La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XIII
Que los Privados de los Príncipes se deben guardar que no sean soberbios, porque nunca caen de su estado, sino es por este maldito vicio.


El Rey Joroboan heredó de su padre doce Reinos, aunque pequeños, y como los viejos, y honrados de su Reino les aconsejasen, que fuese moderado en coger los tributos, y manso en castigar los excesos, respondióles él: Mi padre os azotaba, no más de con azotes: mas yo no os tengo de azotar, sino con escorpiones, porque el mi más pequeño dedo, es más grueso que todo su hombro. Fue pues el caso, que el Rey Joroboan, por las palabras soberbias que entonces dijo, y por las feas obras que después hizo, perdió once Reinos, y le desampararon todos sus amigos: por manera, que si creció en dedos disminuyó en Reinos. El Rey Faraón fue tan soberbio, que no contento con lo que Dios le había perdonado, y con las diez plagas castigado, quiso tanto seguir, y perseguir al pueblo Israelítico, que las bravas mares que se hicieron caminos para los Hebreos, se tornaron sepulcros de él, y de sus Egipcios. Estando el gran [173] Pompeyo en Asia como le dijesen que aparejase su gente de guerra, porque iba Julio César a darle la batalla, hirió con el calcanar el suelo, y mostrando muy gran furia, y hablando con soberbia, dijo: Fuera de los Dioses a ninguno tengo de temer de los mortales, porque es tan grande mi potencia para Julio César destruir, que no sólo los Reinos de Asia pelearán por mí, mas aun a la tierra que piso mandaré que se levante contra él. En lo que paró después la soberbia de Pompeyo fue, que sus aliados perdieron la batalla, sus hijos la hacienda, él la cabeza, Roma la libertad, y sus amigos las vidas. El Emperador Domiciano, fue en sus costumbres tan vicioso, y en sus pensamientos tan soberbio, que públicamente mandó a los Gobernadores del Imperio, que en sus pregones dijesen estas palabras: Domiciano nuestro Dios, y nuestro Príncipe, manda que se haga esto, y esto; y después en lo que paró la soberbia de este que se llamaba Dios, fue que por consejo de su mujer Domicia, le dieron siete puñaladas en su cama. Plutarco dice, que el Rey Demetrio fue Príncipe tan superbísimo, que no contento con servirse como Príncipe, se hacía adorar como Dios, y a los que venían a negociar con él de Reinos extraños no quería oír, si venían en hábito de Embajadores, sino que habían de ir con vestiduras de Sacerdotes. Aman fue muy gran Privado del Rey Asuero, y como todos los del Reino le sirviesen, y los extraños le acatasen, sólo Mardocheo, no le quería hacer reverencia, ni aun quitarle la caperuza, por cuyo desprecio el Privado Aman, mandó hacer una horca de cincuenta codos en alto, en la cual Mardocheo fuese ahorcado, y él de su injuria vengado. Dios que lo quiso hacer, y fortuna ordenar, donde Aman pensó ahorcar a Mardocheo, Mardocheo ahorcó allí a Aman. Temístocles, y Arístides fueron dos muy esclarecidos varones entre los Griegos, y con ser tales, y tan nombrados Filósofos, y Príncipes, tenían entre sí tanta disensión en el Reinar, y cada uno de ellos tanta codicia en mandar, que Temístocles movido a piedad, de lo que por ellos pasaba la República, dijo un día a voces en la Plaza: Sed ciertos los de Atenas, que si a mi presunción, y a su ambición de Arístides no is a la mano, los Dioses se han de enojar, los templos se han de asolar, los erarios se han de acabar, nosotros nos hemos de perder, y la República se ha de asolar. Queriendo Lucano encarecer la su presunción y soberbia de los Príncipes Romanos, dijo, que ni Pompeyo [174] se compadecía con otro igual en Roma, ni Julio César podía sufrir, que viniese otro mayor que él en el mundo. Para hablar de tan maldito vicio como es la soberbia, no sin gran consideración, habemos querido primero ejemplificarle que no reprehenderle: porque en todas las cosas, mucho más nos mueven los ejemplos que ponemos, que no las razones que decimos. De lo que he visto, y de lo que he leído, y aun de lo que a otros he oído, tengo para mí colegido, que de la cumbre, y risco de la soberbia es, de donde caen, y se despeñan todos los más de esta vida: porque de todos los otros vicios, puede el hombre descender, mas del vicio de la soberbia no puede descender, sino caer. A la tierra le hallan medida, a los mares el profundo, a los montes Rifeos las cumbres, al Algarve Cáucaso el cabo, al Río Nilo el principio, sólo al corazón del hombre no le hallamos cabo en el mandar, ni sin en él codiciar. La rabia de la codicia, y avaricia no se amata con lo que tenemos, sino con lo que menospreciamos y la ambición, y soberbia tampoco se mata con el mandar, sino con el obedecer, porque jamás ningún vicio se puede acabar, si su dueño no le deja caer. Después que el Magno Alejandro había supeditado a toda la Asia, y conquistado también la gran India, como le reprehendiese el Filósofo Anaxágoras, diciéndole, que por qué ya se fatigaba, ni mostraba pena de ninguna cosa, pues era señor absoluto de toda la tierra, respondióle Alejandro: Tú Anaxarco me has dicho, que sin este mundo, hay otros tres mundos: y pues esto es