Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ XVI
La idea de Dios

Estando demostrado que no hay ideas innatas, también es positivo y evidente que la idea de Dios, o sea de un ser supremo y personal que ha creado el mundo y lo gobierna y conserva, no puede ser innata, y que están en un error cuantos sostienen que esta idea es necesaria y está implantada en el hombre, siendo, por consiguiente, irrefutable.

Los sectarios de esta doctrina alegan que no hay pueblo ni individuo alguno, por salvaje o poco civilizado que sea, en el que no se encuentren la idea de Dios o la creencia en un ser superior e individual. Sin embargo, el exacto conocimiento y la observación imparcial, tanto de los individuos como de los pueblos en estado de naturaleza, demuestran precisamente lo contrario. Sólo gentes preocupadas pueden hallar en el culto que los antiguos y los modernos han tributado a los animales alguna analogía con la creencia propiamente dicha de un Dios. Los hombres han rendido una [182] particular adoración a los animales que les causan daño o beneficio. Si el egipcio adora a la vaca o al cocodrilo, el indio a la serpiente de cascabel, el africano a la serpiente del Congo, este culto no responde, en manera alguna, a la idea que nosotros nos formamos de Dios. Una piedra, un leño, un árbol, un río, un cocodrilo, un objeto despreciable, una serpiente, solo los ídolos de los negros de Guinea. Este culto no tiene relación con la idea de un ser todopoderoso y perfecto, que domine la Naturaleza y los hombres, y gobierne el universo; más bien demuestra un miedo inconsciente a las fuerzas físicas, que parecen terribles o sobrenaturales al hombre ignorante, porque no es capaz de comprender el íntimo y natural encadenamiento de las cosas. Si una sabiduría celeste hubiera impreso efectivamente de una manera indeleble la idea de un ser supremo y personal, sería imposible que esa idea se manifestara con tan poca claridad, tan imperfecta, tan grosera y tan desnaturalizada como se ve en el culto de los animales. El animal es inferior en su naturaleza y no superior al hombre, y un Dios en forma animal no es Dios, sino una caricatura. Algunos viajeros ingleses que han estado en la América del Norte refieren que son muy limitadas las ideas religiosas de los indios del territorio de Oregón. Es muy dudoso que tengan noción alguna de un ser supremo. Al principio tratóse de traducirles la palabra Dios, pero ni los misioneros ni los intérpretes más hábiles pudieron encontrar una palabra conveniente en todos los dialectos del Oregón. Su principal divinidad se llama lobo, y, según lo describen, parece un ser que participa de la divinidad y del animal. Los calockes, tribu india, no tienen culto exterior alguno, y representan al ser supremo en forma de [183] cuervo. El teniente inglés Hooper dice así de los tuscos, pueblo nómada de carácter dulce, perteneciente a la raza de los mongoles, en la extremidad Nordeste del continente asiático: «No hubo medio de conocer si tienen idea de un poder divino, de un gobierno superior del universo, ni si adoran a un genio del bien o temen a los demonios.» Burmesiter refiere que los corrados, antiguos habitantes de la provincia de Río Janeiro, no parecen experimentar la más mínima necesidad religiosa. Pasaban furtivamente ante las puertas de la iglesia sin volver la cabeza ni quitarse el sombrero. El salvaje o autóctono de la América meridional no tiene ningún sentimiento religioso. Se somete a la ceremonia del bautismo, pero ignora lo que ésta significa. Los indígenas de Oceanía, según refiere Hasskarl, «no tienen idea de un creador o ser moral que gobierne el mundo, y todas las tentativas que se han hecho para instruirlos en ese punto han terminado siempre por afirmar ellos una porción de cosas irracionales o por cortar la conversación.» Los bechuanas o betjuones, una de las tribus más inteligentes del interior del África meridional, no tienen idea de un ser supremo, y su lengua carece de palabra con que