Alfarabi   870-950
Catálogo de las ciencias
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Alfarabi · Catálogo de las ciencias
Artículo II

Sobre la utilidad de la lógica

Ahora, pues, hablaremos en resumen de lo que la lógica es; después de su utilidad; después de los objetos que trata; luego del significado de su título; después enumeraremos sus partes y lo que cada una contiene.

El arte de la lógica, en resumen, da los cánones cuyo objeto es rectificar el entendimiento, guiar directamente al hombre en el camino del acierto y darle la seguridad de la verdad en todos los conocimientos racionales en que cabe que yerre; además, le da las reglas que le han de preservar y poner al abrigo del error y del sofisma en las materias racionales; además, le da las reglas necesarias para aquilatar la verdad de aquellos conocimientos en que cabe que el entendimiento caiga en el error. Porque es de advertir que entre los juicios racionales los hay en que cabe el error, pero hay también algunos en los que no es [14] posible que el entendimiento se equivoque en manera alguna, a saber, aquellos juicios que el hombre encuentra en su alma grabados, como si hubiese sido creada con el conocimiento cierto de ellos. Tales son los siguientes: «El todo es mayor que la parte.» «Todo número tres es impar.» Hay además otros juicios en los que puede equivocarse y apartarse de la verdad para [caer] en lo que no es verdad. Estos juicios son los que se adquieren mediante la reflexión y el razonamiento o sea por medio del silogismo y la inducción. Para conseguir la verdad con certeza en estos juicios –y no en los otros–, es para lo que el hombre, que busca la verdad en todas sus especulaciones, necesita de los cánones de la lógica.

Este arte es análogo al arte de la gramática, pues entre el arte de la lógica y el entendimiento y los inteligibles existe la misma relación que entre el arte de la gramática y la lengua y las palabras: todas las leyes que la ciencia de la gramática nos da respecto de las palabras, son análogas a las que la ciencia de la lógica nos da respecto de las ideas.

Es también análogo a la ciencia de la prosodia, pues la lógica hace, respecto de las ideas, lo que la prosodia respecto de las medidas del verso. De modo que todas las reglas que la prosodia nos da para la métrica, tienen sus similares en las que la lógica nos da acerca de los inteligibles.

Es más: los cánones de la lógica, que son los instrumentos con los cuales se aquilata el valor de aquellos conocimientos intelectuales en los que no cabe fiar que el entendimiento no haya errado o no haya [15] alcanzado imperfectamente la verdad, se asemejan a las medidas de capacidad y a los pesos, que son también los instrumentos con que se aquilata y se pone a prueba, respecto de muchos cuerpos, lo que no cabe fiar que los sentidos aprecien sin error o cuya capacidad sean incapaces de percibir exactamente. Se asemejan también a las reglas de dibujo, con las cuales se aprecia en las líneas su dirección recta, que no puede uno fiarse de que los sentidos la aprecien sin error, o al compás, con el cual se aprecia en las líneas su curvatura, que no cabe fiar que el sentido la aprecie sin error.

Tal es, en suma, el fin de la lógica, fin que revela, al mismo tiempo, su grande necesidad. Y este fin no sólo se refiere a los conocimientos que nosotros poseemos y cuya verdad deseamos comprobar, sino también a los conocimientos de los demás, cuya verdad queremos aquilatar, o a nuestros propios conocimientos, cuya verdad desean comprobar los demás. Porque una vez que estemos en posesión de aquellos cánones, si deseamos adquirir la evidencia de una cosa que ignoramos y cuya verdad queremos aquilatar dentro de nosotros mismos, no dejaremos en libertad a nuestro espíritu para que en la investigación de la verdad que queremos comprobar proceda negligentemente siguiendo el curso espontaneo de las ideas tal como le vengan, sin sujeción a ley alguna, ni dirigiéndose a la meta a que aspira por cualquier camino que le ocurra de improviso, ni adoptando cualesquiera métodos que puedan engañarnos haciéndonos creer que es verdad lo que no es verdad, sin darnos de ello cuenta; antes al contrario, es preciso que de antemano sepamos qué [16] camino conviene que sigamos, qué cosas debemos conocer [como medios], por dónde debemos comenzar nuestro camino y cómo conviene que apliquemos nuestro espíritu separadamente a cada una de aquellas cosas, hasta que lleguemos sin ningún género de dudas a la cosa que nos propusimos averiguar. Es, igualmente, preciso que conozcamos de antemano todas las cosas que nos pueden conducir a error o a equívoco, a fin de precavernos contra ellas en nuestro camino. Sólo entonces podremos estar seguros (respecto de la materia que queríamos investigar) de que hemos tropezado con la verdad y de que no nos hemos equivocado. Y así, cuando nos ocurrieren dudas respecto de una cosa que hayamos averiguado y nos asalte la sospecha de que en su averiguación hemos descuidado algo esencial, inmediatamente podremos someter nuestra averiguación a crítica, y si en ella hubo efectivamente algún error, nos daremos cuenta de él y corregiremos con facilidad el mal paso que hubiéramos dado.

