La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XIX
Que los Privados de los Príncipes se deben mucho guardar, de no ser rotos en las lenguas, y maliciosos en las palabras.


Anaxarco el Filósofo, preguntado, qué era la causa porqué había naturaleza ordenado de tal manera los miembros del cuerpo, y qué fue su fin de cada miembro en tal lugar asituar, y asentar. Llegando a hablar de la lengua, dijo: Habéis de saber, Discípulos, que no sin muy profundo misterio nos dio naturaleza dos pies, dos piernas, dos brazos, dos manos, dos orejas, y dos ojos, y no más de una lengua, para denotar que el andar, y en el ver, y oler, y oír, podemos ser largos, mas en el hablar conviene seamos cortos. Y dijo más: No tampoco vaca de misterio, que naturaleza nos dio descubierta la cara, los ojos, las orejas, las manos, y los pies, excepto la lengua, la cual cercó con quijadas, barreó con encías, almenó con dientes, y cercó con los labios, para denotar, que no hay cosa en esta vida, que tenga necesidad de tanta guarda, como es nuestra desenfrenada lengua. Pítaco el Filósofo decía, [221] que la lengua era de hechura como de hierro de lanza, mas era peor que no la lanza; porque la lanza hiere no más de en la carne, mas en la lengua traspasa el corazón. Bien me parece lo que dijo este Filósofo, pues no hay hombre honrado, y virtuoso, que no tenga por menos mal, se cebe en sus carnes la sanguinolenta espada, que no se encrulezca en su fama, una lengua absoluta; porque por fiera que sea una herida, al fin se cierra; mas la mácula de la infamia, tarde, o nunca se suelda. Guárdanse los hombres, de no entrar en agua, por no se ahogar; de llegar al fuego, por no se quemar; de entrar en batalla, por no morir; de no comer cosas malas, por no enfermar; de no subir en alto, por no caer; de andar a oscuras, por no tropezar; y de aires importunos, por no se resfriar; y no veo que se guardan de los hombres maldicientes, porque no los hayan de infamar; como sea verdad, que en ninguna cosa puede tener hombre tanto peligro, como es en tratar, o vivir cabe hombre, que es disoluto en las costumbres, y absoluto en las palabras. Fornio el Filósofo preguntando ¿que por qué lo más del tiempo se andaba por las montañas, pues se ponía a peligro que le comiesen las bestias fieras? Respondió: Las bestias fieras, no tienen más de los dientes para me despedazar, mas los hombres con todos sus miembros, no dejan de me ofender, es a saber, que con los ojos me mofan, con los pies me cocean, con las manos me lastiman, con el corazón me aborrecen, y con la lengua me infaman; por manera, que cualquier hombre vive más seguro entre los animales brutos, que no entre los hombres maliciosos. Plutarco en el libro de Exilio dice: que los Lidos tenían por ley, que así como a un homicida echaban a las galeras a remar, así al que era maldiciente, le mandaban medio año o uno callar; y muchas veces los tales maldicientes elegían querer más hablar, y remar tres años en la galera, que no callar un año en la República. Conforme a esta ley mandó el Emperador Tiberio a un hombre muy parlero, que no hablase, sino que fuese mudo un año, y dice la historia, que callaba, y no hablaba: mas que junto con esto, más mal hacía en la República, sólo con los dedos por señas, que otro podía hacer con palabras. De estos dos ejemplos se puede colegir, que pues no basta a los hombres maldicientes en secreto amonestar, ni como amigos rogar, ni bienes les hacer, ni echarlos a remar, ni mandarles algún tiempo callar: mi parecer sería, que de los Concejos, Ayuntamientos, Colegios, Cabildos, y Repúblicas los [222] quisiesen desterrar; porque por muy poquito que esté la manzana lastimada, basta para en breve tiempo pudrirse por allí toda. Demóstenes el Filósofo, tenía grande autoridad en la persona, y gravedad en las costumbres, y muy gran eficacia en las palabras, mas junto con esto era tan determinado, y tan locace en todo lo que él quería, que temblaba de él toda la Grecia, y a esta causa se juntaron un día todos los de Atenas en la plaza, y señaláronle un gran salario de bienes de la República, protestándole que no se lo daban porque leyese, sino porque callase. El gran Cicerón, fue diestro en la guerra, amigo de la República, y Príncipe de la lengua Latina: mas al fin, si Marco Antonio su enemigo antiguo le mandó matar, no fue por lo que hizo, sino por lo que dijo Salustio, noble Poeta, y famoso Orador Romano, fue aborrecido