Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ II
Inmortalidad de la materia

Muerto y convertido en barro el poderoso César,
podría tapar una grieta, para desalojar de ella el viento.
¡Pensar que el mortal que hace temblar al mundo
pueda rellenar el hueco de un muro y rechazar los rigores del invierno!

Con estas profundas palabras proclamó hace 300 años el gran Shakespeare en su Hamlet una verdad que, a pesar de su sencillez, parece no estar aún admitida generalmente por los naturalistas.

La materia es inmortal, indestructible, y ninguna partícula de polvo, por pequeña que sea, puede perderse ni confundirse en el universo. Tampoco nuestro entendimiento podría en abstracto separar ni añadir el menor átomo sin concebir, al propio tiempo, que el mundo se convirtiera en un caos, ya que se alterarían las leyes de la gravitación y quedaría destruido el equilibrio necesario e invariable de la materia. Debemos a la química contemporánea este gran resultado, porque nos ha mostrado con toda evidencia que la metafísica continua de los seres que estamos viendo a todas horas, el nacimiento y la muerte de las formas y formaciones orgánicas e inorgánicas, no son producto de una materia que no existiera con antelación, como se creía en algún tiempo, sino que este cambio no es más que la continua [17] metamorfosis de las mismas materias primitivas cuya masa y calidad son siempre invariables.

Por medio de la balanza se ha hecho el estudio de las modificaciones numerosas y complicadas que experimenta la materia, y se la ha visto surgir constantemente de una combinación cualquiera en la misma cantidad en que había entrado. Los cálculos fundados desde entonces en esta ley han sido exactos en todas partes. Si se quema un pedazo de madera, parece al principio que las partes de que se componía han quedado consumidas por el fuego y por el humo. La balanza del químico prueba, por el contrario, que no solamente no ha perdido un átomo de su peso el pedazo de madera, sino que ha aumentado, y demuestra que los productos, recogidos y pesados, no sólo contienen exactamente todas las materias que constituían la madera, sino además algunas otras tomadas del aire en virtud de la combustión. En una palabra, la madera no ha perdido nada de su peso por la combustión; antes bien, ha aumentado.

«El carbono que formaba parte de la madera –dice Vogt– es imperecedero, es eterno y tan indestructible como el hidrógeno y el oxígeno con quienes ha estado en combinación en la madera. Esta combinación y la forma que afectaba son perecederas; la materia, por el contrario, jamás queda destruida.»

«El carbono que se encuentra en el carbonato de cal cristalizado, en la fibra leñosa o en los músculos, puede muy bien afectar otras formas después de la destrucción de estos cuerpos; pero los elementos jamás sufrirán alteración ni quedarán anonadados.» Así habla Czolbe.

En cada movimiento respiratorio arrojamos una parte de los alimentos sólidos y líquidos que [18] hemos tomado, y tanto con tanta rapidez nos metamorfoseamos, que podemos sostener que somos materialmente otros seres en todo y por todo distintos en el espacio de cuatro semanas. Los átomos cambian de lugar, y sólo la manera de combinarse entre sí continúa siendo la misma. Pero los átomos, lo repetimos, permanecen invariables, indestructibles, hoy en una combinación, mañana en otra. Constituyen, por la manera como se agrupan, las varias e innumerables formaciones con que la materia se nos presenta por medio de una eterna y no interrumpida serie de cambios. En estas metamorfosis permanece el número de los átomos de un elemento simple e invariablemente igual, y no puede formarse de nuevo molécula alguna, ni las que existan pueden desaparecer. Numerosísimos serían los ejemplos que podríamos citar en apoyo de estos datos. Baste notar que las transformaciones y metamorfosis operadas por la materia en el universo, y que el hombre ha reconocido con la balanza y el compás en la mano, ascienden a muchos millones y no tienen en realidad límites. La muerte y el nacimiento, la destrucción y la renovación, se dan la mano constantemente en una eterna cadena. El pan que comemos, el aire que respiramos, nos prestan la misma substancia que formaba parte del cuerpo de nuestros antecesores hace millares de años. Nosotros prestamos constantemente el mundo exterior una parte de nuestra substancia, para volverla a tomar quizás poco tiempo después; y si no es la misma, la de otros seres que viven con nosotros.

Este movimiento alternativo, eterno, irresistible de las más insignificantes moléculas, han recibido de los sabios el nombre de metamorfosis de la materia, y la imaginación del poeta inglés ha [19] seguido a la substancia que formó el cuerpo del gran César hasta el instante mismo en que sirve para rellenar la grieta de algún muro.

Es casi inconcebible que haya todavía naturalistas y médicos que desconozcan o no comprendan un hecho tan sencillo y con tanta evidencia demostrado por la química. Esto prueba cuán poco generalizados están en el pueblo los grandes descubrimientos de las ciencias naturales. Así se comprende que Schubert hable de creación espontánea del agua al agruparse de repente las nubes; que Robbelen considere al organismo animal engendrado por el nitrógeno, y el célebre Ehrenberg parezca dudar que los organismos creen nuevamente substancias de que están formados o que sólo las transformen de una manera orgánica.