Eso mismo nos sucederá cuando intentemos demostrar a los demás la verdad de nuestras opiniones, puesto que para evidenciar a los ojos la verdad de una opinión nuestra, habremos de emplear análogos medios y procedimientos a los que hemos empleado para evidenciarnos de ella a nosotros mismos. Y si alguien nos contradijere respecto de alguna afirmación o de algún argumento de los que le hemos presentado en apoyo de aquella opinión nuestra y nos exigiere que le mostremos cómo dicho argumento es precisamente prueba de la tesis que nosotros sostenemos y no lo es de la tesis contraria y por qué nuestro argumento es [17] más apto que otros cualesquiera para dicha demostración, podremos evidenciarle todo eso.

Igualmente, cuando alguien quisiere demostrarnos la verdad de una opinión, tendremos medios de aquilatar el valor de sus afirmaciones y de sus argumentos con los que él supone que su opinión se demuestra, y si en realidad fueren demostrativos, veremos claramente por qué razón lo son y así admitiremos lo que admitamos a ciencia y conciencia; lo mismo que en el caso contrario, si él trata de engañarnos o se engaña, descubriremos la razón de su falacia o de su error, y así podremos también a ciencia y conciencia condenar como de mala ley lo que rechacemos.

En cambio, si ignoramos la lógica, nuestra situación en todos estos casos será completamente contraria y a la inversa, dije mal: será más grave, mucho peor y más vergonzosa.

Otra utilidad de la lógica consiste en que con ella nos ponemos en guardia y podemos tomar las precauciones precisas contra lo imprevisto, cuando queramos examinar tesis que sean contradictorias o decidir entre dos adversarios que discutan, o acerca del valor de las afirmaciones y argumentos invocados por cada uno de ellos en apoyo de su opinión y en refutación de la de su adversario. Porque si ignoramos la lógica, no podremos certificarnos de parte de quién está la verdad, ni cómo atinó con ella el que atinó, ni por qué razón acertó, ni cómo resulta que sus argumentos demuestran necesariamente la verdad de su tesis. De modo que, en tal caso, nos expondremos, o a quedarnos perplejos ante todas las opiniones sin saber cuál de ellas [18] es verdadera y cuál falsa, o a sospechar que todas ellas son igualmente verdaderas, a pesar de ser contradictorias, o a creer que en ninguna de ellas está la verdad, o a resolvernos a admitir unas y a rechazar otras, sin saber por qué razón las admitimos o las rechazamos. Por lo cual, si alguno de los contendientes nos contradice en algo que hemos admitido o rechazado, no podremos demostrarle la razón en que nos hemos fundado.

Y si por acaso sucediera que en lo que hemos admitido o rechazado hubiese algo que realmente fuese tal y como nosotros lo pensamos, no podríamos estar ciertos, en ninguno de ambos casos, de que ello es realmente así como nosotros lo creemos, sino que, por el contrario, nos quedará siempre la sospecha de que todo cuanto creemos que es verdadero es fácil que sea falso, o recíprocamente, lo que hemos creído falso es fácil que sea verdadero. O también es fácil que nos volvamos a la opinión respectivamente contraria en cada uno de ambos casos, porque puede muy bien ser que alguien nos presente una nueva razón o que a nosotros mismos nos venga a las mientes una idea, la cual nos incline a abandonar la opinión que actualmente tenemos por verdadera o falsa para adoptar su contraria. De modo que, en todas estas dudas, nos tendremos que conducir como dice el adagio: «al modo del leñador de noche».

Este mismo peligro se nos mostrará cuando [10] algunos pretendan pasar ante nosotros por hombres competentísimos en una ciencia cualquiera. Si ignoramos la lógica, no tendremos medio de aquilatar el valor de sus pretensiones: o habremos de juzgar que todos dicen verdad o sospechamos de todos ellos o nos lanzaremos a distinguir entre unos y otros; pero en los tres casos nos decidiremos sólo por mero capricho del azar, sin conocimiento de causa y sin que estemos seguros de que aquel a quien diputamos por hombre de ciencia no sea un despreciable farsante a quien otorguemos nuestro asentimiento, cuando sólo merece que se le contradiga, y a quien demos nuestra preferencia, cuando cabalmente se está burlando de nosotros, sin que nosotros nos enteremos; o al revés, cabe que sea un hombre veraz aquel de quien hemos sospechado, y así lo rechacemos injustamente sin darnos de ello cuenta.

