Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ I
Fuerza y materia

«La fuerza no es un Dios que da impulso; no es un ser separado de la substancia material de las cosas. Es la propiedad inseparable de la materia, que va unida a ella toda la eternidad. La idea de una fuerza que no estuviese unida a la materia, que vagase libremente por encima de ella, sería absurda. El ázoe o nitrógeno, el carbono, el hidrógeno y el oxígeno, el azufre y el fósforo tienen propiedades que les son inherentes de toda eternidad.» (Moleschott.)

Penetrando en el fondo de las cosas, se reconoce muy pronto que no hay en ellas fuerza ni materia. Estas no son más que abstracciones de las cosas, tales como en realidad existen; abstracciones tomadas desde distintos puntos de vista. Complétanse y se suponen recíprocamente. Separadas, no tienen realidad alguna, &c. La materia no es un vehículo al que se enganchan o desenganchan las fuerzas, a guisa de caballos. Un átomo de hierro es y sigue siendo lo mismo, ya sea que recorra el universo en un aerolito, ya que resuene en la vía [10] férrea, o ya que vibre, como glóbulo sanguíneo, en las sienes de un poeta. Estas propiedades son de toda eternidad inalienables, intransmisibles.» (Dubois-Reymond.)

«Ninguna fuerza puede nacer de la nada.» (Liebig.)

«Nada en el mundo nos autoriza a suponer la existencia de las fuerzas en sí y por sí mismas, sin cuerpo de que emanen y sobre el cual obren.» (Cotta.)

Con estas palabras de naturalistas tan distinguidos comenzamos un capítulo que debe recordarnos una de las verdades más sencillas e importantes en sus resultados, pero al propio tiempo, y quizás por esta misma razón, una de las menos conocidas. ¡No hay fuerza sin materia; no hay materia sin fuerza! Imposible concebir la una sin la otra; si se las considera separadamente a ambas, no son más que abstracciones vacías de sentido. Imaginemos los átomos, o sea las porciones más pequeñas en que puede concebirse dividido un cuerpo; imaginémoslos destituidos de materia, de fuerza, sin esa relación de atracción y repulsión mutuas que los contiene y da a los cuerpos la forma y el aspecto que presentan; supongamos destruidas las fuerzas de cohesión y afinidad: en tal caso, ¿cuáles serían las consecuencias que de esto habrían de deducirse? La materia quedaría reducida inmediata y forzosamente a la nada informe. No conocemos en el mundo físico ejemplo de un átomo que no esté dotado de fuerzas por medio de las cuales desempeña el oficio que le corresponde bajo distintas formas, ya combinando con partículas homogéneas, ya con heterogéneas. Tampoco podemos concebir mentalmente una clase de materia sin fuerzas. Si consideramos una materia [11] primitiva, cualquiera que sea, preciso será que haya entre sus moléculas un sistema de atracción y repulsión, sin el cual quedarían anuladas y desaparecerían en el espacio. «Un ser destituido de propiedades, es un absurdo que la razón rechaza y que la experiencia busca inútilmente en la Naturaleza.» (Drossbach.) La noción de una fuerza sin materia es igualmente absurda e infundada. Si es ley general que no pueden manifestarse las fuerzas sino en la materia, la fuerza no podrá ser otra cosa que una propiedad inherente a esa materia. De aquí, según dice y sostiene con razón Mulder, que no sea posible comunicar o dar fuerzas, sino tan sólo despertarlas o desarrollarlas.

El magnetismo no puede ser transmitido, sino únicamente excitado, activado, modificando de agregación de su medio. Las fuerzas magnéticas son inherentes a las moléculas de hierro, y en una barra imantada, por ejemplo, se hallan, principalmente en el punto donde menos se las percibe, o donde no se las percibe de todo punto, esto es, en el medio. Imagínese una electricidad, un magnetismo, sin el hierro o sin los cuerpos en que hemos notado las manifestaciones de estas fuerzas, sin las partículas cuyas mutuas relaciones y disposición molecular son precisamente causas de tales fenómenos, y tendremos una noción informe, una abstracción vacía de sentido, a la que habremos dado un nombre especial para poder entendernos de algún modo. Si no hubieran existido jamás partículas susceptibles de ser electrizadas, tampoco habría existido nunca la electricidad, y no hubiésemos podido llegar sólo con la abstracción a adquirir de ella el menor conocimiento, ni a tener la idea más insignificante. Más diremos: jamás hubieran existido sin aquellas partículas los cuerpos llamados imponderables, [12] como son el calor, la luz, la electricidad, el magnetismo, &c., los cuales no son ni más ni menos que modificaciones del estado de agregación de la materia; modificaciones que se comunican de un cuerpo a otro por una especie de contagio. El calor es la dilatación de los átomos, y el frío su contracción. La luz y el sonido son cuerpos vibrantes ondulatorios. «La experiencia nos enseña –dice Czolbe en su libro Nueva exposición del sensualismo– que los fenómenos eléctricos y magnéticos se producen, como la luz y el calor, por las mutuas relaciones de los cuerpos, de las moléculas y de los átomos.»

Los sabios se fundan en estos motivos que antes mencionamos para definir la fuerza, diciendo que es sólo una mera propiedad de la materia. Tan imposible es que exista una fuerza sin materia, como que haya visión sin aparato visual y pensamiento sin órgano que piense. «Jamás se le ha ocurrido a nadie –dice Vogt– sostener que existe una facultad secretoria independientemente de las glándulas y una facultad contractiva independientemente de las fibras musculares.» Nada nos ha podido indicar mejor la existencia de una fuerza cualquiera que las modificaciones que observamos en la materia por medio de nuestros sentidos. A estas modificaciones clasificadas con arreglo a sus relaciones y bajo nombres determinados, llamamos fuerzas. No existe otro medio que pueda dárnoslas a conocer.

