Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ XIX
Fuerza vital

De todas las ideas místicas que han fascinado a los filósofos de la Naturaleza (nacidas en una época en que las ciencias naturales estaban todavía en [209] mantillas), no hay ninguna que tanto haya perjudicado a los progresos científicos como la que conocemos con el nombre de fuerza vital. La ciencia moderna, basada en el empirismo, la ha relegado al número de las ficciones. Se pretendía que esta fuerza orgánica era la contraria de las fuerzas inorgánicas, como son gravedad, afinidad, luz, electricidad y magnetismo, y que constituía respecto a los seres vivos leyes excepcionales en la Naturaleza, mediante las cuales podían esos seres sustraerse al influjo y acción de las leyes generales de la Naturaleza, regirse por sí mismos, y formar, por decirlo así, un estado dentro de otro estado. Si prevaleciese semejante principio, destruiría nuestra tesis de la universalidad de las leyes físicas y la inmutabilidad del orden mecánico del mundo. Nos veríamos precisados a conceder que un poder supremo interviene en el curso de la Naturaleza, y crea leyes excepcionales que no están sujetas a ningún cálculo. Sería abrir una brecha en el plan del universo; tendría la ciencia que desesperar de sí misma, y, como hace notar Ule con razón, habría que renunciar al estudio de toda ciencia natural y psicológica. Felizmente, la ciencia, lejos de ceder en esta cuestión a los insensatos ataques de los partidarios de la dinámica, los ha vencido siempre, y ha reunido un número de hechos tan evidentes, que la fuerza vital no es más que una sombra sin cuerpo en las ciencias exactas, y sólo existe en el cerebro de los que no están a la altura de la ciencia. Cuantos hacen un estudio especial de algún ramo de las ciencias naturales que tenga relación con el mundo orgánico, rechazan unánimemente la fuerza vital. Tan desacreditado se halla este nombre que se evita el usarlo. Nadie puede ya creer que la vida esté sujeta a leyes excepcionales, ni que se [210] sustraiga al influjo de las fuerzas orgánicas. Créese, por el contrario, que no es más que el producto de la acción común de esas mismas fuerzas. En primer lugar, la química ha podido patentizar que los elementos de la materia del mundo orgánico e inorgánico son en todo y por todo idénticos; que por consiguiente ambos mundos están formados de los mismos principios, y la vida, en sus elementos, no puede ofrecer ningún átomo material que no se halle también en el mundo inorgánico y no manifieste su acción en el círculo de la metamorfosis de la materia. Asimismo ha descompuesto la química los cuerpos orgánicos o las composiciones de las substancias de estos cuerpos en sus elementos, extrayendo cada uno de estos últimos en particular, como lo había hecho en los cuerpos inorgánicos. Este humor primitivo, según se le llamaba, y del que se hacían nacer todos los seres, no es más que un contrasentido químico. Sólo este hecho bastaba para desterrar de la ciencia toda idea de una fuerza vital. Sabemos que las fuerzas no son nada más que las propiedades o movimientos de la materia o que cada partícula o átomo de un cuerpo simple posee las mismas fuerzas o idénticas cualidades invariable e inseparablemente. Por eso un átomo semejante, dondequiera que se encuentre, cualquiera que sea la combinación en que entre y el papel que haga, ya resida en la naturaleza orgánica, ya en la inorgánica, sólo puede producirse siempre y en todas circunstancias de igual modo, desarrollar las mismas fuerzas y producir idénticos efectos. Las propiedades de los átomos son indestructibles, según se dice científicamente. Ahora bien; como muestra la experiencia diaria que todos los organismos están formados de los mismos átomos que los cuerpos inorgánicos, y sólo difieren en la [211] manera de agruparse, no puede haber fuerzas orgánicas específicas, ni, por consiguiente, fuerza vital alguna. «Toda la vida orgánica –dice con razón Mulder– se explica por la acción de las fuerzas moleculares. Está averiguado que no se puede importar nada en la Naturaleza, pues todo debe encontrarse en ella.» Mulder compara con razón el admitir la fuerza vital a una batalla dada por millares de combatientes, en la que no hubiera más que una fuerza vital puesta en actividad que disparara los cañones, agitara los sables, &c. El conjunto de este efecto no es, sin embargo, resultado de una sola fuerza, de la «fuerza de una batalla», sino la suma de las fuerzas y combinaciones numerosas que obran en un acontecimiento semejante.

