La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XX
Que los Privados de los Príncipes deben sobre todas las cosas mucha verdad tratar y por cosa de las del mundo, jamás una cosa por otra decir.


Epiménides el Filósofo preguntado por los Romanos, qué cosa era esta virtud, que se llamaba verdad, respondióles: La verdad es la que los Dioses más se precian, la cual escalienta los cielos, alumbra la tierra, sustenta la justicia, gobierna la República, no sufre en sí cosas malas, y aclara todas las cosas dudosas. Chillo el Filósofo preguntado por Corintios, qué cosa era la verdad, respondió: La verdad es un homenaje que nunca cae, un cliepo que no se pasa, un tiempo que nunca se turba, una flota que no perece, un mar que jamás se altera, y un puerto donde ninguno peligra. Anaxarco el Filósofo preguntado por los Lacedemonios, qué cosa era la verdad, respondióles: La verdad es una salud que nunca enferma, una vida que nunca acaba, un rocío que a todos sana, un Sol que jamás se pone, una Luna que nunca se eclipsa, una yerba que nunca se seca, una puerta que a nadie se cierra: y un camino que nunca cansa. Esquines el Filósofo preguntado [230] por los Rodos, qué cosa era la verdad, respondióles: La verdad es una virtud, sin la cual la fortaleza es infame, la justicia es sanguinolenta, la humildad es traidora, la paciencia es fingida, la castidad es vana, la largueza es perdida, y la piedad es superflua. Farmaco el Filósofo preguntado por los Romanos, qué cosa era verdad, respondióles: La verdad es el centro donde todas las cosas reposan, es el norte por donde todos los marineros se guían, es el antídoto con que todos se curan, es la sombra donde todos descansan, y la luz con que todos se alumbran. Amigos debían de ser de la verdad estos tan grandes Filósofos, pues la encarecieron, y dieron tantos, y tan extremados títulos. Dejemos ahora a los Filósofos que dijeron lo que supieron: quien encareció más la verdad, fue aquel Verbo divino, Hijo único del Padre, y mayorazgo de las eternidades, el cual puesto delante de Pilato, no dijo yo soy prudencia, yo soy justicia, o soy castidad, yo soy paciencia, yo soy humildad, yo soy caridad, sino dijo yo soy, y me llamo verdad, para denotar, que todas las criaturas pueden tener parte en la verdad mas Cristo mi Dios no tiene parte en la verdad, sino que es la misma verdad. ¡Oh de cuántos es esta virtud deseada, y de cuán poquitos, y aun poquititos es guardada! Porque la verdad no es otra cosa, sino un blanco donde todos los buenos asientan los ojos, y donde todos los malos caen de ojos. El Emperador Augusto en el triunfo de Marco Antonio, y de su amiga Cleopatra metió en Roma un Sacerdote Egipcio, varón que había sesenta años, del cual se averiguó, que en todos los días de su vida había dicho ni sola una mentira, y fue acordado por el Senado, que le pusiesen luego en su libertad, y que fuese sumo Sacerdote en los Templos, y que le erigiesen una estatua entre los varones antiguos. Esparciano dice, que en tiempo del Emperador Claudio murió un Romano, que había nombre Panfilio, del cual se averiguó que en todos los días de su vida con ninguno había tratado verdad sino mentira, y mandó el Emperador que careciese de sepultura, confiscasen sus bienes para la República, descimentasen su casa, y desterrasen a su muier, e hijos de Roma: porque de bestia tan ponzoñosa, no quedase memoria en la República. Eran aquel tiempo los Romanos, y los Egipcios mortales enemigos, de lo cual se puede notar, cuán fuerte es la fuerza de la verdad, pues Roma puso estatua a su enemigo por ser verdadero, y