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Zeferino González 1831-1894

Zeferino González
La Economía política y el Cristianismo
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V

Hasta el último tercio del siglo pasado habíase creído generalmente que la población de los estados estaba en relación con la prosperidad de los mismos, y el acrecentamiento de población era mirado como un barómetro seguro del bienestar, de la abundancia y de la fuerza de una nación. Algunos economistas, sin embargo, comenzaron a vislumbrar que el rápido acrecentamiento de población, lejos de ser la causa y un indicante cierto de la prosperidad nacional, podía por el contrario, llegar a ser origen de males y calamidades sin cuento para los individuos. Los economistas italianos Ricci y Ortiz habían emitido sobre este punto ideas más o menos acertadas, que tendían a destruir el sistema de Smith, el cual identificaba la prosperidad de las naciones con el acrecentamiento de su población. Empero el que dio a conocer toda la importancia de este problema, y fijó sobre él la atención de los economistas y de los gobiernos, fue sin duda Malthus, al publicar su Ensayo sobre el principio de población. [79]

Sabido es que Malthus intenta demostrar que, prescindiendo de todo obstáculo, la población tiende a multiplicarse según una progresión geométrica, al paso que la multiplicación de las subsistencias, aun en los países de circunstancias más favorables, no llega a esta proporción. Según nuestro autor, la especie humana se multiplica como los números 1, 2, 4, 8, etc.; pero los medios de subsistencia sólo crecen como los números 1, 2, 3, 4, 5, etc.

Partiendo de esta idea, fundamental en su teoría, Malthus llega a las siguientes afirmaciones: Primera: la población se limita necesariamente por los medios de subsistencia. Segunda: la población crece invariablemente en todas las partes en que crecen los medios de subsistencia al nivel del número de los consumidores, a menos que no impidan su desarrollo obstáculos poderosos o manifiestos. Tercera: cuando se quieren elevar las subsistencias al nivel del número de los consumidores, no se obtiene otro efecto que el multiplicar en mayor escala los mismos consumidores , y es preciso procurar constantemente que la población se mantenga un poco más bajo que su nivel, relativamente a los medios de subsistencia. Cuarta: los obstáculos particulares, y todos los demás que detienen el poder preponderante, forzando la población a reducirse al nivel de los medios de subsistencia, pueden todos ellos reducirse a estos tres puntos: la violencia moral, el vicio y la desgracia. [80]

Aunque no entra en nuestro ánimo, ni en el objeto de estos artículos, examinar la economía de Malthus en el terreno puramente científico, y sí únicamente en sus relaciones con la enseñanza católica, bueno será advertir de paso que la expresada teoría no parece hallársela nuestro juicio, en completa consonancia con lo que la observación y la estadística nos revelan acerca de la progresión relativa de la población en relación con los medios de subsistencia.

En efecto; aun cuando queramos admitir que, atendida la fuerza de propagación inherente a la especie humana, la población puede duplicarse en el espacio de veinte y cinco años, preciso es reconocer al propio tiempo que, por lo general, este acrecentamiento no se realiza en estas proporciones, sin que pueda decirse por eso, como pretende Malthus, que la causa de esto sea la desgracia o la miseria de los individuos. La Irlanda, algunas provincias de la China y el Tunquin parecen probar, por el contrario, que la población en que abunda más la miseria y la falta de medios de subsistencia tiende a propagarse con mayor rapidez. Tal vez podría decirse con visos de verdad que una de las razones de este fenómeno es la falta de previsión y de esperanza fundada de cambiar de posición y de fortuna; porque cuando los hombres se sienten sin esperanza de mejorar su fortuna y su condición, se entregan fácilmente y sin previsión a los instintos de los sentidos. [81]

La teoría de Malthus tampoco parece del todo exacta en la parte relativa a la proporción con que se multiplican o acrecientan los medios de subsistencia. Según datos estadísticos, once millones de hectáreas producían en Francia, en 1700, noventa y dos millones de hectolitros de granos, mientras que en 1740, catorce millones de hectáreas producían ciento ochenta millones de hectolitros. Resultados análogos se notan también en otros estados, especialmente en aquellos en que la industria y la agricultura se hallan muy adelantadas.

