Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX [1927]
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ VI
Los ascéticos

¿El ascetismo es una filosofía? –Interés de su estudio en nuestra patria. –Orígenes de la literatura ascética. –Libros de moralidad y de devoción. –Fray Luis de Granada; sus obras, su proximidad al misticismo. –El P. Ribadeneira.

Ignoro hasta dónde pueda el ascetismo darse aires de filosofía. No existe investigación de la verdad, porque la fe la presupone. Tampoco hace falta la metodización, por depender de la voluntad más que de la inteligencia. Sea natural o religioso, aceptando esta división señalada por los teólogos, su esfera se mece en el dominio de la ética, según indica su misma etimología; pero, puede ser, y así sucede con frecuencia, cuando se han subido los tres peldaños que S. Ignacio llama grados de humildad, un puente por donde fácilmente se penetra en la mística, que ya no se limita a gimnástica de la voluntad, sino que agrega a la teología popular, creada por el ascetismo, una teología de orden superior, la cual, arrancando de la psicología, se transfigura por ministerio de la intuición en plena ontología. Aquí desaparece todo interés personal, amando sólo por amar.

No obstante, algún interés reviste para nuestro estudio el de los ascéticos, porque gran parte del pensamiento filosófico y teológico de nuestra raza se halla diluido en los sermones y libros de tales escritores, si bien en forma [197] popular, como destinados a lectores de todas las categorías mentales.

Esta literatura ascética, lo mismo que la mística, no aparece antes del siglo XVI, sino en forma embrionaria, sin que la represente ningún autor de primer orden. Reconoce por fuentes teológicas las Sagradas Escrituras, los Santos Padres y la escolástica cristiana medioeval y por orígenes filosóficos la tradición clásica helénica, dando preferencia al elemento aristotélico, así como los místicos habían preferido el platónico.

Durante la Edad Media escasean en España los tratados religiosos. En cambio abundan los morales mezclando con la idea cristiana dos elementos paganos que extraían de los moralistas antiguos, principalmente de Séneca, y otros de origen claramente oriental. El Oracional, de Alonso de Cartagena; El vencimiento de sí mismo, de Madrigal, y algún otro análogo despiertan exiguo interés para la filosofía y para la literatura.

En cambio en los siglos XVI y XVII se cuentan por millares los libros de devoción y surgen autores de cierta importancia. En primer lugar podemos colocar a Juan de Ávila (1500-69) al cual debemos Comentario sobre el salmo Audi, filia et vide y el tratado del Santísimo Sacramento, si bien puso lo más selecto de su alma en las Cartas de dirección espiritual, que recuerdan la correspondencia entre Séneca y Lucilo y ofrecen interés para el estudio de las costumbres andaluzas.

De Fray Luis de Granada (1504-89), orador no superado ni igualado siquiera en la iglesia de España, sólo interesan para este estudio las siguientes obras:

Libro de la oración y meditación, libro de sensibilidad, no reflexivo y verdadera obra de espontáneo artista. En sus meditaciones, por el fondo ascéticas, va apuntando el germen del misticismo que florecerá en Guía de Pecadores, libro de carácter ético y acaso el más firme de estilo de cuantos compuso Fray Luis; consta de dos libros: el primero es una hermosa excitación a la virtud; el segundo, una [198] guía para practicarla. El éxito fue inmenso, y la admiración de los doctos la tradujo a varias lenguas. Lo mismo la Guía que el tratado de la Oración y meditación (1554), obra elocuentísima, y constante apelación al sentimiento, se incluyeron en el Índice y no se reimprimieron sino cuidadosamente expurgados. San Pedro de Alcántara confesó que su libro de Oración y Meditación era un simple compendio de la obra de Fray Luis.