La fuerza vital no es, pues, un principio, sino un resultado. Una combinación de substancias orgánicas, al asimilarse las substancias inorgánicas que están próximas a ella, y al transformarlas al mismo estado en que se encuentran estas substancias orgánicas, no verifica esta metamorfosis mediante una fuerza particular, sino por una especie de contagio, por el cual transmite las relaciones moleculares de sus propios átomos a estas substancias, del mismo modo que vemos pasar en el mundo inorgánico fuerzas de unas substancias a otras. Así es como podemos explicar sin trabajo el nacimiento de todo el mundo orgánico sin auxilio de la fuerza vital.

Hemos demostrado en el capítulo que trata de la generación primitiva cómo ha podido o debido verificarse este principio. Si hay que reconocer, pues, según los principios generales de la filosofía natural, que no existen leyes excepcionales para el mundo orgánico, será aún más clara y patente esta verdad en los casos particulares o en las [212] relaciones concretas. La química y la física nos suministran las pruebas más evidentes de que las fuerzas conocidas de las substancias inorgánicas ejercen su acción en la naturaleza viva de igual modo que en la naturaleza muerta. Estas ciencias han estudiado y demostrado la acción de tales fuerzas en los organismos de las plantas y de los animales, a veces hasta en las más sutiles combinaciones. Está en la actualidad demostrado que la fisiología o ciencia de la vida no pude existir sin la química y la física, y que ningún procedimiento fisiológico tiene lugar sin las fuerzas químicas y físicas. «La química –dice Mialhe– tiene, sin duda, parte en la creación, en el crecimiento y en la existencia de todos los seres vivos, sea como causa, sea como efecto. Las funciones de la respiración, digestión, asimilación y secreción sólo se verifican por la vía química, y esta ciencia es la única que puede descubrirnos los secretos de tan importantes funciones orgánicas.» El oxígeno, el hidrógeno, el carbono y el ázoe entran, bajo distintas condiciones, en las combinaciones de los cuerpos, y se unen, se separan y obran con arreglo a las mismas leyes que cuando se hallaban fuera de estas últimas. Los cuerpos compuestos pueden presentar iguales caracteres. El agua, que debe ser considerada como el primero de éstos, y en cuanto a su cantidad como la substancia más voluminosa de todos los seres orgánicos, y sin la que no hay vida animal ni vegetal, penetra, ablanda, disuelve, corre y cae, según las leyes de la gravedad. Se evapora, se precipita y se forma dentro del organismo, exactamente lo mismo que fuera. Las substancias inorgánicas y las sales calcáreas que encierra el agua en estado de composición, las deposita en los huesos de los animales o en los vasos de las plantas, [213] donde estas substancias afectan idéntica solidez que en la naturaleza inorgánica. El oxígeno del aire, que entra en los pulmones y se pone en contacto con la sangre negra y venosa, le comunica el mismo color rojo que adquiere ésta si se le agita en un vaso al contacto del aire. El carbono que se encuentra en la sangre sufre en este contacto las mismas modificaciones por medio de la combustión que en cualquiera otra parte. Se puede, con razón, comparar el estómago a una retorta, en la que se descomponen, se combinan, &c., las substancias puestas en contacto, con arreglo a las leyes generales de la química. Un veneno puede neutralizarse dentro del estómago, como si este procedimiento se verificara en el exterior. Una substancia morbosa que se haya fijado en dicho órgano, es neutralizada y destruida por los remedios químicos, como si este procedimiento tuviera lugar en un vaso cualquiera y no en el interior del órgano. Los cambios químicos que sufren los alimentos mediante su permanencia en el estómago y en los intestinos, han sido observados en nuestra época hasta en sus menores detalles, y se ha descubierto su asimilación en los vasos y substancias corpóreas. Igualmente se ha observado que las substancias simples de los alimentos salían del cuerpo por diferentes vías, exactamente en igual cantidad en que habían entrado, sin haber sufrido alteración unos ni otros en formas y composiciones. Ningún átomo se pierde en esta operación ni se cambia en otro. La digestión es un acto meramente de química. La acción de los medicamentos no es otra cosa tampoco, a menos que no se opongan a ello distintas fuerzas. Todas las medicinas que son insolubles en las partes fluidas del organismo, e inaccesibles por consiguiente a la acción química, [214] deben ser considerados como enteramente ineficaces.

