Monita Secreta o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000 | <<< >>> |
1. Debe expulsarse, bajo un pretexto cualquiera, por enemigo de la Sociedad, sin tener en cuenta condición ni edad, al que aparte a los devotos y devotas de nuestras iglesias, o del trato con los nuestros, o que a las limosnas les haga tomar el camino de otras iglesias y de otros religiosos, o que haya disuadido a algún hombre opulento, bien dispuesto a favorecer la Sociedad, de que la ayude. Lo mismo debe hacerse con el que, al disponer de sus bienes, manifieste más afecto a sus parientes que a la Sociedad, porque esto prueba que su espíritu no está mortificado, y es preciso que los profesos lo estén por completo. También será expulsado el que dé a sus parientes pobres las limosnas de los penitentes o de los amigos de la Sociedad. Para que no se quejen de la causa de su expulsión, no se les despedirá en seguida; primero se les impedirá confesar, se les mortificará y fatigará, haciéndoles desempeñar las faenas más viles; se les [307] obligará además cada día a hacer las cosas que les causen más repugnancia. Se les apartará de los estudios elevados y de los cargos honrosos; se les reprenderá en los capítulos y en censuras públicas; se les excluirá de las diversiones y del trato con extraños; se suprimirá en sus vestidos y en cuanto usan todo lo que no sea absolutamente necesario, hasta que se aburran, murmuren y se impacienten; entonces se les despedirá, como a gente poco sufrida, y que puede ser perniciosa a los otros por su mal ejemplo. Si hay que dar cuenta a los parientes y a los prelados de la Iglesia, del por qué se les ha expulsado, se dirá que no hubo medio de inculcarles el espíritu de la Sociedad.
2. También se deberá expulsar a los que tengan escrúpulo de adquirir bienes para la Sociedad, y que sean demasiado adictos a su propio criterio.
Si éstos quieren explicar su acción ante los provinciales, no se les debe escuchar, sino recordarles la regla, que a todos obliga a obedecer ciegamente.
3. Hay que considerar desde el principio quiénes son los que sienten mayor afecto por la Sociedad; y en los que se vea que los tienen por otras órdenes religiosas, o por los pobres o por sus parientes, se les considerará inútiles, y se les preparará lentamente para expulsarlos del modo dicho.
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Fernando Garrido ¡Pobres jesuitas! Madrid 1881, páginas 306-307 |