privó de sepultura a su hjjo por ser mentiroso. El hombre que es verdadero, por donde quiera puede andar, con [231] todos puede tratar, a nadie debe temer, ninguno le puede acusar, a todos puede reprehender; finalmente digo, que puede con libertad delante todos hablar, y adonde quiera su cara descubrir. Para escoger a uno por amigo, ni han de preguntar si es prudente, justo, casto, paciente, solícito, esforzado, si no es ni hombre verdadero, porque averiguado en uno que trata verdad, es señal que se encierra en él toda virtud, y bondad. Helio Esparciano en la vida de Trajano dice, que estando él cenando, se movió plática por los que estaban a la mesa, de la fidelidad, o infidelidad de los amigos con los amigos, y que les dijo Trajano, que no se acordaba haber tenido en su vida mal amigo, y como todos le suplicasen, dijese que había sido la causa de tan buen infortunio, respondió: La causa porque en esto he sido fortunado es, porque jamás tomé por amigo a hombre que fuese codicioso, y mentiroso: porque en el hombre que reina codicia, y mentira, con ninguno puede tener amistad verdadera. Mucho deben trabajar los hombres de bien, por tratar verdad, y hablar verdad, y esto sino lo hicieren por la conciencia, háganlo por vergüenza: porque no se puede en el mundo hacer un hombre mayor afrenta, que es averiguarle una mentira. Si a un niño toman en una mentira, vemos que de pura vergüenza se le muda el gesto, ¿qué hará, pues, el hombre que tiene lleno de barbas el rostro? Muchas veces me paro a pensar, que es lo que trabaja un mercader, porque no le tomen en posesión de mentiroso, y esto no por más de por no perder su crédito. No lo hacen así los hombres de bien, no digo que lo son sino que lo presumen, los cuales no se les da más arrojar una mentira que perder una haba: de lo cual podemos inferir que tiene en más el mercader la hacienda, que los hombres mentirosos la honra. No hay cosa en que veamos a la verdad tanto peligrar, como es en la lengua, que nunca deja de hablar, porque es imposible que el hombre que habla mucho, no mienta en algo. No están en más todas las cosas, de la costumbre que toman en ellas, si nos acostumbramos a comer poco, con ello nos salimos, si a dormir poco, con ello nos salimos, y si a mentir mucho, con ello nos quedamos: por manera, que hay muchos hombres que así como están acostumbrados a comer cada día, así están acostumbrados a mentir cada hora. Digamos ahora cuál es la mejor, y mayor cosa de esta vida que un hombre puede tener en ella, osáramos decir, que no es noble parentela, no la [232] privanza, no el gran estado, no la salud, no la riqueza, sino que es sola la honra; la cual honra no pueden tener los hombres no verdaderos, porque no son en cosa creídos. Qué fama, ni qué crédito, ni qué honra, ni qué estima, ni qué bien puede tener aquel de cuya boca no vemos una verdad salir. El hombre que no trata verdad, ni es para que de él fíen, ni con él traten, ni mucho menos para que le amen, sino que como a infamador de nuestra fama debemos evitarle de nuestra compañía. Aníbal gran Príncipe que fue de los Cartaginenses, fue Príncipe muy animoso en emprender guerras, muy esforzado en seguirlas, y muy venturoso en acabarlas, mas Tito Livio mucho le nota de pérfido, y perjuro: porque jamás daba a sus amigos lo que prometía, ni guardaba lo que con sus enemigos capitulaba. No lo hizo así Neo Pompeyo hijo del gran Pompeyo, con el cual como cenasen en la mar Octavio, y Marco Antonio, sus dos mortales enemigos, envióle a decir Menodoro Capitán de su flota, que si quería alzaría las velas del navío, y