Antoine
de Saint- Exupèry
"El Principito"
Con ilustraciones
del Autor
VII
Durante
el quinto día y siempre gracias al cordero, me fue revelado
otro secreto de la vida de mi amigo. Me preguntó
bruscamente y con cierta ansiedad:
-Si un cordero come
arbustos, es que come también flores?
-Claro! Y es más, un
cordero come todo lo que encuentra en a paso.
-Come flores con espinas?
-Sí. También las que
tienen espinas.
-Pero entonces, de qué
sirven las espinas a la flor?
En verdad, ya no tenía
respuesta para ello. Estaba además muy ocupado intentando
destornillar un bulón de mi motor, que se hallaba muy
ajustado. Me encontraba por cierto bastante preocupado por
el estado de mi avión y el agua para beber que iba agotándose
minuto a minuto; ello me hacía temer lo peor.
-Para qué sirven entonces
las espinas?
El principito no olvidaba
jamás las preguntas que formulaba. Yo, preocupado por mi
bulón respondí cualquier cosa:
-Las espinas no sirven
para nada, son pura maldad de las flores.
-Oh!
Luego de un silencio y con
cierto dejo de rencor, agregó:
-No lo creo! Las flores
son ingenuas y débiles. No tienen maldad y se defienden
como pueden. Se creen terribles con sus espinas.
Nada respondí. Me decía
para mí: "Si este bulón aún resiste, lo haré saltar
de un martillazo". Interrumpiendo nuevamente mis
reflexiones, el principito dijo:
-Y tú, ¿tú crees que
las flores...?
-¡Pero no! ¡Yo no creo
nada! Te respondí cualquier cosa. ¡Yo me ocupo de cosas
serias!
Asombradísimo me
observaba el principito.
-¡Cosas serias, eh! ¡Hablas
como las personas grandes!
Avergonzándome aún más
agregó:
-¡Todo lo confundes! ¡Mezclas
todo!
Nunca lo había visto tan
irritado. Sus dorados cabellos se sacudían con el viento.
-Sé de un planeta en
donde habita un Señor carmesí. Nunca ha sentido el perfume
de una flor, nunca ha mirado una estrella. Tampoco ha
querido a nadie. Sólo una cosa ha hecho en su vida; sumas y
restas. Repite todo el día, como tú, hasta el cansancio:
"Soy un hombre serio! Soy un hombre serio!" Hinchándose
de orgullo. ¿Sabes lo que creo? ¡Que no es un hombre, es
un hongo!
-¿Un qué?
-¡Un hongo!
El principito empalidecía
de cólera.
-Millones de años hace
que las flores fabrican espinas, y otro tanto que los
corderos se comen de todas formas las flores. ¿Acaso no es
serio intentar entender por qué las flores insisten en
fabricar sus espinas que no sirven nunca para nada? No crees
que tenga importancia la guerra entre los corderos y las
flores? ¿No tiene esto más importancia que las sumas y
restas de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es también
importante que la flor que yo conozco sea única en el
mundo, que sólo exista en mi planeta y que un corderito
pueda hacerla desaparecer de golpe, en un instante una mañana
y sin darse cuenta de lo que hace? ¿Esto, no es acaso
importante?
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Ya enrojecido agregó:
-Si se ama a una flor de
la que no existe más que un ejemplar entre millones de
estrellas, es motivo suficiente para que al mirar las
estrellas sea feliz. Se dice para sí: "Mi flor está
allí, en alguna parte..." Pero si el corderito comiera
la flor, para él es como si de pronto y al mismo tiempo,
todas las estrellas se apagaran. ¿Y esto, no es importante?
Bruscamente rompió en
sollozos y nada más pudo decir. Ya era noche. Abandoné mis
herramientas, de las que ya no importaban ni el martillo, ni
el bulón, ni la sed, ni la muerte. En la Tierra, en mi
planeta, en una estrella, había un principito que
necesitaba ayuda. Lo tomé entre mis brazos y lo acuné. Le
dije: "La flor que tú amas no corre ningún peligro...
¿sabes por qué? Dibujaré ya mismo un bozal para tu
corderito. También dibujaré una armadura para tu flor...
Di..." Ya no sabía que decir. Mis palabras resonaban
torpes, estaba perdido... no sabía cómo llegar a él... ¡Es
soberanamente misterioso el mundo de las lágrimas...!