Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Egolatría
La Unión Escolar Granadina, 10 enero 1901, año VI, nº 2

 

A Pascual Santacruz, sin adjetivos encomiásticos, porque él se los merece todos y yo carezco de autoridad para darle ninguno, dedico este trabajo.

Consecuencia fatal de la misantropía, en quien no haya matado con serena introspección, referida a un ideal super-humano, la innata estima de sí propio –que traería como secuela final el suicidio–, es la egolatría.

También puede haber sido esta construída en medio de un superficial optimismo, formándose uno de sí propio altísimo concepto, bien sea por la contemplación imaginativa –que amplifica como la emocional contrae– de las propias cualidades humanas, o por una comparación apasionada de estas con los defectos y vicios de los demás. Propio lo primero de los solitarios –por condiciones de su vida, no por determinación de su voluntad. Ejemplo, los adolescentes virtuosos. Muy conforme lo segundo con la ligereza de juicio de los analfabetos que cultivan el trato social.

Pero no hablo aquí de esa egolatría que pudiéramos llamar directa y casi espontánea. Hablo de la egolatría reflexiva y casi espontánea. Hablo de la egolatría reflexiva y necesaria de los que, despreciando a los demás siguen en la vida; pues vivir despreciando a todos y a sí mismo no es concebible, o no puede, al menos, ser sostenido como regla que comprenda a muchos.

La egolatría reflexiva, sistemática, –aunque llegue a afectar caracteres pasionales– sólo puede ser hija de la misantropía, y tiene que ser hija suya.

El joven mediocre, que falto de comunicación frecuente íntima y extensa con la sociedad, se cree un poligenio, capaz de ser general invencible, estadista feliz, poeta divino, orador triunfante, tenorio irresistible, cuando va observando a medida que se introduce en el mundo, cómo entre las demás personas hay muchas que tienen valor igual al que él se atribuye, o trazan planes de batallas como las que él ganó sobre el mapa, o difunden ideas políticas originales, o poseen en alto grado el sentimiento de la belleza, y producen expresiones artísticas, emiten frases relampagueantes, y sostienen conversación seductora, va limitando el concepto que de sí mismo tenía, si no en su comprensión, en su extensión relativa a la Humanidad.

La audaz mirasabidilla que nota y afea defectos de pronunciación en sus amigas; la rabiosa solterona que ve con malos ojos y peores pensamientos, bellezas incompletas pero triunfadoras; el petimetre vanidoso que ríe observando en el traje del que pasa defectos de adaptación a la moda; el hortera cortesano que se entristece por la omisión que haga su parroquiano predilecto, de cualquier fórmula social, ni son misántropos, ni ególatras; no odia lo humano, y se profesan a sí mismos una sencilla adoración dirigida a cualidades vulgarísimas. No se creen superiores a los demás positivamente, sino por negación, por ser impecables.

La egolatría, como yo la entiendo, es propia de los que fueron filántropos, altruistas, universalmente humanitarios, modestos, con la modestia de juzgar a los demás por sí mismos; vanidosos sólo en el placer sencillo, experimentado, más por la benevolencia supuesta de las alabanzas recibidas que por las alabanzas como exacta expresión de sus méritos; de los que fueron así, y se trocaron, al contemplar las miserias humanas, primero en pesimistas para lo general, mas conservando todavía un excepcional optimismo para cada una de las personas que trataban, y, luego, al demostrarle aquellas sus lacerías y adelantar algunas hacia él, hasta herirlo, los ángulos defensivos de su personalidad, el pesimista ha ido transformándose poco a poco en misántropo incurable.

Y, ya en tal estado, comenzará a revisar los juicios que anteriormente formara sobre sus semejantes; y como estos juicios son comparaciones de sí mismo con los demás, resultará de tales rectificaciones indirectamente exaltado.

Esta exaltación apoyada en el innato e imprescindible amor a sí mismo, toma vuelos casi infinitos, no sólo por lo acabado de indicar, sino por ser ya la ocupación casi única del cerebro, la obsesión agigantadora.

Que este proceso de remoción intelectual y moral por la potencia observadora y el espíritu sistemático, y la sensibilidad exquisita que exigen, no puede ser cumplido, sino por hombres superiores, es evidente, casi de sentido común. Hay pocos Alfredo de Vigni y Schopenhauer; si bien puede decirse que todo hombre de verdadero talento ha soñado alguna vez con su torre de marfil, y ha formulado aforismos schopenhaurianos.

Pero no es solo necesario para ascender a Dios de sí mismo un gran talento, sino que tal religión envuelve grandes sacrificios. Ese Dios, como todos, pide holocausto. Pide el holocausto de la vanidad –desdeñar el aplauso– de la ambición –despreciar el poder– de todo cuanto instintivamente nos halaga.

La egolatría, en suma, es una desviación, una perversión de los espíritus fuertes, provocada por obstáculos groseros puestos en el camino que aquellos naturalmente debieran seguir.

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luís Mora
Badajoz 1998, páginas 114-116