¿Cuál es la consecuencia general y filosófica que se deduce de esta noción natural y sencilla? Que los que hablan de una fuerza creadora que formó el mundo de sí misma o de la nada, ignoran el primero y más elemental principio del estudio de la Naturaleza, basado en la filosofía y en el [13] empirismo. ¿Cómo habría podido existir una fuerza que no se hubiera manifestado en la materia misma, y que la gobernara arbitrariamente y por consideraciones individuales? Con mayor razón todavía no se comprende que esas fuerzas pudieran, dada su existencia independiente, penetrar en la materia informe y sin leyes, para producir el mundo, pues ya hemos visto que es imposible que estas dos cosas existan separadas una de otra. En el capítulo que trata de la inmortalidad de la materia demostraremos que el mundo no ha podido ser creado de la nada. La nada es una quimera que rechazan la lógica y los hechos. El mundo, o la materia con sus propiedades, a las que damos el nombre de fuerzas, ha debido existir y existirá eternamente. En una palabra, el mundo no ha podido ser creado. En el curso de nuestras investigaciones haremos observar más de una vez que la noción de una fuerza creadora individual es imposible. ¿Cuál es el hombre instruido, cuál el que posee ciertos conocimientos, aunque sean superficiales, de los resultados que las ciencias naturales ofrecen, que pueda dudar de que el mundo no está gobernado por nadie, y que los movimientos de la materia están sujetos a una necesidad absoluta e inherente a la materia misma? No es menos evidente que una fuerza (para servirnos una vez siquiera de esta palabra en abstracto) no puede ser tal fuerza, ni existir, sino en tanto que está en actividad. Imagínese, pues, una fuerza creadora, una potencia absoluta, un alma primitiva, una X incógnita (importa poco el nombre con que se la designe), como causa primera del mundo, y será preciso también, aplicándole la noción del tiempo, decir que no ha podido existir antes ni después de la creación. No podía existir antes de la creación, [14] puesto que la idea de semejante fuerza ere incompatible con la de la nada o la inacción. Tampoco podía existir una fuerza creadora sin crear. De otro modo, sería preciso imaginarse que permaneció inactiva durante algún tiempo, en una inercia y un reposo completos, teniendo ante sí a la materia informe e inmóvil, concepto que hemos demostrado ya ser un absurdo.

La idea de una fuerza creadora reposando en la inacción sería una abstracción tan falta de sentido, tan absurda como la de una fuerza sin materia. No podría tampoco existir después de la creación, porque la inacción y el reposo son incompatibles con la idea de semejante fuerza y encierran al propio tiempo su negación.

El movimiento de la materia no sigue otras leyes que las que le ponen en actividad, y los fenómenos de las cosas nos son más que productos de combinaciones diversas, variadas, fortuitas o necesarias de los movimientos materiales. Nunca, ni en los espacios más lejanos que nos ha hecho conocer el telescopio, ha podido observarse un solo hecho que constituya una excepción de esta regla y que pudiese hacer admitir la necesidad de una fuerza absoluta, obrando fuera de las cosas. Una fuerza que no se manifieste de algún modo, no puede existir, o, por lo menos, nuestra inteligencia no puede tener de ella conocimiento. Admitir esta fuerza en un reposo eterno, gozando de su propia satisfacción o sumida en la contemplación de sí misma, sería hacer un supuesto ficticio, arbitrario, sin base empírica alguna.

Sólo resta una tercera hipótesis tan singular como inconcebible: la de que la fuerza creadora hubiese surgido repentinamente de la nada, que hubiese creado el mundo (¿de qué?), y después de [15] la creación se hubiera replegado en sí mismo, dándose, por decirlo así, al mundo y disolviéndose en el universo. En todas las épocas han tratado los filósofos y sabios con predilección esta idea, en su última parte sobre todo, creyendo poder reconciliar así el hecho demasiado incontestable de un orden establecido para siempre, inmutable de un orden establecido para siempre, inmutable en el universo, con la creencia de un principio individual y creador. Todas las creencias religiosas se apoyan más o menos en esta idea, no difiriendo sino en que admiten el alma del mundo, reposando efectivamente después de la creación, pero considerándola como un individuo que puede suspender sus leyes. Semejantes ideas no pueden ya preocuparnos mucho tiempo, puesto que no son lógicas y atribuyen a concepciones abstractas las imperfecciones y las cualidades humanas. Esto equivale a poner la fe en lugar de la ciencia. Sería lo mismo que echar agua en los mares querer demostrar la imposibilidad e inutilidad de esta última idea en sus relaciones filosóficas. La idea del tiempo finito, aplicada a la fuerza creadora, es un absurdo: su origen de la nada implica otro absurdo mayor. «Ninguna fuerza puede surgir de la nada.» (Liebig.) «La nada absoluta es inconcebible.» (Czolbe.)

Si la fuerza creadora no puede existir antes ni después del origen de las cosas; si no es posible concebir que sólo haya tenido una existencia momentánea; si la materia es inmortal; si no hay materia sin fuerza, ni fuerza sin materia, no puede caber duda alguna de que el mundo no ha sido creado, es eterno. ¡Lo que no puede separarse, no ha podido existir separado jamás! ¡Lo que no puede anonadarse, tampoco ha podido ser creado! «La materia no puede ser creada, así como tampoco puede ser anonadada.» (Vogt.) [16]

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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