Tales son los perjuicios que implica la ignorancia de la lógica y la utilidad que su conocimiento envuelve.

Es, pues, evidente que la lógica es necesaria para todo aquel que no quiera limitarse a meras opiniones en la formación de sus juicios y creencias, pues las meras opiniones son aquellos juicios que uno forma sin estar seguro de que luego no los ha de abandonar para admitir otros contrarios a ellos. Ahora, para aquel que prefiera contentarse con meras opiniones en sus juicios, no es necesaria la lógica.

Hay quienes pretenden que un asiduo ejercicio en las discusiones y argumentos polémicos o una práctica continua de las matemáticas, v. gr., de la geometría o de la aritmética, suple perfectamente por el estudio de las reglas de la lógica o equivale a él [20] y desempeña su misma función o proporciona al hombre la facultad necesaria para criticar toda afirmación, argumento y opinión, o basta para dirigirle rectamente hacia la verdad y la certeza, a fin de que no yerre en ninguno de sus conocimientos. Mas el que tal pretende se asemeja a quien supusiera que el ejercicio y la disciplina consistentes en aprender de memoria versos y trozos retóricos y en recitarlos asiduamente suple por el estudio de las reglas de la gramática, para hablar correctamente y para evitar todo defecto de lenguaje, o equivale a ese mismo estudio, desempeña su misma función y proporciona al hombre la facultad de criticar la morfología de toda palabra para decidir si es correcta o defectuosa. La respuesta que debe darse en este caso, respecto de la gramática, es exactamente la misma que conviene dar en aquel otro, respecto de la lógica.

Hay también quienes pretenden que el estudio de la lógica es superfluo e innecesario, porque es muy posible que se encuentre alguna vez algún hombre dotado de un talento natural tan perfecto, que nunca jamás deje de atinar con la verdad, sin que conozca ni una sola de las leyes de la lógica. Mas el que tal pretende se asemeja a quien supusiera que la gramática es superflua, porque entre los hombres hay algunos que jamás cometen incorrecciones de lenguaje, sin que conozcan ni una sola de las reglas de la gramática. La respuesta acerca de la utilidad de las reglas es idéntica en ambos casos.

Los objetos de la lógica, es decir, aquello sobre lo cual la lógica da reglas, son las ideas o inteligibles, en [21] cuanto guardan relación semántica o significativa con las palabras, y las palabras en cuanto significan las ideas.

Esto es así, porque la verdad de un juicio no conseguimos aquilatarla dentro de nuestro espíritu, sino reflexionando, examinando atentamente y fijando en nuestro espíritu ciertas ideas y objetos cuya función es servir de medios para probar la verdad de aquel juicio; e igualmente no podemos demostrar a los demás la verdad de un juicio, sino hablándoles con palabras que les hagan comprender aquellas ideas y objetos cuya función es servir de medios para demostrar la verdad de aquel juicio.

Pero no es posible que demostremos la verdad de cualquier juicio que se nos ocurra con cualesquiera ideas que a la mente nos vengan, ni tampoco cabe que el número de esas ideas sea algo contingente ni que puedan ser utilizadas para aquel fin, sean como sean y organizándolas y sintetizándolas en cualquier forma; antes al contrario, para cada juicio cuya verdad deseemos demostrar, necesitaremos servirnos de ciertas y determinadas ideas, que han de ser de un número taxativo, que deberán reunir condiciones cualitativas fijas y que tendrán que organizarse y componerse entre sí de un modo preciso; eso mismo es necesario que ocurra con las palabras de que nos sirvamos para expresar aquellas ideas, cuando tratemos de demostrar a los demás la verdad de aquel juicio. Y por eso necesitamos forzosamente reglas que nos preserven y guarden de todo error respecto de las ideas y de su expresión por las palabras. [22]

Los antiguos daban a cada una de estas dos cosas, es decir, a las ideas o inteligibles y a las palabras que las expresan, un mismo nombre: razón y verbo; pero a las ideas las denominaban «el verbo o la razón interior, grabada en el alma»; aquello mediante lo que se expresa ese verbo interior, lo denominaban «el verbo o la razón exteriorizada por la voz»; aquello de que el hombre se sirve para comprobar dentro de sí mismo la verdad de un juicio, es el verbo grabado en el alma; aquello que sirve para demostrarla a los demás es el verbo exteriorizado por la voz. El verbo, cuya función consiste en demostrar la verdad de un juicio cualquiera, lo denominaban los antiguos «el silogismo», tanto si era verbo interior grabado en el alma, como si era exteriorizado por la voz. La lógica, pues, da las reglas, a que antes nos hemos referido, para ambos verbos, interior y exterior, juntamente.