de los Extranjeros, y perseguido de los naturales; y esto no por más de porque jamás tomaba peñola en la mano, sino para escribir contra unos, ni le vieron abrir la boca, sino para decir mal de otros. Plutarco en los libros de su República dice: que entre los Lidos tenían por inviolable ley en su República, de no matar al que a otro quitaba la vida, sino al que a otro robaba la fama; por manera, que entre aquellos Bárbaros barbarísimos, por mayor delito se tenía el infamar, que no el matar. El que me quema la casa, lastima la persona, y roba la hacienda, no puedo de él tal decir, sino que me daña, mas del que pone en mi fama lengua, de este diré que me injuria, y el que ha injuriado a otro en la fama, téngase por dicho, que trae en peligro la vida; porque no hay en el mundo injuria tan pequeña, que no esté en lo profundo del corazón depositada, hasta verse vengada. En las Cortes de los Príncipes, más pasiones, y rencores se engendran por palabras feas, que unos de otros dicen, que no por las obras malas que entre sí hacen. No sé yo porqué enclava la mano al que echa mano a la espada, y disimulan con el que saca sangre de la lengua. ¡Oh cuán gran bien sería para la República, si como hay pragmática para quitar las armas, hubiese ley para arrancar las lenguas! En un bueno no hay igual poquedad, y en un malo no debe de haber mayor maldad, que es ser desbocado, y deslenguado; porque el tal vive muy engañado, si diciendo el mal de todos, no piensa que todos dicen mal de él. En los tiempos que yo andaba en la Corte, murió un Caballero, al cual como le loásemos de noble, esforzado, generoso, y buen Cristiano, y sobre todo, que nunca supo decir mal de nadie, atravesóse [223] uno de los que allí estaban, y dijo: Séos decir, que si nunca dijo mal de alguno, nunca supo qué cosa era un rato bueno. Oídas estas palabras los que allí estábamos nos escandalizamos, aunque lo disimulamos, y con mucha razón nos indignamos, y escandalizamos; porque el más supremo género de maldad, es, tomar un hombre por pasatiempo, decir mal de su prójimo. El Rey Darío, estando un día comiendo, movióse plática a su mesa de hablar de Alejandro Magno, y como un su muy querido Capitán, que había nombre, Miño, cargase mucho la mano en decir mal de Alejandro Magno, díjole Darío: Calla tu lengua, Miño, que yo no te traigo en esta guerra, para que deshonres a Alejandro con la lengua, sino para que le venzas con la espada. De este ejemplo se puede colegir, cuán maldito vicio es el murmurar, pues vemos que los mismos enemigos, no quieren que les digan mal de sus propios enemigos: y esto no cae sino en hombres callados, y profundos; porque el corazón generoso, tiene por injuria vengar la injuria con la lengua, sino con la espada. A todos en general pertenece ser en la lengua muy atinados, y muy medidos, mas mucho más lo han de ser los que a los Príncipes son aceptos; porque el Privado del Rey hase de preciar de hacer a todos bien, y guárdese mucho de decir de nadie mal. Tienen tantas centinelas, y atalayas sobre sí los oficiales de los Príncipes, que pues cada paso les levantan lo que no piensan, muy mejor les acusarán de alguna palabra mala, si les oyen. A los que están en la cumbre de la privanza, si quieren tenerse, o entretenerse, muy necesario les es dar las palabras arrasadas, y las mercedes cogolmadas. No sólo se han de guardar de decir mal de alguno, mas aun de hablar largo, y mucho; porque los hombres muy habladores, allende de estar desacreditados, son tenidos por desbaratados. Príncipe fue muy honrado, y muy temido, y muy osado, y asaz esforzado Piteas, gran Duque que fue de los Atenienses, mas al fin escribe de él Plutarco, que a sus muy esclarecidas hazañas, oscurecieron sus sobradas palabras. Los hombres muy locuaces, y parleros, aunque sean generosos, en sangre, y ricos en hacienda, no son creídos, ni menos acatados, porque todo el tiempo que aquellos consumen en hablar, emplean los que los oyen en de ellos burlar. Qué mayor afrenta puede ser para un Cortesano que es parlero, hablador, y deslenguado, sino pensando el que le están todos escuchando no es así, sino que están todos de él burlando. No [224] es aún nada esto, sino que todos los con quien él está hablando, están entre sí torciendo las bocas, jugando de barba, guiñando los ojos, rebatiéndole las palabras; y esto no es para se las alabar, sino para idos de allí, de él, y de ellas burlar. Cosa es de notar, en