Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
La Filosofía de los pueblos orientales

§ 17

Confucio y su Filosofía

Nació éste cincuenta años después de Lao-tseu, y en sus escritos, o, mejor dicho, discursos filosófico-populares, siguió una dirección esencialmente práctica y moral, enfrente de la especulativa y metafísica de Lao-tseu. Parece que Confucio se sirvió de conversaciones familiares para enseñar y propagar su doctrina, la cual fue recogida y compilada por sus discípulos en cuatro libros, que son el Ta-hio o grande estudio; el Tchoung-young o sea la invariabilidad en el medio; el Lun-yu, o conferencias filosóficas; el Meng-tseu o diálogos de Confucio, recogidos por un discípulo suyo de este nombre. En uno de estos libros se pone en boca de Confucio el siguiente discurso, que resume y compendia su teoría moral en lo que tiene de más racional y sólido:

«Nuestros antiguos sabios, decía Khoun-tseu (Confucio), practicaron antes que nosotros lo que acabo de exponeros: y esta práctica, generalmente adoptada en los tiempos antiguos, se reduce a la observancia de las tres leyes fundamentales de relación, entre los soberanos y los súbditos, entre los padres y los hijos, entre el esposo y la esposa, y a la práctica exacta de las cinco virtudes capitales, que basta nombrarlas para haceros comprender su excelencia y necesidad. Son estas virtudes, la humanidad, o sea el amor universal entre todos los de nuestra especie sin distinción; la justicia, [57] que da a cada individuo lo que le es debido, sin favorecer a uno sobre otro; la conformidad con los ritos prescritos y con los usos establecidos, a fin de que los miembros de la sociedad tengan un mismo modo de vida e igual participación en las ventajas e inconvenientes de la misma; la honradez, o sea aquella rectitud de espíritu y corazón que nos induce a buscar en todo la verdad, y a desearla sin querer engañarse a sí mismo ni a otros; y, finalmente, la sinceridad o la buena fe, es decir, aquella franqueza de corazón mezclada de confianza que excluye todo fingimiento y disfraz, tanto en la conducta como en las palabras. He aquí lo que hizo a nuestros primeros maestros, respetables durante su vida, y lo que inmortalizó su nombre después de la muerte. Tomémoslos por modelos; empleemos todos nuestros esfuerzos en imitarlos».

A juzgar solamente por este pasaje, podría decirse que la moral confuciana se acerca a la moral evangélica más que otra alguna. Bien es verdad que aun bajo este punto de vista, sería muy inferior siempre a la moral de Jesucristo, ya porque a estas virtudes confucianas les falta la eficacia, la elevación y el aroma inherentes al amor de Dios, base y condición de la perfecta ley moral, ya porque la exposición y enseñanza puramente humanas de esas virtudes naturales y racionales, no llevan consigo, ni su amor eficaz ni su práctica, amor y práctica que sólo se consiguen bajo la influencia de la fe divina y de la gracia que fortalece. Buen testigo de esta verdad, la espantosa corrupción de costumbres que se observa entre los chinos, a pesar de la pureza de la moral y de esas virtudes enseñadas por Confucio; y eso que la veneración a [58] la persona y doctrina de éste, lejos de disminuir, han aumentado hasta recibir honores divinos por parte de todos los habitantes de aquellas regiones, desde el Emperador y los literatos hasta las últimas clases de la sociedad.

Pero aparte de esto, y prescindiendo de este orden de consideraciones, basta fijar la atención en los demás puntos de la doctrina, así moral como especulativa de Confucio, para convencerse de que la razón humana, abandonada a sus propias fuerzas, coloca y colocará siempre errores y deformaciones al lado de las verdades y bellezas.

Bunsen resume en los siguientes términos algunos de los puntos principales de la doctrina de Confucio: «El Cielo (Tien) es para Confucio sinónimo de la Divinidad, de la cual la expresión más sublime es el mundo de los astros. La palabra Dios no es para él un sonido vacío, hueco y destituido de significación real, sino que expresa el conjunto de los cuerpos.

»El Espíritu (Chin) no tiene realidad para el filósofo chino, sino en el sentido de genio, de sombra de los antepasados, en honor de los cuales este hombre excelente había instituido un culto de reconocimiento. Empero, ¿qué es el espíritu? La fuerza que reside en la materia. ¿Qué es la materia? El producto de dos substancias primitivas. He aquí, en substancia, con más algunos preceptos de moral, lo que constituye la religión popular que Confucio enseñó a los chinos». Estas apreciaciones de Bunsen se hallan corroboradas por la historia y la experiencia presente, siendo por demás sabido que las clases ilustradas y los literatos en China, o sea los que representan las tradiciones y la [59] enseñanza de Confucio, a quien reconocen y veneran como legislador y maestro, hacen profesión de ateísmo y materialismo.

Las respuestas evasivas que el filósofo chino solía dar a los que le interrogaban de una manera directa y concreta acerca de la inmortalidad del alma, son una prueba más de su pensamiento materialista {13}, siquiera el temor de chocar tal vez y de herir las creencias del pueblo, le impusieron cierta reserva.

Otro de los puntos de la moral de Confucio, que revela la imperfección de ésta, a la vez que la debilidad de la razón humana abandonada a sí misma, hasta en los hombres dotados de superior inteligencia y de aptitudes especiales en el orden moral, es su doctrina acerca de los vaticinios, augurios y suertes por medios pueriles y supersticiosos.

El P. Vudelou, en su Noticia del Y-king, que es precisamente el libro que trata de las suertes, de la quiromancia y de los auspicios sínicos, escribe: [60] «Confucio, no solamente aprueba estas suertes, sino que enseña en términos formales, en su comentario sobre el Y-king, el arte de emplearlas; y lo cierto es que este arte que se refiere a este libro, se deduce de lo que Confucio ha dicho acerca del mismo».


{13} Cuando le preguntaban su opinión sobre la muerte, solía responder: «¿Cómo he de saber lo que es la muerte, cuando todavía no conozco la vida?» En otra ocasión en que sus oyentes le preguntaban si los antepasados a quienes se daba culto tenían conocimiento de éste, les contestó en los siguientes términos: «No conviene que manifieste claramente mi opinión sobre este punto. Si dijera que los progenitores son sensibles a los homenajes que se les tributan, que ven, oyen y saben lo que pasa aquí en la tierra, sería de temer que sus descendientes, llevados de una piedad filial demasiado viva, descuidaran su propia vida por atender a la de sus antepasados. Si, por el contrario, dijera que los muertos no saben lo que hacen los vivos, sería de temer que se descuidaran los deberes de la piedad filial, que cada cual se encerrase en un estrecho egoísmo, y que se quebrantaran de esta suerte los lazos más sagrados que unen las familias entre sí.»

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 56-60