echaría aquellos Príncipes a lo hondo, a lo cual respondió Pompeyo: Dile a mi Capitán Menodoro, que si yo fuera Menodoro como él, que nunca supo tratar verdad, ya lo hubiera hecho, mas si él fuera Pompeyo como yo soy, que con todos guardo fidelidad, no le pasara aun por pensamiento. Palabras fueron estas dignas de tal Príncipe, y de hjjo de tan alto varón. Herodoto dice: que los Egipcios cuando hacían amistades entre sí mismos, o consideraciones con los extraños, ataban los pulgares de los unos con los pulgares de los otros, luego dábanse sendas lancetadas en ellos, y a la sangre que de ellos salía, lamía el uno al otro, y el otro al otro con la lengua, y este sacrificio era para denotar, que primero habían su sangre toda de derramar, que el uno al otro mentir. Qué cosa es ver a un hombre jurar por el sepulcro de San Vicente, por nuestra Señora de Guadalupe, por los Corporales de Daroca, por Santiago de Galicia, por la Véronica de Jaén, y por la Cruz de Caravaca, y esto no por más, de porque le crean una muy grande mentira, la cual tanto ha de ser menos creída, cuanto es más, y más jurada. Regla es, que en pocos falta, si quieren mirar en ella, que hombre que afirma una cosa con gran juramento, es muy gran señal que miente sobre pensado. Cosa es digna de ver, a un hombre verdadero, y a otro que es mentiroso porfiar sobre alguna cosa, en que el verdadero no dice más de decir, en verdad amigo que esto es verdad como os [233] lo digo, y el otro para defender su mentira, apellida a cuantos Santos hay en el Cielo, y cuantos Santuarios hay en la tierra; por manera, que la verdad se defiende estando a pie quedo y para defender la mentira, es menester revolver a todo el mundo. Si yo fuese Príncipe, lo que haría es, que para desprivar a un Privado, y para despedir a un criado, y para quitar a uno el oficio, y para desgraduar a un Caballero, y para no tener jamás de vano crédito, no querría más testimonio de probarse ser mentiroso. Los padres a los hijos, y los amigos a los amigos, y los señores a sus criados, por menos inconveniente tenía yo, les perdonasen algunas flaquezas, que no que les disimulasen algunas mentiras; porque a los vicios el tiempo les corta las alas, mas el mentir con la vejez toma fuerzas. No abasta a uno que sea en este vicio limpio, sino que es necesario, se aparte de con quien es en este vicio vicioso; porque si quiere mentir uno muy recio, alega el amigo por testigo, y todos los que allí están echan tanta culpa al que lo aprueba, como al que lo dice: Miento, si estando en Palacio, no dijo un amigo mío a un Caballero, que él había navegado en una fusta, que era toda de un canelón de canela; y no fue nada decirlo, si o no conmigo a probarlo, y al fin yo por no le desmentir, hube de quedar por mentiroso. Otra vez yendo yo a Palacio a predicar, como llevase un junco en la mano, a causa que estaba gotoso, dijo delante de muchos Prelados que estaban en la Capilla, que él me había dado un junco, en el cual cabía de ñudo a ñudo tres azumbres de vino. Puédese esto colegir, que afrenta le es a un hombre virtuoso, tener por amigo a uno que no es verdadero; que a la verdad yo ya no sabía qué me hacer con aquel amigo, sino huir de donde se allegaba, y apartarme de donde hablaba; porque de todo cuanto él aprobaba conmigo en público, me iba yo después a desdecir en secreto. Viniendo, pues, al propósito, decimos, que muy ajeno debe ser de los familiares de los Reyes este tan pernicioso vicio, porque si un Cortesano, o plebeyo dice una cosa por otra, no es más de mentira, mas en la boca de un Privado es traición.