que si delante de un hablador, y locuaz hablan de guerra, o de ciencia, o de caza, o de agricultura, o de otra cualquier cosa, aunque sea muy peregrina la materia, luego falta el hablar en ella, y para probar lo que ha dicho, luego trae un ejemplo, el cual dice que ha visto, o leído, u oído, y es muy gran burla decir que lo ha visto, o leído, u oído, sino que lo fingió de súbito allí para decir, o por mejor decir para mentir. Achatico el Filósofo, como en un convite se hallase, y los otros convidados le dijesen, ¿que por qué no hablaba, y se regocijaba? Respondióles: Mucho más es saber el hombre en qué tiempo ha de hablar, que no saber hablar; porque el bien hablar, dalo naturaleza, mas en qué tiempo ha de hablar, procede de cordura. Epiménides el Pintor, fue de Rodas a Asia, y como después de grandes tiempos tornase a Rodas, jamás le oían decir palabra de cosa que hubiese visto, ni le hubiese acontecido, por cuya causa le rogaron un día los Rodos, que les dijese algo de lo mucho que había visto y padecido, a los cuales respondió: Anduve por la mar dos años por acostumbrarme a padecer, y desterréme diez años en Asia por me avezar a pintar, y estudié en Grecia seis años por me acostumbrar a callar, ¿y queréis ahora vosotros que me asiente a parlar, y nuevas os contar? No vengáis más con esta demanda, oh Rodos, porque a mi oficina habéis de venir a comprar pinturas, y no a preguntar nuevas. En años tan proljjos, y en Reinos tan extraños, no es menos sino que Epiménides había visto muchas, y varias cosas dignas de contar, y dulces de oír, y no quiso contarlas, ni menos representarlas, y por cierto en este caso él lo hizo como Filósofo, y respondió como hombre cuerdo, porque contar cosas peregrinas, y novedades de tierras extrañas, son pocos los que les dan crédito, y muchos los que ponen a ellas escrúpulo. Pitágoras el Filósofo, preguntado, ¿que por qué hacía tener tanto silencio en su Academia? Es a saber, que por espacio de dos años, no habían sus Discípulos de hablar palabra, respondió: En las Academias de los otros Filósofos, enseñan a sus Discípulos a hablar, mas en la mía no enseñan sino a callar; porque no hay en el mundo tan alta Filosofía, como es saber el hombre refrenar su lengua. [225] Cosa es muy digna de notar, ver un hombre, que por curso de tiempo los cabellos se le tornan blancos, la cara arrugada, las orejas sordas, los pies hinchados, el hígado escalentado, el bazo opilado, el cuerpo flaco de la vejez, ya todo consumido, excepto el corazón, y la lengua; los cuales jamás vimos en ningún viejo envejecer, sino cada día más enverdecer, y lo que es peor de todo, que todo lo malo que el corazón piensa, a la hora la maldita lengua lo parla. Hay en la Corte de los Príncipes algunos hombres, que presumen de graciosos, y regocijados, los cuales por decir una gracia, dicen primero una mentira, a los cuales con más justo título los llamaremos crueles infamadores, que no sabrosos decidores. Maldito sea el hombre, que en perjuicio de tercero presume de ser gracioso, y de los tales a muy pocos vemos decir gracias, sin que primero hagan una pepitoria de malicias. A muchos muchas veces hacemos honra, no por el amor que tenemos a sus personas, sino por el miedo que habemos a sus lenguas, y que hagan esto hombres discretos, y sabios, no se les ha de atribuir a mal, pues vemos que no consiste en más la honra de un bueno, de cuanto ponga la lengua en su fama un malo. En mis tiempos residía en la Corte un Caballero, noble en sangre, y generoso en la persona, al cual como yo le reprehendiese, que porqué era tan libre en el vivir, y tan absoluto en el hablar: respondióme: por Dios señor Maestre, que me levantan testimonio, los que dicen que yo levanto a otros testimonio falso: lo que pasa en este caso es, que si yo veo algún testimonio levantar, sosténgole, y no le dejo caer. Oh cuánto mal hace el que mal de otro dice, pues peca el que lo levanta, peca el que lo hace, peca el que lo publica, peca el que lo oye, peca el que lo cuenta, peca el que lo renueva, y sobre todos peca el que lo sustenta. Deben asimismo pensar los Privados de los Príncipes, en que si les está mal ser hombres verbosos, les conviene Secretarios muy secretos: porque el Príncipe no tiene otro gran relicario, como es el pecho de su criado. No inmérito digo, que deben ser, no sólo secretos, mas aun secretísimos: porque el Privado del Rey, en mucho más ha de tener los secretos