Podríamos citar un sinnúmero de hechos análogos. «Estas observaciones –dice Mialhe– nos enseñan que todas las funciones orgánicas se verifican por medio de procedimientos químicos, y que un ser vivo puede compararse a un laboratorio químico, en el cual se verifican los actos que constituyen la vida en su conjunto.» No son menos claros los procedimientos mecánicos determinados por las leyes físicas del organismo viviente. La circulación de la sangre se verifica por medio de un mecanismo tan perfecto como es posible imaginar, y el aparato que la produce se asemeja en un todo a las obras mecánicas ejecutadas por la mano del hombre. El corazón está provisto de válvulas como una máquina de vapor, y su juego produce un ruido clásico y distinto. Al entrar el aire en los pulmones, roza las paredes de los bronquios y causa el ruido de la respiración. La inspiración y la aspiración son producto de fuerzas puramente físicas. El movimiento ascendente de la sangre, desde las partes inferiores del cuerpo al corazón, oponiéndose a las leyes de la gravedad, sólo puede verificarse mediante un aparato puramente mecánico. Por un procedimiento mecánico también, acompañado de un movimiento vermicular, evacua el canal de los intestinos los excrementos de la parte superior a la inferior, y asimismo se verifican mecánicamente todas las acciones de los músculos mediante las cuales ejecutan los hombres y los animales los movimientos de locomoción. «La ciencia –dice Krahmer– no duda ya actualmente de lo imposible que es que una propiedad física corresponda exclusivamente a un cuerpo determinado. Sábese, además, que los procedimientos orgánicos [215] no son espontáneos, puesto que se verifican, como las metamorfosis del mundo inorgánico, con el auxilio del mundo exterior y de las fuerzas físicas inherentes a este último.» La fisiología tiene, pues, completa razón, según lo hace notar Schaller, al proponerse demostrar hoy que no hay diferencia esencial alguna entre el mundo orgánico y el inorgánico.