Entre Dios, y el pecador, es medianero el Sacerdote, y entre el negociante, y el Príncipe, es el Privado; pues si éstos son en las intenciones doblados, y en las palabras cavilosos, ¿cómo se perdonarán los pecados al uno, y se despacharán los negocios del otro? Ay del que sus pecados pone en manos de Sacerdote profano, y del negociante que sus despachos dependen del [234] oficial mentiroso. Hay muchos oficiales en las Cortes de los Príncipes, los cuales a todos los negocios que les encomiendan dicen sí, mas al tiempo del negociar, todo para en no; y esto hacen ellos por pensar, que con sus palabras dulces ganarán voluntades ajenas, y no aciertan en lo que hacen, y menos en lo que piensan, porque menos mal sería para su honra, que los tuviesen por desabridos, que en posesión de mentirosos. El oficial de la casa Real que es mañoso, doblado, y en sus tratos no verdadero poder podrá con sus blandas palabras por algún tiempo a sí mismo sustentar, y los negocios entretener, mas al fin sus trabajos se han de descubrir, y él y lo que tiene se ha de perder. ¡Oh a cuántos he visto yo en las Cortes de los Príncipes, los cuales alcanzaron tener muchos bienes temporales, y esto no trabajando, sino trafagando; no mereciéndolo, sino negociándolo; no con limpia conciencia, sino con buena maña; no sin perjuicio ajeno, sino en daño del prójimo; no con fin de dar, sino con intención de guardar; no para cumplir lo necesario, sino para tener lo superfluo; no para socorrer a los necesitados, sino para satisfacer a sus avarientos deseos! Y después de esto, los vimos a ellos muertos, y a los bienes confiscados, a los criados huidos, y a los hijos perdidos: por manera, que acá se descimentó su memoria, y allá quiera Dios que no se pierda su alma. Bien pueden los Cortesanos allegar muchos bienes privando, y los Jueces robando, y los Letrados mal abogando, y los Caballeros tiranizando, y los Mercaderes mal midiendo, y los solicitadores mintiendo: mas al fin de la jornada, ténganse por dicho, que los padres infernarán las ánimas, y los hijos perderán las haciendas. Lo que se gana con pura verdad, con propio trabajo, con intención buena, con celo santo, y con fin justo, los tales bienes acá en la tierra se escriben, más allá en el Cielo se firman, y confirman; porque la hacienda ganada con verdad, si el hombre tuvo cuidado de la allegar, muy mayor le tiene Dios de la guardar, y aumentar. Prosiguiendo, pues, nuestro propósito, decimos que el oficial de la casa Real si se determina a tratar verdad, sea cierto que será temido en lo que resistiere, y será amado por lo que despachare, y será osado en lo que hablare, y será acatado adonde se hallare. No le acontece esto al que es mañoso, tramposo, y doblado; porque son pocos los que le temen, y menos los que le aman, y muy menos los que le acatan. No podemos negar, que muchos oficiales Cortesanos, y aun fuera [235] de Corte, son servidos, visitados, acatados, y acompañados, a lo cual decimos, que los negociantes que esto hacen, es burla pensar que lo hacen por a ellos servir, sino por sus negocios despachar. Que esto sea verdad parece claro, muy claro, en que después que el negociante despacha su negocio no sólo no le va a acompañar, mas ni aun de él se va a despedir. Si supiesen por entero todos los que tienen preeminentes oficios, y juntamente con esto son mentirosos, que son las cosas que dicen de ellos, es imposible, sino que se enmendasen, o los oficios dejasen: es a saber, que los llaman mentirosos, tramposos, traidores, perjuros, fementidos, robadores, viciosos, y codiciosos: y lo que es peor de todo, que a ellos que son vivos lastiman, y a los huesos de sus pasados desentierran. Dice el proverbio común, que de tales romerías tales veneras: podremos al propósito decir, que estos títulos se gana el oficial que de mentir se precia. Aplomando, pues, más en lo dicho, decimos, que los oficiales que son cuales habemos dicho, ya que son, no hay necesidad que nadie los acuse, ni menos que los castigue; porque algún día ellos se engolfarán en negocios de tan alta mar, que a mejor librar quedarán anegados, o aportarán a puerto de sus enemigos: de manera, que permiten sus tristes hados, que ellos mismos sean verdugos de sí mismos.

A los que deberen estas palabras, rogámosles que tornen a leerlas, y a rumiar un poco en ellas, porque tomamos una materia muy delicada, y que no la sentirá sino el que ha pasado por ella. Helio Esparciano dice, que había un Senador, que se llamaba Lucio Torcato, el cual era naturalmente bullicioso, mañoso, doblado, azogado, y sedicioso, y como dijesen al Emperador Tito, que el Senador Lucio Torcato le había malamente revuelto con el Pueblo, respondióles él: No cure nadie de reñirle, ni castigarle, ni avisarle, ni amenazarle, porque es tan maligno, que yo espero en los Dioses, que algún día su condición pésima, será el sayón de injuria. Gran cosa fue la de este Príncipe, en no querer su injuria vengar, sino a la condición de su enemigo la remitir, y de verdad bien considerado el negocio, él tuvo razón; porque un malo después que se aveza a ser malo, si por propiedad no le va a la mano jamás deja de mal hacer, hasta que sin sentirlo se acaba de perder; de manera, que es como la candela, que después de encendida, ella misma se quema hasta que se acaba.