que el Príncipe le descubre, que no las mercedes que le hace. No pequeña, sino muy gran virtud es en un hombre ser callado; al cual todo lo que dice en secreto, no es más que echarlo en un pozo: porque hay otro género de hombres, los cuales aun sus propios defectos no saben callar, y los ajenos tienen oficio de [226] pregonar. Cecilio Metelo preguntado por un su Centurio, qué era lo que había de hacer otro día, respondió: No pienses Centurio, que lo que tengo de hacer, así fácilmente lo suelo descubrir, porque si supiese, que sabía mi camisa lo que yo había de hacer mañana, a la hora la desnudaría, y en el fuego la quemaría. No es igual confianza, confiar de unos dineros, y confiar de otros secretos, pues vamos que el Príncipe confía de muchos su hacienda, mas no a más de uno su corazón: de lo cual se infiere, que aquel en quien deposita el Príncipe su secreto, aquél es su mayor Privado. Han de ser los Privados de los Príncipes tan secretos, que cosa que vean al Príncipe delante otros hacer, aunque las digan otros, no las deben ellos decir: porque muchas cosas hay, que si las oyen al Príncipe las tomaría de burla, y oyéndolas al Privado las toman de veras. Hablando en este caso en general, decimos que muy gran obligación tienen los amigos de guardar el secreto de sus amigos: porque el día que yo descubro a uno mi voluntad, aquel día le hago señor de mi libertad. No piense que ha hallado pequeño tesoro, el hombre que ha hallado amigo de quien se fíe su secreto: porque no es tanto fiar los tesoros que están en las arcas, como contar los secretos que están en las entrañas. Plutarco, dice, que teniendo los Atenienses guerra con el Rey Filipo, acaso tomaron unas cartas que enviaba el Rey Filipo a su mujer Olimpias, las cuales enviaron cerradas, y selladas sin abrirlas, ni tocar a ellas, diciendo, que pues ellos por sus leyes eran obligados a guardar secreto, no las querían ver, ni leer en público. Diodoro Siculo, dice, que entre los Egipcios era cosa criminal descubrir los secretos, lo cual prueba por ejemplo de un Sacerdote que violó en el Templo de Isis a una Virgen, y como el uno, y el otro se fiase de otro Sacerdote, no curó aquel de guardar los secretos, sino que así como le vio, le descubrió, y puesto el caso en rigor de justicia, mandó el Juez, que a los concubinarios matasen, y al Sacerdote desterrasen. Agraviándose, pues, aquel Sacerdote de tan injusta sentencia, diciendo que lo que él había descubierto, había sido a favor de la justicia, respondió el Juez: Si tú sólo lo supieras, sin que ellos supieran que tú lo sabías, razón tenías de te quejar, mas a la hora que ellos fiaron de ti lo que querían hacer, y tú acertaste en secreto se lo guardar, si tú te acordaras de la obligación que tenemos, a lo que nos es dicho en secreto guardar, nunca lo osaras tú descubrir. Plutarco en el libro de Exilio, dice, que [227] preguntó uno de Atenas a un Egipcio, que era discípulo de un Filósofo, que llevaba debajo de la capa cubierto; al cual respondió el Egipcio: Poco has estudiado para ser de Atenas, oh Ateniense, ¿y tú no ves que por eso llevo lo que llevo escondido, porque tú ni otro no sepáis lo que llevo? Anaxilio, Capitán que fue de los Atenienses, fue preso por los Lacedemonios, y puesto en tormento, para que dijese lo que sabía, y hacía el Rey Agesilao su señor, a lo cual él respondió: Vosotros Atenienses tenéis autoridad para mis miembros descoyuntar, mas yo no la tengo para los secretos del Rey Agesilao mi señor descubrir. Lisímaco el Rey rogó mucho al Filósofo Filípides, que viniese, y se estuviese con él, al cual respondió el Filósofo: A mí me place de estar en tu compañía, pues eres amigo de la Filosofía, y si fueres a la guerra, yo iré, si me dieres tu hacienda, yo la guardaré, si tienes hijos, yo te los enseñaré, si pidieres consejo yo te le daré, y si me encomendares la República, yo la gobernaré, sola una cosa no me has de mandar, y es, que ningún secreto de tus secretos de mí has de fiar, porque podría ser que lo que dijeses a mí en secreto, lo dijeses en otra parte por descuido, y después dirías que lo había descubierto. Cosa digna de notar fue la de este Filósofo, pues aquello por quien mueren los hombres por alcanzar, sacó él por partidas de no lo saber: en lo cual nos dio a entender, que corre muy gran peligro aquel a quien el Príncipe descubre su secreto, porque es tan amigo de novedades nuestro corazón, que cada hora es mil