La lógica tiene de común con la gramática el dar, como ésta, reglas acerca del uso de las palabras; y se distingue de ella en que la gramática da tan sólo las reglas propias y privativas de las palabras de un pueblo determinado, mientras que la lógica da las reglas comunes y generales para las palabras de todos los pueblos. Porque es de advertir que en las palabras existen accidentes o modos de ser que son comunes a todos los pueblos, como, por ejemplo, el que las palabras sean [23] de dos categorías: aisladas o sueltas y unidas o asociadas entre sí, o que la palabra aislada tiene que ser de tres categorías: nombre, verbo y partícula; o que se clasifican en regulares e irregulares; o cosas semejantes a éstas. Pero, además, existen otros modos de ser de las palabras, propios y privativos de una sola lengua, como, por ejemplo, el que el sujeto agente de la proposición deba estar en nominativo, y el objeto paciente en acusativo; o que el nombre determinado ya por un genitivo posterior no admite el artículo determinativo. Todas estas propiedades de las palabras y otras muchas son privativas de la lengua de los árabes. Y lo mismo acaece con la lengua de otro pueblo, es decir, que posee propiedades privativas suyas. Ahora bien; es innegable que se encuentran en la gramática algunas cualidades de las palabras que son comunes a las lenguas de todos los pueblos; pero de esas cualidades comunes tratan los gramáticos únicamente en cuanto se encuentran y del modo que se encuentran en aquella determinada lengua para la que ha sido inventada aquella particular gramática v. gr.: los términos técnicos que los gramáticos árabes dan al nombre, verbo y partícula (nombre, acción y letra), o que los gramáticos griegos dan a las partes de la oración de la lengua griega: nombre, verbo y partícula. Esta división no es que se encuentre únicamente en el árabe o en el griego, sino en todas las lenguas; pero los gramáticos árabes la emplean en cuanto propia del árabe, y los gramáticos griegos en cuanto propia del griego.

Así, pues, la gramática, respecto de cada lengua, estudia tan sólo lo que es peculiar o exclusivo de la [24] lengua de aquel pueblo y lo que es común a ella y a otras, pero no en cuanto común, sino en cuanto propio de ella. Y ésta es la diferencia que existe entre la manera de estudiar las palabras los gramáticos y los lógicos; porque la gramática da los cánones que son peculiares a las palabras de un determinado pueblo y considera los fenómenos que son comunes a aquella lengua y a otras, no en cuanto comunes, sino en cuanto se observan en dicha lengua, para la cual aquella gramática ha sido redactada. En cambio, los cánones que la lógica da acerca de las palabras atañen solamente a los fenómenos que son comunes a las palabras de todos los pueblos y considerados en cuanto comunes, sin estudiar ni uno solo de los que son privativos de las palabras de un pueblo determinado; es más: para lo que necesita estudiar de estos fenómenos peculiares de cada lengua, la lógica se encomienda a la autoridad de los hombres peritos en la gramática respectiva.

Por lo que se refiere al título de lógica, es evidente que le ha sido impuesto atendiendo a la totalidad del fin que se propone. Deriva, en efecto, de logos [verbo], término que tenía para los filósofos antiguos tres sentidos: 1º El verbo exteriorizado por la voz, mediante el cual expresa la lengua lo que en la conciencia se guarda oculto. –2º El verbo guardado en el alma, es decir, las idea o inteligibles, significadas por las voces. –3º La facultad anímica puesta por Dios en el hombre, mediante la cual se le distingue, con diferencia última, de todos los demás animales; con ella adquiere el hombre los inteligibles, es decir, las ideas, los [25] conocimientos científicos, las artes; mediante ella se realiza la intuición intelectual; mediante ella se distingue la belleza y fealdad moral de las acciones. Esta facultad se encuentra en todos los hombres, hasta en los niños; pero en éstos es muy exigua, no llega todavía a realizar su función propia, lo mismo que le sucede a la facultad del pie del niño para andar, o como el fuego poco intenso, que no llega a producir la combustión del tronco de palmera. También existe esta facultad en los locos y en los ebrios; pero sólo como en el ojo del estrábico reside la facultad de ver. En el hombre, mientras duerme, también, pero está como en el ojo cerrado; en el que sufre un síncope, como en el ojo velado por una nube de vapor o cosa análoga.