Empero, dejando a otros el examen de la teoría de Malthus en el terreno de la ciencia, diremos que las tendencias de su doctrina son esencialmente inmorales, contrarias al principio de caridad y a la enseñanza católica. Puede decirse que la última conclusión de la teoría de Malthus es que toda vez que la causa de los sufrimientos y miseria de las clases indigentes es el acrecentamiento de la población en relación con los medios de subsistencia, la clase pobre es para si misma la verdadera causa de su miseria, por no abstenerse de la propagación por medio de la previsión, o sea la violencia moral con respecto al matrimonio. Fácil es prever los inconvenientes prácticos y las aplicaciones peligrosas en el orden moral a que se abre el camino con semejante doctrina. La violencia moral de que habla el economista inglés, solo es realizable con condiciones de moralidad en hombres más [82] o menos ilustrados, que posean cierta clase de educación, y sobre todo en hombres que se hallen inspirados por motivos superiores y divinos. Querer aplicar y trasladar esto a las muchedumbres ignorantes, sin educación moral ni intelectual, y sobre todo por motivos puramente humanos, sería abrir el camino a infinidad de vicios y crímenes repugnantes, que no creo conveniente nombrar. En todo caso, si alguna aplicación pudiera tener esta doctrina a las numerosas clases indigentes, seria preciso, ante todo, inspirarles sentimientos profundamente religiosos y darles una educación moral e intelectual superior a la que poseen, la misma que la Economía político-cristiana aconseja sin cesar a los gobiernos.

La teoría de Malthus parece decir al hombre: «El que nace en un mundo ocupado ya de antemano, no tiene el menor derecho a reclamar una porción cualquiera de alimento; en realidad está de sobra en la tierra: en el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto preparado para él. La naturaleza le manda retirarse, y no tarda en poner ella misma esta orden en ejecución.»

No es fácil prever las consecuencias y las aplicaciones, tan inmorales como poco humanitarias, a que se presta semejante doctrina. De ella se deduce, y de ella han deducido explícitamente no pocos discípulos de Malthus, que los expedientes inventados por los gobiernos y los pueblos para socorrer las miserias del [83] pobre y de las clases indigentes deben desaparecer, porque, en vez de aliviarlos, contribuyen a agravar sus males, fomentando o conservando un exceso de población. Así vemos a algunos de esos discípulos proponer como medios para mantener el equilibrio entre la población y los medios de subsistencia, la supresión de los hospitales y de hospicios, la denegación de socorros a los pobres, la prohibición del matrimonio a los obreros, el aborto, el infanticidio, con otros medios más infames y repugnantes aun. ¿Será necesario recordar la oposición absoluta que existe entre estas afirmaciones y la enseñanza católica? ¿Será necesario repetir que la Economía político-cristiana, basada sobre el principio de caridad, rechaza con indignación semejantes doctrinas, y que no puede menos de condenar una teoría que abre el camino a aplicaciones tan inmorales y a soluciones tan inhumanas y crueles de los problemas económicos?

Notemos, antes de concluir, que, en medio de sus errores y tendencias inmorales, la teoría de Malthus envuelve un brillante testimonio en favor de la doctrina católica. ¿Quién ignora las declamaciones de los filósofos anticristianos contra la virginidad y el celibato religioso? ¿Quién no ha leído en economistas superficiales que el celibato, establecido en la Iglesia católica, es contrario a los intereses de la sociedad? Pues bien; he aquí a la teoría de Malthus, que viene hoy a demostrarnos que esa virginidad y ese celibato, [84] enseñados y honrados por la doctrina católica, lejos de ceder en perjuicio de los verdaderos intereses y del bienestar de la república, son virtudes eminentemente sociales, toda vez que contribuyen a impedir el excesivo desarrollo de la población con relación a los medios de subsistencia, y esto sin los peligros e inconvenientes que envuelve la violencia moral preconizada por Malthus, o si se quiere más bien, por sus discípulos, para las masas ignorantes o para la clase numerosa de los obreros o indigentes. Aquí, como en la astronomía, como en la geología, como en tantos otros ramos del saber, los adelantos del espíritu humano y los descubrimientos científicos han venido a confirmar y servir de brillante contraprueba a las afirmaciones de la doctrina católica.

