Antoine
de Saint- Exupèry
"El Principito"
Con ilustraciones
del Autor
II
Pasaba
solo mis días, sin encontrar a nadie con quien
verdaderamente pudiera hablar, hasta que algo me sucedió
hace ya unos seis años, en el desierto de Sahara. Mi motor
sufrió una rotura. Como no contaba con mecánico ni
pasajeros, no tuve otra opción que la de intentar solo una
difícil reparación. Indudablemente era para mí, una
cuestión de vida o muerte. El agua que tenía, sólo me
alcanzaba para ocho días.
Me recosté sobre la
arena, pasando así mi primer noche nada menos que a mil
millas de toda región habitada. Me encontraba por cierto, más
alejado que un náufrago dentro de una balsa en medio del océano.
Inexplicable fue mi sorpresa, cuando al despuntar el día
una extraña vocecita me decía casi suplicante:
-Por favor... dibújame un
cordero!
-Eh!-exclamé-
-Dibújame un cordero...
Como atravesado por un
rayo, de un salto me puse en pie, refregué mis ojos y
observé con severa atención. Me encontré frente a un
increíble hombrecito que me examinaba gravemente.
Es éste el retrato
más acertado que tiempo más tarde logré hacer de él.
Seguramente el modelo, es
mucho mas encantador que mi copia. Como ya os dije, las
personas grandes me han desalentado de mi carrera de pintor
cuando tenía apenas seis años, habiendo sólo aprendido a
dibujar las boas cerradas y las boas abiertas.
Continuaba absorto mirando
aquélla aparición ya que me encontraba, como les dijera, a
mil millas de toda tierra habitada. El hombrecito sin
embargo, no me parecía extraviado, ni cansado, ni muerto de
sed ni de hambre y menos muerto de miedo. No tenía el
aspecto de un niño extraviado.
Al fin pude hablar y
entonces dije:
-Pero... qué haces aquí?
Suavemente pero muy serio
repitió:
-Por favor... dibújame un
cordero...
Cuando el misterio es
demasiado grande, es imposible desobedecer. Por ridículo
que me pareciera, a tantas millas de una región habitada y
en peligro de muerte, tomé de mi bolsillo un papel y un lápiz.
Comuniqué al hombrecito, no en el mejor tono, que no sabía
dibujar. Me contestó:
-No importa. Dibújame un
cordero.
Nunca en mi vida había
dibujado un cordero, de manera que decidí rehacer uno de
los únicos dibujos que me sentía capaz de realizar. El de
la boa cerrada.
Incalculable mi sorpresa,
cuando oí al hombrecito responder:
-No! No! No quiero un
elefante dentro de una boa. Las boas son sumamente
peligrosas y un elefante muy embarazoso. En mi casa, todo es
pequeño. Lo que necesito es un cordero. Por favor, dibújamelo.
Entonces dibujé:
El hombrecito miró con
atención y luego dijo:
-No lo quiero. Este
cordero está muy enfermo. Debes hacer otro.
Mientras dibujaba, mi
amigo sonreía amablemente pero con cierta soberbia:
-Ves?... No es un cordero,
más bien es un carnero. Tiene cuernos...
Hice nuevamente el dibujo,
pero fue rechazado como los anteriores:
-Este es muy viejito;
quiero un cordero que viva muchos años.
Ya algo impaciente y
apurado por desmontar mi motor, garabateé por último este
dibujo:
Le dije:
-Esta es una caja. El
cordero que quieres está adentro.
Sorprendido me quedé al
comprobar que el rostro de mi joven juez se iluminaba:
-Es exactamente como lo
quería! Me pregunto si necesitará mucha hierba este
cordero.
-Por qué?
-Porque en mi casa, todo
es muy pequeño...
-Seguro que alcanzará. En
verdad, te he regalado un cordero bien pequeño.
Mirando el dibujo, con la
cabeza inclinada dijo:
-No tan pequeño... Mira!
Se ha dormido.
Así fue como conocí al
principito.
[ Capítulo I ] [ Capítulo II ] [ Capítulo III ] [ Capítulo IV ] [ Capítulo V ] [ Capítulo VI ] [ Capítulo VII ] [ Capítulo VIII ] [ Capítulo IX ] [ Capítulo X ] [ Capítulo XI ] [ Capítulo XII ] [ Capítulo XIII ] [ Capítulo XIV ] [ Capítulo XV ] [ Capítulo XVI ] [ Capítulo XVII ] [ Capítulo XVIII ] [ Capítulo XIX ] [ Capítulo XX ] [ Capítulo XXI ] [ Capítulo XXII ] [ Capítulo XXIII ] [ Capítulo XXIV ] [ Capítulo XXV ] [ Capítulo XXVI ] [ Capítulo XXVII ]