Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo IX

Del aumento de las rentas de los colegios.

1. En tanto que sea posible no debe admitirse a hacer el último voto a quien se sepa que espera una herencia, a menos que no tenga ya un hermano más joven que él en la Sociedad, o por otras razones graves. Sobre todo, hay que trabajar en el acrecentamiento [300] de la Sociedad, conforme a los fines conocidos por los superiores, que deben estar de acuerdo en que, a la mayor gloria de Dios, la Iglesia recobre su primitivo brillo, de suerte que no haya más que un solo espíritu en todo el clero. Por esto es preciso repetir y publicar con frecuencia, que la Sociedad se compone en parte de profesos tan pobres, que carecerían de todo sin las liberalidades cotidianas de los fieles, y en parte de otros padres, pobres también, que poseen bienes inmuebles, para no estar a expensas del pueblo, mientras desempeñan sus funciones, como los otros mendicantes. Los confesores de príncipes, grandes, viudas y otros personajes, de quienes nuestra Compañía pueda esperar mucho, harán saber a estos seriamente, que, ya que les dan las cosas espirituales y eternas, deben dar en cambio las terrestres y temporales; y cuando les ofrezcan algo, no desperdiciarán la ocasión de tomarlo. Si les han hecho promesas y tardan en cumplirlas, hay que recordarlas con prudencia, disimulando cuanto se pueda el deseo de ser rico. Si algún confesor de los grandes o de otros, no parece bastante diestro para practicar todo esto, debe quitársele el empleo en tiempo oportuno, poniendo otro en su lugar; y si fuere necesario, para dar amplia satisfacción a los penitentes, se le relegará a los colegios lejanos, diciendo que la Sociedad necesita su persona y talento en aquellos sitios. Hacemos estas advertencias porque hemos sabido, no hace mucho tiempo, que viudas jóvenes, al morir no habían legado a [301] nuestras iglesias muebles preciosos, por la negligencia de los nuestros, que no los aceptaron a tiempo. Para aceptar cosas semejantes todos los tiempos son buenos, si no es mala la voluntad del penitente.

2. Debe emplearse variedad de industrias para atraer a los prelados, canónigos y pastores, y otros eclesiásticos ricos, a la práctica y servicios espirituales, y paulatinamente, por medio de la afección que tienen a las cosas espirituales, conquistarlos para la Sociedad, y prever después su liberalidad.

3. Los confesores no descuidarán el preguntar a sus penitentes, en tiempo oportuno, su nombre, familia, parientes, amigos y bienes de fortuna; y después se informarán de su estado, sucesores y propósitos; y si todavía no han tomado resolución definitiva, convendrá influir en que la que tomen sea favorable a la Sociedad. Si se empieza por esperar algún provecho, que todo no se debe pedir a un tiempo, se les ordenará, sea para descargar su conciencia, sea a título de ejercicio de penitencia, que se confiesen todas las semanas, y el confesor les preguntará buenamente hasta saber lo que no pudo en una sola vez. Si esto da resultado, y se trata de una mujer, hay que inducirla por todos los medios a confesarse y a ir a la iglesia con frecuencia; y si es hombre, a frecuentar la Compañía, y a familiarizarse con los nuestros.

4. Lo que se ha dicho sobre las viudas debe hacerse con los mercaderes, con los ricos casados y sin hijos, a quienes la [302] Sociedad queda heredera, si con prudencia se emplean las prácticas indicadas. Sobre todo deben observarse con los devotos ricos a quienes los nuestros frecuenten, aunque el vulgo murmure si no son personas de calidad.

5. Los rectores de los colegios tratarán de conocer las casas, jardines, haciendas, viñas, aldeas y otros bienes poseídos por la principal nobleza, por los mercaderes y otras personas; y, si es posible, averiguarán todos los intereses y réditos que paguen. Esto se hará con astucia, pero con eficacia, en la confesión particularmente y en conversaciones privadas. Cuando un confesor encuentre un pariente rico, advertirá primero al rector, y deberá conservarle por todos los medios posibles.

6. Todo el negocio consiste en que nuestra gente sepa ganar la benevolencia de sus penitentes, y de aquellos con quienes conversan, acomodándose a la inclinación de cada cual. Para esto los provinciales enviarán a muchos de los nuestros a los lugares habitados por ricos y nobles; y a fin de que los provinciales puedan hacerlo con prudencia y felizmente, los rectores cuidarán de informarles de la cosecha que pueden coger.

7. Para saber si podrán atraerse los contratos y las posesiones que los niños tengan, al recibirlos en los colegios, se informarán diestramente, procurando descubrir si cederán alguno de sus bienes al colegio, sea por contrato, alquilándolos, o de otra manera, o si al cabo de cierto tiempo pertenecerán a la [303] Sociedad. Para lograr este fin, se hará conocer, principalmente a los grandes y a los ricos las necesidades de la Sociedad, y las deudas que sobre ella pesan.

