Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ V
Dignidad de la materia

Sólo la ignorancia puede despreciar la materia, desdeñando el individuo su propio cuerpo porque forma parte de ella; sólo el fanatismo puede considerar a la Naturaleza y al mundo como polvo de que es necesario desprenderse maltratando y atormentando al cuerpo. Pero el que en sus estudios ha seguido a la materia en sus mil y mil ocultos caminos; aquel cuya mirada ha penetrado sus poderosas e innumerables manifestaciones; el que ha reconocido que la materia no está subordinada al espíritu, sino que es igual a éste; el que sabe que no pueden existir el uno sin la otra y que la materia es la base de todas las fuerzas espirituales, de [34] todas las grandezas humanas y terrestres, ese participará del entusiasmo de uno de nuestros pensadores más notables hacia esa materia tan despreciada en otros tiempos. El que rebaja a la materia, se rebaja a sí mismo y rebaja a toda la creación. El que maltrata su cuerpo, maltrata también su espíritu, y se expone a una pérdida segura en vez de la ganancia imaginaria que para su alma espera obtener. Dase frecuentemente el despreciativo nombre de materialistas a los que no participan del desdén aristocrático hacia la materia, y se esfuerzan en descubrir en ella y por ella las fuerzas y leyes de la existencia, a los que han reconocido que el espíritu no ha creado de sí propio el mundo, y que es por consiguiente imposible llegar a conocerlo sin penetrar la materia y sus leyes. El nombre de materialista, aplicado en tal sentido, es hoy afortunadamente un título honorífico. Gracias a los materialistas y a los naturalistas materialistas, ha ido elevándose el género humano cada vez más sobre la materia conocida y dominada. Gracias a ellos, y una vez desprendidos de los lazos de la gravedad, podemos volar en alas del viento sobre la superficie de la tierra, comunicándonos con la velocidad del pensamiento. En presencia de hechos tales, ha enmudecido la envidia y ha pasado la época en que los hombres preferían un mundo imaginario al mundo verdadero.

En la Edad Media habían llegado algunas gentes, que se apellidaban servidores de Dios, a mostrar un persistente desprecio hacia la materia, sujetando su propio cuerpo, esa nobilísima obra de la Naturaleza, a los mayores tormentos. Unos se crucificaban, otros se martirizaban, y multitud de ellos recorrían los pueblos azotándose y mostrando sus cuerpos desgarrados por sus propias manos. [35] Procurábase con exquisita sutileza destruir la fuerza y la salud para que preponderase el espíritu, que se miraba como cosa sobrenatural e independiente de la substancia. Feuerbach refiere que San Bernardo había perdido a fuerza de maceraciones y tormentos el sentido del gusto, al extremo de tomar la grasa por manteca y el aceite por agua, y Rostan cuenta que los superiores de los conventos tenían por costumbre sangrar a sus monjes varias veces al año con el objeto de contener sus pasiones, dispuestas a inflamarse, porque la devoción no podía contenerlas. Refiere también la manera cómo se vengaba de ellos la Naturaleza, y cuántas rebeliones y amenazas contra los superiores tenían lugar en aquellas tumbas de vivos, donde no era muy raro el empleo del puñal y del veneno.

Véase lo que dice un autor romano de la época en que el Imperio, cerca ya de su ruina, abrazó el cristianismo:

«Toda la isla de Capraria está afligida con la presencia de hombres que huyen de la luz. Llámanse monjes o ermitaños, porque quieren vivir solos y sin testigos de sus acciones. Repúgnanles los dones de la fortuna porque temerían perderlos, y prefieren la miseria a fin de no llegar nunca a ser desgraciados. ¡Qué absurdo temer los males de la condición humana, sin saber soportar la felicidad que traen consigo! Esta negra locura es producida por una enfermedad indudablemente, o bien el sentimiento de sus faltas impele a estos desgraciados a torturar su cuerpo a la manera como lo hace la justicia con los esclavos que se fugan de casa de sus amos.»

El historiador inglés Gibbon, dice en su Historia de la decadencia y ruina del Imperio romano, [36] ocupándose de los claustros y de los monjes: «La credulidad y la sumisión anonadaron el libre examen, fuente de toda convicción noble y racional, y los monjes, adoptando el vil espíritu de los esclavos, se sometieron ciegamente a la fe y a las pasiones de sus tiranos espirituales. Una multitud de fanáticos, destituidos de temor, razón y humanos sentimientos, turbaron el reposo de la Iglesia de Oriente y los soldados romanos no se avergonzaron de confesar que mejor deseaban combatir a los bárbaros más feroces que a estos dementes.»