Ahora bien; como que la lógica da reglas para el uso del verbo exterior y del verbo interior, y mediante estas reglas dirige y rectifica a la razón, que es facultad esencial del hombre, para que realice su función propia sobre el verbo exterior y el interior de la mejor manera posible, de la más acertada y más perfecta, por todo esto se le ha dado un nombre derivado de logos [verbo], tomando esta voz en sus tres acepciones. Muchos libros que solamente dan reglas para el uso del verbo exterior, es decir, libros de gramática, se llaman con este mismo nombre. Luego es evidente que con más razón merece este nombre la ciencia que enseña el recto uso del verbo en sus tres acepciones.

Las partes de la lógica son ocho. En efecto: las especies de silogismo y las especies de elocución que pueden emplearse para demostrar una opinión o cuestión [26] cualquiera, y las especies de las artes cuya función propia (cuando son perfectas) consiste en servirse del silogismo elocutivo, pueden reducirse, en suma, a cinco: apodícticas, polémicas, sofísticas, retóricas y poéticas.

Las elocuciones apodícticas son aquellas cuya función consiste en producir un conocimiento cierto acerca de la cuestión cuya resolución se busca; y esto, tanto si el hombre las emplea dentro de su propio espíritu para investigar él mismo dicha cuestión, como si se sirve de ellas para demostrársela a otro, como si otro las usa para demostrársela a él. En todos estos casos la función propia de tales elocuciones es dar por resultado un conocimiento cierto. El conocimiento es cierto, cuando lo conocido no cabe absolutamente que sea de otro modo; cuando no cabe en modo alguno y por ninguna causa que el hombre que lo posee se retracte de él, ni que él mismo conciba como posible tal retractación; cuando no cabe que le ocurran sospechas de error, ni le venga a las mientes sofisma alguno que le obligue a rechazar lo que ya conoce, ni dudas ni conjeturas.

Las elocuciones polémicas se emplean en dos casos: 1º, cuando uno arguye con afirmaciones de común sentir, de esas que todos los hombres admiten, tratando sólo de vencer al adversario sobre una tesis de cuya verdad éste responde, o defender contra él otra tesis con afirmaciones de aquel mismo género. Si el que arguye se propone vencer al defensor, pero con afirmaciones o medios que no sean de común sentir, y si el defensor intenta sostener su tesis o propugnarla, [27] pero con afirmaciones que no sean tampoco de común sentir, entonces la función de ambos no pertenece al método polémico; 2º, cuando el hombre se sirve de afirmaciones de común sentir como medios para sugerir sospechas vehementes de error en su propio ánimo o en el de otra persona, respecto de una opinión cuya verdad intenta comprobar, llegando hasta imaginar que es cierta, sin que en realidad lo sea.

Las elocuciones sofísticas son aquellas cuya función propia consiste en inducir a error al entendimiento, extraviarlo y confundirlo, a fin de que llegue a sospechar que es verdad lo que no lo es y recíprocamente; que es un eminente sabio el que no lo es en realidad; y que no es un filósofo verdadero y un sabio el que realmente lo es.

Este nombre, sofística, designa la habilidad técnica que da al hombre la facultad de engañar, de adulterar la verdad, de falsificarla, mediante la palabra, hasta el punto de hacer pensar a los demás una de estas cosas: o que él está en posesión de la ciencia, de la filosofía y de la perfección y que los otros son imperfectos, sin que realmente sea así; o que una tesis cualquiera es falsa siendo verdadera, y recíprocamente.

Es una palabra griega, compuesta de sofía, que es la sabiduría, y de isthV, que significa falsificado. Viene, pues, a significar: sabiduría falsificada. De modo que [28] todo el que posee la facultad de adulterar la verdad y de engañar mediante la palabra, acerca de cualquier asunto, se le designa con este nombre.