8. Si los viudos o las viudas ricas, adeptos a la Compañía, tienen hijas y no hijos, los nuestros los predispondrán suavemente a elegir la vida devota o religiosa, para que, dejándoles algún dote, el resto de sus bienes pase poco a poco a la Sociedad. Si tienen hijos convenientes para la Compañía, los atraerán, y a los que no lo sean se les inducirá a entrar en otras religiones, prometiéndoles algo; pero si no tienen más que un hijo, se le atraerá a cualquier precio, librándole dl temor de sus parientes, inculcándole la vocación de Jesucristo, y mostrándole que hará un sacrificio agradable a Dios, si, a pesar de su padre y de su madre, huye de ellos para entrar en la Sociedad. Si esto se logra, se le mandará a un noviciado lejano, después de advertir al General. Si tienen hijas, las dispondrán de antemano a la vida devota, y se hará entrar a los hijos en la Compañía, y con ellos sus herencias.

9. Los superiores advertirán eficazmente, aunque con suavidad, a los confesores de esas gentes, viudas o casadas, a fin de que sirvan útilmente a la Sociedad, según sus instrucciones. Y si no lo hacen, se les reemplazará con otros, mandándolos lejos, a fin de que no tengan más relaciones con la familia que confesaron.

10. A las viudas y otras personas devotas, que aspiran con ardor a la perfección, hay [303] que inducirlas a ceder todos sus bienes a la Sociedad, que les pagará por ellos una renta perpetua, con lo que podrán servir a Dios más libremente, y alcanzar la perfección suprema, sin los cuidados ni inquietudes que les causa la administración de su hacienda.

11. Para persuadir más eficazmente al mundo de la pobreza de la Sociedad, los superiores tomarán dinero prestado a las personas ricas que nos son adictas, firmando billetes cuyo pago podrá retardarse.

Después, sobre todo si se ve atacado de una enfermedad grave, se visitará con frecuencia al prestamista, y se empleará toda suerte de razonamientos para comprometerle a que devuelva el billete, porque así no se mencionará a los nuestros en el testamento, y ganaremos sin que nos odien sus herederos.

12. También será conveniente tomar dinero prestado a interés anual, y colocarlo en otra parte a mayor rédito, compensando así con usura el que se paga, pudiendo también suceder que los amigos que nos presten dinero nos tengan lástima, y no nos cobren interés, ya declarándolo en testamento, ya cual donación entre vivos, al ver que lo empleamos en fundar colegios y construir iglesias.

También podrá la Compañía negociar con provecho, sirviéndose de la firma de comerciantes ricos que le sean adeptos; pero en este caso habrá que asegurar un lucro cierto y copioso, aunque sea en las Indias, que hasta ahora, con la ayuda de Dios, no sólo han producido almas para la fe, sino también grandes riquezas para la Sociedad. [305]

14. Los nuestros deben procurarse un médico fiel a la Compañía, donde quiera que residan, a quien recomendarán a los enfermos, presentándole como muy superior a todos los otros, a fin de que él a su turno recomiende a los nuestros, colocándoles muy por encima de los religiosos de las otras órdenes, y haciendo de modo que seamos los llamados por las personas principales, cuando estén enfermas, y sobre todo moribundas.

15. Los confesores visitarán a los enfermos asiduamente, sobre todo cuando estén en peligro; y para eliminar a los otros eclesiásticos, los superiores harán que cuando un confesor tenga que separarse del enfermo, otro le reemplace, a fin de conservarle en sus buenas intenciones. Aunque con prudencia, hay que infundirle miedo al infierno, o cuando menos al purgatorio, haciéndole presente que, así como el agua apaga el fuego, la limosna apaga el pecado, y que no se puede emplear mejor la limosna que en alimentar y vestir a las personas que, por su vocación, están consagradas a alcanzar la salvación del prójimo; y que así el enfermo tendrá parte en sus méritos, y encontrará satisfacción para sus propios pecados, porque la caridad limpia de muchos de éstos. También puede pintársele la caridad como el vestido nupcial, sin el que nadie podrá sentarse a la mesa del Paraíso. En fin, deberá alegar los pasajes de la Escritura y de los Santos Padres, que, teniendo en cuenta la capacidad y hábitos del enfermo, sean más eficaces para conmoverle. [306]

16. A las mujeres que se quejen de los vicios de sus maridos y de los disgustos que les causan, les enseñarán que pueden secretamente tomarles algún dinero, para expiar los pecados de sus maridos y obtener su salvación.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 299-306