En otro párrafo dice:

«Hacían todo lo posible por rebajarse a un estado de humillación y envilecimiento que borra las diferencias entre el hombre y el animal, y hubo un gran número de anacoretas que tomaron nombre del hecho de comer la hierba que crece en las llanuras de la Mesopotamia al lado de los rebaños.»

El mismo historiador cita también una palabra de Zósimo acerca de la riqueza de los conventos que en aquella época existían. Según él, los monjes cristianos hubieran reducido a la mendicidad, en provecho de los pobres, a la mayor parte del género humano.

Conocemos también, por las descripciones de algunos viajeros, la triste y repugnante vida ascética a que se someten los miserables pueblos de la India aún en nuestros días. Por eso es aquel hermoso país presa de un puñado de extranjeros.

Semejantes locuras sólo son, afortunadamente, excepciones entre nosotros. Una educación y una instrucción mejor nos han enseñado a respetar más a la materia entre nosotros y fuera de nosotros. Cuidemos y desarrollemos nuestro cuerpo tan bien como nuestro espíritu: no olvidemos que ambos son inseparables, y que lo que hagamos por uno [37] aprovecha también al otro. Mens sana in corpore sano.

No olvidemos tampoco que no somos más que una porción imperceptible, aunque necesaria, del que tarde o temprano ha de reunirse a éste. La materia, en su conjunto, es la madre que procrea y vuelve a recibir en su seno todo cuanto existe.

Ningún pueblo de la tierra sabía honrar mejor que los griegos todo lo que era humano, ni apreciar como ellos la vida en contraposición a la muerte. Hufeland refiere, según Luciano, que el filósofo griego Demonax, de cien años de edad, preguntado de qué modo quería que lo enterrasen, contestó: –No os cuidéis de eso; el cadáver se hará enterrar por su mal olor–. Pero –le dijeron sus amigos– ¿quieres servir de pasto a los perros y a las aves? ¿Por qué no? –replicó él–; he hecho cuanto he podido por servir a los hombres durante mi vida; ¿por qué no he de dar también algo a los animales después de mi muerte?

La moderna sociedad no puede, en manera alguna, elevarse a la altura de estas ideas. Parécele más digno tapar con piedras talladas en los cementerios sus míseros cadáveres para conservarlos durante algunos siglos, o encerrarse en panteones de familia con sortijas puestas en los dedos, que devolver a la masa total lo que de ella tomaron y que no pueden en último resultado arrebatarle.

Un médico teólogo, el profesor Leupoldt, de Erlangen, sostiene que los que toman por punto de partida la materia en lugar de Dios, tienen que renunciar a todo el método científico, porque no siendo ellos más que un átomo de la materia, no pueden comprender la Naturaleza y la materia en general, y mucho menos conocer sus relaciones. ¡Razonamiento más digno de un teólogo que de un médico! [38] ¿Nos han explicado nunca los que han tomado por punto de partida a Dios y no la materia las propiedades de ésta, ni las leyes que, según dicen ellos, rigen el mundo? ¿Han podido decirnos si el sol se movía o permanecía en reposo, si la tierra era un globo o un plano, ni cuáles eran los designios de Dios, &c.? No, porque eso sería imposible. Partir de Dios, en la investigación y examen de la Naturaleza, es un procedimiento que carece de sentido y de fin. Este desgraciado método de estudiar la Naturaleza y deducir consecuencias filosóficas, creyendo por una simple teoría poder construir el universo y establecer las verdades naturales, está desacreditado por fortuna desde hace mucho tiempo. Al método opuesto deben las ciencias naturales los grandes progresos y brillantes resultados de nuestra época. ¿Por qué no han de comprender a la materia los que de ella proceden? En la materia es donde residen todas las fuerzas físicas y espirituales, y en ella sola se manifiestan. La materia es el principio de todos los seres. ¿Qué debe examinarse y estudiarse sino la materia, cuando se trata de conocer el mundo y la existencia? Esto es lo que han hecho cuantos naturalistas notables han existido, y ninguna persona que desee obtener este título procederá de otro modo. El profesor Leupoldt, aunque es médico, no ha sido nunca naturalista. De otro modo, jamás se le hubieran ocurrido tan peregrinas ideas. [39]

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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