Han dicho algunos (pero no es como ellos suponen) que el nombre sofista era un nombre propio de una persona que existió en la Edad Antigua y que tenía por sistema negar la realidad de toda percepción sensible y de todo conocimiento racional; y que sus partidarios, los que seguían su doctrina y defendían su sistema, fueron llamados sofísticos, como también se aplicó ese mismo nombre a todo el que después sostuvo y defendió esa misma idea. Pero esta explicación es una mera sospecha, audaz y estúpida en extremo, porque ni en los siglos pasados existió hombre alguno, cuyo sistema consistiese en negar la realidad de las ciencias y de las percepciones sensibles y a quien se aplicase tal sobrenombre, ni los antiguos designaron así a hombre alguno determinado porque lo considerasen como secuaz de un maestro que se hubiese apellidado sofista. Antes al contrario, si a alguno lo llamaron así, fue únicamente porque la habilidad técnica que poseía, la manera especial de hablar que empleaba y la facultad que tenía, era la de engañar y confundir perfectamente a cualquier persona; como designaron con el nombre de polemista a uno, no porque le considerasen como secuaz de un maestro que se hubiese apellidado polemo, sino porque poseía la habilidad técnica y la manera especial de hablar, que consiste en el uso perfecto del arte de la discusión con cualquier persona. De igual manera, por consiguiente, es sofista el que posee esa virtud y ese arte; y sofística es el arte [29] mismo o habilidad técnica, y su acto u operación propia se llama también acto sofístico.

Las elocuciones retóricas sin aquellas cuya función propia consiste en conseguir persuadir al hombre acerca de cualquier opinión, haciendo que su espíritu se incline a confiar en la verdad de lo que se le dice y otorgar a ello su asentimiento, con intensidad mayor o menor; porque las adhesiones fundadas en la mera persuasión, si bien son inferiores en intensidad a la opinión muy probable, admiten entre sí varios grados, siendo unas más firmes que otras, según que lo sean las elocuciones que las producen, puesto que, indudablemente, ciertas elocuciones persuasivas son más eficaces, más elocuentes, más fidedignas que otras; lo mismo ocurre con los testimonios: cuantos más en número, tanto más elocuentes y eficaces son para persuadir y convencer de la verdad de una noticia y para obtener en asentimiento más firme respecto de la verdad de aquello que se dice. Mas, a pesar de esta variedad de grados en la intensidad de la persuasión, ninguna de las elocuciones retóricas puede llegar a producir el asenso propio de la opinión muy probable, próxima a la certeza. Y en esto se diferencia, bajo este respecto, la retórica de la polémica.

Las elocuciones poéticas son aquellas que se componen de elementos cuya función propia consiste en provocar en el espíritu la representación imaginativa de un modo de ser o cualidad de la cosa de que se habla, sea esta cualidad excelente o vil, como, por ejemplo, la belleza, la fealdad, la nobleza, la abyección u otras cualidades semejantes a éstas. Al escuchar las [30] elocuciones poéticas, nos ocurre, por efecto de esa sugestión imaginativa que en nuestros espíritus provocan, algo análogo a lo que nos pasa cuando miramos un objeto parecido a otro que nos repugna, porque inmediatamente que lo miramos, la imaginación nos lo representa como algo que nos disgusta, y nuestro espíritu se aparta y huye de él, aunque estemos bien ciertos de que el tal objeto no es en realidad tal como nos lo imaginamos. Así, pues, aunque sepamos que lo que nos sugieren las elocuciones poéticas respecto de un objeto no es tal como ellas nos lo sugieren, sin embargo obramos tal y como obraríamos si estuviésemos seguros de que es así, porque el hombre muchas veces obra en consecuencia de lo que imagina, más que siguiendo lo que opina o sabe; y muy a menudo resulta que lo que opina o sabe es contrario a lo que imagina, y en tales casos, obra conforme a lo que imagina y no según lo que opina o sabe. Esto mismo nos ocurre cuando miramos a las imágenes representativas de una cosa o a los objetos que se parecen a otro.

Las elocuciones poéticas se emplean únicamente cuando se dirige la palabra a un hombre a quien se le desea excitar a que haga una cosa determinada provocando en su espíritu una emoción o sentimiento e inclinándole así con arte a que la realice. Mas esto no puede ser sino en dos hipótesis: o cuando el hombre ese a quien se trata de inducir es un hombre falto de reflexión para dirigirse por ella, y, por tanto, tiene que ser excitado a obrar lo que se le propone por medio de la sugestión imaginativa, la cual hace para él las veces de la reflexión; o cuando se trata ya de un hombre [31] dotado de espíritu reflexivo, pero se quiere conseguir de él que realice algún acto que, si él lo examina reflexivamente, no es seguro que lo haga; y en este caso se le aborda de improviso con frases poéticas a fin de que la sugestión imaginativa preceda a su reflexión y se lance de este modo, por la precipitación, a realizar aquel acto, antes de que la reflexión acerca de sus consecuencias se le hagan retractarse de su propósito y se abstenga en absoluto de realizarlo o se decida a no apresurarse y a dejarlo para más adelante, en vista de la conveniencia de estudiarlo detenidamente. Por esta razón, las elocuciones poéticas son las únicas que se presentan hermoseadas, adornadas, llenas de énfasis y redundancias, pulidas con el esplendor y brillo que proporcionan los recursos de que trata la ciencia de la lógica.