expresar la idea de un creador. El misionero Moffat dice, hablando de este pueblo: «He deseado muchas veces encontrar algo que hablara al corazón de estos indígenas. He tratado de descubrir en ellos un altar al Dios desconocido, algún resto de la creencia de sus mayores, la inmortalidad del alma o alguna otra idea religiosa, pero nunca han pensado en cosas semejantes. Cuando paseaba con sus caciques y les hablaba de un creador que gobierna el cielo y la tierra, de la caída del hombre y de la redención del mundo, de la resurrección de los [184] muertos y de la vida eterna, les parecía oír cosas más fabulosas, más insensatas y más ridículas que sus exagerados cuentos de leones, hienas y chacales. Cuando les decía que era preciso conocer los preceptos de la religión y creer en ellos, me contestaban con exclamaciones de sorpresa, juzgando mis palabras como si su aplicación no fuera razonable en aquel pueblo.» Oppermann dice que los cafres, raza de muy buena constitución física y clara inteligencia, no tienen la menor idea del ser supremo. El jefe de la tribu es su dios. El inofensivo pueblo de los hotentotes reconoce un principio divino bueno y otro malo, pero no tiene templos ni otro culto que los bailes solemnes en honor de la luna llena y de un pequeño escarabajo brillante. Los bosquimanos, raza enana y degenerada de este último pueblo, no tienen culto alguno. Cuando ruge la tempestad creen oír la voz de los genios malos, y responden a ella con maldiciones e imprecaciones. Los indios schinuk, según las descripciones de Paul Kane, están privados de todo sentimiento religioso, como la mayor parte de las otras tribus de los pieles rojas. Todo lo refieren al Gran Espíritu, que es, según sus ideas, un ser muy vago, al que no dan culto alguno. Randall dijo a los misioneros de los indígenas de las islas de Kingsmill (Micronesia meridional) acerca de aquellas tribus: «No tienen verdadera religión, ni templos ni ídolos. Adoran a ciertos espíritus, pero desde que fueron diezmados por una horrorosa epidemia, ya no tienen confianza en ellos.» Un corresponsal de la Revista de Ambos Mundos dice de los indios de Nueva Granada: «No parecen conocer otra religión que el amor a la libertad, y nunca he podido llegar a saber si creen sinceramente en el Gran Espíritu y en la inmortalidad del alma. Sólo cuando ruge la [185] la tempestad arrojan tizones encendidos en torno suyo, y prorrumpen en gritos desentonados y fuertes, cual si quisieran devolver ruido por ruido y relámpago por relámpago.» Según refiere un oficial inglés, los karens del reino de Pegú (Indias orientales) no creen en Dios ni reconocen más influencia que la de los genios del mal. Los habitantes de Pasummah Labar (isla de Sumatra) no adoran ídolos ni otros objetos exteriores, ni tienen idea de un ser supremo que lo haya creado todo. Ladislao Magyar no ha podido encontrar señal alguna de religión entre los negros de Oukanyama, uno de los numerosos puntos poblados por los negros en el África meridional. Parece que rinden un culto divino a su rey, y tratan de que sea bondadoso con ellos, sacrificándole muchos hombres y animales. Los fidschis se representan a su dios supremo como un ser que no está sujeto a sensación alguna, excepto el hambre, y que vive en una caverna aislada con su compañero Uto. Allí come, bebe y contesta a las preguntas que le dirigen los sacerdotes. Todas las descripciones de viajes contienen semejantes o parecidos hechos de los distintos pueblos que se hallan en estado de naturaleza. La religión primitiva de Buda no enseña la existencia de Dios ni la inmortalidad del alma. Los dos sistemas religiosos de los chinos son tan ateos como el budismo; de modo que, según Schopenhauer, la lengua china no tiene palabras para designar las ideas de Dios ni crear. Según el mismo autor, la revelación y la idea de un Dios personal sólo derivan de un pueblo, el de los judíos, y han pasado al cristianismo y al mahometanismo, dos sistemas religiosos derivados del judaísmo.