Si los efectos de las combinaciones orgánicas nos sorprenden algunas veces; si nos aparecen extraordinarios, inexplicables y en contradicción con los efectos ordinarios de las fuerzas físicas, no consiste esta dificultad en explicarlos, sino sólo en las combinaciones infinitamente variadas y complicadas de las substancias del mundo orgánico. Hemos visto en uno de los capítulos precedentes cómo pueden semejantes combinaciones producir efectos extraordinarios en la apariencia. El objeto actual de la fisiología es descubrir esas distintas combinaciones. Muchas dificultades, cuya solución parecía imposible, han sido resueltas ya por la ciencia, y el porvenir le reserva resolver un número mayor. Se aproxima el tiempo en que, según la frase de Liebig, podrá la fisiología, auxiliada por la química orgánica, investigar las causas de los fenómenos que se ocultan a nuestros ojos. Sin embargo, como en estos fenómenos son aún inexplicables muchos procedimientos; como sus relaciones interiores no son todavía conocidas; como no se ha descubierto la dependencia de cada uno de estos procedimientos de las leyes físicas y químicas, ¿se habrá de afirmar por esto que esos fenómenos no estén sometidos a esas leyes, y que exista una fuerza desconocida, dinámica, que los rija? Semejante razonamiento sería opuesto a la ciencia. Por el contrario, no solamente tenemos derecho, [216] sino que la ciencia nos impone el deber de manifestar, infiriendo, según las leyes inmutables de la inducción, lo desconocido de lo conocido, que a todos estos fenómenos se aplica una ley universal, descubierta y confirmada con referencia a una parte de los fenómenos orgánicos. Recordemos los experimentos hechos recientemente, y consideremos que hace muy poco tiempo que nos son conocidos una porción de procedimientos cuya ignorancia había sido el principal argumento en pro de las maravillosas fuerzas vitales. ¿Desde cuándo se conoce el procedimiento químico de la respiración y la digestión, los procedimientos misteriosos de la generación y de la fecundación, que pueden compararse a los actos mecánicos más sencillos del mundo inorgánico? El esperma no es ya, como antes se creía, la emisión líquida de un vapor vivo y vivificador, sino una materia que se comporta mecánicamente, con auxilio de los animalillos espermáticos. Lo que en otros tiempos se tomaba como efecto de este vapor vivificante, es efecto inmediato y mecánico del contacto entre el huevecillo y el esperma. ¡Cuántos procedimientos del cuerpo animal, tales como la secreción de partículas de substancia sobre la membrana mucosa y fuera de ella, opuestos a las leyes de la gravedad, han parecido inexplicables y contribuido a que se admitiera una fuerza vital, hasta que se ha descubierto el interesante fenómeno del movimiento vibratorio, hecho basado en principios puramente mecánicos! Este notable movimiento es independiente del influjo de la vida, y dura mucho tiempo después de la muerte, terminado sólo con el completo reblandecimiento de las partes orgánicas por la putrefacción. Se ha observado en una tortuga que quince días después de la muerte del animal conservaban [217] su movimiento las celdillas elementales, mientras que la carne se disolvía en humores pútridos. ¡Cuánta luz no ha arrojado sobre el estudio de la sangre el descubrimiento de las celdillas sanguíneas, y el de las endosmosis y exosmosis sobre la absorción y la secreción! ¡Cuánta claridad no acaba de esparcir hoy la física sobre la acción fisiológica más maravillosa, y en apariencia más incomprensible, del cuerpo animal, o sea la actividad de los nervios! De ello resulta siempre con mayor evidencia el importante papel que hace la fuerza inorgánica, la electricidad, en estos procedimientos orgánicos.

«Vivir –dice Virchow–, es sólo una forma particular de la mecánica, y aun la más complicada; aquella en que las leyes ordinarias de la mecánica se cumplen bajo las más extraordinarias y variadas condiciones, y en la cual, de consiguiente, los resultados definitivos están separados de los principios de la metamorfosis por una serie tan larga de términos intermedios que desaparecen con rapidez y sólo con dificultad podríamos restablecer su unión».

Se ha objetado, para mostrar la necesidad de la fuerza vital, que la química no podía crear combinaciones orgánicas, es decir, esos agrupamientos particulares de elementos químicos en las combinaciones ternarias y cuaternarias, cuya composición supone siempre un ser orgánico dotado de vida y de fuerza vital. Se ha presentado además el singular argumento de que si no hubiera fuerza vital y la vida fuese resultado de procedimientos químicos, sería preciso que la química pudiera crear seres orgánicos y hacer hombres. A esta objeción no han dejado de contestar los químicos. Han demostrado que la química podía crear [218] inmediatamente elementos orgánicos. Los químicos han creado el azúcar de uva y varios ácidos orgánicos. Han creado diferentes bases orgánicas, y entre otras la urea, substancia orgánica por excelencia, en contestación a los médicos que les objetaban que no podían crear los productos del organismo. Diariamente vemos crecer la experiencia de los químicos, para crear combinaciones químicas de los elementos. Poco tiempo hace que el químico francés Berthelot ha logrado crear cuerpos inorgánicos formados de las combinaciones del carbono con el hidrógeno, y ese descubrimiento facilita, a pesar de su aparente discordancia con la naturaleza orgánica, un punto de partida para la composición artificial de los cuerpos orgánicos. «Apenas hace quince años –dice el doctor Schiel– se creía casi imposible, no en el laboratorio de la Naturaleza, sino en el químico, hacer la síntesis de las substancias orgánicas, es decir, crear substancias orgánicas de substancias inorgánicas, y hoy se crean con simples materias, que facilita la naturaleza inorgánica, alcohol y deliciosos perfumes, carbón de piedra, bujías de pizarra, ácido prúsico, urea, taurina y otra porción de cuerpos que en otra época no se creía que pudieran hacerse sino de substancias vegetales o animales. Así es que la distinción que se establece entre la química orgánica y la inorgánica, sólo tiene hoy un valor convencional para la clasificación. No corresponde en manera alguna a los fenómenos; lo que hace es facilitar su clasificación» (1). Si se quisieran deducir [219] consecuencias de esa opinión de que la creación de combinaciones ternarias y cuaternarias no puede verificarse sino mediante la fuerza vital, habría también que admitir que los seres orgánicos que desarrollan el principio de la vida en el grado más alto, no tienen fuerza vital, puesto que los animales carecen de la facultad de crear combinaciones inorgánicas y dependen absolutamente del mundo vegetal, que es el único que puede transformar las substancias inorgánicas en substancias orgánicas.