Resulta, pues, que las especies de demostración, las artes demostrativas, las varias maneras de elocución que se emplean para probar una tesis en toda clase de materias, son cinco en suma: ciertas, probables, falaces, persuasivas e imaginativas.

Cada una de estas cinco artes tiene propiedades que le son privativas y propiedades que le son comunes con las demás.

Las elocuciones demostrativas, lo mismo si se las considera en cuanto grabadas en el alma como en cuanto exteriorizadas por la voz, se componen: en el primer caso, de varias ideas o inteligibles enlazadas y organizadas entre sí para demostrar la verdad de una cosa; y en el segundo caso, de varias palabras enlazadas igualmente y organizadas entre sí, las cuales [32] expresan aquellas ideas y equivalen a ellas, resultando, de esta correspondencia de las palabras a las ideas, que las palabras son como los auxiliares y ayudas de las ideas para producir en quien las oye la demostración de una verdad.

Las elocuciones fónicas que constan de menos elementos se componen de dos solas palabras; y las elocuciones mentales correspondientes a ellas se componen también de dos solas ideas o inteligibles. Estas elocuciones se llaman simples.

Las elocuciones demostrativas constan de elocuciones simples y son, por ello, elocuciones compuestas. De éstas, las que de menos elementos constan son las que se componen de solas dos elocuciones simples. El máximum de elementos que pueden tener es indefinible.

Toda elocución demostrativa consta, por consiguiente, de dos clases de elementos: elementos mayores, que son las elocuciones simples, y elementos menores, que son los elementos de los elementos, es decir, las ideas aisladas y las palabras que las expresan.

Infiérese de aquí que las partes de la lógica han de ser necesariamente ocho, cada una de las cuales se contiene en un libro especial.

Libro 1º, que contiene los cánones de las ideas aisladas y de las palabras que las expresan. Este libro es el titulado en árabe al-maqulat (Los predicamentos), y en griego Kathgaríai (Categorías).

Libro 2º, que contiene los cánones de las elocuciones simples, las cuales constan de dos solas ideas aisladas o de las dos palabras que las expresan. Este [33] libro se titula en árabe al-ibara (La interpretación), y en griego Perì 9ermhneíaV (Sobre la interpretación).

Libro 3º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de las especies de demostración comunes a las cinco artes demostrativas. Este libro se titula en árabe al-qiyas (El silogismo,) y en griego Analutiká (Analítica) primera.

Libro 4º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de las elocuciones apodícticas y aquellos por los que se rige la sistematización de los problemas de la filosofía para que sus investigaciones tengan el éxito más perfecto, más excelente y más completo. Este libro se titula en árabe Kitab al-burhan (Libro de la demostración apodíctica), y en griego Analutiká (Analítica) segunda.

Libro 5º, que contiene los cánones, mediante los cuales se aquilata el valor de las elocuciones polémicas, el método de la objeción y de la respuesta dialécticas y, en suma, los cánones por los que se rige la sistematización del arte de la controversia para que sus operaciones todas resulten lo más perfectas, excelentes y eficaces que sea posible. Este libro se titula en árabe Kitab al-mawadi i al-yadabiyya (Libro de los lugares dialécticos), y en griego Topiká (Lugares o Tópicos).

Libro 6º, que contiene primeramente los cánones para el uso de los medios, cuya función propia es extraviar al entendimiento del camino de la verdad, engañarlo y dejarlo perplejo. En él se enumeran todos los recursos de que se sirve el que se propone alterar la verdad y falsificarla sutilmente en los conocimientos y en las elocuciones. Después enumera además los [34] necesarios para encontrar esas elocuciones sofísticas de que se sirve el falsario y el farsante; explica cómo se resuelve y qué es lo que debe recusarse y cómo ha de preservarse el hombre de caer en un sofisma en sus investigaciones o de inducir a error a los demás. Este libro se llama en griego Sofistiká (Sofística), que quiere decir la sabiduría falsificada.

Libro 7º, que contiene los cánones, mediante los cuales se examina y aquilata el valor de las elocuciones retóricas, de las varias especies del discurso oratorio, de las maneras de hablar empleadas por los literatos y oradores, a fin de averiguar si se acomodan o no al método propio de la retórica. En dichos cánones se enumeran todos los elementos que contribuyen a integrar el organismo del arte de la retórica, dando a conocer la manera artificiosa de componer en cada materia las elocuciones de este arte y los recursos por los cuales haya de resultar lo más excelente y perfecto que sea posible, y sus operaciones lo más eficaces y elocuentes que quepa. Este libro se llama en griego Rhtorikh2, que es (en árabe) al-jitaba (La Retórica).