veces tentado, para que descubra lo que le descubrieron en secreto. En los tiempos de ahora no se guardan los secretos, como se guardaban en Grecia: pues vemos, que si un amigo descubre a otro amigo una sola palabra, la halla otro día enclavada en la picota. Hay algunos hombres que son muy codiciosos de cosas secretas saber, y hacen juramentos de no las descubrir, y después que las saben, son como perros conejeros, que andan de acá para allá a oler, y después que acaban de encerrar la caza, laman a los dueños que vengan a sacarla. Aviso, y amonesto a todos los hombres discretos, que no traten ni se alleguen con los que no saben guardar secretos: porque el mal de los tales está, no sólo en que dicen lo que saben, lo que ven, y lo que oyen, sino que juntamente dicen lo que ellos con su malicia presumen. No es menos, sino que los hombres, [228] como son humanos, han de tener algunas humanidades, es a saber que alguna vez han de entrampar en la carne, desmandarse en la gula, descuidarse en la acidia, atreverse a la avaricia, vencerse de la ira, hincharse con soberbia: pues si un hombre se acompaña con quien todas o algunas de estas cosas, le descubra, ¿qué otra cosa hace, sino poner fuego a su fama, y meter pestilencia en su casa? Por lo que he oído, y leído, y visto, y aun experimentado, digo, y afirmo, que no hay pan tan mal empleado, como el que se da al criado que no guarda a su señor secreto: porque el tal no es servidor que le sirve, sino traidor que le vende. Vales tanto a los familiares de los Reyes, en guardar, y no descubrir cosa de su secreto, que han de pensar, y consigo imaginar, que cuando el Príncipe le descubre alguna cosa, que no se la dice, sino que le confiesa. Los Príncipes como son hombres, y en lo público tienen inmensos trabajos, no es menos sino que estando retraídos, algunas veces hablen, burlen, jueguen, suspiren, rían, riñan, amenazen, y se regalen: las cuales cosas aunque las hacen delante de sus criados, no por eso huelgan que se publiquen delante de su súbditos, y por cierto ellos tienen razón porque los hombres de autoridad, y gravedad, no pierden su crédito por hacer cosas graves, y peregrinas, sino por tomarlos en algunas liviandades, aunque sean muy pequeñas. No sólo los Privados, mas aun los Familiares que residen en Palacio, no deben decir, ni descubrir cosa que al Príncipe vean hacer; porque se han de tener por dicho, que más se sirve el Rey del Privado, o criado que dice lo que pasa en su cámara, que no del contador que le roba su hacienda. Dijeron a Dionisio Siracusano, que Platón le estaba aguardando a la puerta, y luego envió Dionisio a su camarero Brías, a preguntarle, qué era lo que quería, y Platón preguntó a Brías, ¿qué hacía Dionisio? Respondió que estaba desnudo, y en una tabla dibujando: lo cual sabido por Dionisio, movido con ira, mandó que a Brías le cortasen la cabeza, diciéndole: Yo quiero que como a traidor te corten la cabeza, pues te atreviste a descubrir los secretos de mi cámara; porque yo no te envié a Platón para que le dijeses lo que yo hacía, sino a saber de él lo que querría. Los Familiares de los Príncipes, aunque todos han de guardar las cosas secretas, mucho más las han de guardar de las mujeres, aunque sean sus mujeres propias; porque las mujeres cuanto son buenas para guardar, y allegar dineros, tanto son peligrosas para fiar secretos. [229]

Aunque sepa una mujer que a ella le va la vida, a su marido la honra, a sus hijos la hacienda, a sus deudos la fama, y a la República la paz, poder podrá ella morir, mas no lo que se le dijo guardar, y al fin no por más descubren el secreto, de porqué piensen los otros que ella manda a su marido. No quiero en esta materia más hablar: porque si dejase a la pluma su oficio hacer, descubierto había cantera, para edificar una torre muy alta. Finalmente digo por despedida, que aconsejo, amonesto, y apercibo a los familiares de los Reyes, no confíen los secretos reales de ninguno, por mucho familiar amigo, obligado, ni deudo que sea suyo: porque se han de tener por dicho, que pues el Privado no guarda secreto mandándoselo el Rey, mucho menos le guardará el amigo rogándoselo él. ¿No puedes tú guardar el secreto en que te va no menos de la privanza, y de la vida, y piensas que le guardará el otro, que en descubrirle piensa que gana honra?


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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