{(1) Al producir artificialmente Woehler, en 1828, la urea, echó por tierra la antigua teoría que sostenía que las combinaciones orgánicas sólo podían formarse por cuerpos orgánicos. En 1856 creó Berthelot el ácido fórmico de substancias inorgánicas, es decir, de óxido carbónico y de agua, calentando estas [219] materias con la potasa cáustica, y sin que a ello cooperaran planta ni animal alguno. Muy poco después llegó a obtenerse directamente de estos elementos la síntesis del alcohol. Y hasta puede producirse grasa artificial del ácido oleico y de la glicerina, dos substancias que pueden ser creadas por medios puramente químicos: este es el resultado más extraordinario que ha dado la química sintética hasta nuestros días.– (N. del A.)

Después que Büchner escribió este libro, la química ha realizado progresos grandísimos.– (N. del T.)

De todos estos datos resulta (y esto no es dudoso para el que sabe apreciar los hechos y el método inductivo) que hay que desterrar de la vida y de la ciencia la idea de una fuerza orgánica que produzca los fenómenos de la vida de una manera arbitraria e independiente de las leyes generales de la Naturaleza; que la Naturaleza, sus substancias y sus fuerzas sólo forman un todo sin límites ni leyes excepcionales, y, por último, que la rigurosa separación que se pretende hacer entre el mundo orgánico y el inorgánico, es una distinción arbitraria, porque estos dos mundos sólo difieren entre sí en la forma exterior y en el agrupamiento de los átomos materiales, pero no en su esencia. «Las metamorfosis de los cuerpos orgánicos –dice Krahmer– corresponden a la idea de una clase, de una especie o de un género, mientras que los cuerpos [220] inorgánicos no están sometidos a semejante restricción en sus metamorfosis. Esto es una verdad patente para todo el que quiera creerla. Si el hierro colado toma la forma de un clavo, ¿corresponde a la idea de hierro colado? ¿No corresponde más bien a la idea de clavo? Y sin embargo, el hierro colado y el clavo son hierro. Si la oruga se vuelve mariposa, ¿qué hay en esta metamorfosis de más ni de menos que en el hierro colado convertido en clavo?» La distinción entre las formas orgánicas e inorgánicas no es más que el resultado de ese primer agrupamiento de las moléculas, que da origen a la variedad de esas formas. Pero la formación del cristal demuestra que el mundo inorgánico tiene también leyes determinadas para sus formas, leyes que no pueden quebrantarse y se aproximan a las del mundo orgánico. «Alegar la fuerza vital –dice Vogt– no es más que andar con circunloquios para ocultar nuestra ignorancia. En una de tantas puertas falsas que hay en las ciencias, por donde se escapan los espíritus superficiales que retroceden ante el examen de una dificultad para contentarse con admitir un milagro imaginario.»

La doctrina de la fuerza vital es hoy una causa perdida. Ni los esfuerzos de los naturalistas místicos para reanimar esta sombra, ni las lamentaciones de los metafísicos conjurando al materialismo fisiológico y negándole su parte en las cuestiones filosóficas, ni las voces aisladas que señalan los hechos de la fisiología aún obscuros, nada de esto puede salvar a la fuerza vital de su ruina próxima y completa. [221]

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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