así, gran poquedad sería la mía, si habiendo tres mundos, no fuese yo señor de más de uno de ellos, y por eso hago grandes sacrificios a los Dioses, para que me quiten la vida, y no me quiten tan generosa conquista. Fuera de las divinas letras, yo confieso tener en mi memoria otras palabras más encomendadas, que son éstas: de las cuales claramente se colige, que en el señorío de todo el mundo, aún no hay hacienda para un corazón soberbio. En lo que paró la soberbia de este Príncipe fue: que con esperanza de señorear otros tres mundos enteros, aún no fuese señor de este mundo tres años enteros. A buen seguro osaremos jurar, y afirmar, que es falta de ciencia, y experiencia, osar ningún hombre tener presunción, y locura, porque tanto cuanto uno se mirase, y tornare a mirar, y remirar, hallará en sí mil cosas para se humillar, y no una para se ensoberbecer. Por rico, y poderoso, y generoso, y aun valeroso que sea un hombre, si [175] le vemos, y no le conocemos, no le preguntamos de qué Cielo es, ni de qué mar, ni de qué fuego, ni de qué Planeta, ni de qué hemisferio, ni de qué Sol, ni de qué Luna, ni de qué aire, sino de qué tierra es: para denotar, que somos de tierra; nacimos en tierra, vivimos en tierra, y al fin como a nuestro natural, nos habemos de tornar a la tierra. Si los Planetas, y los animales pudiesen aprovecharse de la lengua, ellos nos quitarían la vanagloria: porque dirán las Estrellas, que se criaron en el firmamento, el Sol diría que en el Cielo, las aves en el aire, la salamandra en el fuego, y los peces en el agua, mas el triste del hombre no sino en la tierra: por manera, que no nos podemos preciar de parientes mas propincuos, que son gusanos, moscas, y mosquitos. Si el hombre hiciese reflexión sobre si hallaría que el fuego le quema, el agua le ahoga, la tierra le cansa, el aire le importuna, el calor le congoja, el frío le destempla, el día le importuna, la noche le entristece, el hambre le necesita, el manjar le ahita, los enemigos le persiguen, y los amigos le olvidan: por manera, que lo que el hombre vive, no se podrá con razón decir vivir, sino un prolijo morir. Dende la hora que a uno vemos nacer, dende aquella hora habemos de pensar que se comienza a morir, y si el tal ha llegado a cien años, no hemos de decir que vivió mucho, sino que se tardó en morir mucho. El que con tales tributos, y condiciones tiene la vida, yo no sé de qué, o por qué tenga soberbia. Viniendo, pues, al caso, decimos, y avisamos a los que son criados, y familiares de los Príncipes, no sean soberbios, ni presuntuosos: porque los privados de los Reyes pocas veces caen de su privanza, por lo que pueden, ni por lo que tienen, ni por lo que quieren, sino por lo que presumen. En las Cortes de los Reyes, no hay cosa que más dañe, ni menos aproveche, que es la presunción: porque la soberbia, y jactancia con el Príncipe pone desgracia, y al Pueblo despierta a ira. Pues hasta hoy, ninguno alcanzó la privanza de los Príncipes por ser superbo, y presuntuoso, sino por ser hombre fiel, y solícito: sería yo de parecer que el que se ve en la Casa Real, y Privado, se mejorase en el servir, y no se empeorase en el presumir. Osaremos decir, y afirmar, ser supremo género de locura, querer en un día perder por soberbia, lo que nos dio en muchos años ventura. Que sea un Privado vencido de la carne, supeditado de la ira, enseñoreado de la avaricia, sujetado a la gula, emponzoñado de la envidia, y aficionado a la acidia, muy poco se le [176] da de esto a la República: porque todos los vicios que tiene un Privado, no quieren más de murmurar: mas si se sienten que es soberbio comiénzanle a perseguir. Sea Privado, sea valeroso, sea rico, sea generoso, y poderoso, que jamás se vio hombre superbo, que no fuese de muchos perseguido, y de todos aborrecido. Los familiares de los Príncipes hartos enemigos tienen por ser Privados sin que busquen a otros de nuevo, que los acusen de soberbios. La experiencia nos enseña que la ascua no se conserva, sino debajo de la ceniza, y por semejante manera, la privanza no se sustenta sino con la grata conversación, y buena crianza. Los Privados de los Príncipes también corren gran peligro: porque no quieren en cosa que mal hagan contradicción, ni consienten palabra recia que digan respuesta, ni sufren en culpa que cometen castigo, ni admiten en grave negocio consejo, ni permiten que tenga otro con ellos acerca del Príncipe crédito, sino que a diestro, o a siniestro han de ser del Príncipe creídos, y de la República obedecidos. Los que están en las casas Reales, y en oficios preeminentes, noten bien esta palabra, y es, que el día que un Privado quiere ser absoluto señor de la República, aquel día pone en el despeñadero su Privanza. Lo menos que un Rey quiere, se hace en su Reino propio; y piensa un Privado, que de todo ha de ser señor absoluto. Cuanto más se apartase de negocios del Pueblo, tanto viviría más seguro, porque la gente popular, naturalmente es inquieta en los negocios, y muy ingrata a los beneficios, y al fin ningún Privado puede hacer tanto por un Pueblo, que no quede de él alguno quejoso.