Todos los viajeros están de acuerdo en que los japoneses tienen una excelente moral y buenas [186] costumbres e instituciones políticas. Y, sin embargo, no creen en Dios ni en la inmortalidad. Según expresión del viajero americano Burrows, que visitó su magnífico panteón, es una nación de ateos. Sin embargo, el capitán inglés Alcock sostiene que, exceptuando a los chinos, es la nación donde tiene más instrucción el pueblo.

La sociedad presenta los mismos fenómenos. Hay individuos cuya educación e instrucción han sido tan descuidadas, que no tienen idea alguna de un ser supremo. Los anales de la policía correccional de las ciudades populosas, tales como París y Londres, hablan frecuentemente de hombres que no tienen ni la más mínima idea de Dios, ni de la inmortalidad, ni de la religión, &c. El último censo hecho en Inglaterra ha revelado que hay allí seis millones de personas que no han traspasado el dintel de una iglesia, y que ignoran a qué secta o religión pertenecen. El sordomudo Meystre no tenía idea alguna de Dios (véase el precedente capítulo), y no se le podía hacer comprender, por más esfuerzos que para ello se empleasen. En el mismo capítulo hemos dicho que los seres humanos educados lejos de sus semejantes y privados de todo interés intelectual, tienen una naturaleza completamente animal y carecen de inteligencia. Si la Naturaleza no puede hacer que prevalezcan sus derechos cuando falta la instrucción y la educación, hay que deducir que la Naturaleza ignora estas ideas primitivas. Si se pretendiera que es innata la idea de Dios, sería preciso, con arreglo a la lógica, admitir la idea de un espíritu maligno dotado de un poder superior, de un diablo, de Satán, de uno o muchos demonios. La creencia en los espíritus malignos, hostiles a hombres, está difundida más generalmente y tiene más imperio [187] entre los pueblos que se hallan en el estado de la Naturaleza, que la creencia en un dios bienhechor. Todas estas ideas son producto de la instrucción, de nuestra reflexión o de la de los demás; son ideas tradicionales y abstractas, pero no innatas.

Nadie ha explicado ni demostrado mejor el origen completamente humano de la idea de Dios que Luis Feuerbach. Llama a todas las ideas de Dios y de la esencia divina antropomorfismo, es decir, producciones de la imaginación y de la concepción humana, que llevan el sello de su individualidad. Feuerbach atribuye la causa de este antropomorfismo al sentimiento de dependencia y esclavitud que existe en el hombre. «El Dios objetivo y sobrenatural –dice Feuerbach– no es más que el yo sobrenatural, el ser subjetivo del hombre que ha traspasado sus límites colocándose por cima de su ser objetivo.» La historia de todas las religiones es la continua confirmación de este aserto. ¿Cómo había de ser de otro modo? Sin el conocimiento o idea de lo absoluto, sin una revelación inmediata cuya existencia sostenga todas las sectas y sin poder demostrarla, todas las ideas de Dios, sea cualquiera la religión de que se deriven, no pueden ser sino ideas humanas. Puesto que el hombre no conoce ser intelectual alguno superior a él en la naturaleza animada, las ideas que se forma del ser supremo sólo pueden llevar el sello de su propia persona, habiendo de representar el ideal de su individualidad. Por eso el estado, las aspiraciones, las esperanzas, y aun el desarrollo intelectual de los pueblos, se reflejan del modo más fiel y característico en sus ideas religiosas, por lo que acostumbramos nosotros a deducir del culto de un pueblo su individualidad intelectual y su civilización.

