voluntariosos en el amar, y tan obstinados en el aborrecer, que con muy pequeña ocasión loamos lo que amamos, y con muy menor ocasión blasfemamos de lo que aborrecemos. Los Privados de los Príncipes a Dios harán gran servicio, y a la República gran provecho, si los negocios grandes, y pequeños trabajaren que con brevedad sean expedidos: porque el negar de las mercedes imputan al Rey, mas la dilación de los negocios, no sino al Privado. Cuando el Privado no es más de uno, y los negocios son muchos, nunca falta quien dice al Príncipe, que él no puede dar recado a todos, y que los Pueblos se pierden, y los negociantes se quejan, y él se enemista, y la República se altera: por manera, que so color de no ser solícito, le querrían dar en la privanza un acompañado. Deben asimismo traer muy corregidos a los oficiales que tienen puestos para expedir los negocios, lo uno que no sean voluntariosos en el despachar, y lo otro que no sean desabridos en el responder: porque a las veces, más reveses les vienen a los amos, por lo que sus oficiales dicen, que no por lo que ellos hacen. Los Privados de los Príncipes, tales oficiales, y criados han de poner en sus escritorios, que sean en la condición libres, en el tratamiento mansos, en las respuestas humildes, en los despachos solícitos, en las escrituras fieles, en la penola hábiles, y en el dar, y tomar limpios: por manera, que tenga intento a cobrar por su amo amigos, mas que no a ganarle dineros. La vida del patrón está en el Piloto, y la conciencia del Juez en su Tiniente, y la hacienda del mercader en su factor, y la victoria del Príncipe en su Capitán, y la honra del Privado en su oficial: porque dado caso que el criado no es parte para con su amo privar, es a lo menos parte para le ayudar a sustentar, y aun de la privanza caer. La vigilancia que trae un Prelado con los Frailes de su Monasterio, debe traer el Privado con los oficiales de su escritorio: es a saber, que no sean perezosos en el despachar, disolutos en el vivir, atrevidos en el cohechar, y no fieles en el escribir, porque cada una de estas culpas abasta para que el criado se pierda, y el amo se infame. A [172] la hora que el Privado del Príncipe sintiere, que su oficial es absoluto, y disoluto, le debe gravemente castigar, y de su casa despedir: porque en tal caso no murmuran los que lo saben del criado que tales cosas hace, sino del amo que tales disoluciones consiente. Deben asimismo los Privados, tener suprema providencia en mirar lo que los criados despachan, y en moderar lo que por sus derechos llevan: porque de otra manera, podrían decir sus enemigos, que no los tienen allí para despachar negocios, sino para robar los negociantes. Menos inconveniente sería, que les aumentasen a los oficiales los salarios, que no que les consintiesen, o disimulasen algunos cohechos: porque en tal caso, no puede el criado crecer en la hacienda, sin que su señor disminuya en la honra. Podrá ser, que muchas veces esté el Privado tan ocupado en cosas de la República, que no pueda dar a los negociantes audiencia, y en tal caso debe proveer con sus criados, en que mansa, y buenamente los hayan de despedir, y no de importunos, y pesados motejar, porque ya que no van despachados, no es justo que vayan lastimados.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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