Los que quieren en las Cortes de los Príncipes mandar mucho, es imposible que puedan acertar en todo y dado caso que sus delitos sean pequeños, y sus descuidos no sean muy grandes, ténganse por dicho, que no ha de faltar quien los pregone por todas las Repúblicas, y aun quien se lo diga al Rey a la oreja. Los que quieren revolver a los Privados con sus Príncipes, no les encarecen el privar más que a otros en su casa, sino en decirles, que porque han de mandar más que no ellos en la República, y como esto se les dice, con mucha autoridad, y en gran puridad, todavía hacen al Rey sospechoso, y ponen entre él, y su Privado algún escrúpulo: porque los Príncipes, al fin se huelgan de ser servidos, mas no quieren ser mandados. La mucha familiaridad suele traer consigo algún menosprecio, [177] mas esto no se sufre entre el Príncipe, y su privado, sino que todos los días, y horas, y momentos, que entrase en Palacio, debe con aquel acatamiento, reverencia, mesura, y templanza, al Rey hablar como si nunca le hubiese hablado: por manera, que vean todos que sirve como criado, aunque el Rey le trata como a Privado. En las Cortes de los Príncipes, para se sostener los que están subidos, y para subir los que están abatidos, el camino más seguro es, que el Privado se precie de ser criado, y no que el criado se precie de ser Privado. Deben mucho advertir los familiares de los Príncipes, en que no vayan a las orejas de sus señores muchas quejas: porque así como por discurso de tiempo, sola una gotera cava la piedra, así podrá ser, que el mucho reclamar de la República cause la mudanza de su privanza. Si los servicios de uno abastaron a persuadir a un Príncipe a que le hubiese de amar, posible sería que las quejas de muchos acabasen con el Príncipe que le tornase aborrecer: porque el día que el Príncipe tornase sobre sí, más querría ser a nado de todos, que no ser servido de uno. No ha de mirar el Privado del Príncipe, a la alteza de la privanza donde subió sino a la bajeza, y pobreza de donde subió, porque de otra manera, podría ser que como le subió a lo que ahora es fortuna, le tornase a abajar a lo que antes era su soberbia. Poco dije en decir, que la soberbia le haría bajar, que mejor dijera, que le haría caer: porque las mañas de fortuna son, que a los plebeyos que sublima, dales licencia que desciendan, mas a los Privados de Reyes no sino que caigan. Agatocles fue hijo de un ollero, y después vino a ser Rey de Sicilia, y tenía en costumbre, que en su aparador, y en su mesa, pusiesen platos, y jarros de barro entre los otros que eran de oro, y preguntado, por qué en tanta grandeza tenía aquella bajeza, respondió: Bebo en jarros de oro, y como en platos de tierra, para dar gracias a los Dioses que de un hombre ollero, me hicieron Rey poderoso, y aun para me humillar, y no me ensobervecer, de pensar que más fácil cosa es, de Rey tornar a ser ollero, que no de ollero subir a ser Rey. Palabras son éstas de Agatocles, dignas de notar, y aun de a la memoria encomendar, pues vemos, que para caer un hombre, abasta una piedra sola donde tropiece, y después de caído, ha menester ayuda de pies y manos para que se levante. Ya puede ser que el Privado antes que viniese a ser Privado, haya sido en persona no muy bien tratado de linaje no muy subido, de patria no muy noto, de parientes [178] no muy rico, de bienes no muy dotado, y de fortuna no muy cumplido: de las cuales cosas todas, no sólo no se debe afrentar, mas aun se debe preciar, porque en mucho más le ternán en la Corte, preciándose de lo que fue de antes, que ensoberveciéndose de lo que es ahora. Dice Tito Livio que el muy famoso Romano Quinto Cincinato, primero que fuese Capitán en Roma, fue Labrador en la Provincia de Campania, y este tan esclarecido varón estando ocupado en grandes negocios de la República, o en provisiones, y expediciones de la guerra, solía delante todos sus Capitanes suspirar, y decir: ¡Oh quién supiese ahora que tales están mis bueyes en casa, y mis ganados en la sierra, y si han hecho mis criados para otro año buenos barbechos! Quien tales palabras decía por la boca, de creer es, que poca soberbia tenía en el corazón: y bien pareció que no lo decía de burla, sino de veras, pues se tornó a arar, y a cavar, y podar, y entender