Libro 8º, que contiene los cánones, mediante los cuales se someten a examen las poesías y las elocuciones poéticas artificiales en general, y aquellas que particularmente se componen para cada género poético según las materias. En esos cánones se enumeran todos los elementos que integran el organismo del arte de la poesía, cuántas son sus partes, cuántas clases hay de poesías y de elocuciones poéticas, cuál es la manera artificiosa para componer cada una de ellas, con qué recursos se puede contar para su composición, [35] cómo se consigue que la poesía sea un todo orgánico, y que resulte dotada de la mayor belleza, énfasis, brillo y gusto posibles y, en fin, qué cualidades debe reunir para que su elocuencia produzca el efecto máximo. Este libro se llama en griego Poieutikh1 (Poética), que es (en árabe) Kitab al-si ar (Libro de la poesía).

Estas son las partes de la lógica y el sumario de todas las materias que cada una de sus partes contiene.

De todas ellas, la 4ª parte es la primera y principal, por razón de su nobleza y primacía.

El único fin que la lógica se propone realizar, intentione prima, es el objeto de esa 4º parte; todas las otras partes han sido hechas tan sólo por razón de la 4º, pues las tres que la preceden en el orden de la enseñanza son preliminares, introducciones, camino para llegar a ella; y las cuatro restantes que la siguen obedecen a dos causas: es la primera, que en cada una de esas partes hay reglas que sirven de ayuda y auxilio, algo así como de instrumentos para la para la parte 4ª, a la cual coadyuvan unas más y otras menos; es la segunda causa el estar en guardia para evitar confusiones; porque si esas artes demostrativas no se distinguen bien entre sí, con distinción in actu unas de otras, hasta el punto de que se conozcan los cánones de cada una de ellas separadamente, distinguiéndolos de los cánones de las otras, no podrá estar seguro el hombre, cuando busque la verdad cierta, de no servirse de argumentos dialécticos, sin saber que lo son, y apartarse así de la certeza para dar en meras opiniones probables; o de emplear, sin darse cuenta, pruebas retóricas que sólo le conducirán a la persuasión; o de [36] echar mano, sin pensarlo, de razonamientos sofísticos, los cuales, o le harán sospechar que es verdad real lo que no lo es y que debe darle crédito como a tal, o le dejarán en el estado de la duda negativa; o bien se servirá, sin advertirlo, de elocuciones poéticas, y así formulará sus juicios, apoyándose sobre meras representaciones imaginativas. De modo que, en todos y cada uno de estos casos, el hombre se obstinará en creer que camina por el sendero que conduce a la verdad y que ha encontrado lo que busca, sin que realmente sea así. De la misma manera, el que conoce los alimentos y los medicamentos, si no los sabe distinguir, in actu, de los venenos, mediante sus signos característicos que le permitan formar un juicio cierto, no podrá estar seguro de que no se los propine a sí propio, creyendo que son un alimento o una medicina, sin darse cuenta, y así perezca miserablemente.

El objeto que estas cuatro últimas partes se proponen, intentione secunda, es el de suministrar a los técnicos de cada una de las cuatro artes todos los medios para el recto uso del arte respectivo, a fin de que sepa el hombre, cuando quiere llegar a ser hábil polemista, cuántas cosas necesita aprender y de qué medios ha de servirse para aquilatar, en su propio espíritu o en el de los demás, el valor de sus elocuciones y saber si con ellas marcha o no por el camino de la dialéctica. Igualmente, si quiere llegar a ser orador elocuente, sabrá cuántas son las cosas que necesita aprender, y por qué medios deberá examinar en sí o en los otros el carácter de sus elocuciones para ver si se sujetan al método retórico o a otro método. Así también sabrá, si quiere [37] ser excelente poeta, cuántas cosas ha de aprender necesariamente para ello, y qué cosas le servirán para examinar en sí o en los demás poetas si sus elocuciones siguen el método poético o se apartan de él para confundirse con otro método. De la misma manera sabrá, si quiere poseer la facultad de engañar a los demás y de que a él no lo engañen, cuántas cosas necesita aprender para ello, y de qué recursos podrá servirse para criticar el valor de toda frase y de toda idea, a fin de averiguar si en ellas se engaña él mismo o se engañan los otros, y en qué punto estriba el error.

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