¿Cómo desconocer que de la nada no puede hacerse nada? La substancia debe existir con antelación bajo otra forma o en otra combinación cualquiera para poder formar una organización o participar de ella. Un átomo de oxígeno, nitrógeno o hierro es, y sigue siendo en todo y por todo, sean cualquiera los cuerpos en que se encuentren, una sola y misma cosa, dotada de las mismas cualidades inherentes, y jamás puede convertirse en otra substancia distinta. Hállese donde se halle, constantemente representará el mismo ser. Y aunque la combinación sea de las más heterogéneas, al descomponerse volverá a aparecer el mismo átomo exactamente como cuando entró a formar la anterior substancia. Los átomos no pueden jamás ser creados de nuevo ni dejar de existir; no pueden sino cambiar de combinación. A esta causa es debida la inmortalidad de la materia, y por igual razón hemos demostrado en el capítulo precedente la imposibilidad de un mundo creado. ¿Cómo es [20] posible crear lo que no puede anonadarse? La materia ha existido, existe y existirá. «La materia es eterna, y sólo cambia de forma.» (Rossmassler.)

Las expresiones, cuerpo mortal y alma inmortal, han llegado a ser faltas de sentido y molestas. Una reflexión más exacta invertiría estos adjetivos y los haría más verdaderos. El cuerpo, en su forma individual, es mortal indudablemente, pero no así en sus elementos. No sólo cambia con la muerte, sino también en vida, y constantemente, según acabamos de demostrar. Es inmortal, sin embargo, en un sentido más elevado, puesto que no puede anonadarse ninguna partícula de las que le constituyen. Vemos, por el contrario, desaparecer eso que llamamos alma, al destruirse la composición material e individual. El espíritu, exento de preocupaciones, sólo ve en este fenómeno de la muerte la interrupción de un efecto producido por la concurrencia de muchas moléculas dotadas de fuerza, efecto que debe naturalmente cesar con la causa que le produce. «Si no quedamos anonadados por la muerte –dice Fechner– el modo como se verifica nuestra actual existencia queda por lo menos sujeto a esa misma muerte, no puede librarse de ella. Realmente nos convertimos en el polvo de que hemos sido formados; pero en tanto que nosotros cambiamos, la tierra permanece inmutable y se desarrolla incesantemente. Es un ser inmortal, y los astros lo son lo mismo que ella.»

La inmortalidad de la materia es hoy un hecho definitivamente establecido por la ciencia. Es interesante y curioso ver cómo algunos filósofos de otros tiempos han reconocido también esta importante verdad en sus consecuencias, aunque la ciencia no habrá demostrado aún esta verdad, por cuya razón no tenían de ello más que ideas vagas [21] y presentimientos. La prueba sólo podía verificarse después por medio de nuestras balanzas y nuestras retortas.

Sebastián Frank, sabio alemán que vivió por los años de 1528, dice: «La materia existía al principio en Dios, y por eso es eterna e infinita. La tierra, el polvo y todas las cosas creadas mueren; pero no es posible afirmar que muera aquello de que han sido creadas. La substancia es eterna: conviértense en polvo los seres, pero nacen otros de sus restos. La tierra es, como dice Plinio, una especie de fénix, y lo será eternamente, de cuyas cenizas renacerá; siendo, por consiguiente, el mismo que antes existía».

Los filósofos italianos de la Edad Media emitían esta misma opinión, con más claridad todavía. Bernardo Telesio (1588) dice: «La substancia corporal es la misma en todas las cosas y permanece eternamente siendo la misma; la obscura materia inerte no puede aumentar ni disminuir.»

Giordano Bruno, reformador quemado en Roma el año de 1600, dice: «Lo que se siembra se convierte en hierbas, después en frutos, después en pan, jugos nutritivos, sangre, esperma, embrión, hombre y cadáver; después en tierra, piedra u otro cuerpo sólido, y así sucesivamente. Por estos hechos reconocemos algo que se transforma en todos estos seres y que sigue siempre siendo lo mismo. De este modo, nada parece constante, eterno y digno de que se le dé el nombre de principio, más que la materia. La materia, en el sentido absoluto, contiene en sí todas las formas y dimensiones; pero no toma de otro ser cualquiera la infinidad de formas con que aparece, ni exclusivamente, por decirlo así, del exterior; ella las hace surgir de sí misma y las engendra en su seno. Cuando decimos [22] que muere algo, debemos entender que no se verifica más que un cambio de existencia, una descomposición de esta combinación, que es, al propio tiempo, el principio de otra existencia.»

En época más remota no se ignora tampoco la esencia de esa verdad que parece destinada a ser la piedra fundamental de toda filosofía exacta. Empédocles, filósofo griego que vivió cuatrocientos años antes de Cristo, dice: «Los que imaginen que nace alguna cosa que no haya existido antes, o que algo muere o perece completamente, son niños o gentes de escasa inteligencia.»

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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