Y puesto que hemos comenzado a hablar de lo que hay de exacto y verdadero en la teoría de Malthus, exige la crítica imparcial y severa que consignemos a la vez que esa teoría económico-política, en medio de sus errores y tendencias peligrosas, encierra un fondo parcial de verdad que puede reasumirse en los siguientes términos: «Entre la población y los medios de existencia de una nación, existe una relación natural y necesaria, por más que sea difícil para nosotros determinar sus condiciones precisas y apreciar sus limites.» De aquí se desprende una consecuencia importante, y es que tanto el exceso como la insuficiencia de población ofrecen graves inconvenientes [85] para un Estado, bien que esos inconvenientes no son fatales ni irremediables, atendidas las condiciones propias de la especie humana, regida por una voluntad libre y razonadora, sujeta a leyes civiles y religiosas, sometida a la influencia enérgica de la opinión y de las costumbres. Es por lo tanto indudable que ni el aumento de la población ni el de las subsistencias se realiza entre los hombres según progresión indefinida; y es también incontestable, que la prosperidad de un Estado no se halla en relación precisa y absoluta con la densidad de su población, siendo condición necesaria para aquella prosperidad, que exista cierta relación armónica entre la densidad de población y los medios de subsistencia.

Es justo alegar también en favor y como disculpa de Malthus, la consideración de que su obra representa una especie de reacción contra la publicada por su compatriota Godwin, en la cual este, desenvolviendo la tesis de Rousseau, esforzábase en atribuir todos los males sociales a los vicios e imperfecciones de los gobiernos y de las instituciones políticas. Así es que según testimonio de Blanqui {(1) Histoire de l'Economie polit. en Europe, t. 2°, p. 25.}, Malthus solía decir en los últimos días de su vida «que encontrando el arco demasiado torcido en una dirección, se había visto [86] precisado a encorvarlo en contraria dirección para aproximarle a la línea recta.»

Empero, prescindiendo de estos motivos parciales de atenuación, y considerando la teoría del economista inglés en el conjunto de sus doctrinas, aplicaciones y tendencias lógicas, no es posible desconocer que sería ciertamente triste y desconsolador por demás el estado de una sociedad en que reinaran soberanamente y tuvieran completa aplicación las doctrinas indicadas de Malthus y de sus discípulos: porque Malthus ha tenido y tiene aun en nuestros días discípulos que, además de sostener y propagar sus teorías económico-políticas, se han dedicado y se dedican aun hoy a exponer y desarrollar las consecuencias rigurosamente sensualistas, pero también rigurosamente lógicas del sistema malthusíano. Testigo entre otros M. J. S. Mill, en sus Principes d' Economie Politique.

Volviendo empero a Malthus, oprímese el corazón al pensar lo que seria una sociedad en la que llegaran a encarnarse y dominar las doctrinas de este célebre economista. La molicie, el egoísmo y el libertinaje serian los caracteres propios de semejante sociedad, porque son los efectos naturales y espontáneos del sensualismo que informa su teoría económica, en la cual no se reconoce ni señala al trabajo más objeto que el interés propio, ni otro estímulo que la satisfacción de las pasiones, ni otro fin que los goces materiales de la vida presente. Cuando el trabajo y la [87] actividad múltiple del hombre no tienen más compensación, ni más premio, ni más esperanza que los goces materiales y la utilidad del interés presente; cuando la idea de una vida superior y eterna no vivifica y ennoblece y fecundiza ese trabajo y esos esfuerzos múltiples de la actividad humana, es preciso que la pobreza sea el mayor de los males, y lo que es más aún, el mayor de los vicios, porque en el sistema utilitario y sensualista, el mal se identifica con la carencia de los bienes y goces de esta vida.

