Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González
Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 90

Crisis y decadencia en la Filosofía helénica

El grande y fecundo movimiento filosófico iniciado por Sócrates, desenvuelto y completado por Platón, Aristóteles, Zenón y Epicuro, entró en manifiesta y pronta decadencia con la muerte de sus últimos representantes. Cuando éstos desaparecieron, cuando murieron Zenón y Epicuro, el centro de la Filosofía griega que habían sostenido en sus manos, aunque no con la elevación de ideas ni con la verdad que lo hicieran Platón y Aristóteles, este cetro cayó en tierra hecho pedazos. Carecían de vigor y fuerza para sostener levantado en alto este cetro los brazos débiles de los discípulos y sucesores de Platón, que se entregaron a un escepticismo estrecho; y los brazos de los discípulos y sucesores de Aristóteles, que se precipitaron en las corrientes del materialismo; y los brazos también de los discípulos y sucesores de Zenón y de Epicuro, que ni siquiera supieron conservar la grandeza relativa de las concepciones estoica y atomista, consideradas como concepciones más o menos originales, aunque inexactas y erróneas en el fondo. Diríase que el esfuerzo gigantesco, las grandes producciones del [378] espíritu helénico, llevadas a cabo en Platón y Aristóteles, en Zenón y Epicuro, habían agotado sus fuerzas y su vitalidad.

Apenas había transcurrido un siglo desde la muerte de Sócrates; apenas se había extinguido el eco de la voz de esos grandes representantes y factores del movimiento socrático, cuando vemos a la Filosofía griega entrar en un periodo de visible decadencia, y degenerar rápidamente, y agitarse en luchas estériles, y marchar con pasos vacilantes e inseguros, y adoptar direcciones múltiples, pero infecundas y estériles, hasta que, puesta en contacto con el elemento oriental y con el elemento cristiano, y obedeciendo a un movimiento sincretista, produce la concepción neoplatónica, la cual representa los últimos resplandores de la Filosofía griega considerada en sí misma, considerada como doctrina independiente y aislada del Cristianismo. Y decimos esto, porque al lado del movimiento neoplatónico, debido principalmente a la combinación del elemento filosófico griego con el elemento filosófico, o, mejor dicho, teosófico oriental, se verificaba otro movimiento paralelo, debido a la combinación de la parte más racional y elevada de la Filosofía griega con el elemento cristiano. Esta combinación primitiva, esta síntesis inicial contenía el germen del grandioso y bello edificio que los Padres de la Iglesia y los Doctores escolásticos habían de levantar andando el tiempo, y que es conocido en la historia con el nombre de Filosofía cristiana.

La historia nos enseña que siempre que en un punto dado aparecen y se desenvuelven varios sistemas filosóficos, esta aparición y desenvolvimiento dan [379] origen generalmente a un movimiento escéptico y a un movimiento ecléctico. Y es natural y lógica la manifestación de este doble movimiento; porque la lucha y los ataques recíprocos de los diferentes sistemas producen y desarrollan en ciertos espíritus las dudas y la desconfianza con respecto a todos ellos. Esta desconfianza se transforma y convierte fácilmente en la idea de que la verdad, o no existe, o es inasequible para nosotros, al paso que en otros espíritus el examen crítico de los diferentes sistemas engendra la idea o convicción de que la verdad se halla como fraccionada y diseminada en los mismos. De aquí resulta que los primeros dirigen sus esfuerzos a establecer la falsedad de todos los dogmatismos, y demostrar la impotencia más o menos radical del entendimiento humano para conocer la realidad de las cosas, para llegar a la conciencia cierta y refleja de la verdad. Los esfuerzos de los segundos tienen por objeto reconocer y separar la verdad y el error parciales en los diferentes sistemas, para entrar en posesión de la verdad íntegra, de la conciecia absoluta y perfecta.

Tal debía suceder, y sucedió efectivamente, durante el periodo socrático, cuya historia acabamos de bosquejar, pero principalmente cuando hubo dado a luz sus sistemas más originales e importantes, o cuando hubo terminado su ciclo creador. Al lado y en pos de los sistemas dogmáticos y más o menos contradictorios de Platón, de Antístenes, de Aristipo, de Aristóteles, de los estoicos y de Epicuro, aparecen el escepticismo y el eclecticismo, presentando a su vez variedad de escuelas, fases y gradaciones, en relación con sus fundadores y principales representantes, con el carácter de los [380] dogmatismos que motivaron su origen, y hasta con las ciudades que sirvieron de centro de irradiación para su doctrina. Ni Atenas, ni Roma, por ejemplo, presentaban condiciones tan favorables como Alejandría para el movimiento ecléctico y sincretista, que tuvo su asiento y foco principal de la ciudad de Alejandro y de los Tolomeos.

El periodo, pues, cuya historia vamos a trazar, es un periodo de crisis, de transición, de decadencia y de fermentación, siendo, por lo mismo, bastante difícil clasificar y ordenar su contenido con riguroso método. Para conseguirlo en lo posible, hablaremos

a) Del movimiento escéptico que durante este periodo se apoderó de la Filosofía griega y de sus principales fases, el escepticismo pirrónico, el académico y el positivista.

b) De la propagación y representantes de la Filosofía helénica y de sus diferentes escuelas entre los romanos.

c) Del movimiento ecléctico y sincretista de la misma, y de los sistemas o escuelas que fueron resultado de este movimiento de la Filosofía griega, y principalmente de su contacto y fusión con las ideas científicas y las tradiciones religiosas del Oriente.

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Zeferino González Historia de la Filosofía (2ª ed.)
Madrid 1886, tomo 1, páginas 377-380