en su hacienda después que con hazañas había esclarecido a la República Romana. Rey era de Israel el Rey Saúl, y aun escogido por Dios, y ungido por el gran Samuel, y como su padre fuese labrador, y él siendo mozo se había criado en la labranza, no se desdeñaba, aun después que era Rey, de ir a arar sus tierras, y segar sus mieses, y llevar a la dehesa sus bueyes: por manera, que se preciaba el buen Rey de arar hoy con la reja, y mañana con la lanza. Cuando la fortuna derrueca a uno, en que de grande le abate a ser pequeño, entonces es afrenta, mas cuando de pequeño le sublima a ser grande, aquello no es sino gloria. Guárdense, guárdense, guárdense, los Privados de los Príncipes de ser elatos superbos, mal acondicionados, porque en el corazón donde reina soberbia, allí arma fortuna su zancadilla. Para tapar la boca del enemigo, no hay en el mundo tal pelota de sebo, como es que el Privado no sea presuntuoso: porque no hay ninguno en la Corte tan insensato, que ose decir, yo acuso a este porque es Privado, mas osará decir yo le acuso, porque es soberbio. Si a un Privado vemos reñir, diremos que está enojado, si le vemos mucho comer que tiene buen estómago, si se levanta tarde, que está cansado, si juega largo, que es por pasatiempo, si guarda lo que tiene, que es hombre recogido, si habla mucho, que es hombre regocijado, si habla poco, que es muy cuerdo, y si gasta, que es de magnánimo: mas si es soberbio, y presuntuoso, ¿qué podrá a esto decir, ni con qué sus amigos le podrán excusar? Todos los hombres viciosos, tienen excusas para sus vicios, excepto los hombres soberbios: porque si caemos, en algún [179] vicio es de flacos, mas si somos soberbios, es de locos. La condición blanda, y la conversación mansa, no sólo reprime a que del Privado no digan sus enemigos mal, mas aun los compele a que digan bien de él: porque muchas veces permite Dios, que la intención mala se confunda con la condición buena. Deben así mismo los Privados de los Príncipes advertir, de que no sólo se guarden, de mostrar soberbia en las palabras que dicen, mas aun en las ceremonias que en la Corte se usan, es a saber, en subir las escaleras, en el entrar de las puertas, en el tomar de las sillas, y en el quitar de las gorras; porque si hablar en esto, parece al que lo leyere niñería, suele al Privado suceder de ello una mala carcoma.

No inmérito decimos, que de un pequeño descuido, le suele suceder al Privado un grave enojo: porque a las veces, más murmuran de él, porque no quitó la gorra a uno, que no porque quitó la merced a otro. Si un Cortesano deja de hacer mesura a otro Cortesano, dicen que lo hace, no por la sobrada malicia, sino por falta de crianza: mas si el tal es al Rey acepto, no dice que lo deja por falta de crianza, sino por sobra de locura. Por cierto que es triste vida la de los Privados, pues en todo lo que estropiezan de descuidados, les levantan que lo hacen de maliciosos. Gneo Flaco noble Romano, yendo a visitar a un enfermo, él, y otros Romanos, com sobreviniese otro Romano a visitar al enfermo, y no hubiese lugar a donde se asentar, él solo se levantó, y dio su silla al que venía: el cual acto de crianza, fue entre los Romanos muy nombrado, y después de los escritores muy encarecido. Siendo como eran los escritores Romanos tan graves en lo que escribían, cosa es digna de notar, quisiesen encarecer este acto de crianza, entre los hechos heroicos de la República. Cuando el Privado fuere acompañado de Caballeros a Palacio, si al subir la escalera tomare alguno delante de él la delantera, ni lo debe sentir, ni menos mostrar que lo siente: porque a mi parecer, no es mucho que tome la delantera alguno subiendo, por la escalera de piedra, pues él dejó a todos atrás cuando subió por la escalera de la privanza. Qué se le da al oficial de la casa Real, que otro Caballero entre primero que él por una puerta, pues llegados a donde está el Rey, él se entra a la cámara como Privado, y el otro se quedará a la sala solo, y corrido. Finalmente digo, que si yo fuese Privado de los Príncipes, paréceme a mí, que de la cámara afuera me aprovecharía de la crianza, y de la cámara adentro de la privanza. [180]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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