Véase el poético cielo de los griegos, poblado de [188] figuras ideales, donde los dioses, eternamente jóvenes y bellos, gozan, ríen, combaten como los hombres, intrigan y hallan su mayor delicia en mezclarse personalmente en los destinos humanos. Ese es el cielo que ha inspirado a Schiller su hermoso poema Los dioses de la Grecia. Considérese el sombrío e irascible Jehová de los judíos, que castiga hasta la tercera y cuarta generación; examínese el cielo de los cristianos, donde Dios divide su omnipotencia con su hijo, y donde los bienaventurados están colocados en un orden jerarquico, conforme en un todo a las ideas humanas; el cielo de los católicos, donde la Virgen ruega cerca del Salvador, con su ternura y su elocuencia de mujer, en favor de los culpables ante el juez celestial; el cielo de los orientales, que promete a los infieles numerosas huríes de una hermosura inmarcesible, una perpetua frescura en medio de bulliciosas cascadas, y el eterno goce de los sentidos; el cielo de los groenlandeses, donde la mayor felicidad consiste en una gran cantidad de pescado y de aceite de ballena; el cielo del cazador indio, donde una caza eternamente abundante recompensa al bienaventurado; el cielo de los germanos, que beben en el Walhalla sidra en el cráneo de sus enemigos, &c. También en el culto exterior muestra Feuerbach que la idea de Dios es completamente humana. El griego sacrifica a sus dioses viandas y vinos; el negro sacrifica a sus ídolos manjares mascados que escupe al rostro de ellos: el ostiaco pinta con sangre y grasa a sus ídolos y les llena la nariz de tabaco; el cristiano y el mahometano creen reconciliarse con su Dios mediante súplicas y oraciones. ¡Siempre debilidad humana, pasiones humanas, deseos de goces humanos! Todos los pueblos y religiones han tenido por costumbre [189] colocar a los hombres extraordinarios en el número de los dioses o de los santos. La prueba es evidente de que la idea de Dios se deriva de la naturaleza humana. Profunda y justa es la observación de Feuerbach acerca de que el hombre civilizado es un ser infinitamente superior al dios de los salvajes, cuyas cualidades espirituales y corporales se hallan en relación con el grado de cultura de sus adoraciones. Lutero mismo debe haber conocido la íntima relación que existe entre lo humano y lo divino, y cómo depende éste de aquél, cuando dice: «Si Dios estuviera sentado en el cielo solo completamente, no sería Dios.» Ya el filósofo griego Jenófanes 572 años antes de Cristo combate la superstición de sus compatriotas en los siguientes términos: «Los mortales parecen creer que los dioses tienen su figura, sus vestidos y su lenguaje. Los negros adoran dioses negros con nariz achatada, y los tracios dioses con los ojos azules y los cabellos rojos. Si los bueyes y los leones tuvieran manos para hacer imágenes, dibujarían formas divinas semejantes a su propia figura», &c.

Si el sentido común del hombre no ha podido formarse una idea pura y abstracta de lo absoluto, la inteligencia de los filósofos ha sido aún más desgraciada en estas tentativas. Tomándose el trabajo de reunir todas las definiciones filosóficas que se han dado de Dios, de lo absoluto o de lo que los filósofos de la Naturaleza llaman el alma del mundo, resultaría un extraño galimatías que desde el origen de los tiempos históricos hasta los modernos, y a pesar de los supuestos progresos de las ciencias filosóficas, no ofrecería nada esencialmente nuevo ni razonable. Es seguro que no faltarían palabras bonitas y frases retumbantes; pero esas frases no podrían suplir la falta de verdad intrínseca. [190] Admitiendo, como se hace todavía, la noción de lo sobrenatural, «¿se ha dado –pregunta Czolbe– un paso más que en otras épocas? ¿Qué poseemos más que palabras que no tienen valor alguno?» «De aquí resulta –dice Virchow– que el hombre no puede concebir nada de lo que está fuera de él, y que todo cuanto está fuera de él es trascendental.»

He aquí, por ejemplo, cómo se expresaba, poco tiempo ha, el filósofo Fechner en su Zendavesta: «Dios, como conjunto de la existencia y de la actividad, no tiene mundo exterior fuera de él. Es solo y único. Todos los espíritus se mueven en el mundo interior de su espíritu; todos los cuerpos en el mundo interior de su cuerpo; muévese puramente en sí mismo; no está determinado por nada externo; se determina puramente a sí mismo encerrando en él los motivos de determinación de todas las existencias.»

¿Qué hombre sensato es capaz de comprender semejante definición? ¡Un Dios en cuyo interior corporal e individual han de moverse todos los espíritus y los cuerpos todos, que sólo en sí mismo se mueven y que no está limitado por nada externo! Si todos los espíritus se mueven en el espíritu de Dios y todos los cuerpos en su cuerpo; si no hay mundo exterior fuera de él, ¿cómo puede ser un Dios personal, individual, según lo pinta Fechner en otros puntos? ¿No es más bien Dios entonces el resumen de toda existencia corporal y espiritual, o del total del mundo mismo que la filosofía ha representado en forma de una persona, mientras que el mundo múltiple y variado hasta el infinito es precisamente la negación de esa personificación? Esta noción de una divinidad difundida en todo el universo, y que se manifiesta [191] inmediatamente en sus acciones, fue llamada panteísmo en un tiempo en que las ciencias naturales no habían alcanzado la perfección que hoy tienen. Nuestros filósofos modernos gustan de presentarnos manjares antiguos, dándoles nombres nuevos, para servirlos como si fueran la última invención de la cocina filosófica.

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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Luis Büchner 1824-1899
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