En los grandes, y graves [236] negocios, suelen los que tienen mando en ellos decir algunas palabras equívocas, y hacer algunas promesas fictas, y esto más con ánimo de a los negocios entretener, que no a los negociantes mentir, lo cual no debe pensar, ni menos hacer el que es en la casa del Príncipe Privado, cuando le fueren a hablar sobre algún negocio; porque a los Príncipes, no les han de decir sus criados lo que ellos no querrían oír, sino lo que les conviene saber, y proveer, que de otra manera, no por más se vienen todas las Repúblicas a perder, sino por no dejarse los Príncipes desengañar. Supremo género de traición es, que el Príncipe descubra a su Privado cuanto en el corazón tiene, y después su Privado le engañe con las palabras que le dice. Por ningún amigo, ni en ningún tiempo debe el Privado decir al Rey una cosa por otra; porque después que se averiguare la verdad, no bastará decir al Rey, que si lo dijo lo dijo por cumplir, porque le replicará el Rey, que no fue sino para le engañar. Son tan delicadas las condiciones de los Príncipes, que osaríamos aconsejar a los que son sus más familiares, y Privados, que con tanta verdad, y tan sobre aviso hablasen al Príncipe, aun estando con él burlando, como si él a ellos les tomase juramento. El que es amigo de verdad, es amigo de justicia, y el que es amigo de justicia, es amigo de la República, es de buena conciencia, es de buena vida; y el que es de buena vida, es de buena fama; y esto decimos para que sepan todos, que al hombre que es de buena vida, y de buena fama no negamos que sus enemigos, no le puedan cada hora ladrar, mas no les concederemos que le puedan jamás comer.

Con el hombre que es en las obras limpio, en palabras corregido, en la condición claro, con todos bien quisto, entre todos bien acreditado: ¿quién es el loco que osa ser su enemigo? En gran peligro se osa poner el que con hombre virtuoso se osa tomar, porque el tal ha de pensar, que no se toma con lo que es él, sino con la virtud que hay en él, y el hombre que a la clara impugna lo que la razón le dicta, de sí mismo pregona ser de maldita yazija, y comerse todo de carcoma. Y porque no quede cosa por tocar, o mejor decir de avisar, es a saber, que suelen muchos oficiales Cortesanos, procurar por el Reino oficios para sus allegados, o deudos, o amigos, los cuales eran tan inhábiles, que ni entonces había méritos en ellos para se los dar, ni menos en ellos hubo después prudencia para los administrar, y servir; porque a los tales no [237] les dan los oficios por conocer que son sabios, sino porque son grandes importunos. Harto dolor es escribirlo, y mucho más verlo, ver que ya no se dan los oficios para el bien de la República, sino para echar cada uno importunos, e importunidades de su casa. Andando, pues, el tiempo, puede ser que el tal oficial que está allí proveído, le quieran los supremos Jueces desproveer, o a otra parte mudar; guárdese en tal caso el Privado del Príncipe, de todo en todo se lo contradecir, ni tomar por pundonor de honra de aquel sustentar; porque menos mal es que pierda el otro el oficio, que no el crédito. Si las obras de uno notoriamente pregonan ser en sí malas, no bastarán las palabras de un Privado a hacerlas buenas.

Contentarse deben los amigos de los Privados, y los criados de los señores, y los parientes de los oficiales, que con mucha contradicción les procuren los oficios que quieren, sin que les sustenten los delitos que hacen. Finalmente decimos, a cualquier Privado del Príncipe, que si Dios le hallare en su ánima pureza, y la República hallare en su casa justicia, y el Rey hallare en su boca verdad, y en su corazón fidelidad, y los buenos hallaren en su privanza favor, y los malos no hallaren en su persona espaldas, y los pobres se alabaren recibir de él buenas obras: desde aquí le aseguro, y de mi mano se lo doy firmado, que ni tema que Dios le desamparará, ni hombre le empecerá, ni infamia recibirá, ni fortuna le derrocará, ni el Rey su señor le despedirá. [238]

Fin.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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