Consecuencia legítima de la idea racionalista y sensualista que domina e informa las teorías económicas de Malthus y de Mill, es la doctrina de los mismos con respecto al modo de regular el movimiento de la población. Como quiera que el desarrollo de la producción y de las riquezas, es más lento que el movimiento ascendente de la población en circunstancias normales, resulta de aquí la dificultad de vivir con el bienestar y comodidad convenientes para los individuos de la sociedad, y principalmente para las clases más numerosas de la misma. ¿Qué hacer en presencia de semejante dificultad? La Economía política cristiana enseña el modo de disminuir, ya que no de evitar completamente, los peligros e inconvenientes que de aquí resultan, sin atentar a las leyes de la justicia y de la moralidad. En primer lugar, el celibato sacerdotal y religioso, mientras que por un lado contribuye a evitar la excesiva rapidez del movimiento de la [88] población, influye eficazmente en la fecundidad del trabajo y la consiguiente producción y distribución equitativa de las riquezas, al difundir y arraigar en los miembros de la sociedad con su palabra y con su ejemplo los hábitos de orden, de previsión y de economía; al implantar y afirmar en los corazones el espíritu de sacrificio, de desinterés y de caridad; al presentar el trabajo como una ley universal y divina, como una virtud santificante, que conduce a Dios y a la vida eterna, como el origen parcial y como condición natural de la dignidad y de la libertad humana. Por otra parte, la Economía política cristiana contribuye al mismo resultado, predicando la castidad correspondiente a cada estado, refrenando las pasiones impetuosas de la juventud, evitando las uniones conyugales precipitadas y sin reflexión, y en general, disminuyendo los nacimientos ilegítimos por medio de la regularidad de las costumbres públicas y privadas. Si necesario fuera no nos seria muy difícil demostrar con la estadística y la historia, que cuando el espíritu y la doctrina del catolicismo han ejercido su benéfica influencia de una manera preponderante y universal en la sociedad y en las naciones, estas han visto acrecentarse rápidamente su población y en proporción análoga los productos del trabajo, sin dar origen a un desnivel temible entre la población y los medios de subsistencia. Consúltense los trabajos de Léopold Delisle, de Lavergne, y principalmente los de Dureau [89] de la Malle, y se verán las pruebas de lo que dejamos asentado, es decir, el gran movimiento de población, de riquezas y de bienestar general, realizado durante el siglo XIII y parte del XIV, movimiento reconocido por el mismo Mr. Henri Martin, nada favorable, como es sabido, a la Iglesia católica. «Se ve, pues, concluiremos con Mr. Perin, que la influencia dominante del cristianismo sobre la sociedad en el siglo XIII había producido las consecuencias más felices en el orden material. Los recursos crecían rápidamente con la población. Ahora bien, este desarrollo tan notable de población y de riquezas coincide con la viva impulsión religiosa que a la sociedad imprimieron las órdenes mendicantes, y la sociedad de la edad media llega al apogeo del poder moral y material, precisamente cuando triunfa el principio de la abnegación y sacrificio.» [90]

{Texto tomado directamente de Zeferino González, Estudios religiosos, filosóficos, científicos y sociales, Tomo segundo, Imprenta de Policarpo López, Madrid 1873, páginas 1-121. Transcribimos la Advertencia que figura al inicio de este volumen: «Advertencia. El artículo que lleva por epígrafe La Economía política y el Cristianismo, aunque escrito en Manila en el año que indica su fecha [1862], ha sido refundido y considerablemente añadido para su publicación en estos Estudios.»}

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