Memorial de la vida cristiana. En estas ardientes páginas se salvan las lindes del ascetismo y se penetra en las luminosas vías de la mística. Fúndense allí y aún más claramente en las Adiciones las enseñanzas tomísticas que bebió en su Orden con las intuiciones platónicas, indefectibles en toda exaltación mística, siendo a la vez un libro de filosofía cristiana y un vademecum de filosofía religiosa popular, es decir, un tratado del amor divino.

Introducción al Símbolo de la fe. En esta obra, desarrollo estético de la prueba ontológica de la existencia de Dios, se desenvuelve una completa teodicea. Propúsose el autor trazar una propedéutica o preparación para la teología y algo parecido en el fondo al posterior intento de Chateaubriand en El genio del cristianismo. A la exposición de la ontológica sigue la prueba llamada física y presenta una cosmología apologética de intensa energía descriptiva, no sin analogías con las Armonías de la Naturaleza, por Bernardino de Saint Pierre.

Con sentido muy propio de su educación tomística y de su personal complexión poco escolástica, señala la diferencia entre la filosofía y la mística diciendo: «Esta ciencia no se queda en sólo el entendimiento, como la que se alcanza en las escuelas, sino que comunica su virtud a la voluntad, regulándola y moviéndola, y penetrando todos los rincones y senos de nuestra alma».

Así el gran Fray Luis se nos presenta con un pie en la ascética y otro en la mística. Como los místicos, cree que sólo Dios puede calmar la infinita sed del alma humana; pero, como los ascéticos, procura llegar a El por el [199] estudio, la oración y la virtud, no por la sublimación de las potencias que las conducen al éxtasis, pues si la voluntad y la razón formadas para el bien y la verdad tienden por naturaleza a Dios, belleza suprema, y a abismarse en un océano de amor, no debe prescindirse de la vida activa porque la práctica de la virtud es también una oración.

Discípulo y biógrafo de San Ignacio, el P. Pedro de Ribadeneira (1527-611), además de numerosas obras históricas, dejó el Tratado de la tribulación y Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Principe cristiano, contra Maquiavelo, obras de segundo orden en la bibliografía de su autor. Nada nuevo ni original ostenta su texto, salvo la propensión a un ascetismo colectivo o político, al cual asigna tanta o más importancia que al individual. Tal idea le sugiere la división del primer tratado en dos libros, uno dedicado a las tribulaciones particulares y modo de remediarlas, otro a las generales y sus remedios. La tesis fundamental de la obra descansa en el concepto de «Que Dios es el autor y causa primera y principal de todas las tribulaciones y penas que padecemos... para corregir y purgar y perficionar a los hombres» (I, III). En el segundo tratado insiste en el tradicional prurito de someter la jurisdicción civil a la eclesiástica, causa, según Espinosa, de todas las contiendas políticas y del malestar de los pueblos. «Ningún rey es rey absoluto ni independiente ni propietario, sino teniente y ministro de Dios, por el cual reinan los reyes y tiene ser y firmeza cualquiera potestad» (I, 14). Por tanto, no tienen los monarcas obligación más perentoria que la de perseguir la herejía y exterminar los herejes; porque «Si el que hace moneda falsa es quemado, ¿por qué no lo será el que hace y predica doctrina falsa?... Muere por justicia la mujer que no guardó la fe a su marido y ¿no morirá el que no guardó la fe a Dios?» (I, 25). ¡Qué aberraciones sugiere el fanatismo!

Tampoco admite el marco de esta obra figuras de tan escaso relieve como fray Hernando de Zárate con sus indigestos Discursos de la paciencia cristiana. [200]

Así, al compás que declinaba la mística en los siglos XVII y XVIII hasta adoptar en el XIX nuevas formas en los espíritus elevados, se dilata la ascética en opulenta proliferación hasta el siglo pasado, sostenida por la mentalidad inferior y vulgar, barrida la una y azotada la otra por el huracán positivista que respeta la hipocresía de la forma mientras combate la sinceridad del fondo.


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Mario Méndez Bejarano
Historia de la filosofía en España
Madrid [1927], páginas 196-200